... EL DUELO ...
(Cuento)
Por: Hector A. Castillo
- "Parece que estamos inútilmente perdiendo los dos nuestro valioso tiempo,
general; esa doña no tiene ni la menor de las intenciones de abrirle a nadie su corazoncito después que enviudo".
- "Pueda que tenga usted razón, General. Después de diez largos meses ya
es tiempo que la doña Eugenia esa, hubiera dado muestras de interesarse
por alguno de los dos, correspondiendo a nuestros insistentes requiebros."
El diálogo tenia lugar entre los generales retirados, Elpidio de Jesús Dominguez y
José Manuel de la Fuente y Cabeza de Vaca, que como era costumbre en la clase
castrense, al finalizar sus carreras militares, se habían radicado en sus respectivas
haciendas; lujos que solo los militares de su rango podían darse por medio de sus
jugosos emolumentos y generosas pensiones, que tiempos atrás el dictador de turno
se había encargado de asignarles a los militares de su jerarquía, como manera de
asegurarse así de su lealtad y tenerlos incondicionalmente a su servicio, en caso
que hubiera necesidad de persuadir al pueblo por medio de las bayonetas, de la benevolencia y generosidad del dictador.
Los dos generales se estaban refiriendo a doña Eugenia Santa Maria viuda del famoso
médico cirujano Elpidio Girasol de los Llanos, quien con el corazón destrozado por la
repentina muerte de su marido, había decidido abandonar el mundanal ruido de la
capital, para ir a llorar la inconsolable pérdida de su cónyuge, refugiada en su hacienda al amparo del anonimato de un insignificante pueblito como Rio Seco.
Hasta que no hiciera su aparición en el pueblo la hermosa doña Eugenia viuda de
Girasol de los Llanos, las cosas marchaban como solo pueden marchar en un lugar
oscuro y remoto como era Rio Seco. Sus habitantes pasaban el mayor de su tiempo
atendíendo sus milpas y se dedicaban de lleno a sus cosechas. Todo era armonía y paz
absoluta, es decir hasta que llegó al pueblo el motivo de la inquietud y la discordia: una
mujer.; y para colmo del fortuito infortunado, una mujer bonita y hermosa como doña
Eugenia. Pareciera que, por una necesaria ironía, las mujeres a la vez que han sido
motivo de su felicidad, han sido también motivo de la infelicidad de los hombres. Eso
se pudo constatar en aquel pueblito que parecía más bien, un rincón paradisíaco
alejado de los prejuicios del ajetreo de las grandes ciudades.
La presencia de la viuda doña Eugenia en Río Seco, había venido a perturbar los
buenos lazos que, hasta entonces habian existido en la amistad y buenas relaciones
de estos dos colegas militares - el general de Jesús Domínguez y el general de la
Fuente y Cabeza de Vaca. Solteros empedernidos los dos, para quienes su devoción
a las armas había tenido más importancia que el amor y el matrimonio; se les había
pasado el tiempo sin encontrar necesario dedicar parte de este a buscarse una buena
esposa, y ahora que había llegado inesperadamente la hermosa viuda al pueblo, les
había despertado lo que parecia ser adormecidos instintos hogareños y se habían
dedicado, tomandolo como una competencia personal y un pasatiempo, a acortejar a
la rica y guapa viuda.
No obstante, sus serenatas, ramilletes de flores y "casuales" ecuestres encuentros
que convenientemente armaban los dos generales pretendientes, Doña Eugenia se
había empeñado en permanecer inconmovible y desinteresada. Cortésmente había
declinado sus invitaciones una y otra vez y con esa devastadora vanidad femenil, que
solo las mujeres saben tan bien esgrimir cuando se sienten admiradas y pretendidas
por los hombres, se había doña Eugenia propuesto firmemente, rechazar a los dos
enamorados generales. A los dos de igual manera, les dispensaba sus seductoras
sonrisas y con guiños picarescos, a la vez que les extinguia unas esperanzas, les
encendía otras, que dejaban a los dos astutos generales totalmene desconcertados.
- "Yo creo que vamos a tener que recurrir a una estratagema y sacar a relucir nuestro experiencia en táctica militar, para poder atraer la aten-
cion de nuestra dama, General." Había dicho el General Cabeza de
Vaca.
- "Vamos a tener que recurrir a un ardid. No pueda ser que doña Eugenia
tenga enclaustrados sus sentimientos para siempre. Ya es tiempo que se
le esté desvaneciendo de la mente la imagen de su esposo. Una mujer
así, no puede estar sin marido por tanto tiempo; las mujeres, por naturaleza, necesitan más a los hombres que nosotros a ellas. La fría temperatura de sus cuerpos, hace imperiosa la proximidad de la temperatura
siempre tibia del cuerpo del varón. En la noche, convenientemente, se acurrucan en los sobacos de los maridos, con dos propositos: disfrutar del olor natural del almizcle de las glandulas masculinas que las atrae, y la instintiva
necesidad femenina, de sentirse bajo la segura protección del macho que
les pertenece".
- "A una mujer", había continuado diciendo el General Cabeza de Vaca,
"le hace falta un hombre aunque solo sea para cerciorarse de que lo tiene
a su lado en la cama; para en la noche, cuando por los ronquidos de
este, juzgando que está dormido, posar su mano sobre los genitales de
su marido y soslayarse con el muy femenino ego de ser dueña única de
tan preciada y, entre las feminas, bien cotizada joya".
- "Que propone usted que hagamos, General" - Había sido la pregunta del
General Elpidio de Jesús Domínguez.
- "Aunque se me ha venido ocurriendo ya días, no me había atrevido a confiarselo, General". Respondiole el General Cabeza de Vaca.
- "Digame General, soy todo oídos". - Había sido la respuesta del General
de Jesús Domínguez.
El plan que el General Cabeza de Vaca había ingeniosamente urdido, consistía en
hacerle creer a la viuda que se iban a matar en un duelo los dos por su amor. Antes le
enviarían una carta firmada por ambos, en la que le anunciarían su tétrica decisión.
Le harían ver a la viuda que al estar los dos irremediablemente enamorados de ella,
uno de los dos estaba de sobra en el mundo. Puesto que hasta entonces no se había
decidido por ninguno de los dos, ellos solucionarían el problema, mediante un duelo;
solo uno de ellos podría quedar con vida para pretender su amor, y por medio de un
pistoletazo habían decidido poner fin a su miseria.
La idea detrás del duelo era de que al presenciarlo doña Eugenia, ésta solo podría
hacer objeto de su preocupación a uno de ellos a la vez, y el primero a quien ella
corriera a socorrer o compadecerse, ese seria indiscutiblemente, al que ella favoreciera con su amor. Los dos generales habían previamente convenido, que al primero
que acudiera doña Eugenia, sería el que reclamaría el derecho a su cariño y le dejaría al otro libre el camino.
En la carta le hicieron saber a la viuda doña Eugenia, que si quería presenciar la
"muerte" de dos hombres que se quitarían la vida por ella, que acudiera a la sabana de
Los Robles a las 5 de la mañana del próximo 7 de mayo.
Los dos generales cuidadosamente, habían tomado bajo su cuidado personal todos los
elementos necesarios para su fingido duelo, que les serviría para descubrir por quien
de los dos, en realidad, estaba interesada doña Eugenia. Le habían entregado a Casildo,
el fiel sargento que había acompañado al General Cabeza de Vaca a su retiro, las dos
antiguas pistolas cargadas cada una con dos balas sin proyectil. No obstante, el General
Cabeza de Vaca, con todas las precauciones que había tomado, cometió lo que al final
resultó ser un fatal error: se le olvidó decirle a Casildo que no tocara las pistolas. Que
las dejara tal como él se las había entregado.
Rodeados de una espesa neblina, los dos viejos Generales, se presentaron aquella fría
mañana puntualmente a su concertado duelo en la sabana de Los Robles. No sin antes
percatarse, de la presencia misteriosa de un solitario jinete que entre los arbustos de
la orilla opuesta de la sabana, sigilosamente presenciaba el acontecimiento de lo que
solo ellos se suponían saber: un duelo ficticio con balas de salvo.
Después de ponerse ambos generales de espaldas y separarse caminando en opuestas
direcciones al conteo de 25, a la voz de... "preparen" del sargento Casildo, los dos militares giraron en sus talones y quedaron frente a frente, en espera de la siguiente
orden del sargento.
- "¡Apunten!" - Había mandado friamente el sargento Casildo.
Levantaron los dos duelistas sus pistolas y apuntando recíprocamente al área del
pecho con más solemnidad de la requerida, por cuanto los dos sabían que era un acto
espurio observado por la mujer amada que los dos pretendian, se dispusieron a esperar la siguiente orden del sargento.
- "¡Fuego!" - Grito Casildo.
En ese momento rodaron los dos cuerpos de los generales mortalmente heridos
por el suelo, con la sangre brotando de sus corazones.
El estupefacto Casildo, no acababa de comprender lo que veía.
- "No es posible" - decía con llanto en sus ojos al ver la herida en el pecho de su
General. "Si yo solo limpié las pistolas y puse las mismas balas de salva de
vuelta."
En ese momento se le ocurrió esculcarse y encontró dos balas en su bolsa. Sin darse
cuenta, mientras Casildo limpiaba las pistolas de su General, asegurandose de que todo saliera como él deseaba, había sacado las dos balas que este había cargado original-
mente, y que por una confusión y sin darse cuenta, las había respuesto con otras dos
con proyectiles vivos.
Mientras Casildo lloraba sobre el cadáver de su infortunado General, sintió los
cascos de un caballo a sus espaldas. Era una mujer vestida de negro que acercandose
a la escena de la tragedia, sigilosamente desde su cabalgadura, se había inclinado sobre
los cuerpos aún calientes de los dos generales y fríamente se había limitado a decir...
- "Pobrecitos. Crei que estaban bromeando; nunca me imaginé que fueran a llegar
a este extremo y que fueran tan ingénuos. Que Dios los perdone."
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