DPTO: FRANCISCO MORAZÅN

MUNICIPIO DE TEGUCIGALPA

Crisis de la Compra y Edictos Municipales

Tal como hemos dicho, el mercado de abastos de Tegucigalpa se inaugura en 1886, justamente el día en que se celebran las exequias del célebre notario don León Vásquez y siendo alcalde municipal su hermano, Indalecio, el 4 de noviembre de 1886, cuando Comayagüela ha sido trazada y organizada por el alcalde de esa ciudad don Gabriel Reina, que concede la contrata para la urbanización de Comayagüela al ingeniero inglés, Roberto Cleaves, pagando sus honorarios con solares en la nueva ciudad. Los italianos Giovanni Belli y Renzo Granielli toman parte en esa idea de convertir a Comayagüela en la ciudad moderna con planta ajedrezada en la cual se construyen algunas hermosas casas al estilo ;risurgimento ;, entre las que se incluyen la del exalcalde don Cipriano Velásquez, frente al parque denominado ;La libertad ; que sustituyó al plaza mayor de Comayagüela.

El mercado de abastos se ubicó en Comayagüela en la idea extranjera de las antiguas alhondigas de cereales que crearon los burgos europeos en la Francia de la alta edad media con el surgimiento de el capitalismo, en que los productores marcaban los precios de los granos, y sobre todo los cereales, de acuerdo a la conveniencia de las municipalidades. El mercado de abasto de Comayagüela constaba además con las oficinas del ;fiel ; del rastro público ya que este estaba instalado en la orilla del río, justamente al pie de la loma llamada ;La moncada ; donde se vendían a las cuatro de la tarde, sangre fresca para la confección de butifarras y chucrutería que era sumamente interesada por los nuevos habitantes de la ciudad de origen alemán, francés y polaco, que nunca obedeció a la tasa ordenada por la municipalidad ni a los horarios de venta porque los destasadores siempre vivieron su oficio en relación a la demanda de los compradores, con el consiguiente desagüe de las arcas municipales.

Tanto el mercado de abastos como los edictos municipales que fijan las tasas e impuestos de servicios han concordado con la realidad de ese mundo de mercado, que arranca con la dueña de casa y hace de la cocinera una intermediaria especializada. El mundo del mercado siempre ha sido en Tegucigalpa un mundo aparte y le ha quebrado la cabeza y quitado el sueño a la mayoría de los alcaldes de las municipalidades porque es un universo donde se expresa no sólo el carácter étnico sino la tradición así como la visión de la realidad económica, reflejando las crisis temporales o permanentes.

El mundo del mercado se inserta en la red de los sistemas de convivencia. Para el ama de casa, es el sitio que la ubica en el estrato social al que pertenece; para la ;marchanta ; es el vehículo de salida o la conexión del sitio donde se produce el producto, y para las capas intermedias de ese universo de servidores públicos, es un área social, donde se regatea, se conversa, e inclusive se vive, se producen ejercicios dialectales, se come e inclusive, se disputa. En el mercado se hace historia, si aceptamos la controversia como punto de partida de ésta.

Mientras tanto, alemanes y austríacos iniciaron en el período de la reforma sus grandes almacenes por departamentos, los que constituyeron una novedad para los parroquianos. Establecimientos como las casa Ühler, Könhke, Rossner y la casa Siercke con su red de agencias en siete ciudades importantes del país, que vinieron a sustituir a los comerciantes locales como el almacén ;El globo de oro ; de los hermanos Ugarte, la tienda de la familia Planas y sobre todo a erradicar el concepto de tienda que además era casa de usura, donde los productos se encontraban hasta llenos de polvo y a oscuras para no pagar gas, con apenas un cajón de exhibición y el transcorral donde se cambiaban ganado de distintos tipos por plata copella a los gambusinos de las minas abandonadas y periféricas.

Los alemanes, suizos y polacos cambiaron el aspecto de la ciudad con sus tiendas de departamentos donde lucían tanto el vidrio como el uso de objetos en venta como parte de la decoración. A su vez los franceses, aportaron a la ciudad el concepto del ;atellier ;. Es impresionante ver como se anuncia en diarios y revistas de la época los atellier de las hermanas Rollof que ofertan sus casas de confección que generaron el concepto de la costurera para convertirse después en modistas con los mejores figurines traídos de París, vía La Habana, lo que significó una elevación en el estatus de la mujer que se convierte en una obrera especializada en bordados sobre seda y en seda, en pedrerías ;piedras del Rhin ;, que también introduce la música de Strauss y Wagner en la recién inaugurada orquesta municipal a cargo del norteamericano Gustavo Stan, que además daba en su casa clases particulares de baile que incluía valses, polkas y el novedoso ;one steap.

El parque ;Francisco Morazán ; recibe las estatuas, encargadas a París del héroe epónimo Francisco Morazán, figura en que se centra toda la visión de la historia nacional, en un gran evento en donde pronuncian sendos discursos el secretario de gobierno don Ramón Rosa y el alcalde Membreño en representación de la municipalidad, estatua encargada a París en el taller del célebre escultor Maurice, donde fue trabajada por Armand Durini, cuyo hermano Rafael llega después ha realizar el montaje de la estatua que se ubicó con esa idea gentil propia de la época en que el general Morazán se encuentra viendo hacia el sur y en prosecución de la búsqueda de su propia estrella en donde se ubicaban los predios del combate de La Trinidad en que el héroe se significa como consumado estratega.

Según don Salvador Turcios Martínez el 21 de agosto de 1883, los vecinos de Comayagüela se despertaron sorprendidos por el estruendo de las veinte carretas tiradas por bueyes que atravesaron la calle real que eran conducidas por Máximo Canales y cuyo estipendio pagó la municipalidad de Tegucigalpa de 800 pesos que fueron trasladadas de Amapala a Tegucigalpa en 17 días. Las estatuas eran del general Francisco Morazán, José Trinidad Reyes, José Cecilio del Valle, el general José Trinidad Cabañas y la de la diosa de La Libertad, así como la de las cuatro estaciones: primavera, verano, otoño e invierno para adornar las plazas de Tegucigalpa.

Es posible que la casa más suntuosa del período de la reforma haya sido la que se situó en el callejón que hace esquina con la avenida Cervantes, que se reconstruyó las viejas paredes de la antigua casa de don José de Celaya y que permaneció durante muchos años en poder de la rama femenina de la familia siendo finalmente del ministro Abelardo Zelaya, que el público denomino ;la casa de los Magallanes ; porque a través de los cristales de sus bajos balcones se podía apreciar los excelentes retratos de la familia unos pintados al óleo en París y otros de pintores guatemaltecos como don José Cabrera o el pintor comayagüense Paniagua, que con sus largas barbas recordaban -al chusco pueblo de Tegucigalpa-, las ilustraciones del navegante Fernando de Magallanes.

Rafael Heliodoro Valle nos habla con propiedad de cómo el período de la reforma entronizó ;un falso trono a la cultura ;, porque fue una visión de una cultura de oropel manipulada por las élites que en Honduras han buscado siempre el acceso al poder para significarse en sus fracasos empresariales, llevándose de encuentro así, la validez de las verdaderas propuestas políticas que se centren en la forma de ser del hondureño. Desde la época en que fue jefe de estado Francisco I. Zelaya que se contrata para hacer el primer ordenamiento jurídico de la república que sustituía en parte el cuadro legal heredado de la colonia, los gobernantes se dedicaron a copiar leyes de otras latitudes que convierte en relevante la frase del Dr. Ramón Rosa que dice en el anteproyecto presentado para la constitución social, en su exposición de motivos: ;Las leyes no son graciosas concesiones del poder del estado, sino que deben ser el producto de los anhelos populares ;. Sin embargo, tanto las leyes municipales como el ordenamiento jurídico de la modernización del estado hondureño se realizó con dedicatoria a manera de favorecer la inversión del capital extranjero, debilitar el poder municipal y crear un concepto que iba hacia una nueva colonización que se hizo evidente en el rechazo a la aceptación del mestizaje, a la capacidad del pueblo en hacer sus propias soluciones en todos aquellos asuntos de la vida cotidiana y de la convivencia social.

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