DPTO: FRANCISCO MORAZÅN

MUNICIPIO DE TEGUCIGALPA

Una Alcaldía en Zozobra

El colapso federativo volvió a despertar las viejas heridas y antiguas pasiones. Las viejas familias aún poseedoras de influencias, culpaban al experimento federativo de la decadencia de la ciudad y se empezó a fabular historias de malversación de la plata y el oro, granitando sobre la idea obsesiva de cómo en el tiempo de los españoles, la plata y el oro de Tegucigalpa habían ido a parar a las arcas de la federación. Sin embargo, tanto el federalismo como su líder máximo don Francisco Morazán, habían creado una élite de proclividad intelectual, de donde se presumía se alojaban y ubicaban los varones más ilustres, las madres, hermanas o hijas de esa casta que alcanza un carácter casi divino, con un privilegio -considerado casi absoluto- para el goce y disfrute de los cargos públicos.

Así fue electo don José Simeón Durón, joven proveniente de antiguos pobladores, que habían ejercido la minería tanto en el Real de Santa Lucía como en Yuscarán, quien llegó a ella no por elección popular si no por depósito de vara. Durón era hermano de Jerónimo Durón, casado con Micaela Fiallos, despojado de la herencia de su madre por sus tíos don León, don Onofre y don Zenón Fiallos y cuyo padre fue en los principios del siglo sacristán de la parroquia de San Miguel, involucrado en el juicio de rendición de cuentas por los haberes de la cofradía y hermandad de la Virgen de Suyapa. Durón trató de retomar la alcaldía de Tegucigalpa con una visión centralista, autoritaria y proclive al ordenamiento militar. (Véase Oyuela, Leticia. ;De la Corona a la Libertad ;. Prelatura de Choluteca. 1998).

Para 1848, se da el retorno de los ;coquimbos ;, como se les llamó a las dispersas tropas federalistas al mando del general José Trinidad Cabañas, que empobrecidos y repudiados por los nuevos sectores del poder, llegaron casi todos ellos -abandonados hasta por sí mismos- a su lugar de origen que era la ciudad de Tegucigalpa y la comprensión de la alcaldía mayor, encontrándose con el alcalde Durón que estaba emparentado -por la rama de los Gonzáles- con los descendientes de doña Teodora Zepeda de Gardela con quien el coronel Santiago Gonzáles había casado con la hija de ésta, Dolores Ortiz y Zepeda, estableciéndose el parentesco a través de don León Xatruch, concuño de Gonzáles.

Es preciso recordar y tener en cuenta que la euforia federalista se convirtió no sólo en un paradigma del liberalismo si no también en una especie de fiebre contagiosa que hizo que la población entera se olvidara de bienes, casas, semovientes y parentescos y compadrazgos para incorporarse en el oficio de la guerra. Todo esto generó el imperio de irracionalidad generando una sociedad sin propuestas ni argumentos válidos, obedeciendo nada más que el llamado de las armas, a la intención de un color o al carisma del caudillo. Tanto los miembros de la familia Xatruch, Ortiz, Zepeda, Díaz, Gardela, Gonzáles y Durón eran coherederos de la célebre hacienda ganadera de La Talanga y Guadalquivir, que se perdió por falta de brazos que la trabajaran y mentes que la administraran.

A la llegada de los ;coquimbos ;, el pánico cundió en la ciudad donde las familias que no habían participado en el proceso federativo temieron que el alcalde Durón entregara la alcaldía a los ;coquimbos ;, razón por la cual don Simeón fue sacado de la alcaldía y depuesto por las armas. Don Simeón vivenció de mala manera su experiencia como alcalde y años después lo encontramos trabajando como campista y sabanero estacionario pero libre, en varias de las grandes haciendas situadas en el norte de lo que hoy es el departamento de Francisco Morazán, con su compañero de aventuras en la municipalidad, Alejandro Díaz, quien fuera su secretario en la alcaldía, donde aparece frecuentemente su firma no sólo suscribiendo inventario de ganado si no también recibiendo pagos por doma y fierraje de potros y sementales bravíos.

La sombra de Francisco Ferrera servía no sólo para aceptar el fracaso federativo si no para influir sobre la ciudad de Tegucigalpa, proyectando la total separación del estado federado hasta convertirlo en una república libre, soberana e independiente. La fuerte personalidad de Francisco Ferrera no sólo creaba la ruptura del sueño de unidad centroamericano si no que conformaba a los antiguos poblados y regiones de la alcaldía mayor en una sola entidad de carácter público que se iba a mantener unida bajo su mando por la expresión de la fuerza y sin la consulta de los votos.

Razón por la cual elige como alcalde de la municipalidad de Tegucigalpa al joven constitucionalista Pablo Oquelí, quien provenía de una familia de mineros por la vía libre, llamados en esa época ;gambusinos ;, ya que su padre, Manuel Oquelí había sido colador de oro en la región del valle de Siria en sociedad con el cura beneficiado de Cantarranas, licenciado Juan Denche Durón, que había educado a Pablo Oquelí en las ideas del liberalismo francés y en los patrones generales del romanticismo proveniente de la Francia del directorio.

Sorpresivamente, Pablo Oquelí abandona la alcaldía y se une a las tropas de Ferrera, dejando encargado de la misma al ciudadano Juan Manuel Sánchez, para ser sustituido el año siguiente por el viejo amanuense don Crescencio Cubas.

Para esas fechas conflictivas, la ciudad de Tegucigalpa languidece, convirtiéndose únicamente en un sitio de tráfico de armas, espacio de descanso para combatientes, para recuperar la salud perdida por las heridas, gracias al famoso clima salutífero de que hablan y nos dejan testimonio los viajeros que en ese momento la conocieron. El viejo espíritu comunal se había perdido y las buenas gentes -tanto de la ciudad como de los alrededores- aceptaron las continuadas luchas por el poder, el desorden y la anarquía como algo cotidiano.

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