DPTO: FRANCISCO MORAZÅN

MUNICIPIO DE TEGUCIGALPA

Las Vísperas de la Independencia

Mallol siempre supo que el grupo de jóvenes que se integraban en derredor de Dionisio de Herrera, tenían actividades conspirativas a las que nunca les concedió demasiada importancia. El inteligente viejo había vivido en carne propia en España -la Vieja y la Nueva- el espíritu ;doceañista ;: la fracmasonería y las sociedades secretas de corte ocultista-científico e inclusive religioso. Y lo miraba no sólo como el espíritu de la época si no como parte de la herencia hispánica del proceso de desacralización que atravesaron las élites y el vano esfuerzo de las órdenes religiosas por adaptarse ;al espíritu del siglo ; a fin de conservar su capacidad de influencia y el poder.

De estas concepciones provienen ese sentido entre cándido y paternal de sus informes como Capitanía General de Guatemala, sobre el espíritu conspirativo de los tegucigalpenses cuando los califica de ;simples inconformidades de los mulatos y pardos, lo que permitió que la conspiración fuera creciendo día con día.

El 15 de septiembre de 1821 -tal y como lo acostumbraba- el grupo conspirativo se reunió en casa del minero don Carlos Selva, sita en los Altos de la Joya, donde éste convivía con su esposa, doña Cesárea Galindo. La noche había caído en medio de una bruma que al reflejo de las antorchas semejaba un tul finísimo iridiscente y grisáceo, por lo que era más que todo el vapor que se desprendía del suelo después de la garúa vespertina. El sacristán de la parroquia don Carlos Duque, ya había cerrado las puertas principales y apagado las velas del retablo mayor, quedando sólo el Santísimo iluminado, cuyo reflejo evanescente de la ;cera royal ; iluminaba el rostro del arcángel San Miguel, que con ademán desafiante guardaba a la Madre de Dios desde su gruta, y con su aire aguerrido parecía fruncir el entrecejo como en expectativa de los acontecimientos que se desarrollarían en el pueblo que Dios le había confiado.

Los pasos de los conspiradores se confundieron, en el empedrado de las calles, con los de los parroquianos devotos que salían de rezar la Novena de la Virgen de la Merced en la capilla del convento del mismo nombre y la de la Asunción en el convento de San Diego a cuidado de los hermanos Terciarios Franciscanos. El portón de la casona de don Carlos Selva estaba previamente apenas entreabierto y sin tranca ni pestillo. Así pues se separaban los grupos de fieles y alternativamente entraban a la casona cuyo salón ostentaba poca luz para albergar a los embozados conspiradores.

En estas tertulias patrióticas se servía el aguardiente generoso que calentaba la sangre y los huesos ateridos no sólo por la humedad ambiental si no por el ligero escalofrío de la peligrosidad. Doña Cesárea y sus hijas pasaban bocadillos mientras el fraile José María Rojas discurría y contaba las proezas de los patriotas leoneses. Se leyeron además algunas cartas de los patriotas de Juticalpa, del señor cura don Samuel Escobar que daba noticias de los acontecimientos acaecidos en Sabanagrande y de la captura del pobrecillo Manuel de Jesús Villafranca, que fue sorprendido viajando a San Salvador por el traidor Salvador Ordoñez, llamado por el pueblo ;Padre Tasajo ;.

Herrera arengaba la concurrencia profundizando filosóficamente sobre textos de Condorçet y Condillac. El lánguido y espigado don Diego Vigil explicó el contenido textual de la versión francesa del ;Ça Ira ;. Para esa fecha los abuelos andaluces, gallegos, castellanos ya no eran el andamiaje férreo de la fuerza de la sangre si no más bien ;los perversos godos ; que habían infamado la libertad de los pueblos americanos.

Cuando más encendida se encontraba la tertulia, se oyeron los cascos del caballo, cuyas herraduras, por la velocidad de la bestia y la premura del jinete, parecían sacar chispa a las piedras de la calle: era el correo desde Comayagua que portaba los pliegos de la Independencia. Todos los amigos conspiradores salieron a la calle gritando Viva la independencia!. Diego Vigil se lanzó hacia el Ayuntamiento, seguido de los frailes, y dieron las pertinentes órdenes para el repique de campanas, que de arrebato despertó a la población adormecida, haciendo huir de los torreones a las despavoridas palomas.

Y a esa hora se dio comienzo a la sesión de cabildo abierto en la cual, con voz alta y fuerte el secretario del ayuntamiento, don Dionisio de Herrera, leyó y explicó al público asistente los puntos claves de la libertad solicitando a los más apasionados y convencidos que firmaran inmediatamente la adición a la misma. Curiosamente los importadores de ganado, don Francisco Xavier y José María Aguirre, firmaron el acta, el mismo día que habían firmado el convenio con don Francisco Alles y el padre José Pascual Martínez para la compra y provisión de ganado en el remate realizado ocho días antes sobre los diezmos de Olancho.

Algunos días después se juramentó a la nueva corporación municipal en calidad de alcaldes accidentales a don Andrés Lozano, al mayor accidental, también minero, don Esteban Guardiola Amorouse y a don Tomás Midence. En la semana siguiente, las corporaciones municipales de Trujillo, Gracias, Santa Bárbara, Choluteca, Nacaome y sobre todo en el partido de Texiguat se juró la independencia. Según Ramón Oquelí, en esta última población, el maestro don Joaquín Rivera y Bragas -descendiente del alcalde Bragas de Betancourth- explicó bajo el dombo de la bóveda de cañón corrido de la iglesia de Texiguat el significado de la independencia, en compañía de su maestro y amigo el joven licenciado don Francisco Márquez y Santolaya, quien después de las explicaciones de Rivera, pasó a la sacristía de donde tomó un canasto con monedas de plata y ;con ademán taumatúrgico ; las lanzó hacia la multitud creando un ilumínico resplandor, que iluminaba el presagio de la libertad.

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