DPTO: FRANCISCO MORAZÅN

MUNICIPIO DE TEGUCIGALPA

El Retorno de la Municipalidad

Por fin en 1812, el pueblo de Tegucigalpa recibe con júbilo la segregación de la alcaldía mayor de la intendencia de Comayagua. Fue una fiesta popular sin antecedentes. El párroco licenciado y examinador sinodal don Juan Francisco Márquez, celebró misa mayor, simultáneamente con oficio divino en los conventos de La Merced y San Diego que oficiaron el padre Vicente Artica de la comunidad franciscana y el comendador de los mercedarios Fray Fernando de Riquelme. En las antevísperas de San Miguel, la fiesta cobró un mayor esplendor, celebrándose con ;entrada ; en la cual rivalizaron mostrencos de Jacaleapa, antiguos surtidores de cal y tierra blanca para las construcciones, los albañiles de La Plazuela, los músicos de La Merced, y los mineros de las minas de Santa Lucía, San Diego y Santa Ana Ula.

Ricos y pobres volvían al esperanzado sueño de que el regreso de la alcaldía era también el retorno a la prosperidad y que el amargo sabor de boca que había dejado las experiencias de dominación, ;casi de aniquilación ;, de los catorce años transcurridos bajo la sucesión del yugo que representaban las autoridades españolas iba a cesar en un retorno a las antiguas enseñanzas del maestro José Simeón de Celaya que valorizaba con especial afecto la destreza y la inteligencia frente a la soberbia impiedad de los ricos y poderosos.

Así fue cómo aparentemente las fuerzas se conjuntaron para proclamar la candidatura unánime del señor cura Juan Francisco Márquez para la alcaldía municipal quien triunfó con suma facilidad y el mismo padre Márquez creyó que así se consumaba el sueño del padre Celaya , su maestro y amigo, creyendo haber encontrado la fórmula fundamental de la paz que radicaba en la centralización del poder religioso con el poder temporal como árbitro y rector de las potencias demoníacas desatadas en el deseo de enriquecimiento rápido y del poder económico y financiero.

En 1811 (un año antes de la elección), el intendente Tornos había atendido la solicitud del capitán y ganadero don Francisco Gardela para ser alcalde de Tegucigalpa como premio a las dádivas que el mercantilista catalán había hecho a la intendencia con graves consecuencias que dañaban la imagen del padre Márquez. Gardela, autoritario y autócrata, se negó a entregar los bienes rurales de las cofradías de San Benito, La Veracruz y la de la Virgen del Rosario, habiendo denunciado por sedición a los mayordomos de estas cofradías, León Rodas, Justo Centeno y Florencio Carías, que fueron capturados por un destacamento enviado especialmente por la intendencia y llevados presos hacia Comayagua, cargados de grillos e infamados.

Estos acontecimientos hicieron que se levantaran los vecinos que tenían pardos, no sólo del barrio Abajo, si no también de La Plazuela, Jacaleapa y los pequeños caseríos de Coarriba, Coabajo y Río Hondo, que arribaron hasta la alcaldía -amenazadores y dispuestos a un levantamiento-, que en la correspondencia del capitán Bustamante y Guerra figura como ;una simple revuelta de pardos y mulatos ;. La gestión del padre Márquez fue siempre -defecto de los criollos- eminentemente paternalista, ya que empezó por liberar de impuestos y pagos a los indios e inclusive a los asalariados de las haciendas tales como ;tupianes ; y ;gañanes ;, transando a su vez con los ricos terratenientes con otra plausible disminución de los impuestos con lo que la municipalidad se quedó falta de fondos para la ejecución de obras civiles muy necesarias.

También es necesario comprender que es un espacio ideológico diverso el que se larva entre 1806 y 1812, con el surgimiento y concreción de las ideas liberales que se han redimensionado gracias a los acontecimientos internacionales que van desde la independencia de los Estados Unidos de Norteamérica hasta la invasión napoleónica en España y naturalmente, la formulación del sentimiento constitucionalista que fue la herencia que dejó en América las célebres cortes de Cádiz.

Contradictoriamente la alcaldía mayor de Tegucigalpa tenía -a pesar de las aparentes limitaciones geográficas- un panorama más amplio que se formulaba por la constante visita de arrieros que conducían las grandes tropías de ganado en pie que iban de Tegucigalpa a Guatemala o a México, vía Chiapas. Fueron los arrieros de la tenencia de Danlí, los primeros portadores de las ideas revolucionarias llegadas no sólo a través del teatro, si no de canciones y cantares repetidos a través de aquellos largos viajes, en derredor de las fogatas en la soledad íngrima de la noche.

La generación que se forma en el tránsito del siglo XVIII al XIX vive la influencia de las escuelas y conventos religiosos, con las mentes fijas y obsesionadas por la eclosión de la libertad total, de un sentimiento iconoclasta que en su momento llegó a formular el peligro de la anarquía con graves resultantes de la disolución social . La escuela que dirigió el padre Gabrielín en los claustros del convento de San Francisco se constituyó en la primera generación que capturó e hizo de su vida esa idea irreductible de la libertad. Casi todos ellos provenían de los mineros, hacendados y de las viejas élites criollas que vieron el sentido de la libertad pero en la óptica del despotismo ilustrado.

El propio padre Juan Francisco Márquez era una conjunción -o vale más decir una síntesis- de ambas tendencias: sobreprotección a las castas hasta convertirlas en inútiles. Valle ya lo había advertido en un artículo de ;EL editor constitucional ;: ; los curas sobreprotegen al indio a quien se ha impelido durante generaciones para que use la pólvora, no tenga derecho a montar en caballería, se le ha prohibido el uso de las armas de fuego, arriconándole únicamente a que viva produciendo lo que consume en las célebres siete brasas de sus ejidos ;.

El padre Márquez enfermó súbitamente, después de recibir la noticia de que la Audiencia había nombrado, para dirimir el conflicto de la compra de la alcaldía realizada por Gardela, nombrando alcalde mayor al zaragozano Narciso Mallol, que sin duda fue un rudo despertar del sueño de la conjunción del poder municipal y civil. El ángel de las alas negras sorprendió al sufrido alcalde, quien no tuvo tiempo de otorgar testamento, quedando por depósito de vara en manos de su hermano mellizo, Juan Manuel Márquez hasta la llegada del anciano don Narciso, que arribó vía Chiapas acompañado de su esposa, Vicenta Gómez.

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