CULTURA HONDUREÑA

Teatro Nacional

Las representaciones teatrales, parte de la cultura hispánica que se trasladó al Nuevo Continente, tomó mucho tiempo en cultivarse en la vieja ciudad de Tegucigalpa, posiblemente porque el origen poblacional que fue de mineros, agricultores y criadores de ganado, no dieron importancia a estas manifestaciones que solían darse en los altos estratos de la sociedad colonial.

En la antañona Comayagua donde estaba asentada la alcurnia de la colonia, por primera vez en Honduras se montó una presentación teatral en 1750 al aire libre en el atrio de la Catedral de acuerdo a las investigaciones realizadas por el acucioso historiador Mario Felipe Martínez. EL DIABLO COJUELO, obra del español Luis Vélez de Guevara constituyó en la capital de la provincia el acontecimiento que marcó el despertar del arte escénico en nuestro país. El gran pintor Gelasio Jiménez se inspiró en la investigación histórica de Martínez Castillo y realizó en el lienzo una genial obra que adorna uno de los laterales del Despacho Presidencial en el salón del Altar "Q".

La Villa del Real de Minas de San Miguel, por aquella época iniciaba su rivalidad con la vieja capital y el teatro comenzó a interesar a los tegucigalpenses motivando la creación de grupos de la intelectualidad que iniciaron el montaje de pequeñas obras en los patios de los Conventos de San Francisco y La Merced.

Los círculos pensantes de Tegucigalpa de los últimos años del siglo XVIII y primeros del Siglo XIX, acariciaban la idea de destinar un lugar para representaciones teatrales, pero no encontraban el apoyo de las autoridades coloniales y las inquietudes seguían remitiéndose a efectuar las presentaciones en los improvisados sitios que se seleccionaban para tal efecto.

En el período pre y post independencia, el teatro en Tegucigalpa tomó mayor fuerza gracias al ingenio creativo del Presbítero José Trinidad Reyes cuyas pastorelas significaron un aporte a la cultura hondureña, obras que adornadas con música, alimentaron el espíritu cuando se presentaban en los patios de La Merced.

Para 1889, durante el gobierno progresista del general Luis Bográn, tomó forma la idea de dotar a Tegucigalpa de un teatro y se emitió un Acuerdo ejecutivo que autorizaba a don Antonio Fontecha para que construyera un inmueble destinado para tal fin en el campo La Isla. La iniciativa sólo quedó en eso porque la administración del Estado no contaba con los recursos necesarios para financiar la obra.

Para 1896, siendo Presidente de Honduras el doctor Policarpo Bonilla, hombre de una enorme sensibilidad literaria, apoyó la apertura de un Teatro Popular en Comayagüela en una modesta galera con un escenario donde periódicamente se ofrecían al público, monólogos y recitales.

Al arribar al nuevo siglo, en 1900 cuando ejercía la Presidencia de la República el general Terencio Sierra, se habilitó una vieja casona de adobe y madera en el barrio Los Dolores para recibir a la compañía de teatro mexicana UNDA que se dedicaba a la presentación de las zarzuelas. El sitio fue bautizado como el "Teatro Dolores" lugar que no ofrecía ninguna comodidad y funcionalidad para la realización de dichas actividades artísticas.

Cinco años después, en 1905, un grupo de intelectuales capitalinos entre ellos Rómulo Ernesto Durón, Luis Landa Escobar, Froylán Turcios, Esteban Guardiola, Augusto C. Coello y otros distinguidos ciudadanos amantes de las letras y el arte, formaron un comité para conmemorar los trescientos años de la obra "El Quijote de la Mancha" de Miguel Cervantes y Saavedra y entre sus actividades incluyeron la petición al Presidente de Honduras, general Manuel Bonilla para que construyera un teatro nacional dedicado a Cervantes.

El mandatario accedió y ordenó que se comenzara la obra en la esquina de la confluencia de los ríos Grande y Chiquito en el campo "La Isla" pero desafortunadamente la riada de 1906 derribó lo que se había levantado de paredes de adobe y el "Teatro Cervantes" quedó reducido a ruinas en pocas horas.

En una de esas clásicas revueltas de aquel entonces, cae el gobierno del general Bonilla Chirinos y es extrañado del país, exilio que lo lleva a Guatemala donde conoce al maestro constructor de origen catalán don Cristóbal Prats con quien hace amistad y le promete que al regresar a Honduras para retomar el poder de la nación, lo llamará para que le colabore con obras que tenía en mente levantar en la capital y en otras ciudades del país.

El primero de febrero de 1912 asciende nuevamente a la Presidencia el general Manuel Bonilla y entre sus funcionarios del gabinete de gobierno incluye al poeta Froylán Turcios uno de los peticionarios en 1905 para construir el teatro para Tegucigalpa. La presencia de Turcios en el aparato gubernamental y la promesa que le hizo en Guatemala a don Cristóbal Prats, contribuyen a retomar la idea del teatro y el gobierno compró un predio propiedad del ex presidente Miguel Rafael Dávila Cuéllar muy próximo a la iglesia de El Calvario comenzándose ese mismo año la construcción del Teatro Nacional.

Planos y dirección de la construcción se la confió el Presidente Bonilla al señor Prats que diseñó la edificación en su parte exterior con un estilo neoclásico dándole a la fachada original la elegancia con seis columnas dóricas que sostenían un frontispicio triangular que imprimía un sello ateniense.

El Teatro Nacional se concluyó en 1915 dos años después de la muerte del general Bonilla, inaugurándose con un baile de gala el 15 de septiembre de ese año, fecha conmemorativa de los 94 años de vida independiente, correspondiéndole al doctor Alberto Membreño en el desempeño de la primera magistratura de la nación presidir el acontecimiento bautizándolo con el nombre de quien impulsó la obra.

En los años treinta se cambió la fachada quitándole las hermosas columnas que le dieron por muchos años una elegancia al hermoso Teatro construido por don Cristóbal Prats Fonellosa, quien después de finalizada la obra hizo de Honduras su segunda patria.

Además de haber sido el lugar de presentaciones de famosas compañías teatrales, hubo una época en que se utilizó como sala de cine, una de las películas que recordamos que se exhibió en el Nacional fue "Pelota de Trapo" cinta argentina sobre la vida del astro del fútbol Alfredo Diestefano.

Pero a la belleza arquitectónica que le imprimió don Cristóbal Prats hay que sumar los detalles artísticos de su decoración que estuvieron a cargo del afamado pintor hondureño Carlos Zúñiga Figueroa que incluía además de los medallones laterales en los palcos, la pintura de un enorme mural sobre la boca del escenario, alegoría del descubrimiento de América, que en otro de esos crímenes que se cometen contra el arte, se le dio una capa de pintura para hacerlo desaparecer. Del techo de lámina repujada se hicieron pender cinco preciosas arañas, lámparas de cristal de Murano que acentuaban la sobriedad de la sala principal.

En el Teatro Nacional Manuel Bonilla se encierra una historia que difícil es resumirla en dos páginas, pero podemos decirles que en ese lugar tomaron posesión de la Presidencia de Honduras don Francisco Bertrand, el general Rafael López Gutiérrez, el doctor Miguel Paz Baraona, el doctor Vicente Mejía Colindres, el general Tiburcio Carías Andino, el doctor Juan Manuel Gálvez y el general Oswaldo López Arellano.

Por los años ochenta, mientras se hacían restauraciones al Palacio Legislativo, los diputados ocuparon el amplio lugar destinado a la luneta como salón de sesiones de dicho poder del Estado. Por cuestiones ligadas a la política, en una ocasión se quiso cambiar el nombre al teatro denominándolo Casa de la Cultura, pero ello no logró su original denominación desde 1915.

En ese teatro dejó enterrado su corazón y su amor al arte Merceditas Agurcia Membreño, y por su entablado han desfilado grandes artistas nacionales e internacionales que arrancaron en el correr de los años los aplausos de quienes en diferentes épocas han colmado su aforo desde su lunetario, sus semicirculares palcos y su elevada galería.