AMANECE EN LA HACIENDA
Por: Alejandro Alfaro Arriaga.
Al clarear bellísimo de la madrugada
trina el clarinero, loco, en la enramada;
y los terneritos dentro del corral,
jugando, jugando, todos confundidos,
parando la cola y dando berridos
al llegar la vaca pónense a mamar.
Silbando "Pagano", Juan el corralero,
con rejo y cubeta,gacho su sombrero,
arrea las vacas,se pone a ordeñar;
mientras Casimira, negra formidable,
con el pelo suelto, chiqueona y amable,
viene de la fuente con el nixtamal.
Don Fruto, el patrón, de mirada austera,
con doña Socorro, su fiel compañera,
gritan de la cama, pidiendo café;
las dos consentidas, Leonela y Mariana,
al sabor dulcísimo de la mañana
roncan todavía detrás del cancel.
Un sabueso ladra al mozo que pasa;
chillando los cerdos rodean la casa
y en la cuadra el asno rebuzna las seis.
Un macho cabrio salta sobre el horno;
y entre las gallinas, a modo de adorno,
abre su abanico un pavo montes.
Los pollitos hechos un puño, con frió,
gritan tras la hornilla: "pío, pío, pío",
y el gato entilado salta del comal
la lora en la estaca pide masa o queso,
y mientras dos perros pelean un hueso,
un pato, asustado, dice: "paz, paz, paz".
La criada prepara huevos estrellados:
saltan en la olla frijoles parados
y un pollo guisado pugna en el sartén.
Don Fruto y su esposa, Leonela y Mariana,
algo despeinados, con no poca gana;
piden, precisados, tamal y café.
En la loma corta robles un hachero.
Chapodan los mozos, rondando el potrero
para darle fuego cuando llegue Abril.
Al pie de la falda, muy cerca del río,
aran un extremo prado labrantío
donde el buen don Fruto sembrara maíz.
El pinar sonoro perfuma el ambiente,
el sol que ya irrumpe, curioso, el oriente,
la gárrula Hacienda inunda de luz.
Los pájaros todos saludan al día:
todo en la campiña viste de alegría
y hasta el mismo cielo se ve mas azul.
Yo adoro esa vida que allá en una estancia
guarda todavía la suave fragancia
que envolvió en efluvios me edad infantil.
Aun vaga el recuerdo, perdido, en los llanos,
donde con mis primos, amigos y hermanos
tirábamos piedras al conejo gris.
Nunca se me olvida la abuela paterna
que me acariciaba, solicita y tierna,
allá en una hacienda llamada "El Conal";
me daba en un plato fresca mantequilla,
un huevito tibio, riguas o tortillas
café en una taza y leche en guacal.
Que hermosa es la vida del campo bendito.
Allá es mas cerúleo y hondo el infinito;
lejos del ruido del mundo soez;
allá en los altares que ofrece Natura,
el alma se siente saludable y pura,
y toda amargura se cubre de miel.
Por ello no olvido la Hacienda lejana,
donde el agua es fresca, bella la mañana,
majestuoso el río, verde el robledal;
y cuando suspiro, pensando en la estancia,
con el dejo amargo que da la distancia
siento unos deseos grandes de llorar.
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