POESIA HONDUREÑA

Los Verdugos

Jose A. Dominguez

Sucedió en país lejano y en remotísimo tiempo que habiendo muerto el verdugo para poder reponerlo, ya que a muerte condenados esperaban muchos reos y era justo remitirlos cuanto antes al cementerio, se abrió un extraño concurso para escoger al más diestro. entre los tres más insignes aspirantes al empleo. Espadachines famosos que al venir desde muy lejos, para merecer el cargo a combatir bien dispuestos mostraban sus referencias, sus rarísimos arreos y su facha indescriptible y sus modelos siniestros. Todo lo cual denunciaba lo que decíase de ellos y es que por diestros podían al esgrimir el acero cercenar una cabeza como quien corta un cabello. Así, pues, listo ya todo en una plaza al efecto, con la solemne presencia del imprescindible pueblo Y del rey que presidía el espectáculo horrendo, al toque de los clarines se dio al certamen comienzo. Y con el rostro ceñudo y el ademán muy resuelto, apareció con su espada el aspirante primero, y, con poderoso impulso, de un solo arrogante tajo rodar hizo por el suelo cual la pelota de un niño; e hizo un saludo soberbio. Resuenan por tal motivo los aplausos con estrépito; y ante esa potente muestra de arte tan limpio y certero, juzgan todos que es en vano querer superar lo hecho. Mas, el segundo aspirante se adelanta en campo abierto con una estudiada sonrisa y con talante correcto; y al cortar de un solo tajo la cabeza de otro reo, en el aire la recoge con la punta del acero, y con gracia la presenta ante los ojos del pueblo. Repercuten los aplausos con entusiasmo frenético y juzgan todos inútil pretender mayor esmero, porque imposible parece aventajar tal extremo. Mas, el tercer aspirante avanza humilde y modesto con su espada bajo el brazo cual cirujano perfecto, y a un sentenciado se acerca como a examinarle el cuello, y con su acero al tocarle al parecer sin esfuerzo, le deja en paz para siempre, aunque sin cambiar de aspecto con la cabeza cortada pero fija sobre el cuello, como si estuviese vivo cuando en verdad está muerto. De asombro inaudito pásmase aquel implacable pueblo, pues lo que ve sobrepasa los límites verduguescos; Y mientras aplauden muchos y admiran todos el hecho, el rey se levanta absorto sobre su elevado asiento. Y allí, de todos delante, discierne el terrible empleo al verdugo entre verdugos que con arte sin ejemplo y ejecución exquisita, supo, la muerte encubriendo, sin apariencia de estrago, dejar como vivo al muerto

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