CUENTOS Y LEYENDAS

El secreto

San Pedro Sula, Honduras 11.06.2011
Jorge Montenegro
redaccion@laprensa.hn

San Francisco de la Paz es un hermoso municipio del departamento de Olancho. Sus pobladores se dedican a varios negocios, pero sigue siendo el cultivo de granos básicos, incluyendo el café, su principal dedicación. Jeremías Contreras miraba por la ventana de su casa cuando un carro de paila se detuvo enfrente, un hombre salió, abrió una puerta de golpe y colocó el vehículo en el solar. Como estaba brisando, utilizó los focos del auto para bajar un saco de la paila con gran esfuerzo.

Jeremías se asomó más a la ventana y la curiosidad lo obligó a levantarse de su asiento para observar mejor a su vecino Antonio. Vio cuando hacía un agujero en la tierra y luego enterraba el saco que había sacado de la paila.
Vio claramente que estaba manchado de sangre. No se separó de la ventana hasta que Antonio lanzó la última palada de tierra húmeda.

Jeremías cerró las puertas y ventanas, asegurándolas bien. Temía que algo pudiera pasar esa noche después de haber visto el saco lleno de sangre. “A saber Toño a quién mató… no creo que pueda guardar por mucho tiempo el secreto”.

Al siguiente día. Jeremías escuchó el ruido del motor del automóvil del vecino, se asomó a la ventana y lo vio partir después de cerrar la puerta de golpe.
¿Guardaría el secreto de lo que vio? Primero tenía que comprobar plenamente si en aquel hoyo había una persona muerta.
Esperó un tiempo prudencial y vio hacia todos lados. Cuando comprobó que no había gente abrió la puerta y se fue directamente al sitio donde estaba la tierra removida, buscó una pala detrás de la casa hasta encontrarla, se colocó frente a la tierra y dio la primera palada. En ese instante escuchó un gruñido que salía del fondo de aquella improvisada tumba y sintió que los pelos se le ponían de punta, lanzó lejos la pala dentro del solar y salió corriendo, presa de un pánico terrible.

Jeremías llegó a su casa temblando de pies a cabeza, abrió la cerradura con dificultad y al entrar se desplomó en el sillón frente a la ventana. Estuvo sentado, mirando el solar del vecino. Aún sonaba en sus oídos aquel rugido fantasmal.

Esperó media hora antes de salir de su casa. Lo hizo con cautela y al caminar por la calle siempre miró atrás.
Tenía la sensación de que alguien lo seguía. Buscó una cantina para tomarse un trago. Lo necesitaba con urgencia.
Al entrar saludó a sus amigos y pidió un octavo de aguardiente. El cantinero sonrió y le dijo: -¿Qué andás celebrando, Jeremías? Ya días no te asomabas por estos lados.
Jeremías se tomó el trago de un solo, miró a todos lados y al fondo de la cantina vio a su vecino Antonio con una botella servida en su mesa. Estaba solo.

Sírveme otro -le dijo al cantinero- y me ponés un par de tronadoras con sal.
El cantinero obedeció inmediatamente y entonces el hombre caminó hacia la mesa de su vecino.
¿Se puede? -preguntó, señalando una silla.
Se puede -respondió Toño-. Sentate, vecino. No conozco a ninguno de los que están aquí y por eso bebo solo. Salud.
Ambos hombres levantaron sus vasos y pasó por sus gargantas aquel trago de aguardiente.
¿Le sirvo el otro para que estemos a tono? dijo Toño. -Está bien, está bien.
Bajo el efecto de los tragos, Jeremías preguntó: ¿Verdad, Toño, que usted guarda un secreto?
¿Por qué lo dice? dijo Toño.
-Lo vi cuando enterraba un cadáver en el solar de su casa y vi la sangre. ¿Quién era el muerto?
Antonio se quedó mirando a su vecino y le sirvió otro trago.
-¿Y por qué cree que estoy bebiendo en esta cantina, vecino? Quiero olvidar las cosas terribles que han pasado.
Además hay un secreto que nadie debe saber. Mmm... pero si usted es un hombre de valor y quiere conocerlo, regresemos a la casa y se lo mostraré. Ojalá no se arrepienta.

El hombre bajo el efecto de los tragos nunca siente miedo, el machismo se apodera de él y el orgullo, el ego, lo obliga a hacer cosas equivocadas. Fue así que Jeremías y Antonio regresaron a sus casas. Antes de utilizar las palas para remover la tierra, Antonio dijo:
-Aquí está enterrado el mal. Se alimenta de las personas que agarra. Aquí lo enterré.

Los hombres comenzaron a sacar la tierra, pronto dieron con el saco y lo colocaron fuera del agujero
-Usted, que es el curioso, vea lo que hay adentro, ¿o ya tiene miedo?
Tocado en su amor propio, Jeremías quitó la cuerda con que estaba amarrado el saco y de repente una mano lo agarró del cuello
-¡Auxilio, Toño, me está ahorcando! ¡Quítemelo de encima! ¡Auxilio!
Aquella poderosa mano metió en el saco a Jeremías y Toño lanzó una carcajada: -Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja. ¿Sabe cuál es el secreto, vecino? La sangre que usted vio era de una mujer que mi hermano mató. Siempre que se come a una persona lo entierro aquí. Por ser malos hijos, mi abuelo nos lanzó una maldición y nos condenó a vivir eternamente con el castigo de matarnos entre nosotros. Descubrimos que matando a los demás y comiéndonos sus cuerpos podemos prolongar nuestras vidas.
Cuentan los vecinos de San Francisco que un sacerdote logró enviar al infierno a los malvados hermanos que en vida habían asesinado a sus propios padres

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  • (**Fuente: Diario La Prensa.)