CUENTOS Y LEYENDAS

La madre del delicuente

Le dijeron que esperara, que iban a consultar con el director para saber si daba el permiso de verlo.

San Pedro Sula, Honduras 01.10.2010
Jorge Montenegro
redaccion@laprensa.hn

A las oficinas del Departamento de Investigación Nacional, conocido por sus siglas DIN, en los años setenta llegó una anciana de 82 años preguntando por un hombre llamado Manuel, apodado “El Canario”. Le dijeron que esperara, que iban a consultar con el director para saber si daba el permiso de verlo.

La anciana permaneció sentada en una banca durante dos horas hasta que llegó un agente de investigación corpulento, quien al verla le preguntó si podía ayudarla en algo y ella le explicó que buscaba a su hijo. Minutos después el agente regresó con el “canario” que tenía sus manos esposadas. Ella lo abrazó y le besó las mejillas con ternura, y le entregó una canasta con comida.

--Mamá, quiero que me perdone, es que no sé qué me pasa, le prometo que ya no voy a andar por ahí asaltando gente.
Cuando la señora se despidió de su hijo, se le rodaron las lágrimas, le besó de nuevo las mejillas y le dijo: --Hijo, te van a trasladar a la Penitenciaría Central, pórtate bien y no pelees con los reos. Él dijo, sí mamá, cuando abandonaba las oficinas de la DNI. El agente musculoso se acercó la señora y le dijo. --Abuela, usted me recuerda a mi mamá, no se preocupe por el “canario”, yo lo voy cuidar hasta que lo pasen a “La Grande”. Seis días más tarde el “canario” fue trasladado a la Penitenciaria Central, ubicada en el barrio La Hoya de Tegucigalpa. En los primeros meses, doña Benita, que así se llamaba la anciana, no pudo ver a su hijo. No se lo permitían por el mal comportamiento en el penal. Al fin una tarde a la hora de visita, la acongojada madre pudo verlo y platicar con él.

--Me prometiste que te ibas a portar bien, hijo, y has hecho todo lo contrario.
--Lo sé mamá, pero no puedo dejar que me ataquen… al fin ahora me respetan y nadie se mete conmigo… no se lo voy a prometer mamá, pero a lo mejor me porto bien.
--Ya hablé con un abogado que me va a ayudar a sacarte de aquí, vos sos ladrón pero no sos asesino. Eso te va a favorecer, no se cómo se te ocurrió meterte a robar a la casa de un militar.
Un día jueves por la tarde a la hora de la visita se le informó a doña Benita que no podría ver a su hijo, que estaba castigado por haber peleado con unos reclusos.

La anciana lamentó la situación y abandonó la penitenciaria con paso lento. La observaba el director del penal quien dijo a sus ayudantes.
--¡Malditos delincuentes!, cuándo se darán cuenta del gran daño que causan a sus madres, vale más que no le dijimos que su hijo está interno en el hospital San Felipe entre la vida y la muerte.
Una noche el “canario” recibió la inesperada visita de doña Benita en su lecho de enfermo del hospital.
-- Sshhhhh… soy yo hijo.
--Mamá… pero cómo la dejaron entrar a esta hora.
--Tengo amigas enfermeras, me contaron que te tenían aquí muy golpeado, traje aguita de quina y otras cositas para curarte los golpes y heridas, te vas a curar hijo, ya ves lo que te sucede por no obedecerme.
--Ya no sé ni cómo pedirle perdón, mamá.

Durante una semana las visitas de doña Benita fueron especiales para el “canario”, sus heridas y golpes fueron sanados y los médicos quedaron asombrados de su curación. Le habían pronosticado la muerte por los severos golpes recibidos, Había sido un ataque salvaje.
Al regresar al centro penal le dieron la buena noticia de su libertad, su abogado lo había logrado.
A nadie le contó que su mamá lo había visitado en el hospital. Recogió sus cosas, se despidió de sus amigos, estaba ansioso de ver a su madre para darle la gran sorpresa de haber recobrado la libertad.
Llegó a su casa entusiasmado, abrió la puerta y gritó: “Doña Benita su hijo está libre”. Nadie respondió, buscó por todas partes sin encontrarla, fue al solar pensando que quizás estaba dándole de comer a sus gallinitas... y nada.
Una vecina llego a verlo y le contó.

--Hay hijo, enterramos a tu mamá desde el pasado jueves, cuando iba a abrir la puerta cayó fulminada por un ataque al corazón, tuviste una de las mejores madres del mundo y no te diste cuenta.
Manuel lloró y lloró durante varios meses, se convirtió en un hombre de bien, se casó y tuvo dos hijos. Él mismo cuenta que a veces siente que su mamá lo arropa cuando está acostado. “Llevo el castigo de no haber cambiado mientras mi madre estaba viva, pero sé que dónde quiera que esté debe sentirse feliz”. Al fin pudo cumplir mi promesa.

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  • (**Fuente: Diario La Prensa.)