CUENTOS Y LEYENDAS

El mal hijo

Le gustaba andar solitario y cuando llegaba tarde a su casa y la mamá lo regañaba, se ponía furioso y agarraba a patadas las puertas

San Pedro Sula, Honduras 30.04.2010
Jorge Montenegro
redaccion@laprensa.hn

Se llamaba Santos, cariñosamente en su familia le decían “Santín” por su baja estatura, no le gustaba ir a la escuela, a duras penas pasó el segundo grado y se dedicó a vagar por las orillas de los ríos. “Santín” era un gran lépero, se escondía detrás de los matorrales para ver cuando las mujeres que iban a lavar ropa cerca del barrio El Chile en Tegucigalpa se bañaban en las cristalinas aguas del río Grande o Choluteca; a veces lo descubrían y lo agarraban a pedradas. -Ve, cipote mañoso, ya vas a ver.

Le gustaba andar solitario y cuando llegaba tarde a su casa y la mamá lo regañaba, se ponía furioso y agarraba a patadas las puertas.
-Vaya jodido, hoy sí te volviste loco, sólo falta que me pegues, ve qué bonito.
De nada servían los regaños de doña Julia, su hijo jamás le hacía caso.

Un día “Santín” asistió al entierro de una señora del barrio, en vez de acompañar a los dolientes en aquel momento de dolor, se dedicó a subirse a los mausoleos; se subió en una tumba, se subía en otra y saltaba por las cruces y se reían como loco. Había un mausoleo con una capilla en su interior, el muchacho descubrió una lindas flores que posiblemente los familiares del muerto o algún amigo había depositado ahí.

-Mmmm... esas flores me las llevo para la casa.
“Santín” descubrió que la puerta de metal que tenía la capilla estaba abierta, entró con cuidado y vio la fotografía de una linda joven de unos 18 a 20 años, la tenían adornada Con flores, abajo se leía una palabras: “Te queremos mucho”. Sin pensarlo mucho tomó las flores que había visto, primero las escondió debajo de la camisa y salió corriendo del cementerio hasta llegar a su casa. Cuando doña Julia lo vio tan misterioso le preguntó:

-¿Qué andas escondiendo? ¿Qué te robaste? Sólo eso falta, que te hagas ladrón.
El picarito la quedó viendo y le respondió:

-Es que conseguí estas flores para usted, como aquí todos se están muriendo, a lo mejor a usted ya le va a tocar ja, ja ja…
La señora agarró una escoba y comenzó a perseguirlo_ -Párate ahí puñetero irrespetuoso. Ni la coleada le vio al hijo.

Cuando se cumplieron los nueve días del fallecimiento del vecino invitaron al rezo a doña Julia y a su hijo:
-Vamos mamá, van a repartir tajo puyado, rosquillas y café, creo que también una mistela de esa que lo pone medio papo a uno.
- Ve, si te miro bebiendo -repuso la doña- del pelo te voy a sacar del rezo, así que cuidadito con la mistela.
La rezadora llegó puntual a las siete de la noche y comenzó el oficio religioso en honor del recién fallecido.

Terminado el rezo los familiares del difunto comenzaron a repartir el famoso tajo puyado que se acostumbra, sobre todo entre la gente de tierra adentro, luego pasaron un azafate con copitas de mistela, trago que se prepara con aguardiente, clavo de color, cominos y otros ingredientes, “Santín” fue de los primeros en agarrar su copa a escondidas de la mamá. La mayor parte de los asistentes se fue al solar donde se acostumbra a contar chistes, anécdotas e historias de aparecidos; entre los asistentes se encontraba don Marcio, famoso por las historias que contaba. “Santín” le pidió que contara una historia de fantasmas y el viejo, dándole un chupetazo a su cigarrillo, comenzó su relato. La gente se acercó para no perder detalle de la historia.

-Cuentan -dijo don Marcio- que no hay que causarle penas a los muertos, que no hay que llorarlos mucho porque ellos sufren en el más allá. Ah, pero también cuentan que a quien le falta el respeto a un muerto algo le sucede. Pascual, un viejo amigo mío, asistió al velorio de Marcela López ,una mujer que fue muy linda, nunca se le conoció hombre, mucho menos pretendientes, decían en el pueblo que Marcela se iba a quedar para vestir santos. Todas las tardes que iba para la iglesia aparecía Pascual enamorándola, ella no lo volteaba ni a ver, aunque se reía de vez en cuando de las brutadas que le decía el hombre. “Casémonos mamacita, va a pasar el tiempo y vas a quedar panda”.

Fue una sorpresa para todos la muerte repentina de la muchacha, dicen que murió de un ataque al corazón. Parecía muñeca, en el ataúd iba de vestido blanco y con una diadema de brillantes en su cabeza. Pascual se acercó al ataúd y con una sonrisa burlona le dijo a la muerta: “Te dije que ibas a quedar panda; si pudieras regresar me casaba con vos, te ves tan bonita, condenada”.

Los amigos lo apartaron del féretro para que no siguiera hablando brutadas y se lo llevaron para otro lugar. Siete días después, cuando Pascual estaba acostado en su cama, escuchó unos pasos y de pronto vio a Marcela con un traje de novia, los gusanos le corrían por el rostro y con una voz hueca dijo: “He regresado para que nos casemos”.

Durante mucho tiempo Pascual estuvo loco, hasta que finalmente se curó. Por eso no hay que faltarle el respeto a ningún muerto”.
Aquella noche “Santín” no se podía dormir, parecía carne en asador dándose vuelta para un lado y para otro, lo había impresionado la historia que contó don Marcio. Le pareció escuchar un ruido y se sentó, un suave viento entró por la ventana, fue cuando escuchó la voz de una mujer:

-Ladrón, ladrón, devolvedme mis flores, malcriado, abusivo, si seguís portándote mal con tu mamá voy a venir por vos.
“Santín” cayó desmayado. Muy de mañana fue a devolver las flores que eran de plástico y para asombro de su madre y de los vecinos, nunca volvió a portarse mal.

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  • (**Fuente: Diario La Prensa.)