CUENTOS Y LEYENDAS

El cohete quemado

Todo marchó bien durante muchos años en el seno de esa buena y humilde familia, pero las cosas llegaron a su fin

San Pedro Sula, Honduras 11.04.2010
Jorge Montenegro
redaccion@laprensa.hn

Ésta no es una historia de terror o de ese suspenso sabroso de los novelistas ingleses, es algo que se recuerda con una sonrisa.
Hace muchos años llegó a radicar a la ciudad de Florida, en el departamento de Copán, una humilde familia. Eran pobres, pero muy trabajadores en la labranza de la tierra, por ello en la casa jamás hizo falta el sustento diario; también servía de ayuda para suplir las necesidades de otras personas allegadas.

Todo marchó bien durante muchos años en el seno de esa buena y humilde familia, pero las cosas llegaron a su fin. Llegó el día en que vino para ellos un tiempo triste y la progenitora se enfermó y, como consecuencia de la enfermedad, murió. El día del entierro fue muy concurrido, la familia se había dado a querer y a respetar por todo el vecindario y el fallecimiento de aquella honorable señora fue muy sentido.

-Caramba, quién iba a pensar que la doña se enfermaría y se moriría en tan poco tiempo.
-Ay compadre, se miraba tan sana. Imagínese que hace poquito estuve hablando con ella, hasta me regaló una tacita de té de zacate de limón con una rosquilla.

-Es lo que le digo comadre, esta vida es prestada.
-Todos sentimos su muerte, cómo era esa señora de caritativa con todo el mundo, al que no tenía y tocaba a sus puertas, ella le daba de comer.
-Vea comadre, toda esta familia es magnífica, no cabe la menor duda de que ella nos hará mucha falta a todos, no sólo por esa enorme bondad, sino por ese espíritu alegre que mantenía y que nos contagiaba a todos.

-Así es, pero sólo Dios sabe lo que hace, quizás la guardará en otro mundo para algo muy especial… Era tan buena, tan creativa.
Pasado el acto del entierro, al que asistió casi toda la comunidad, se hicieron los preparativos del novenario, como es costumbre en todos los hogares donde se profesa la religión católica. Esta magnífica familia tenía costumbres muy raras y propias de su lugar de origen que, como es lógico, eran desconocidas para los habitantes de Florida. Empezaron a hacer bastante pan para repartir entre los concurrentes.

-Vaya, vaya, aquí va el pan recién horneadito, aún está calientito y vayan agarrando su tacita de café, por favor. Dámele a la niña Ester dos pancitos más para los cipotes.
Los que repartían el pan y el café fueron recorriendo el solar donde se había ubicado la mayor cantidad de personas.

Elaboraron una minuciosa lista de las personas que asistieron religiosamente al novenario y fue así como el último día en horas de la mañana se veía por todas partes a niñas encargadas de llevar el porte para cada una de las personas que aparecían en la lista.

Después de esto, destazaron el cerdo más gordo para repartir en la noche, que es cuando más personas acuden, por dos razones: una, porque esa noche los actos religiosos son seguidos de las alabanzas que se cantan para el descanso del desaparecido y la otra es porque esa noche hay más cosas para comer.

-Esto si está bárbaro, compañero.
-Cállese hombre, ya me atravesé tres nacatamales.
-¿Y probó el pan, compañero?
-Nunca en mi vida había comido un pan tan rico como el que hace esta gente. Qué manos, Dios mío.

-Y eso no es nada.
-No mira compa que allá nos traen el guaribazote… je, je, je. Creo que éste es el rezo de reverencia.
En los patios de la casa la concurrencia era numerosa y había juegos permitidos por la ley para diversión de todos y para espantar el sueño.

-Vaya, vaya… esos que no se quieren dormir vengan a jugar naipe con nosotros.
-Pero sin apostar.
-Sin apostar o con apuesta, la cosa es jugar.
-Jugamos con quién o treinta y uno.
-Ustedes son los que mandan, yo reparto el naipe.

Cuando empezaba el rezo, notaron que uno de los hijos de la señora fallecida se presentó con un cohete de vara en la mano y un puro en la otra. Los actos se estaban desarrollando más o menos bien por parte de las rezadoras, pero desdichadamente les llamó la atención la presentación, el muchacho con el cohete en la mano, y esto echó a perder lo principal de la ceremonia.
Las rezadoras más curiosas le preguntaron al muchacho para qué quería aquel cohete y él les contestó que ellos tenían la costumbre de que el último día del novenario, según el régimen de vida de cada persona fallecida, queman un cohete para hacer saber al mundo que aquella mujer, santa para ellos, solamente había tenido un hombre o un marido en la Tierra, que había vivido en este mundo como Dios manda y como tal, se lo merecía.

Cuando entonaron las alabanzas en que se reventaría el cohete, el muchacho acercó el puro al artefacto para ser disparado por los aires, anunciando la virginidad de su madre cuando se casó. Pero el servicio religioso se echó a perder en el acto, pues para desgracia de todos el cohete no encendió y corrió inmediatamente entre los concurrentes. La versión es de que la difunta cuando se casó ya era cohete quemado

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  • (**Fuente: Diario La Prensa.)