Cacaste
Cuentan que el primero en ver el espanto fue Tomás Murillo, un chofer que manejaba un taxi del punto del Parque Central. Le salió un pasajero para Comayagüela, con su vehículo cruzó el puente Carías
San Pedro Sula, Honduras 05.02.2010
Jorge Montenegro
redaccion@laprensa.hn
Cacaste
El que pasa después de las diez de la noche por el puente Carías no sabe a lo que se expone. Así hablaba doña Dora, una vendedora del mercado San Isidro, señalando el sitio donde estaba ubicado el histórico puente que une las ciudades de Tegucigalpa y Comayagüela.
Don René, un cincuentón que vendía paletas de hielo raspado, contaba: “Cállense, yo me llevé un peloteado, todavía me tiemblan las patas cuando me acuerdo. Resulta que yo llegué a encerrar mi carreta al lugar de costumbre y me fui con unos amigos a jugar billar. Las horas se fueron a mil, me despedí de mis amigos a las nueve de la noche, no había tomado ni un solo trago, otras veces sí lo había hecho.
Me vine por el puente Carías porque yo vivo en Sípile, cuando iba por la mitad del puente voy mirando un esqueleto que caminaba en sentido contrario, con decirles que casi me tiro del puente del miedo que sentí. Entonces dije: ‘Patas para que las quiero’. Ay mamita... y voy pegando aquel carretón, esa noche dormí donde mi comadre Lipa”.
Una viejita media calva que vendía cebollas y ajos se sumó a la conversación expresando que a Camilo, su hijo mayor, le había salido el mismo espanto caminando en el puente. Eran las diez cuando Camilo venía de ver a la novia que vivía en el barrio Abajo de Tegus. “Venía muy alegre cantando ‘Tú sólo tú’ cuando miró el esqueleto caminando, ni quiera Dios, el pobre echó una petaquea hasta que llegó al puente Mayol y por ahí se vino a la casa. Llegó sudando, temblaba de pies a cabeza, le puse agua florida en los sentidos y en los pies para que se reanimara y de un guaro que tengo para un remedio le zampé un trago, sólo así pudo volver”.
Cuentan que el primero en ver el espanto fue Tomás Murillo, un chofer que manejaba un taxi del punto del Parque Central. Le salió un pasajero para Comayagüela, con su vehículo cruzó el puente Carías, todo estaba normal, el pasajero se quedó en unas casas ubicadas en la calle que da al cementerio general.
Apenas eran las ocho de la noche, en ese tiempo había tres faroles que medio alumbraban el puente; la capital no había crecido mucho y la luz se producía por medio de una enorme planta ubicada en el barrio La Leona. Tomás se despidió de su pasajero, se trataba de Toñito Cevallos, un viejo amigo y pasajero que se dedicaba a la venta de cerdos. Se dieron un apretón de menos despidiéndose con un gran respeto.
En aquellos días los taxis caminaban despacio, no como ahora que se llevan al que encuentran mal puesto. Tomasito bajó la pendiente que conduce al cementerio y dio la vuelta a la izquierda, frente al instituto San Miguel, las luces alumbraron una especie de esqueleto humano que caminaba por una de las aceras del puente. Sintió de inmediato que la cabeza le crecía, las manos le temblaron frente al volante, instintivamente aceleró el taxi y fue a estacionarse frente al Palacio de los Ministerios. Se bajó apresuradamente y buscó a unos compañeros del punto de taxis del parque Herrera y entre balbuceos les contó lo sucedido. Todos hicieron la señal de la cruz.
“Casi caminaba en el aire” -dijo Tomás Murillo- lo vi con mis propios ojos. Fue algo tenebroso, ni cuenta me di a que horas llegué aquí”.
Los taxistas que ya sabían del espectro le dijeron que ellos no hacían ninguna carrera a Comayagüela pasando por ese puente, preferían pasar por el Mayol a cualquier hora de la noche.
Cuando Tomás se recuperó del tremendo susto prometió que nunca más volvería a pasar por el puente Carías durante la noche.
Unas rezadoras que regresaban de oficios religiosos de la Iglesia del Calvario a las siete de la noche comentaban la Palabra de Dios. Jamás se imaginaron que a esa hora se encontrarían con el supuesto fantasma; una de las mujeres que llevaba un ramo de flores las lanzó lejos cuando gritó: “El esqueleto…
Virgen Santísima consoladora de los afligidos, ¡sálvanos!”. A las ocho mujeres que formaban aquella comitiva no se les vieron los pies, ahí dejaron tacones de zapatos, Biblia, devocionarios y dos medias de frijoles que una de ellas había comprado. Al día siguiente, Tegucigalpa y Comayagüela se enteraron de los sucedido a las religiosas y a otras personas.
Era el tiempo del general Tiburcio Carías Andino, trabajaba con él un hombre valiente y corpulento llamado Tomás Martínez: “Hoy mismo voy a enfrentarme con ese fantasma, mi general”. Así fue, una noche don Tomás se armó de valor y con su pistola comenzó a cruzar el puente a las nueve de la noche, la noche estaba helada, un búho dejó escuchar su canto en los árboles cercanos.
Debajo del farol de en medio del puente apareció el esqueleto, don Tomás desenfundó su arma y cuando iba a disparar, oyó una voz débil que le dijo: “No me mates, Tomás, que soy Cacaste”.
Don Tomás lanzó una carcajada al darse cuenta que el aparecido era un borrachito flaco y encorvado apodado Cacaste que se llevaba en el puente asustando gente para quedarse con lo que dejaban botado por el miedo. “No me mates que soy Cacaste”, esa fue una frase muy popular en la capital cuando el asunto fue aclarado por el valiente don Tomás Q.D.D.G
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(**Fuente: Diario La Prensa.)
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