CUENTOS Y LEYENDAS

El perro de Angelina

La niña le puso Bronco por su rudo comportamiento, a pesar de que era cariñoso.

San Pedro Sula, Honduras 09.10.2009
Jorge Montenegro
redaccion@laprensa.hn

Angelina Peña tenía 20 años cuando su papá le regaló un perro negro, era una mezcla de Doberman y Rottweiler, pelo liso y con dientes afilados similares a los de un tiburón. La niña le puso Bronco por su rudo comportamiento, a pesar de que era cariñoso. Todos los miembros de la familia adoraban a Bronco, que fue creciendo apegado a su ama. Cuando Angelina regresaba de su trabajo, antes de llegar a su casa todo el mundo sabía de su regreso por el comportamiento del perro, se ponía inquieto y ladraba con tal fuerza que todos sentían temor; para Bronco era una fiesta el regreso de su ama.

Angelina trabajaba en un conocido centro comercial de San Pedro Sula como cajera, sus patronos le tenían mucho cariño por su puntualidad, don de gente, generosidad y honradez. Era una joven que se daba a respetar ante los hombres que la asediaban por su singular belleza.
Inesperadamente la ciudad se vio invadida de ladrones y asaltantes que llegaban a los establecimientos comerciales o bancos sorpresivamente para cometer sus fechorías. Temerosa de lo que podría ocurrir en su trabajo, Angelina le dijo a su jefe que ella tenía un perro guardián que podría ser útil si lo amarraban con una cadena cerca de la caja. El señor le dio permiso de llevar el can a su trabajo.

Una tarde, Bronco probó su ferocidad cuando dos hombres pistola en mano amenazaron a Angelina para que les entregara el efectivo de la caja, fingió que se le caían una monedas y al agacharse soltó al perro haciéndole una señal de ataque; la sorpresa que se llevaron los asaltantes no tuvo límites, uno de ellos fue atacado por el animal y el otro salió en veloz carrera. “Quítenme este perro que me está matando”, gritaba.
La Policía terminó de hacer el trabajo de Bronco. Pronto se corrió la voz de lo que había sucedido y por la zona del centro comercial se sintió la seguridad.

El delincuente que había huido contó a otros compinches lo ocurrido y planearon matar al perro y a su dueña cuando abandonaran el centro comercial. Se acercaba la Feria Juniana y las tiendas y almacenes ofrecían los artículos a precios bajos o con buenos descuentos. La salida de Angelina se prolongó hasta las siete de la noche los primeros días y luego hasta las nueve; siempre andaba con su fiel amigo y no sentía temor cuando se dirigía al barrio Medina, donde vivía con su familia.

“Ese es el maldito perro que nos atacó, cuando pasen la línea férrea los vamos a sorprender”.
Así se expresó el delincuente que dirigía la operación para darle muerte a la joven y a Bronco.

Abajo de la línea férrea, por la estación de Medina, las calles estaban solas, la gente andaba de paseo en el centro de la ciudad.

Tres cuadras abajo los malvivientes esperaban el paso de la muchacha con su perro; al acercarse, el animal presintió el peligro, obligando a la muchacha a cambiar de rumbo forcejeando con la cadena. La fuerza del noble can hizo que ella soltara la cadena, de inmediato el perro se regresó y se lanzó contra el delincuente que había visitado el centro comercial. De una mordida casi le cercena la mano, obligándolo a botar el arma, pero los otros hombres dispararon contra Bronco, que aún herido mortalmente los siguió hasta que desaparecieron en la oscuridad.

El perro regresó donde su ama, que gritaba pidiendo auxilio y ahí mismo se desplomó sin vida. Muchas personas acudieron al llamado y se sorprendieron al ver que el perro había recibido no menos de seis impactos de bala, admiraron su valentía. “Eran cuatro hombres -dijo una señora-, yo los vi cuando dispararon sobre el animal y luego salieron corriendo. Casi le arrancó la mano a uno de ellos”.

La trágica muerte de Bronco conmovió a los familiares de Angelina y a los dueños del centro comercial. “Él dio la vida por mí, lo sé. Jamás voy a olvidar a mi perro”, dijo Angelina.

Transcurrieron tres meses después de la muerte de Bronco, Angelina lo había enterrado en el solar de la casa y acostumbraba colocar flores frescas sobre su tumba. Llegó la Navidad y con ella mayores responsabilidades para la muchacha en aquel centro de trabajo, las ventas se pusieron buenas y su horario de salida fue el de la 10 de la noche. Una amiga que también vivía en Medina la acompañaba hasta su casa, vivían muy cerca y todo marchaba bien. Una noche, el delincuente que había perdido la mano por la mordida del perro deseaba vengarse de la joven y en el mismo sitio donde se había escondido la primera vez, ahí la esperaba.

Cuando Angelina y su amiga caminaban hacia el lugar donde se encontraba el delincuente, platicaban animadamente, de pronto de la oscuridad salió el maleante gritando desesperado. “Quítenme este perro que me está matando... nooooo... ¡Auxiliooooooooo!”.

La amiga de Angelina, sorprendida, expresó: “Ese tipo está loco, no veo ningún perro”, pero el hombre cayó al suelo agitando sus brazos, finalmente dejó de moverse.

Los gritos llamaron la atención de los vecinos, que acudieron al lugar encontrando al hombre con el rostro desfigurado, tenía mordidas en todo el cuerpo. Posteriormente las autoridades manifestaron que el delincuente había sido atacado supuestamente por un perro con rabia.

Asustada y agradecida, Angelina narró a sus familiares lo que había ocurrido. “Fue el fantasma de mi perro, fue Bronco, yo lo vi, pero mi amiga no logró verlo. Al principio me atemoricé, luego vino la calma, ahora sé que donde quiera que yo vaya, ahí estará Bronco”.

Ficción o realidad, se han reportado casos similares en diferentes lugares del mundo

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  • (**Fuente: Diario La Prensa.)