CUENTOS Y LEYENDAS

Sucedió en Cortés

San Pedro Sula, Honduras 07.08.2009
Jorge Montenegro
redaccion@laprensa.hn

Las olas del mar estaban agitadas aquella tarde en las playas de la Coca Cola. El viento azotaba con fuerza en las casas ubicadas a escasos metros del mar, la oscuridad comenzó a reinar y en pocos minutos Puerto Cortés sentía los efectos de una tormenta.

Rosa María llegó empapada a la casa de su abuelo y colocó el paraguas en el baño para que chorreara el agua y se secara. La luz eléctrica parpadeaba amenazando con apagarse.

Los truenos estremecieron a los habitantes del puerto, iluminando con su potencia todas las casas.

-Abuelo -dijo la joven-, ¿está ahí, abuelo?

La puerta de la cocina rechinaba con el viento, el techo parecía desprenderse con las fuerzas de la naturaleza- -Abuelo, ¿estás ahí? Nadie respondió.

Por efecto del viento la luz eléctrica falló en Puerto Cortés, la ciudad quedó a oscuras, el ulular del viento causaba una impresión aterradora.

-¿Estás ahí, abuelo? -insistió la joven. Responde, de nuevo, el silencio.

Buscando a tientas encontró fósforos y un paquete de candelas, encendió varias y buscó a su abuelo sin encontrarlo. Pasaron las horas y el cansancio venció a Rosa María, finalmente se durmió profundamente pensando en su abuelo, seguramente se había ido donde sus amigos y por temor a la tormenta se había quedado fuera de la casa.

Llegó un nuevo día y el abuelo no apareció. La muchacha, al notar su ausencia, decidió visitar a los amigos del viejo, desayunó rápidamente y se fue a buscarlo sorteando los charcos en la calle. Fue de casa en casa preguntando a todos los amigos por el abuelo, ellos declaraban que no lo habían visto desde el día anterior. Se le ocurrió buscar ayuda de la Policía y de sus amistades y se inició así la búsqueda de don Filiberto, así se llamaba el señor, con resultados negativos. Desconsolada, Rosa María fue presa de una profunda tristeza que la llevó a guardar cama.

Seis meses había transcurrido desde la desaparición de don Filiberto, su nieta se había casado y todo volvió a la normalidad.

-El calor está insoportable. José Luis, el esposo de Rosa María, se levantó, abrió la puerta de la casa y decidió caminar sobre la arena en la orilla del mar. La luna se reflejaba espectacularmente sobre las aguas, fue entonces que se encontró con un joven que le dijo: -Buenas noches, señor, qué hermosa se ve la luna, parece que saliera del mar.

-Así es -respondió José Luis- eso mismo estaba pensando. Salí a dar una vuelta, el calor está sofocante.

El muchacho sonrió.

-Es verdad, la tierra se convierte en un infierno después de esas terribles tormentas, y como llovió bastante hoy, esos son los resultados, ¿sabe? Cuando mi madre murió se desató una tormenta pavorosa, desde entonces le tengo miedo al fuerte viento y al agua que cae del cielo. Antes de morir mi mamá me dijo que volvería por mí una noche de tormenta.

José Luis le dijo que no se preocupara porque la gente que está a punto de expirar a veces dice cosas que preocupan. Los dos siguieron caminando hablando de las cosas de la vida, al cabo de una media hora se dieron un apretón de manos y se despidieron.

Rosa María amaneció radiante tarareando una canción, su esposo esperaba ansioso que le sirviera el desayuno. Ella, con una agradable sonrisa, sirvió el desayuno y dos tazas de aromático café.

-Anoche -dijo José Luis- conocí a un joven muy inteligente, hablamos de todo y me llamó la atención algo que me dijo sobre su madre muerta.

Intrigada, Rosa María preguntó- ¿Qué te dijo? ¿Algo desagradable?

-Así es. Dijo que la mamá antes de entregarse a Dios le advirtió que en una noche de tormenta regresaría del más allá para llevárselo.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de la muchacha, le parecía ver la difunta recorriendo las calles del puerto en busca de su hijo.

-Eso es espantoso, dijo.

Una tarde, cuando José Luis regresó de su trabajo recibió una gran sorpresa, su esposa se lanzó en sus brazos y lo besó con pasión.

-¿Sabes una cosa, José Luis? ¡Estoy embarazada!

El joven gritó de alegría, levantó a su esposa del suelo y la besó muchas veces, ambos se emocionaron al saber que serían padres, lo que vendría a unir más sus vidas.

José Luis siempre salía a caminar sobre la arena de la playa, luego regresaba a su casa, decía sus oraciones y se entregaba en los brazos de Morfeo.

Sabiendo que su esposa estaba embarazada los paseos los hacía cortos, no dejaba su vieja costumbre de recorrer la playa. Una tarde, mientras daba su paseo, encontró al joven: Hola, caramba qué gusto verte muchacho, te habías perdido.

-Así es don José Luis, ¿cómo va todo?

José Luis lo abrazó y le dijo: Voy hacer papá, ¿qué te parece?

El muchacho lo felicitó con entusiasmo y le dijo: Sabe, don José Luis, su esposa va a tener una niña y le va a poner por nombre Perla. Sí, así se llamará Perla.

Los dos se rieron, al despedirse José Luis le dijo al joven: -Me gusta Perla, es bonito nombre para una niña.

Una noche, cuando Rosa María revisaba un viejo álbum de fotografías junto con su esposo, él se alegró y le dijo: -¡Hey! ¿Qué hace este muchacho aquí? Es el amigo de la playa, el que me dijo que vas a tener una niña y que le pusiéramos Perla.

Rosa María palideció y tomando la fotografía le dijo: Éste es mi abuelo cuando tenía 22 años. ¡Dios mío! No puede ser. Con razón él siempre decía que un día la mamá vendría para llevárselo y así fue.

Aquella noche se dieron cuenta de que el abuelo se había ido a las profundidades del mar porque la mamá se lo había llevado.

Rosa María dio a luz una hermosa niña a la que bautizaron con el nombre de Perla, cumpliendo así con los deseos del abuelo. Al salir de la iglesia, José Luis manifestó: Me parece increíble que yo haya hablado con un fantasma. Aún tengo la esperanza de verlo algún día caminando por la playa.

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  • (**Fuente: Diario La Prensa.)