CUENTOS Y LEYENDAS

La burlona

El muchacho asustado salió corriendo. Al día siguiente se encontró con un vecino, un hombre mayor, a quien le contó lo del azoro.

San Pedro Sula, Honduras 03.07.2008
Jorge Montenegro
redaccion@laprensa.hn

Hace muchos años la calle principal, una cuesta del barrio Buenos Aires, era empedrada, había una fábrica de refrescos, cuatro cuadras antes de llegar a la iglesia de San José de la Montaña. Muy cerca de la fábrica había una casa de dos plantas con unas ventanas pequeñas; en el cuarto de la segunda planta vivía una jovencita llamada Vilma, de agradable aspecto y muy risueña. Quienes la conocían decían que era una mansa paloma, que no le hacía daño a nadie, gozaba de la simpatía de quienes vivían en los alrededores. Por la noche Vilma era otra persona, le gustaba burlarse aprovechando que las ventanas eran pequeñas y nadie podía verla.
- Adiós viejo patas miadas.
- Eh, ¿quién me dijo eso?
- Yo, la muerta.
-Las tres divinas personas, no hay nadie... yo me voy de aquí.
Je, je, je, je, qué pelotiado le saqué a ese viejito, para que no vuelva a pasar por aquí. Voy a ver quién viene ahora... es una señora con un cipote. Miauuuuuu... soy el gato de la muerte.
La pobre señora corrió asustada y el niño lloraba desesperado. Eso era lo que le encantaba a Vilma, que la gente huyera aterrorizada. Ella tenía un novio que la visitaba todos los días, se llamaba Fredy.
- Ajá amorcito -le dijo Fredy- ¿cómo van las cosas?
- Bien, pero dicen que a vos te vieron amontonándote con la trabajadora.
- Eso es mentira, ¿quién te dijo esa canallada?
- No te lo voy a decir, pero si vos me haces una, yo te hago dos. Mejor llévame a dar una vuelta.
Los novios regresaron del paseo a las nueve de la noche, ella era hija consentida de un matrimonio que le permitía sus salidas con el novio, confiaban en ella plenamente y sabían el carácter que tenía.
La pícara muchacha aprovechaba las horas de la noche para divertirse a costillas de la gente que pasaba frente a su casa, se subía en una silla y por la pequeña ventana le hablaba a los transeúntes para asustarlos y burlarse de ellos.
- ¿Y vos? ¡Qué calzón tan largo! Ése no es tuyo.
- ¿Quién dijo eso?
- Eso es cierto, anda vete a un espejo, y esa camisa qué guanchona te queda. ¡Qué feo te ves! - ¿Quién está hablando?....
- ¡Y qué zapatos, Dios mío! Parecen zapatos de gringo vago, tamañas laisas andas, feísimo.
- ¿Y porqué no me regalás unos vos, si tanto te duele? Sacá la cara, quiero verte.
- Que te mantenga el Gobierno, buscá zapatos de tu número, no andés con esas lainas. Qué gorra más sucia, lavala, no seas chancho. ¿Vos pensás que te mirás bonito? ¡No fregués!
- Salí de allí, no te escondás.
- Es que no puedo salir porque estoy muerta.
- Dios mío, mejor me zafo.
El muchacho asustado salió corriendo. Al día siguiente se encontró con un vecino, un hombre mayor, a quien le contó lo del azoro.
El viejo le contestó que él no creía en fantasmas, su informante le dijo que después de las once de la noche por la refresquería salía un fantasma, el viejo se rió y le dijo: -Ya me picaste, mañana me tomo dos octavos y voy a retar al tal espanto, ya vas a ver, ahí te cuento.
Al día siguiente el viejo se tomó dos octavos como a las once de la noche, afiló bien su machete, estaba dispuesto a no dejarse vencer por el miedo-
-Tiburcio no le tiene miedo a nadie, jodido.
Se encaminó a la calle principal de Buenos Aires y al pasar por la casa.
-Shhhhhhhh, Shhhhhhhhh...
-A mí no me vas a asustar -dijo Don Tiburcio.
La mujer respondió: -No te estoy asustando porque ya estás asustado je, je, je, je.
-¿Quién sos vos? ¿Cuáles son tus penas? Te lo pido en el nombre de Dios Todopoderoso.
La mujer contestó: - ¿Ah, sí? Pues qué pena que tenga que entregarte al diablo, todos los meses le entrego uno como vos.
No le hubiera dicho aquellas palabras, sintió que le temblaban las rodillas, la lengua se le puso como trapo, dejó botado el machete y salió corriendo enloquecido de aquel lugar.
Al día siguiente, Fredy, el novio de Vilma, le comentó: fíjate que dicen que don Tiburcio, aquel señor de allá arriba se murió, dicen que lo asustaron en la calle.
Vilma se puso pálida, jamás pensó que una de sus burlas acabaría con la vida de un vecino, nadie podría pensar que aquella muchacha bonita fuera tan malvada. Por un tiempo decidió no asustar a nadie más, pero estaba tan acostumbrada que dos días después se subió a la silla y se asomó por la ventana cuando pasaba un hombre. -Shhhhh, Shhhhh...
-¿Quién me habla? - dijo el hombre.
-El fantasma de esta calle.
-¿Qué quiere de mi señora?
-Quiero tu alma -dijo la joven- la quiero para entregársela al diablo.
Mmmmmmmm -dijo el hombre- eso no se va a poder por que yo soy el diablo y como eres la vieja de esta calle, en vieja te convertirás, ja, ja, ja, ja.
Vilma sintió un profundo dolor en su rostro y gritó desesperada, sus familiares acudieron a ver qué sucedía y la encontraron convertida en una vieja horrible.
Se volvió loca terminando sus días encerrada en aquel cuarto donde asustaba a la gente. La vieja casa ya no existe en el barrio Buenos Aires, cerca de donde antes funcionó la fábrica de refrescos.


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  • (**Fuente: Diario La Prensa.)