CUENTOS Y LEYENDAS

Luchó con un fantasma

Súbitamente algo se subió sobre mi cama, traté de levantarme y una fuerza tremenda me lo impidió.

Honduras 30.01.2009
Jorge Montenegro

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Eran las diez de la noche cuando recibí una llamada telefónica desde Juticalpa, departamento de Olancho. No fue una llamada común, sino algo que traslado a ustedes para que lo analicen y saquen sus conclusiones.

“Buenas noches, don Jorge. He venido escuchando sus programas y me veo en la obligación de contarle lo que me sucedió en una propiedad de mi tía Laura. Me llamo Ramón.

No le daré mis apellidos porque al fin y al cabo eso no interesa en lo más mínimo. Lo realmente importante es la situación de pánico que viví hace algunos meses.

Mi tía es propietaria de unos terrenos fuera de Juticalpa, construyó ahí una casa de madera para que la habitara la persona que se encargaría de cuidar dichos terrenos.

Siempre tuve la costumbre de acompañar a mi tía a revisar el ganado, las milpas, los cercos y todo marchaba bien.

Quiero decirle que soy un hombre alto, de complexión fuerte y manejo las armas como el mejor. En más de una ocasión me he enfrentado a varios hombres de una sola vez y no le he tenido miedo a nada ni a nadie.

Hay quienes me tienen miedo porque soy de los que no le niegan las balas a sus enemigos. Había un señor originario de Danlí, El Paraíso, que vivía en la casa de madera con su mujer y dos hijos, manejaba las cosas bien y tenía el aprecio de todos los de la familia.

Una tarde llegó dicho señor a la casa para comunicarle a mi tía Laura que buscara a otra persona para que le cuidara la propiedad. Regresaría a Danlí con su mujer y los niños.

Mi tía le preguntó si le pasaba algo a la familia, alguna enfermedad y él le contestó que no les sucedía nada a sus seres queridos, sino que estaban sucediendo cosas muy extrañas en la propiedad.

El viaje del cuidador se apresuró, mi tía le rindió las gracias, le pagó su salario, le dio prestaciones y un poco más de dinero para que no tuviera problemas.

Por medio de sus amistades, mi tía se encargó de ofrecer el trabajo de cuidar la propiedad, esperó algunos días y nadie se ofreció para ir a cuidar la casa y demás bienes; sin embargo, tenía la esperanza de que alguien aparecería en busca del trabajo mencionado.

Una mañana, mi tía me llamó para decirme, Hijo aquí no hay de otra, tenés que ir a cuidar la propiedad por lo menos unos tres días mientras encuentro a alguien que quiera ir a trabajar. Ya tengo dos candidatos, así que voy a platicar con ellos.

A ver a qué acuerdo llegamos. Sólo serán tres días. Le respondí que no había ningún problema, que con mucho gusto me encargaría de cuidar.

Sólo era de esperar que cualquiera de los candidatos aceptara irse para la propiedad.

Llevé candelas, un candil, mi 38 calibre largo, un rifle 22 y bastante munición. Mi tía me arregló víveres y otras cosas para que yo hiciera mi comida.

No había ningún problema, salvo esperar, como ya le dije, que se presentara una persona en busca del trabajo. Me despedí de mi tía, me subí a mi automóvil y me fui a la propiedad. Durante el día estuve practicando tiro al blanco con mi rifle 22, hice un recorrido a caballo por los potreros y no encontré ninguna novedad.

Cuando cayó la noche agarré leña de roble y de ocote e hice una fogata y ahí estuve muchas horas contemplando el cielo estrellado hasta que me cansé y me dio sueño.

Regresé a la casa de madera, arreglé mi cama, apagué el candil y me acosté a dormir. Nunca me imaginé que aquélla sería una noche de terror para mí.

La verdad es que desde que me acosté estaba intranquilo. No podía dormir.

Poco después me pareció escuchar un ruido afuera, pensé que se trataba de un gato de monte o cualquier otro animal de los que habitan en esos lugares.

Súbitamente algo se subió sobre mi cama, traté de levantarme y una fuerza tremenda me lo impidió.

Trataba de matarme. Como pude logré agarrarle los puños y haciendo esfuerzos sobrehumanos me levanté de la cama sin soltarle los puños a mi atacante, lo levanté en el aire y tomando impulso lo lancé sobre una parte de la casa, la puerta se abrió y vi una sombra salir apresuradamente, pero lo extraño es que siendo las paredes de madera no se produjo ningún ruido cuando lancé aquel cuerpo con toda mi fuerza.

Encendí el candil apresuradamente, tomé mi pistola, un foco de mano y anduve alumbrando alrededor de la casa y no vi nada.

Lo que más pánico me dio fue sentir que cuando lo tenía agarrado no eran puños de un ser humano, más parecía que fueran puños de un perro.

Pasé la noche en vela con la pistola en la mano, esperando que aquel diabólico ente, porque sólo así puedo llamarlo, regresara con el fin de atacarme y gracias a Dios no sucedió lo que tanto temía.

Para no alarmar a mi tía Laura no le dije nada. Regresé a Juticalpa a traer unas balas curadas, balas especiales, y decidí que esa noche aunque me muriera de miedo iba a salir de dudas.

Anduve por la ciudad sin comentarle a nadie lo que me había sucedido, regresé en horas de la tarde y al llegar la noche hice de nuevo la fogata, escuché aullidos de una manada de coyotes y tomé mi caballo para rodear el ganado, hice un par de disparos y los coyotes se fueron a la montaña.

Me fui a la cama a las diez de la noche, dejé encendido el candil porque, aunque soy muy hombre, el miedo vence a cualquiera. A las once aún estaba despierto pensando cosas y de pronto escuché ruidos.

Estaban arrastrando un cuero en las paredes de la casa. Me levanté pistola en mano y disparé varias veces al aire. Los ruidos desaparecieron y de nuevo estuve la noche en vela con el candil encendido.

Antes de pasar la tercera noche en aquella casa le conté todo a mi tía.

Llevaron un sacerdote y echaron agua bendita y rezaron.

Esa tercera noche no quise pasarla en la propiedad. Un nuevo cuidador llegó y nunca más volvió a suceder nada ahí. Sólo yo fui víctima de ataques de las sombras y aún no me explico las razones.

Increíble pero cierto, esto es lo que me contó don Ramón de Juticalpa, Olancho

(Tomado del Diario La Prensa, San pedro Sula, Honduras, CA.)



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