CUENTOS Y LEYENDAS

Los hombres de las sombras

Guillermo Izaguirre compró en una tienda de Tegucigalpa la famosa güija porque había oído de sus amigos que con ese juguete se podía comunicar con personajes históricos como Napoleón Bonaparte, Cristóbal Colón, Abraham Lincon, Francisco Morazán, etc

Honduras 19.12.2008
Jorge Montenegro

Durante siglos el hombre ha buscado afanosamente lo desconocido, ha sentido una atracción especial por el misterio y quizás podríamos decir que anda en busca del miedo, del terror.

En Europa se ideó una tabla de lectura espiritista que poco a poco se fue perfeccionando hasta convertirse en un juguete que ha perjudicado enormemente a jóvenes y adultos que no tienen la suficiente preparación para enfrentarse a lo desconocido. Me refiero a la tabla güija, que se comercializó de tal manera que los demonios se han encargado de penetrar en las fábricas para que se venda como un juguete inofensivo.

Guillermo Izaguirre compró en una tienda de Tegucigalpa la famosa güija porque había oído de sus amigos que con ese juguete se podía comunicar con personajes históricos como Napoleón Bonaparte, Cristóbal Colón, Abraham Lincon, Francisco Morazán, etc. También escuchó que con esa tabla se obtenían respuestas y soluciones para los problemas de la vida cotidiana. Así, muy contento con su nuevo juguete, llegó a su casa, sacó la tabla y la colocó sobre la mesa del comedor, vio las letras del abedecedario y dos pequeños objetos para colocarlos sobre la tabla.

En un extremo estaba escrita la palabra “sí” y en el otro la palabra “no”, esos son los componentes básicos de la famosa güija. “Memo”, como le decían sus conocidos, leyó cuidadosamente las instrucciones y dijo: -“Mmm... esto se ve muy fácil, pero para jugar tengo que llamar a mis amigos”.

En horas de la tarde había reunido a cuatro de sus mejores amigos explicándoles el funcionamiento de la güija, estaban entusiasmados y a uno de ellos se le ocurrió decir que de ahí en adelante ellos serían “Los hombres de las sombras”.

A las cinco de la tarde todos se sentaron alrededor de la mesa mientras “Memo” colocaba la tabla en el centro. -Vamos a preguntar, dijo Carlos, uno de los participantes, si funciona esta cosa.

Con el pequeño vaso de plástico comenzaron a preguntar, ¿cómo me llamo yo? El vaso se movió solo y comenzó a pasar por las letras, comenzó con la G, hizo su recorrido por el tablero hasta formar el nombre de Guillermo. -Esto es increíble, ¿qué preguntamos ahora?, dijo el joven.

-¿Por qué no le hablamos a mi abuelita, que murió hace seis años?, propuso Carlos. Preguntaron si ella se podía comunicar y el vaso giró hasta el sí, posteriormente siguió moviéndose hasta formar las palabras “Pregunta hijo”. Los hombres se asustaron un poco y aún con el temor reflejado en el rostro de Carlos, éste preguntó: Abuela, ¿dónde dejó escondido su collar de perlas? El vaso se movió y la respuesta fue: “El collar está en el fondo del baúl donde guardaba mi ropa. Es tuyo”.

En los días siguientes, “Los hombres de las sombras”, que así se llamaban entre ellos, se reunieron varias veces hasta que a alguien se le ocurrió decir: “Siempre consultamos la güija a las cinco de la tarde, ¿por qué no lo hacemos a las 10 de la noche? Puede ser más emocionante y posiblemente nos podemos comunicar con espíritus elevados”.

Así acordaron que la próxima sesión la harían en la casa de Carlos a las 10 de la noche. Cuando el reloj marcaba la hora indicada los amigos estaban instalados alrededor de una mesa en la casa de Carlos. La güija estaba en el centro y los hombres, entusiasmados por el nuevo horario, empezaron a preguntar cosas.

¿Quién está hoy con nosotros?, inquirió uno de ellos. La respuesta fue: “Alguien que no conocen, pero que van a conocer uno por uno”. “¿Eres de esta vida o de la otra?”. “De la eternidad”, fue la respuesta.

“¿Y cómo sabemos que vienes de la eternidad? Danos una prueba”.

Inmediatamente la casa comenzó a temblar, se cayeron los vasos de la mesa y todo se movió, menos la tabla. Los muchachos estaban mudos de asombro, nadie podía hablar, de pronto una sombra salió de la tabla y se colocó momentáneamente detrás de Carlos, luego desapareció y en ese instante las luces se apagaron. Uno de ellos abrió la puerta y todos salieron corriendo, afuera había luz.

Siete días después Carlos falleció repentinamente, en su rostro se adivinaba que antes de morir había visto algo terrorífico. “Los hombres de las sombras”, es decir, sus amigos, estaban increíblemente asustados. Guillermo, que asistía a la Iglesia católica, fue en busca del sacerdote y le contó lo sucedido punto por punto hasta llegar a la muerte de su amigo Carlos.

-Ahí comenzó todo Padre, la casa tembló, vimos una sombra, se apagó la luz y lo demás ya lo sabe. El sacerdote le dijo: “Nunca se debe jugar con esa tabla maldita, ése es un instrumento del diablo, una tabla de lectura espiritista. Han dejado salir al demonio de la venganza y todos corren el mismo peligro que tu amigo Carlos”. -Pero, ¿qué podemos hacer?, quiso saber el muchacho. -Vamos a quemar esa güija. Ese mismo día, en horas de la noche, Guillermo y sus atemorizados amigos en compañía del sacerdote se fueron a un solar baldío.

El cura tomó agua bendita y la arrojó sobre la güija, en ese instante el viento sacudió los árboles cercanos y se escuchó claramente el aullido de un gato. Una fuerza invisible hizo caer al sacerdote, quien no dejó de sostener en sus manos una cruz de plata, se levantó del suelo y arrojando gasolina sobre la güija, le metió fuego.

Todos se pusieron a orar mientras aquella fuerza invisible los golpeaba, se escucharon gritos y lamentos alrededor y luego todo quedó en paz, las llamas estaban consumiendo la tabla maldita. Usted que ha escuchado esta historia tenga presente que la güija no es un simple juguete, sino una tabla demoníaca.

(Tomado del Diario La Prensa, San pedro Sula, Honduras, CA.)



  • Volver al Indice de Jorge Montenegro