CUENTOS Y LEYENDAS

La Luz Verde

La gente de la zona norte acostumbraba construir sus cocinas debajo de las casas, también solían instalar una cómoda hamaca para los días terribles de calor

Honduras 21.11.2008
Jorge Montenegro

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Durante años la gente de tierra adentro ha creído que cuando aparece una luz verde en una casa es que alguna alma en pena anda por ahí.

Las primeras viviendas del barrio Guamilito eran barracones construidos sobre postes de madera para evitar la presencia de serpientes que deambulaban por el lugar.

En uno de esos barracones vivía Estela Valdemar con sus dos hijas, Miriam y Gladis, ambas le ayudaban en los quehaceres domésticos al salir de la escuela.

La gente de la zona norte acostumbraba construir sus cocinas debajo de las casas, también solían instalar una cómoda hamaca para los días terribles de calor.

Doña Vicenta, vecina de Estela, pasaba horas enteras meciéndose en una hamaca, vivía sola, sus hijos se habían embarcado y le mandaban dinero.

No tenía necesidad de trabajar, más no por eso se mantenía sin hacer nada, realizaba el oficio de la casa en la mañana y por las tardes se mecía en su hamaca.

Mirian y Gladis visitaban con frecuencia a doña Vicenta, sabían que la anciana era bondadosa, les contaba historias de muertos y aparecidos, las aconsejaba para su vida futura y les enseñada a cocinar.

-Usted me consiente mucho a esas cipotas, doña Chenta.

-No es así Estelita, usted sabe que las quiero mucho, ellas son mi única compañía. Claro que las trato bien y si les regalo algunas cositas no se vaya a enojar con ellas ni las vaya a regañar, nunca me han pedido nada, soy yo la que les regalo.

-Pero a mí me da pena que usted se desprenda de sus cositas.

-No sea así, usted bien sabe que son buenas niñas, que se han ganado el cariño de los vecinos y no digamos el mío.

-¿Y cómo se siente doña Chenta?

-Últimamente he tenido calambres en las piernas, a veces siento que el corazón me palpita muy fuerte.

-Debe ser que la presión se le sube, vaya al médico.

-No me gusta ir a regalar mi pisto, je, je, je, je. Son cosas pasajeras, Estelita.

Una tarde, cuando las niñas salieron de la escuela, después de ayudar en los quehaceres del hogar pidieron permiso para ir a visitar a doña Vicenta.

-Está bien, pero no la vayan a molestar, acuérdense que ya esta viejita y necesita descansar- dijo Estela.

Cuando las niñas llegaron a la casa de la vecina la vieron acostada en la hamaca y la saludaron, pero la señora no contestó. Le hablaron de nuevo y no hubo respuesta, entonces decidieron despertarla, movieron su cuerpo y se dieron cuenta de que doña Vicenta estaba muerta. De inmediato avisaron a la mamá y a todos los vecinos, quienes acudieron e inmediato a ver lo sucedido.

Se la llevaron en una ambulancia para el hospital, allá la examinaron y prepararon el cadáver, entre tanto, unos vecinos se encargaron de ponerse en contacto con los hijos de la difunta para avisarles de su muerte, pero todo fue inútil.

Hubo gran consternación en Guamilito, doña Vicenta era muy querida y respetada, de manera que su sepelio fue muy concurrido.

Un año más tarde, cuando don Camilo Cáceres pasaba por la casa abandonada de doña Vicenta a las siete de la noche, le pareció ver una pequeña luz en uno de los pilares de la casa. Como era un hombre curioso, se fue acercando poco a poco hasta descubrir que una luz verde iba aumentando de tamaño a medida que él se aproximaba, de pronto, sintió un gran miedo y salió corriendo.

Al día siguiente comentó con los vecinos lo que había visto y todos coincidieron en decir que era el alma de doña Chenta la que andaba penando.

-¿Saben una cosa, niñas?

-¿Qué, mamá?

-Por ahí se andan inventando que el alma de doña Chenta anda penando y que han visto una luz verde en una de la orillas de la casa.

-Dicen que fue don Camilo el que vio la luz y otras personas también la han visto de lejos porque no han tenido el valor de acercarse. ¿Será cierto eso, mamá?

- Les digo que son inventos, los muertos no salen. No piensen en esas cosas, oremos por el alma de esa buena vecina y acostémonos que es muy tarde.

Mirian y Gladis esperaron que su mamá se durmiera, habían decidido ir en busca de la luz verde a casa de la finada vecina. Se levantaron silenciosamente y salieron en puntillas de la casa, dirigiéndose a donde habitara aquella noble mujer. Al llegar vieron que, en efecto, ahí había una luz verde que parpadeaba, las niñas quedaron mudas de asombro. Mirian, de 14 años, era más decidida, mostraba más valor y pidiéndole a Dios mentalmente que le ayudara decidió hablar:

-Doña Chenta, ¿es... es usted?

De pronto la luz se avivó y una voz dulce contestó: "Soy yo niñas, no tengan miedo. Aquí donde está esta luz guardé mucho dinero del que me mandaban mis hijos, quiero que todo sea de ustedes. Díganle a su mamá que vengan a escarbar mañana cuando toda la gente se haya ido para su trabajo, así me sacarán de penas.

Las niñas regresaron a su casa y al día siguiente comunicaron a su mamá lo sucedido. Siguiendo las instrucciones de la difunta sacaron una gran cantidad de dinero, luego fueron a la catedral para celebrar varias misas por el descanso del alma de doña Vicenta. Con aquel dinero doña Estela abrió un pequeño negocio que, con el correr del tiempo, prosperó hasta convertirse en una fuente de trabajo para muchos sampedranos.

Esta historia nos fue contada por doña Mirian, una anciana adinerada de la ciudad de los zorzales, cambiamos nombres y apellidos y aseguramos que esta historia es real, Las leyendas de entierros de tesoros y botijas son muy comunes en nuestro país.

(Tomado del Diario La Prensa, San pedro Sula, Honduras, CA.)



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