El grencho

La chimenea de una casita blanca empezó a lanzar copitos de humo, que iban a confundirse con la neblina que se restregaba en los tejados del pequeño caserío; un gallo dio su primer clarinazo, inclinándose así una diana unánime de todos los gallos circunvecinos.

–Abréviate, vos, que nos coje el día –gritó una vos viril desde el corral de la hacienda.

Un niño mal vestido salió bostezando de la cocina.

–Montáte al anca –dijo el hombre– y te agarrás fuerte, porque este animal es bien resabido.

Momentos después los dos cabalgaban por el llano. El hombre hablaba sin cesar.

–Vos te vas a quedar con Taita, Jolgito; te portás bien pa’ que naide te bruña. Ya ves cuanto hemos sufrido en esa hacienda desgraciada, y es una injusticia que sigamos sufriendo. Se obediente con la siñora Pancha, que ella jué muy guena con nuestra dijunta magre. No se te olvide la carta pa’ taita; el llegará a la casa lo más tarde a la diez; también me saludás a tu madrina y a Teo, el hijo del dijunto Juan. Si me yega a sonreir la suerte te mando a traer pa’ hacerte todo un hombre, y que naide se monte ancima de vos, ancima como sián querido encaramar en yo.

A es de las seis de la mañana llegaron a “Rancho Quemado”, en donde desmontó el niño. El hombre siguió su camino, pero esta vez a golpe tendido...

Quibracho, 23 de octubre de Don Remigio Valladares, Rancho Quemado.

Querido Taita:

Cuando recibás estas cuatro letras quiacabo de garrapatiar, quizá ya aiga cometido una trastada, pero que le vamos a hacer, si ansina lo ha querido mi mala suerte. Vos bien sabés que yo nunca juí malo, taita. Recuerdo que cuando apenas un güirro, si un tuco de tortilla más duro que un caite y un terrón de sal me ponía mi magre en el almuerzo, eso me rempujaba con tida complacencia.

Pos bien, voy a referirte mistoria, pero sin prencepiar por onde principean los historiadores, que sería la de nunca acabar.

Cuando ajuste mi plaza en el cuartel, me conserté como pión en esta hacienda. Los grenchos siempre mián caido mal, taita; pero éste paecía más cristiano que los demás con que yo había trabado conocimientoY aquí entra la Chole de que tanto te hey hablado. Ella se llama Soledá, pero el grencho bruto le encajó Chole. Si vieras qué bonita es la babosa, me peldonarías mis locuras que vos llamás debilidades.

Una mañana la vide en el corral ordeñando, estaba de espalda y como vos bien sabes que no soy muy dejado pa’ piropiear cipotas, le aventé uno:

–Hoy la agora nació en el corral de esta hacienda pa’ felicidá de mi ánima.

Ella golvió la cara y sus ojos se me jueron al fondo como maules de juego, y vide que sus colochos eran énticos a los de aquella Madalena que ‘stá juntito al Siñor de las Misericordias, en el altar de la iglesia del pueblo. ¿Te acordás taita, la última ves que juimos? Todavía respiraba mi dijunta magre, que Dios me la tenga en el Reino del Cielo.

Y a propósito taita, según dicen las malas lenguas, mi magre se murió de celos y resentimientos, pos vos tiabías emberrenchinado con aquella presumida de Eulofía, que paecía galafate caratoso; pero yo nunca lo hei creido; las malas lenguas ansí l’onra quiencuentra por delante se la llevan dincuentro.

Desde ese mesmo día principíe a molestarla hasta sacarle palabra de compromiso. Pero vos bien sabés que la felicidá no es pa’ nosotros los pogres, y qui’ ante el poder de la plata no hay corazón que no se ponga tierno por más duro que seya. El grencho prencepió a molestarla; pero el ricachón no lo haciya como yo con palabras únicamente, el le haciya con toda clase de osequios y hasta llegó a mercarle un par de chancletas. Ya te podés imaginar vos lo que son las mujeres cuando se forran las niguas, les parece que andan con Dios en las pata ¡ché! Y ansí jue como una mañana la incontré besuquiándose.

No te miento taita, paecía que se me había trabado una rama seca en el galillo y la cabeza me daba guelta como un trompo tatarate.

Y no le dije nada; ¡pá’ que! Eso siarregla de otro modo. No hay que perdonar a nadie, taita; macho que se deja poner el aparejo muere con el lomo; aunque relinche y pataleye ya esta bien ajustao y núai pa’ donde; tiene que conjormarse con ser macho e’ carga toita la vida, ansí como loís, taita, toita la vida.

Recibí un juerte abrazo de tu ‘ijo y perdonalo que ansí lo quiso su endemoniada suerte.

CIRIACO.

–Que se cague en él –rugió el viejo Remigio, estrujando la carta con una recta crispatura de manos.

Caía una lluvia fina y un agradable olor a sierra mojada saturaba el ambiente. Por la vieja carretera un hombre blanco cabalgaba. De un matorral vecino salió un recio fogonazo. La detonación, mezclada de un lamento trágico, se arrastró por la hondonada...

–¡HDP! –grito Ciriaco, saltando a la carretera. ¡Ansí se pegan botones!

Con pasos firmes se aproximó al herido que se desangraba agonizante

–Grencho HDP, que no valés ni la peseta que acabo de gastar... ¡Pendejo! –gruño lanzándole un escupitajo en el rostro y dándole una patada en la panza que sonó como árgana vacía. Que te coman los zopilotes que lo que yo no he de ir a dar cuenta –le dijo– y emprendió la marcha muy tranquilamente hacía otro campo, en busca de un amo a quien servir... ya que el pobre, el desventurado CIRIACO, no poseía un pedazo de sierra propio para fecundarlo con el sudor de la fuente.