El castigo de un hereje

Antes que el tristemente célebre coronel Justo Milla prendiera juego a esta ciudad, había aquí una iglesia llamada “San Juan de Dios”, propiamente donde ahora esta el “Hospital Santa Teresa”. Según la historia, allí se efectuaba la Santa Inquisición, de “triste recordación”. En dicho lugar hubo un ejemplo para aquellos sacrilegios que, por el simple hecho de jactarse de su herejía, les gusta profanar las cosas sagradas. Este relato parece increíble, pero fue una cosa cierta. En aquel tiempo había un hombre que se las llevaba de hereje, todas las cosas religiosas las trataba de un modo despectivo y con criminal desprecio. Este hombre era borracho y ladrón, era pues, un completo malandrín, escoria de la sociedad, la que lo veía con el desprecio que se merecía, pero no había rebasado los limites de la maldad. Este hombre se llamaba Cristín Doblado, por el mal nombre le decía “El Zorro”, seguramente por astuto que era para hacer sus fechorías. Era negro y feo, como negras y feas eran sus acciones. Una vez, pasó el malvado Zorro por la iglesia, vio que con una escalera, podía tener acceso a una ventana de la misma, meterse y robar. Dispuso engatusar al celador o encargado de cerrar las puertas y ventanas de la iglesia, que le dejara una ventana abierta para meterse a robar. Lo halagó diciéndole que iban a repartir del botín robado.

Una vez, paso el Zorro por allí, ya para anochecer, vio que una de las ventanas estaba abierta y dijo para sí: Ya estuvo, por la noche me robaré una escalera que ya tengo vigilada, me meteré por esa ventana que está abierta y luego entrare a la iglesia, robaré algunas cosas de valor y tendré para beber en puerca. El borracho no tiene otra ilusión que la de conseguir el trago, por conseguirlo no le importa llegar a cualquier extremo, por difícil o indigno que sea.

Cuando el Zorro terminó su soliloquio, se fue a esperar la noche para poner en práctica sus negros pensamientos. Cuando toda la gente dormía ya tarde de la noche, fue a robarse una escalera, la puso en dirección de la ventana y se trepó. Como las paredes de la iglesia eran gruesas, pudo perfectamente maniobrar; trepó la escalera, luego bajó dentro y se metió, luego prendió una candela de las que tenían allí para celebrar, hipócritamente se persinó, se tomo el vino de consagrar y se comió las hostias. Esto lo hizo con el mayor cinismo. Las hostias son confeccionadas de pan ácido, es decir sin levadura, sin huevos y sin azúcar, por lo que son completamente simples, la hacía por hacer más grande la profanación. Todo esto lo hizo con toda facilidad, pues en aquel tiempo no había luz eléctrica.

Todo aquello hubiera sido tétrico, quizás hasta se hubiera hecho loca una persona en estado normal, pero el Zorro esta en estado morboso y su condición de hereje, todo aquello lo veía con mucha indiferencia. Las lechuzas y murciélagos revoloteaban, azorados al ver entrar aquel intruso a su morada, pues como todos saben, las iglesias son las viviendas de estos repugnantes animales.

Cuando el Zorro había consumado todos aquellos actos sacrílegos, se robó el cáliz y otros objetos de valor, y salió por la puerta y se fue, pasó por el cartel, el centinela lo requirió dándolo el quién por tres veces, pero no oyó, entonces el centinela tuvo que dispararle y lo mato.

Pronto vinieron por le cuerpo y las cosas robadas, quedando un charco de sangre donde había caído el Zorro, luego vinieron unos perros negros, como del cerro del Nance lamieron la sangre y se fueron. El cuerpo hecho cadáver de aquel profano pronto entró en descomposición, al grado que hobo que llevarlo precipitadamente al cementerio, para mientras terminaban de cavar la sepultura.

El nombre del celador de la iglesia era Felipe, pero solo le decían Felipón, seguramente por grandulón que era, y no era tan bueno que digamos, puesto que se había hecho solidario con el Zorro para hacer el robo. Felipón fue despedido tan pronto se dieron cuenta de su complicidad en el robo, dedicándose a otros menesteres. Una vez fue a limpiar un rastrojo para sembrar una milpa. En una troja había un cumbo, por un descuido lo había dejado destapado. Felipón fue a traer agua, cuando le líquido entro, salió enfurecida una víbora que se había metido, lo mordió en la cara y lo mató inmediatamente.

Así pagaron estas almas mezquinas por su vil acción.