CUENTOS HONDUREÑOS

La Oferta

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Era una propuesta insólita. El gobierno de aquel remoto y pequeño país de Europa central ofrecía nada menos que comprar aquel igualmente pequeño país centroamericano, no en sentido figurado pues esa era práctica común sino que comprarlo completo de frontera a frontera y de costa a costa. Hijos de un país sin salida al mar, los europeos soñaban con tener dos mares. Ellos, nadando en dinero, soñaban con nadar—cuando les diera la gana—en las costas del Caribe, con perderse en selvas exuberantes, con estudiar—sin pedirle permiso a nadie—joyas arqueólogicas de embrujantes civilizaciones desaparecidas, y sobre todo con el sol, con el implacable sol ardiente que tornaría sus pieles de un blancuzco indefinido a un cobrizo reluciente.

Sabían muy bien que el precio sería alto, especialmente porque—siendo europeos de avanzada conciencia social—no podían concebir dejar sin casa a los humildes habitantes de aquel pequeño país centroamericano. Como un gesto de generosidad inaudita, ofrecieron a cambio de aquel país pobre, subdesarrollado y endeudado su propio país con sus carreteras libres de agujeros, sus avanzados y nítidos hospitales, sus amplias escuelas y sus magníficos aeropuertos. Los sencillos habitantes de aquel pequeño país centroamericano no se podrían rehusar pues se les estaba ofreciendo el desarrollo instantáneo, el cual, bien se sabía, era el máximo sueño de aquella oprimida población.

Por si fuera poco, los europeos no sólo ofrecían su país sino que cargarían con todos los gastos de repatriación—si se le puede llamar así cuando toda la población de un país se traslada a otro—y además le pagarían a cada habitante que decidiera mudarse una generosa compensación por tomarse tan tremenda molestia. Sobra decir que a los viejos y a uno que otro renegado de los dos países no los pudieron mover ni con las más seductoras ofertas de vida fácil en un país desarrollado o de jubilación alegre en un paraíso tropical pues el sentimentalismo suele interferir con la razón. Pero tan innovadora idea era llamativa por demás para el resto de la población. Era natural que el dinero lograra resolver—de un solo golpe—la melancolía milenaria de un pueblo acostumbrado a vivir entre la nieve y un cielo gris, y la miseria de otro pueblo víctima de su historia.

Al cabo de un par de meses, antes de lo anticipado, ya se habían mudado la gran mayoría de las dos poblaciones con promesas mutuas de cuidar y respetar a los que quedaban atrás. Aquel año un huracán acompañado de tormentas torrenciales azotó terriblemente a los nuevos habitantes europeos de aquel país centroamericano causando muchas pérdidas materiales y humanas. También, ese primer año, antes que pudieran reconstruir su infraestructura médica y re-entrenar a sus doctores, muchos de ellos sucumbieron a extraños males del trópico. A miles de kilómetros, los nuevos habitantes centroamericanos de aquel país europeo descubrieron que la nieve no sólo sirve para jugar, que tenían demasiadas bibliotecas y muy pocos libros con que llenarlas, y cuando quisieron ir de vacaciones a los países vecinos se enteraron con cierto desagrado que se les prohibía la entrada. Con igual disgusto, los nuevos habitantes europeos de aquel país centroamericano se vieron obligados a levantar cercos que se extendían bajo el mar para impedir el torrente de indeseables de los países vecinos que pretendían disfrutar de las frutas de un país nuevamente desarrollado convenientemente colocado al otro lado de la frontera.

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