JOSE TRINIDAD CABAÑAS

 [ Honduras Universal Aqui: ]  *  11 de Octubre del 2004 *   [ Mas Aqui: ]

Cabañas no tiene quien le escriba

Por: Noé Pineda Portillo
noepineda@cablecolor.hn

Parodiando el título de la novela de Gabriel García Márquez intitulada «El coronel no tiene quien le escriba», así titulamos este referente al benemérito general José Trinidad Cabañas, el menor en edad de todos los próceres hondureños.

Cabañas nació en Tegucigalpa un 9 de junio de 1805 y murió en Comayagua el 8 de enero de 1871. Por tanto, el próximo 9 de junio se cumple el bicentenario de ese gran patricio que dio con su ejemplo de acrisolada honradez y fidelidad hacia la patria hondureña y centroamericana, un patrón de conducta, que debiéramos inculcar siempre a las nuevas generaciones con las cuales pretendemos formar una patria mejor.

Desgraciadamente, tal como suceden las cosas en nuestro país, le damos poca o nada de importancia cuando de acrecentar los valores patrios se trata. A Cabañas lo tenemos olvidado y la muestra está en que tanto el Instituto Morazánico como la Academia Hondureña de Geografía e Historia, instituciones que siempre se han esforzado en estimular el cultivo de los valores patrios, pero que en esta ocasión no se ha sentido el eco en las esferas oficiales. De muestra un botón. Por gestiones del Instituto Morazánico se emitió un acuerdo legislativo en diciembre del 2004, para crear la Comisión Organizadora del Bicentenario Cabañas y fue sancionado por el Presidente de la República don Ricardo Maduro, pero desde aquella fecha han pasado ya casi cuatro meses del presente año y el presidente de la República no le ha dado posesión a dicha comisión organizadora.

Es lastimoso lo que está pasando en nuestro país, pues ni las mismas autoridades que son las llamadas a dar el ejemplo en el impulso a los valores nacionales, no lo hacen. Eso indica la calidad de gente que dirige nuestros destinos históricos, gente sin conciencia, sin ningún espíritu de civismo, como si fueran creados o formados escolarmente en otras galaxias y por tanto, nada les importa lo que signifique identidad nacional a través de la veneración de nuestros próceres y sus virtudes de grandes héroes y paladines de la decencia, lealtad y honradez para con la patria.

Pareciera que lo más importante es viajar y viajar con los dineros del pueblo, aunque esos viajes no representen nada a favor de la identidad cultural nacional.

¡Pobre Cabañas pobre! Está tan devaluado (para las esferas oficiales), como el mismo billete de diez lempiras donde aparece su figura. Recuerden que tal billete antes valía cinco dólares y ahora vale casi medio dólar. Parece muy burda esta comparación, pero como vivimos una sociedad eminentemente metalizada, poniéndola de ejemplo, tal vez así lo entiendan como forma de mensaje prosaico.

Con una apatía de ese tipo, cómo podemos creer que nuestra educación va mejorando, si nuestras autoridades que son las llamadas a brindar el buen ejemplo, no lo cumplen, todo lo contrario, se vuelven indolentes y como si no pasara nada.

Se dice que este año es político, pero debería entenderse que lo es para los nuevos que entran en la contienda, no para los que administran la cosa pública, pues el gobierno que es el administrador de los intereses del Estado, representa un continuum, es decir, que el gobierno, sea quien sea, debe continuar con los planes trazados y con toda transparencia, ya que puede ser juzgado en cualquier momento.

Por eso decimos, el pobre General Cabañas no tiene a nadie quien le escriba, ni los mismos compatriotas hondureños, pues él, pertenece a la historia centroamericana.

--------------------------------------------------------------------

(El Siguiente Artículo fue levantado de SouthBeach 9291
el 15 de enero de 1997)

Errando por las aldeas silenciosas y los solitarios caminos de la que antes fuera una sola patria, he recogido estas leyendas, que tal vez son historia.

"Cabañas fue el Quijote de la América". Enamorado de una idea, jamás contó los enemigos, ni sospechó el miedo, ni aquilató el peligro. Derrotado cien veces, volvió siempre a la carga con la misma fe, con el mismo entusiasmo de sus primeras aventuras. No conoció el orgullo: siendo la lucha por sus ideales, allí corria de jefe o de soldado, leal y bravo, entre los bravos y los leales.
El primero entraba al combate con su sencillo dorman azul, ondeante la barba de nieve, firme en la silla como un centauro. Se retiraba el último, acribillado a balazos, cuando solo ya en la pelea, notaba que podía caer prisionero.

Muerto, si; rendido, no. Y mientras aquel hombre no cayera de su corcel, ni perdiera su espada, seguro estaba que los vencedores no le aprisionaban. Para esto tenía aquella maniobra suya que llamaba "romper la línea". Cosa fácil: romper la línea era ir solo o acompañado, retrocederla por buen trecho, hundir las espuelas en el vientre de su caballo, partir como un ciclón sobre los enemigos, abrirse camino a sablazos, saltar por las ballonetas, y ya al otro lado, volverse, saludar con la espada, e ir luego a curarse de cinco o seis heridas. Esto era "romper la línea", y jamás falló en la maniobra.

Cuentan que le vencian siempre. Yendo de jefe llevaba él su plan, mas a las primeras descargas olvidaba su empleo; que su verdadero lugar estaba en lo más fragoroso del combate, y allá se entraba hendiendo craneos y tajando brazos, como un Rolando o un Oliveros; celebrando los grandes golpes, fueran de amigos o de adversarios; saludando a los que de su camino se apartaban; resucitando en plena edad barbara las hazañas de los siglos caballerescos.

Cosas tenía que hubieran agotado la paciencia de Sancho Panza. Como ésta: A su cargo estaba la defensa de La Unión, sobre la cual venía el terrible guerrillero Guardiola. Este era el hombre de las marchas veloces y de los golpes inesperados. Mas en esa ocasión se hallaba a quince leguas y era imposible que atacara antes de veinticuatro horas.
Guardiola hizo la jornada en doce horas, sorprendió a Cabañas, le destrozó, le puso en fuga y tomó la plaza. A la caída de la tarde, iba camino a Conchagua un jinete, solo, cabizbajo, al cansado andar de su caballo, que no sentia la presión de la brida. De pronto volvió atrás, llegó a La Unión, pidió ver a Guardiola, diciéndose portador de urgentes noticias, y lleváronle ante un grupo de oficiales, que todavia comentaban la reciente victoria, y allí preguntó por el jefe.
-Soy yo, ¿qué se le ofrece?
-¿Me conoce usted?
-No, ¿quién es?
-Soy Cabañas.
Y con la respuesta le cruzó el rostro a latigazos. Poco después,! ! herido de tres balas, el mismo jinete volaba por el camino a Conchagua.

De filo, su espada era un hacha; de plano era una maza. En León, después de aquella gran resistencia de treinta días, cuando agotados los recursos no quedaba ya otro arbitrio que rendirse al implacable Malespin, Cabañas, uno de los defensores de la plaza, invitó a sus amigos a "romper la línea".
Doscientos aceptaron. Era el intento de pasar sobre las cerradas filas de los sitiadores; pasar o quedar allí hasta el último: los doscientos eran reliquias de las falanges Morazánicas. Formóse el escuadrón, y en él quiso Cabañas ocupar el último sitio, para no salvarse sino cuando todos estuvieran a salvo.
El escuadrón rompió como tromba; muchos perecieron, los más pasaron. Cabañas iba el último. Al llegar a la postrera fila de enemigos su espada iba a caer sobre un sargento que le cerraba el paso, mas viéndole que se apartaba, el bizarro jinete le saludó y siguió adelante. De súbito sintió un bayonetazo en la espalda. Cabañas volvió la cara, cayó sobre el felón, y le asestó ! ! un cintarazo sobre la cabeza. "Y del golpe, -me contaba un testigo-, de aquel simple golpe el sargento cayó muerto sin decir: ¡Jesús!"

Cabañas, como Don Quijote, habría desafiado a un león. No llegó el caso, mas no vaciló en desafiar a Carrera, que era un tigre.
Morazán erraba en el destierro y el porquerizo daba la ley a Centroamérica. ¿Quién era el loco que iba a enojarle? Cabañas. Llegado a la Presidencia de Honduras, sin dinero, sin armas, sin soldados casi, le declaró la guerra. Pudo ser el obediente vasallo de Carrera, vivir en el poder, hartarse de dinero y de goces, pero su oficio era desfacer entuertos; Carrera era un follón, un malandrín y como a tal había que combatirle, aunque todos los endriagos de la tierra vinieran en su contra.
Y le combatió, sin tregua, sin calcular los resultados; y fue vencido, porque en esta miserable tierra los reveses son el patrimonio de los nobles andantes, y la fortuna se va enamorada tras los mal nacidos.

En Grecia hubiera dado origen a la leyenda de los Centauros. Tanta era, en verdad, su destreza de cabalgador, que aún disputan las buenas gentes sobre si no era un don diabólico aquel su compañero que de tan grandes peligros le salvara.
Fue en Masaguara donde se libró el último combate contra las huestes de Carrera. La batalla se dio en una meseta cortada por hondo barranco. Cuando nuestro paladin notó su derrota, unos pocos le acompañaron, y toda esperanza de fuga parecia imposible: de un lado la masa de enemigos, del otro la hondonada infranqueable. Cabañas se acercó al foso, lo midió de un vistazo y luego con la espada en la vaina como en actitud de entregarse, encaminóse al paso hacia los contrarios. Estos, seguros de que iba a darse prisionero, le dejaron hacer; mas de pronto, veloz como un meteoro, Cabañas vuelve cara, devora el espacio que le separa del barranco, se lanzó en éste...., y un instante después, cuando los enemigos aún espantados corrian a ver al que creyeran despedazado en la caída, Cabañas, sonriendo altivamente subía a escape la pendiente opuesta, y ya en la cima les saludaba con su sombrero de anchas alas, y luego se perdía en la llanura, corriendo como una centella.

Jamás derramó sangre, sino en el combate; pudo ser opulento, y vivió pobre; pudo ser poderoso, y prefirió el destierro; y nunca, jamás ni la sombra de una deslealtad manchó su pensamiento.
En la devoción por sus ideales, un Don Quijote; en el arrojo y gallardia, un Murat; en la pureza de su vida, un Bayardo.

Y en verdad, fue ese hombrecito un caballero sin miedo y sin tacha.

REGRESAR AL INDICE