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Disclaimer: Estos personajes pertenecen al MSA/Universal Studios USA y no sé que más, no soy muy buena para las marcas. No pretendo cobrar un duro, ni robarle a nadie. :-))

Avisos: Pues es una historia corriente, narrada en un estilo corriente, sobre dos personas poco corrientes. Amor, por supuesto; violencia, no, sigo el camino de Eli (de vez en cuando). La historia podemos situarla después de Many Happy..., más o menos.

Correo: gioconda91@hotmail.com 


PREGUNTAS

Segunda Parte

Autora: Elora Danan Xenagab.


La taberna estaba a rebosar de gente; la mayoría eran tipos greñudos y mal olientes que se pavoneaban ante las mujeres con la misma estupidez de un perro. Xena observaba divertida, la bardo en cambio arrugó la nariz y volvió los ojos en blanco dando a entender que el lugar en cuestión no era de su total agrado.
- Este sitio apesta.- Se quejó la rubia.
- ¿Prefieres pasar la noche en una cuadra?.- Preguntó con burla la alta guerrera.
- Cualquier sitio es el paraíso al lado de esto.- Siguió refunfuñando.
Xena hizo caso omiso de este ultimo comentario y se fue directa a la barra. La posadera, una mujer de mediana edad con ojos curiosos y cuestionadores les echó un vistazo rápido pero intenso.
- ¿Qué van a tomar?.- Preguntó con una expresión neutra.
- Queremos una habitación.- Xena levantó la voz por encima de la algarabía.
- ¿Solo una?.- La posadera miró con extrañeza a ambas mujeres. Xena parpadeó no entendiendo a qué venía aquella pregunta.
- Solo una.- Contestó secamente.
- Bien, son 13 dinares.- Gabrielle abrió la boca para quejarse.
- ¿13 dinares?. ¿Nos has visto cara de asno?. Es un suburbio.- La posadera la miró con malicia.
- Si prefieres dormir en las cuadras... por mi no hay problema.- Le contestó la mediana mujer con media sonrisa burlona.- Esta es la única posada del lugar.
- 13 dinares están bien.- Dijo Xena al tiempo que pagaba a la mujer. Gabrielle se sintió doblemente humillada.
- Marfio, acompaña a estas dos guerreras a su habitación.- Un chico rubio y espigado se dispuso a guiarlas. Gabrielle dio unos pasos para seguirle, pero se detuvo al ver que Xena se quedaba sentada en la barra.
- ¿No vienes?.- Preguntó Gabrielle sin dejar a un lado su tono malhumorado.
- Voy a quedarme un rato.- Gabrielle cruzó los brazos.
- ¿Esto te encanta, verdad?.- Xena solo sonrió abiertamente. Gabrielle suspiró y finalmente siguió al niño refunfuñando cosas sobre la alta mujer.

Las escaleras crujían a cada paso que daba la bardo. Fuera se escuchaba el golpeteo del viento en la madera y la luz de la luna se filtraba por cada pequeña rendija, dando un aspecto mortecino y mágico, al mismo tiempo, a aquel sitio. El ruido de la planta baja de la taberna se iba escuchando cada vez más lejano, y ya solo quedaba un eco sordo en los oídos de la bardo.
- Es esta, señorita.- Gabrielle sonrió al niño, que le devolvió la sonrisa con igual complicidad.
Le pareció un buen chico y le dio un dinar. El chico sonrió aun más y se fue sin caber en sí de gozo. Gabrielle empujó la puerta, pero antes de entrar observó a una alta mujer salir de la habitación contigua a la suya. Era castaña, pero su pelo tenía un tono suave y nacarado y le caía lacio hasta la mitad de la espalda. Su mirada era de un verde acuoso, pero apagado, un verde oliva que no brillaba. Tenía un rostro mortecino, pero sus mejillas estaban gracilmente coloreadas, dándole un aspecto más dulce y frágil. Tenía una belleza extraña, como la de Xena. La bardo se le quedó mirando un largo instante, antes de sentir un extraño pero agudo picor cerca del corazón.

Blis observó a las dos mujeres discutir. La rubia se dispuso a marcharse, mientras la morena se quedaba para deleitarse con la algarabía de aquellos tunantes y bribones que se empujaban y se golpeaban con brutalidad y desparpajo. Blis arrugó la nariz, preguntándose cómo a Xena podía gustarle aquel sitio y aquella gente. Quizás la alta morena se sintiera como la basura más honrosa entre toda aquella basura, recapacitó el joven. Decidió que no era de su total agrado la compañía de la morena y siguió a la rubia. Ella era más divertida, más placentera de observar. La vio dar un dinar al rubio espigado y luego disponerse a entrar en la habitación, pero en ese preciso momento una mujer salió de la nada. Blis supo que era también una guerrera, pero venida de lejos, quizás de la Britania, pues llevaba un fardo propio de aquellas tierras. Observó como las miradas de ambas mujeres se cruzaban y decidió que era el momento preciso para interrumpir. Era el momento de utilizar sus flechas con doble certeza.

Aramea sentía melancolía, no era aquella su tierra y la gente no la trataba como esperaba. Aun no había encontrado un amigo, alguien con quien hablar en aquella basta tierra de olivos y viñas. Algunas veces, pese a ser una fría y cruel guerrera, se sentía sumamente sola. Si tan solo alguien se dignara a mantenerle la mirada fija, sin miedo, tendría una esperanza. Aramea había huido de su tierra porque era temida, y no era de extrañar, pues había cometido muchos actos atroces, tantos que ahora no sabía como purgarlos. Se había pasado casi dos años vagando por el mundo en busca de una esperanza para ella, de algo que le diera la fuerza suficiente para seguir. Decidió que la noche acompañaba su melancolía con burla. Se levantó, dispuesta a emborracharse, dispuesta a mezclarse con aquella algarabía de estúpidos cretinos. Quizás encontrara un alma perdida como la suya. Abrió la puerta con decisión, tal vez con demasiado ímpetu, pero con el suficiente para llamar la atención de una rubia mujer. Aramea la observó, embelesada, aquel verde refulgente la llenó de un sentimiento esperanzador que no entendió. Dio unos pasos hacia atrás al tiempo que sentía un picor en su hombro. Blis sonrió, su trabajo estaba hecho, quizás así la alta morena escarmentara, solo había que incitarla un poco.
- Hola.- Habló Aramea.
- Hola.- contestó Gabrielle sin poder apartar la mirada de aquella extraña mujer.
- Soy Aramea, guerrera de Britania.- Aramea parpadeó asombrada de su propio desparpajo.
- Yo soy Gabrielle, bardo griega.- Contestó la rubia.- ¿Eres de Britania?.- Preguntó, rememorando los malos recuerdos que el solo nombramiento de aquella palabra le traía.
- Sí, ¿la conoces?.- Gabrielle se dio cuenta de repente de la estúpida situación en la que se encontraba, allí en medio de un pasillo hablando de pie, como dos murmuradoras.
- Sí, pero guardo muy malos recuerdos de aquel lugar.- Explicó.
- Oh, que pena. Supongo que ibas a descansar.- Se disculpó la mujer castaña.
- Sí, la verdad es que hemos hecho un largo viaje.- Gabrielle observó la mirada apenada de la otra mujer y sintió una ternura inconmensurable. - Pero, si te apetece, podemos seguir hablando.- Se sintió un poco extraña, como si estuviera flirteando con aquella mujer.
- Sería estupendo. En realidad yo iba a bajar a... cenar... pero... hay... muchos... cretinos borrachos.- Dijo finalmente, sonriendo inocentemente. Gabrielle soltó una gran carcajada que le sonó algo frívola, pero que sin lugar a dudas contentó a Aramea.
- A mi amiga Xena le encanta esos ambientes, no logro comprenderla...- Dijo para sí mismo acariciándose la barbilla pensativa, gesto que maravilló a la otra mujer.
- Quieres pasar a mi habitación, así no molestaremos a tu amiga cuando regrese.- Explicó Aramea, Gabrielle sonrió.
- Sí, claro.- Contestó Gabrielle.

Xena sentía un dolor tremendo de cabeza. Parecía que un duende burlón le martilleaba constantemente en la sien. ¿Por qué hacía siempre aquello?. Siempre que ella y la bardo compartían una habitación y por lo tanto cama, tenía que emborracharse antes. Quizás para que cuando llegara a la habitación solo tuviera ganas de cerrar los ojos. Además así evitaba concentrarse en la presencia de la rubia y podía dormir tranquila. Subió las escaleras con algo de pesadez, empujada por el joven Marfio, que se veía apurado. Finalmente llegó a su habitación y ni siquiera se dio cuenta de que Marfio había desaparecido ya de su vista. Miró el pomo de la puerta y lo vio moverse a un lado y otro. Alargó a tientas la mano y empujó la puerta que cedió con un largo y quejumbroso chirriar. Miró a la cama, pero sorprendentemente estaba vacía. Quizás la bardo había bajado a buscarla, recapacitó, pero era imposible, abajo no había nadie y no se había cruzado con ella en las escaleras. Quizás estaba durmiendo en el suelo. Bajó la vista, pero no vio ni rastro de la rubia. Frunció el ceño, poniéndose preocupada. Se tambaleó hacia la puerta, pero ante de abrirla ésta se abrió de repente y le golpeó en la cara, dejandola totalmente inconsciente.

Gabrielle ahogo un chillido cuando vio el cuerpo de su amiga tendido en el suelo de la habitación. Aramea la miró con pánico.
- ¿Xena?. ¿Estás bien?.- Preguntó la rubia muy preocupada dándole pequeños golpes en la mejilla. Xena se removió en sueños.
- Creo que está ebria.- Recapacitó la mujer castaña.
- Es posible, siempre me hace esto...- Se quejó la rubia.- Cada vez que alquilamos una habitación se queda tomando hasta altas horas de la noche...
- Vamos a levantarla y a acostarla en la cama.- Gabrielle asintió dándole la razón.
Cuando el cuerpo de la guerrera estaba arropado y tranquilamente sosegado, ambas mujeres suspiraron aliviadas.
- Tu amiga es un poco pesada.- Dijo sin animo de ofender la mujer castaña y sin dejar de mirar a la rubia.
- Pues imagínate, hay veces en las que tengo que apañármelas sola...
- Todo por una amiga ¿eh?.- Dijo de forma burlona la otra mujer. Gabrielle sonrió.
- Sí, Xena es una persona especial, aunque también es humana.- Dijo esto último mirando a la guerrera, que había empezado a roncar. Aramea sonrió.
- Debe de ser algo maravilloso tener a una amiga como tu. Pocas personas tienen la suerte de encontrar almas puras como la tuya.- Recapacitó Aramea sonriendo seductivamente a la rubia. Gabrielle bajó la cara algo sonrojada.
- Gracias, pero no es para tanto, no soy un alma pura, yo también he derramado sangre.- Le informó a la extranjera.
- Me cuesta creerlo, pero seguramente, si lo hiciste fue porque creíste que era por un bien mayor.- Gabrielle se quedó pensativa.
- La verdad, no lo sé.- Aramea puso una mano sobre el hombro de la bardo, que se estremeció con el contacto.
- Te miro a los ojos y brillan, a nadie que haya cometido un asesinato por placer le brillan con la felicidad y la seguridad con lo que lo hacen los tuyos.- Recapacitó Aramea. Gabrielle sonrió halagada, pero su sonrisa se fue truncando en una expresión seria.
- Tus ojos no brillan.- Aramea bajó la mirada avergonzada.
- Tengo un oscuro pasado que no me gusta recordar. Una vez fui una guerrera malvada, de las peores.- Explicó, pero Gabrielle le tranquilizó con una mirada al extremo comprensiva.
- Pero has cambiado, ¿no es así?.- Aramea asintió con cierto orgullo.- ¿Y dime, quien logró ese cambio?.- Aramea frunció el ceño sin entender.
- Supongo que fue gracias a un anciano, Isimo, él me salvó y me ayudó a comprender el sentido de nuestras vidas. Fue él quien me enseñó lo que era la amistad.- Explicó.
- ¿Qué le ocurrió?.- Aramea miró a Gabrielle intensamente.
- Murió, era muy viejo ya.- Explicó con un poco de dolor en su tono.- Desde el día de su muerte he recorrido muchas tierras, buscando algo.- Informó. Gabrielle sintió una gran curiosidad.
- ¿El qué?.- Aramea bajó la vista y reflexionó.
- A alguien... Quizás a ti.- Se limitó a decir, luego se volvió hacia la bardo y se acercó lentamente hacia sus labios. Deseaba tanto rozarlos y la bardo parecía tener las mismas ansias de consumar aquel acto.
- ¿Gabrielle?.- Xena abrió los ojos y vio dos manchas borrosas cerca de ella. Se restregó los ojos y comenzó a ver algo más claro. Una de las figuras era su compañera de aventuras, a la otra nunca la había visto.
- Xena duerme.- Dijo molesta por la interrupción la joven bardo. Aramea se levantó un poco incomoda.
- Es tarde, será mejor que me marche, quizás... nos veamos mañanas.- Dijo esperanzada.
- Claro.- Gabrielle sonrió excitada. Xena frunció el ceño. ¿Qué era lo que se había perdido?. ¿Quién era aquella mujer a la que Gabrielle sonreía de aquella forma?. Frunció el ceño confusa y desconfiada. Intentó incorporarse, pero Gabrielle la empujó.- No, Xena, te has dado un buen golpe, será mejor que duermas.
- ¿Quién era ella?.- Preguntó deseosa de saber el nombre de aquella extraña.
- Aramea, es una guerrera extranjera, me ayudó a cargarte hasta la cama.- Le informó un poco molesta.


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