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Disclaimer: Estos personajes no me pertenecen, son exclusivos de Universal Studios/USA, no persigo ánimo de lucro ni remuneración alguna.

Avisos: Para aquellos que no estén de acuerdo con el amor entre dos mujeres, que se pierdan de mi vista :-( y para aquellos que lo acepten me alegra encontraros aquí :-)).

Correo: gioconda91@hotmail.com 



UN MUNDO GOBERNADO POR GUERREROS

Autora: Elora Danan Xenagab.

Las hojas de los arboles se movían en una baiben acompasado, como si de una danza se tratara. El día estaba nublado, en el cielo, nubes grises y tristes dejaban escapar algunas lágrimas, la tierra desprendía un fuerte olor a mojado y el viento maullaba con dolor, casi tan fuerte que sofocaba los gritos de Gabrielle. Estaba sentada encima de una piedra, cerca de un lago. Las lagrimas caían sin precisión en la humeda tierra, mientras una brisa suave le removía su corto flequillo. Se aferró con fuerza a la urna que sostenía en su regazo y la miró detenidamente por un corto espacio de tiempo. Aquello le resultaba tan irreal. Suspiro vencida por el cansancio y la desgana que se habían adueñado de su alma desde la muerte de la guerrera. Triste desvió la mirada al lago, las aguas estaban calmadas, pero unas pequeñas gotas empezaron a caer sobre ella, haciendo que aparecieran pequeños remolinos. Gabrielle recordó aquel momento, hacía ya mucho tiempo cuando Xena lanzó una piedra al río y recordó lo agradable que fue aquella primera charla íntima. No pudo evitar comparar aquel lago con ella misma. Era así como se sentía, como si miles de gotas estuvieran acribillando su alma y regandola de algo que no era amor. ¿Era quizás odio?. Odio por sentir que después de todo, el mundo lo regían los guerreros, los más fuertes, odio por tener que soportar el designio de otros, odio por aquellos que marcaban su vida y moldeaban su destino sin que ella pudiera evitarlo y odio por Xena, por haberle mentido durante tanto tiempo, por hacerle creer que siempre estarían juntas, cuando la verdad era otra muy distinta. Odio, odio... el vacío que Xena había dejado en su corazón estaba siendo llenado con odio. ¿Era malo acaso sentir odio? No estaba tan segura ahora, ahora que miraba atrás y recordaba cada momento de su vida, de lo ridicula que había sido su vida. ¿Cuántas cosas podía haber evitado de ser una guerrera, una fuerte guerrera?, la muerte de Pérdicas, de Solan, de Eli, la muerte de Joxer, la muerte de sus padres. ¿Todos sus seres más amados ahora ya no estaban? Y ella era una mujer de 25 años sin vida, sin nada por qué preocuparse, sin nadie a quien amar y estaba sola, más sola que la luna en el firmamento. Respiró resignada y se levantó de un salto agil de la yerba. Andó hacia su caballo, que amarrado en un arbol rozaba la fría yerba con su hocico, buscando aquella más apetitosa. El blanco corcel se removió inquieto y levantó la cabeza en señal de alerta. Gabrielle lo observó y supo que había algo acechando, en la más absoluta oscuridad.

  - Ares, ¿qué te trae por aquí?.- Ares apareció de la nada, como solía hacer en los viejos tiempos.

- ¿Veo que  has heredado algo más que el chakram y la espada de Xena?.- Gabrielle lo observó con indiferencia, le miró a los ojos y vio tristeza reflejado en ellos. Comprendió que Ares también la hechaba de menos.

- Al final tenías razón, Ares, siempre la has tenido. Los tontos siempre tiene razón.- Dijo Gabrielle friamente, mientras introducía con sumo cuidado la urna de Xena en su alforja.

- ¿De qué estás hablando?.- Preguntó Ares, que la miraba curioso apoyado en un fuerte tronco.

- Este mundo y la vida de todos aquellos que viven en él... es tan inmesamente inutil. Los debiles no forjan su destino, otros lo hacen por ellos, los más poderosos, los que tienen la fuerza.- Ares sonrió con ironía. Gabrielle lo miró con asombro.

- Sabes, lo curioso es que yo llegué a creer lo contrario, llegué a creer que siempre habría personas que impedirían que este mundo fuera totalmente inutil.- Ares desvió la vista, Gabrielle lo miró con el ceño fruncido.- Xena luchó por que el mundo no fuera gobernado por guerreros.- Ares la miró intensamente, expresando con aquella mirada su dolor. Gabrielle sintió que su alma se agrandaba para albergar más odio.

- ¿Y de qué ha servido, Ares?. Dime, de qué, el mundo sigue igual, los debiles siguen sufriendo, los guerreros siempre existirán, las guerras siempre estarán en la vida de los seres humanos, es innato en ellos, no podemos luchar contra la naturaleza del hombre, por eso siempre ha existido un dios de la guerra.- Ares la miró realmente sorprendido.

- Nunca pensé que te escucharía hablar así, me empiezas a recordar a ella.- Dijo Ares mirandola con intensidad.

- Nunca me compares con ella, yo nunca seré como Xena, nunca cometeré su error.- Ares la miró con la sorpresa reflejada en su rostro.

- ¿Qué error?.- Preguntó con curiosidad, acercandose a Gabrielle, pues le parecía que de un momento a otro ella caería al suelo desvanecida, parecía tan débil. Gabrielle tardó un tiempo en responder, miró al horizonte y su vista se perdió en la lejanía.

- No voy a luchar por algo en lo que no creo.- Gabrielle desvió su vista para mirar a Ares.

- Reconozco esa mirada, es odio, ¿odio Gabrielle?. ¿Por qué odias ahora?.- Le preguntó tristemente el dios de la guerra.

- Odio este mundo Ares.- La mirada de Gabrielle se llenó de más fuego y se cubrió de repente con una tenue sombra. Ares retrocedió asustado.

- No puedo ayudarte en eso Gabrielle.- Gabrielle volvió a mirar al horizonte, soltó un bufido que hizo reaccionar a Ares.

- ¿Ayudarme?. No me hagas reir Ares, tu nunca me has ayudado, pero ahora sí hay algo que puedes hacer por mí.- Ares no dejaba de mirarla intrigado, su condición de dios de la guerra le hacía sentirse tremendamente atraido por el odio de Gabrielle.

- ¿De qué se trata, Gabrielle?.- Ares preguntó sin dejar de observar su perfil.

- Quiero un ejercito, sí, un gran ejercito tan grande como puedas conseguirme, formado por personas cuyas vidas estén tan vacías como las mías, de personas que no tengan absolutamente nada que perder y que no le importe perder su propia vida.- Terminó Gabrielle de hablar secamente. Ares había abierto sus ojos de una forma desmesurada.

- No entiendo, acabas de decirme que odiabas este mundo porque estaba gobernado por guerreros. ¿Que piensas hacer?. ¿Quieres convertirte en uno de ellos?.- Le preguntó Ares sin disimular su desolación.

- Me debes una Ares, lo que pretenda hacer con ese ejercito es cosa mía.- Ares volteó su mirada y observó el poniente junto a Gabrielle, el silencio lo inundó todo como un latigo que azotaba fuertemente sus almas. Ares simplemente contestó:

- Tendrás tu ejercito.

La lluvía azotaba su rostro con fuerza, pero no le impedía seguir cabalgando con tanta velocidad, ni cortar tantas cabezas como le era posible a su febril galope. A veces sabía que ni siquiera miraba a aquellos a los que su espada atravesaba de lado a lado, solo sentía la hoja incrustarse sobre la blanda carne y la sangre caliente de su víctima correr sobre sus propias manos, pero eso no le importaba, ¿por qué iba a importarle?. Ellos debían morir, ella estaba escribiendo ahora el destino de aquellos hombres y de muchos otros, la muerte.

Paró su marcha y observó el panorama que se abría ante ella, las llamas azotaban el lugar y su paladar notó el gusto a sangre y humo, a cenizas y veneno. ¿Era aquella otra victoria?, estaba claro que sí, su ejercito se reagrupaba y se disponía a volver de vuelta al campamento, pero ella disfrutaba de la victoria. Azotó su caballo y como otras tantas veces lo encaminó al horizonte, y cabalgó con la lluvía empapandola, bajo las negras nubes, mientras su corazón se aceleraba con cada relampago. Sus cabellos empapados de las frías gotas de lluvía se alzaban con cada galope, y ella permanecía con los ojos cerrados y se sentía volar, olvidando todo el mal que estaba haciendo, pensando que la lluvía le limpiaba el alma y sonrió, aun cuando sus manos estaban llenas de la sangre de miles de personas, sonrió.

LLegó al atardecer a su campamento y montada sobre su caballo se dirigió a su tienda, cuando estuvo lo suficientemente cerca de ella se bajó agilmente de su caballo y andó hasta allí. Dos generales de su ejercito, de los que ella ni siquiera se acordaba la miraron sonrientes, felicitandola por la nueva victoria, ella friamente asintió, sin dejar que aquellas hombres vieran reflejo de sentimiento alguno. Entró en su tienda, había un baño preparado y su ropa de dormir estaba sobre la cama, se alegró al pensar que tenía un buen ayudante de camara. Se desnudó poco a poco, y observó que tenía una herida en su muslo derecho, era solo un rasguño, pero le dolía pensar que todavía fuera herida en aquellas batallas. Ni siquiera recordaba quién le había herido, pero ahora estaba muerto, de eso no tenía duda. La luz del candil alumbró su cuerpo por breves momentos antes de que ella se introdujera en el agua. Como una flash recordó una escena de baño con Xena, y negó con disgusto, deseando que nunca volvieran a ella aquellas antiguas escenas de su antigua vida. El agua resbaló por sus hombros, mientras ella se relajaba y pensaba en sus tantas victorias. ¿A cuantos ejercitos había destruido?, ya ni siquiera lo recordaba. Cientos, quizás más, y Grecia la amaba, no era increible, ella mataba a sangre fría y toda Grecia sentía admiración por su persona. Sin lugar a dudas el mundo no podía ser más ridículo. Pero estaba contenta, porque las únicas guerras que ahora se batallaban eran las de su ejercito contra otros y los guerreros morían bajo su espada y las de su ejercito. Un ruido la sobresaltó, se levantó rápidamente y empuñó con fuerza su espada. Tenía muchos enemigos y podría tratarse de un ataque inesperado.

- Gabrielle, tranquilizate, soy yo.- Habló Ares, quien, tendido sobre la cama, la observó con lascivia, mientras Gabrielle suspiraba y volvía a recuperar su tranquilidad.

- Deja de mirarme Ares, si no quieres pasar el resto de la eternidad sin ojos.- Ares rio, pero aquella no era su antigua carcajada, no, la de ahora era apagada, sin vida.- ¿A qué has venido?.- Gabrielle se volvió a zambullir en el agua. Ares la observó sin pestañear. Estaba tan absorto por su temple y su figura. Gabrielle estaba más delgada, su rostro era más afilado y sus ojos fríos. Su piel era morena y hacía un alto y precioso contraste con el esmeralda apagado de sus ojos. Su cuerpo era torneado, fuerte y musculoso, incluso se diría que parecía más alta. Tenía el pelo corto, por encima de los hombros y se había recogido el flequillo con dos largas trenzas, despejando su frente. Ares pensó que nunca la había visto tan bonita en el tiempo que la conocía. 

- Tengo noticias frescas, guerrera.- Gabrielle puso toda su atención en las palabras del dios.

- ¿De qué se trata?.- Preguntó con interés.

- El ejercito de Milron está acampado al norte, a unas cinco horas de aquí. Milron piensa atacarte.- Le dijo Ares mientras con un gesto casual alcanzaba una manzana del gesto de Gabrielle y se la llevaba a la boca.

- ¿Cuántos hombres?.- Preguntó secamente Gabrielle, perdida la vista en el techo de su tienda.

- Unos 800.- Contestó Ares con la boca llena. Gabrielle alzó las cejas en señal de sorpresa. El ejercito de Milron eran mayor que el suyo, ella solo tenía 500 hombres, aunque fuera más ingeniosa que Milron, era imposible ganar aquella guerra. Ares lo supo, sabía que el ejercito de Gabrielle no pasaría aquella prueba.

- Bien.- Contestó tras un silencio prolongado. Ares abrió los ojos en señal de alarma.

- ¿Piensas atacarle?.- Preguntó Ares sorprendido.

- Nada me lo impide.- Dijo Gabrielle con tranquilidad mientras se levantaba del baño y se envolvía en una manta. Ares la observó embelesado, pero pronto se dio cuenta de que estaba siendo demasiado descarado.

- Estás loca, son 300 hombres de diferencia, es imposible que le venzas, aun teniendome a mi de tu parte.- Le increpó el rudo dios de la guerra.

- No voy a necesitar tu ayuda Ares, yo poseo algo que Milron no tiene.- Ares sonrió, aun sin entender del todo las palabras de ella.

- ¿Qué tienes pensado?.- Preguntó, sin poder evitar acordarse de lo poco hábil que la antigua Gabrielle era en el arte de la guerra y lo experta que ahora era.

- Eso es una sorpresa.- Gabrielle le giñó el ojo en un gesto desinteresado, mientras caía a un lado del dios, sobre la mullida cama. Ares se acercó a ella peligrosamente, deseando besarla como tantas otras veces, pero ella solo tuvo que mirarle con un gesto amenazador para que el dios desistiera de su intento. Ares le sonrió resignado.

- Tarde o temprano, Gabrielle, incluso Xena calló rendida a mis encantos.- Gabrielle no le hizo caso, se volvió a un lado y cerró los ojos ignorando al dios de la guerra, que con gesto tosco desapareció y la estancia volvió a su antiguo silencio.

Xena caminaba sin rumbo fijo por aquel limbo, hacía tiempo que había dejado de ver las almas que ella había asesinado. Ahora solo había silencio y soledad a su alrededor. No sabía que era peor, si los gritos de aquellas victimas o el silencio desolador, en el que de vez en cuando resonaban con fuerza sus pensamientos. No sabía cuanto hacía que estaba allí, su instinto de guerrera le decía que hacía al menos 3 ó 4 años, pero a ella le parecía toda una eternidad.  ¿Que habría sido de Gabrielle?. La hechaba tanto de menos, seguramente habría formado una familia, deseó que fuera así y que tuviera muchos hijos y que fuera realmente feliz. O quizás se había convertido en una gran reina amazona, eso también le alegraría tanto. Solo deseaba que ella fuera feliz. Dejó de caminar al observar que ante ella aparecía una cara familiar. Su corazón le golpeó con fuerza avisandole de que aquella persona era su Gabrielle, la única a la que había amado con fervor. La observó acercarse a ella, pero vio la seriedad de su rostro, si ningún rastro de complicidad. Xena la llamó, y el eco retumbó de un lado para otro.

- No grites, Xena, ya te he visto.- Xena intento acercarse a ella para abrazarla, sin haberse preguntado aun por qué ella estaba allí.

- Gabrielle.- Susurró, pero el cuerpo de Gabrielle se alejaba un paso a cada uno que ella daba.- No me dejes.- Susurró casi sollozando.

- No puedes alcanzarme Xena.- Le increpó con indiferencia Gabrielle.- ¿Te has preguntado por qué estoy aquí?.- Le preguntó Gabrielle friamente. Xena parpadeó varias veces sin entender.

- ¿Gabrielle, has...?.- Xena temió lo peor, que Gabrielle hubiese muerte y hubiese deseado pasar la eternidad vagando por aquel limbo con ella, cosa que siendo egoista le hubiese encantado, pero que amandola tanto como lo hacía no lo permitiría. Sus pensamiento fueron interrumpidos por las carcajadas de Gabrielle. Xena frunció el ceño con desconfianza.

- No estoy muerta, ¿o quizás sí?. No, Xena, estoy aquí por otra razón. Estoy aquí porque soy tu última víctima.- Le increpó con repugnancia a Xena. Ésta retrocedió unos pasos asustada.

- ¿De qué hablas, Gabrielle?, yo nunca te hice daño, nunca te haría daño.- Habló Xena preocupada, ¿era esta una nueva forma de mortificarla?.

- ¿Eso crees verdad?. Me hiciste más daño del que piensas. Quizás mi cuerpo esté vivo, pero mi corazón a dejado de latir, ¡¡¡tu lo mataste Xena!!!.- Gritó Gabrielle.

- Noooooooo.- Xena se tapó los oidos con furia, pero el eco seguía resonando dentro de su cabeza. Cuando levantó la vista Gabrielle ya no estaba. Xena calló al suelo sollozando. Las lagrimas callendo abundantemente al suelo.

- Hasta tu mejor amiga se ha convertido en tu víctima, has matado al ser que más amaba.- La voz seca de un viejo canoso la sacó de su dolor.

- ¡¡¡Calla!!!, yo no la maté, por qué me haceis esto, ella está viva y es feliz, yo lo sé.- Xena se levantó encarando al viejo.

- ¿Tan segura estás de ello?.- Preguntó el viejo sin sucumbir a la fría mirada de Xena.

- Sí, ella es feliz.- El anciano negó con la cabeza.

- Podrás comprobarlo por tí misma, Xena.- Xena frunció el ceño con desconfianza.

- ¿De qué hablas?.- Preguntó asustada.

- Tus víctimas te han perdonado la vida Xena.- La guerrera parpadeó asombrada.

- ¿Quieres decir que estoy libre de este limbo?.- Preguntó sin disimular su alegría. El viejo asintió.

- Sí, pero una última víctima no te ha perdonado aun, Xena. Debes regresar a la vida y obtener su perdón.- Xena abrió los ojos con asombro.

- ¿Regresar a la vida?. ¿Quién es?.- Preguntó con curiosidad y preocupación.

- Eso ya lo sabes, te acaba de visitar.- Dijo secamente el viejo.

- Maldito seas, Gabrielle está bien, ella es feliz, eso solo era uno de vuestros sucios trucos.- Xena zarandeó con furia al viejo, pero antes de que pudiera dañarle más su cuerpo empezó a brillar con una fuerza inusual y luego perdió el conocimiento.  

Gabrielle despertó azorada, respirando con dificultad. Había tenido una pesadilla tan real. Soñó que ella veía a Xena en el limbo y la culpaba de todo su sufrimiento, pero había sido tan real, que incluso el corazón le dolía con cada respiración.  Cuanto la hechaba de menos, y cuanto la odiaba, cuanto odiaba amarla con tanta fuerza, cuanto odiaba no haberle dicho lo mucho que la amaba, cuanto odiaba haber pasado tanto tiempo a su lado y ahora no poder olvidarla. Relacionaba  cualquier cosa con Xena, sobre todo después de su muerte, pero poco a poco fue aprendiendo a olvidarse de ella, de sus ojos, incluso de su rostro y ahora, cuando creía haberla olvidado, su rostro volvía a presentarse ante ella nítido y claro. Se levantó, su cuerpo estaba entumecido y azotado por el frío reinante. Era pleno otoño, Gabrielle amaba aquella estación del año, cuando las viejas hojas caían de los árboles, para dar pasos a las nuevas. A veces no podía evitar compararse a uno de aquellos árboles, perdiendo todas sus hojas, como si aquellas hojas fueran en realidad cada recuerdo de su vida con Xena. Se echó agua en la cara, se secó con un áspero paño y comenzó a vestirse. Se puso el mono negro entallado, y encima su nueva armadura, regalo de Ares, una preciosidad, no lo podía negar, hecha con el metal plateado de Hefesto y con unos laboriosos relieves contando las hazañas de Aquiles. Notó el ya añorado peso del metal sobre sus hombros. Luego envainó su espada, por supuesto, regalo también del dios de la guerra, hecha con el mismo metal de Hefesto, pero de un color que rayaba el oro. Ya no portaba con ella el chakram, ni la espada de Xena, se las había cedido al dios de la guerra para que ocultara las armas con el mayor celo posible, como si de tesoros se tratasen. Lo que aun conservaba, a pesar de que la ligaba a su pasado, eran sus sais, sus preciados compañeros que tantas veces le había sacado de apuros. Recordó cuál era su plan con respecto a Milron y se encaminó a la cuadra. Montando agilmente en Tadin, su fiel caballo, puso rumbo al norte, ante la mirada extrañada de los miembros de su ejercito.

Arreó a su caballo para que corriera tanto como le fuera posible y no aminoró su paso hasta que reconoció a lo lejos el campamento de Milron. Se apeó del cansado caballo y le hizo caminar hasta el campamento. Tranquilamente se adentró en el bullicioso ejercito de 800 hombres, hasta que uno de ellos la observó con desconcierto, reconociendola. En un principio el joven guerrero temió un ataque, pero pronto pudo observar que la mano derecha de Ares venía en son de paz. Avisó a sus compañeros, que rápidamente la arrastraron sin mediaciones a la tienda de Milron, el cual dormía la siesta placidamente. Un hombre entró y palmeó para despertar a Milron. Milron se desperezó y con gesto cansino y agotado le hizo un gesto para que hablase.

- Señor, la Bardo está aquí.- El hombre frunció el ceño, recordando que la Bardo no era otra que la afamada Gabrielle, la que en sus tiempos fue compañera de aventuras de Xena, la princesa guerrera.

- Hazle pasar.- Dijo Milron incorporandose de la cama y tomando asiento en su pequeño trono, habilitado para recibir visitas.

- Sí.- Asintió el guardia y al rato entró una figura enfundada en una larga capa marrón. Milron pudo observar su rostro y lo hermoso que este era, tan pulcro y joven. ¿Cuántos años tendría?.

- ¿Así que tu eres la bardo, la antigua compañera de Xena?.- Gabrielle hizo un gesto de disgusto al escuchar el nombre de Xena de nuevo.

- Soy Gabrielle.- Dijo, en tono disgustado, pero sonriendo como mejor pudo. Milron la observó de nuevo, se detuvo en observar sus ojos, tan vacíos, parecían la única muestra de los muchos sufrimientos que la atormentaban o lo atormentaron algunas vez.

- Sí, te conozco, se te conoce en Grecia como la Bardo, pero también se te empieza a conocer como la reina de la guerra.- Dijo Milron si dejar de mirarla.- ¿A qué has venido?.

- He venido a hablar Milron, sé que pretendes atacar mi ejercito, pero te será inutil, sabes que mi ejercito está mejor preparado y mejor abastecido que el tuyo.- Gabrielle tomó el asiento que se le ofrecía.- Y además, poseo el apoyo de los dioses.

- Sí, eso lo sabe toda Grecia, aunque no comprendo como lo conseguiste, pues tengo entendido que tu y Ares siempre fuisteis enemigos mortales.- Gabrielle sonrió con gracia.

- Eso es verdad, pero una mujer siempre tiene sus recursos.- Dijo giñandole el ojo al joven guerrero. Milron era un hombre atractivo, eso no lo podía negar, tenía unos ojos color miel dulces, no parecían los ojos de un fiero guerrero, el color de su pelo era castaño claro y caía en cascadas sobre sus hombros. Tenía una amable sonrisa y en aspecto parecía cuidado, mucho mejor para Gabrielle que planeaba seducirlo.

- ¿Así que tu ejercito está mejor abastecido?, pero no olvides que yo tengo 300 hombres más que tu.- Le arengó Milron.- ¿Qué contestas a eso?.

- ¿Qué puedo decir, salvo que tienes razón?. Por eso, he pensado que podríamos ahorrarnos una cruenta guerra, estoy segura de que ni tu ejercito ni el mío acabaría bien parado.- Gabrielle cogió la copa de vino que Milron le ofrecía.

- ¿Y qué es lo que propones?.- Preguntó Milron interesado, sin dejar de mirar los ojos color esmeralda de Gabrielle, que misteriosamente, a ratos parecían nublarse.

- Una unión perfecta. Piensalo, Milron, con la fuerza de tu ejercito y la inteligencia del mío seremos invencibles.- Milron la miró con asombro, debía admitir que ella tenía razón y la propuesta le parecía buena, incluso aceptable, sobre todo si eso significaba gobernan el ejercito junto a la reina de la guerra, con el apoyo de los dioses. La suerte estaba a su favor.

- No sé, ¿un ejercito de 1300 hombres?, nunca se ha visto nada parecido, es un número muy alto de tropas, sería dificil abastecerlas.- Dijo Milron, siempre pensando en la parte práctica.

- Por eso no tienes que preocuparte, nuestro ejercito consigue abastecerse con facilidad, tenemos nuestro propio mercado, nuestros propios huertos...- Milron comenzó a reirse a carcajadas. Gabrielle lo miró atónita.- ¿Qué te hace tanta gracia?.- Le preguntó con desconfianza.

- ¿Pretendes que mi ejercito trabaje para alimentarse?, acaso no están los aldeanos para eso. Nosotros les protejemos y ellos a cambio nos dan el tributo.- Gabrielle frunció el ceño.

- ¿Y depender de unos simples aldeanos?.- Gabrielle rio con ironía, mientras Milron se paraba a pensarlo desde esa nueva perspectiva.

- Supongo que tu tienes la inteligencia en esta batalla, ¿no?. Además te ha ido muy bien, así que seguiré al pie de la letra tus consejos. Ahora bien, te aviso, si intentas algo que no hayas consultado conmigo primero tu ejercito y el mio se veran las caras. - Dijo Milron en tono amenzador.

- ¿Eso quiere decir que aceptas?.- Preguntó con indiferencia Gabrielle mientras bebía un pequeño sorbo de su copa. Milron se limitó a asentir con la cabeza sin dejar de observarla.

- Tu y yo podemos llevarnos muy bien.- Milron sonrió con dulzura y poco a poco se fue acercando a Gabrielle hasta que sus labios rozaron los de la bardo con delicadeza, esta no opuso resistencia y el beso se hizo más y más apasionado. Pero Gabrielle sabía que no debía darle satisfacción tan pronto, debía dejarle un tiempo para que callera rendido a sus pies. Se separó suavemente de él.

- Tengo que volver, se hace de noche.- Gabrielle se levantó con rápidez y se volvió a colocar la capa.- Milron la observó embelesado.

- Supongo que en otra ocasión.- Se dijo a sí mismo en voz alta.

- Supones bien.- Fueron las última palabras de Gabrielle antes de salir de la tienda. Milron sonrió para sí.

Xena despertó, la cabeza le dolía como si mil demonios golpearan dentro de ella, tenía la vista nublada y un sabor pastoso y seco en la garganta. Intentó levantarse, pero le sobrevino un mareo que la postró de nuevo en el suelo. Intentó ver el lugar donde estaba, pero su vista aun no se hacía a la luz brillante. Intentó agudizar el oido, pero lo único que logró escuchar fue el candido sonido de los pajaros. Se resfregó con fuerza los ojos y poco a poco fue viendo más. Estaba en una habitación pequeña, la luz entraba por una ventana con fuerza y entonces escuchó voces lejanas, era una mujer y un niño. El niño estaba llorando. Intentó levantarse de nuevo, esta vez con más fortuna, se dirijió a la puerta y la abrió de par en par, salió tambaleandose de un lado a otro. La mujer y el niño observaron risueños su torpeza. Xena, disgustada intentó hablar, pero la voz no le respondía.

- Ya te dije que no debías beber, tu padre siempre te lo avisaba, Lidia.- Xena frunció el ceño, estaba confundida. Aquella mujer se estaba dirijiendo a ella.- Será mejor que te sientes. Te prepararé algo de comer, cabezota.- Xena miró a la mujer extrañada.

- ¿Por qué me has llamado Lidia?.- Preguntó Xena aturdida. La madre la miró con sorna.

- No jueges a eso otra vez, esta vez no me voy a creer que eres la malvada Calisto, ni Afrodita, ni Xena... - Xena se alarmó al escuchar su nombre.

- Soy Xena.- Dijo en una clara centencia.

- Ja, y yo soy Autolicos.- Dijo el niño riendose.- Eres tonta.- Xena lo miró con disgusto. ¿Qué estaba pasando?, no conocía de nada a aquellas dos personas, pero ellos parecían conocerla de toda la vida. 

- "Xena", recuerda que hoy tienes que ir a vender los panes al mercado, y esta vez no se te ocurra seguir a los guardias, ¿entendido?. Cualquier día te vas a meter en una gran lío.- La mujer puso un plato con comida ante Xena y le dio un beso en el cachete con dulzura, luego salió por la puerta sigilosa.

Xena estaba muy confusa, no sabía qué le estaba pasando, se sentía tan extraña. Instintivamente vació el contenido de su plato y se miró en el reflejo plateado. Observó una mujer joven, de un parecido evidente al suyo, pero con el pelo castaño, y unos ojos tan azules como los suyos. Pero no era ella, la mujer tenía rasgos que nunca fueron suyos, los labios, la forma de los ojos algo más orientales. Xena observó que su imagen se difuminaba y aparecía otra más tosca, la de aquel viejo que vio antes de perder el conocimiento.

- Lo siento Xena, esta era la única forma de devolverte la vida. Como comprenderás tu cuerpo es solo ceniza y por tanto esto es lo mejor que hemos podido encontrar. Recuerda para qué estas aquí, tienes que encontrar a Gabrielle y conseguir su perdón.- Xena parpadeó entendiendolo todo de repente. Debía encontrar a Gabrielle, enfundada en el cuerpo de una niña. Xena suspiró resignada, ¿por qué le pasaban siempre estas cosas tan raras a ella?.

- Pero... ingrata, ¿por qué tiraste la comida?. Si no tenías hambre podías habermelo dicho.- Dijo la que supuestamente era la madre de la chica con furia.

- Mamá, lo siento, ha sido sin querer, había... había un bicho...- La madre no pareció creerse el cuento, pero aun así le sonrió calmosa. Xena suspiró aliviada. Le parecía curioso tener que dar explicaciones a una madre que no era la suya.

- Anda, ve a hacer lo que te dije, y esta vez no subas el precio del pan.- La avisó la madre. Xena pensó que la chica de la que temporalmente ocupaba su cuerpo debía ser un personaje curioso, por un momento le recordó a Gabrielle, a pesar de no conocerla.

Xena salió por la puerta, los ojos le dolieron por un instante, antes de poder acostumbrarse a la luz del día. Se tambaleó a un lado y otro, pensando mientras andaba en lo que debía hacer. ¿Dónde podría encontrarla?. Un joven le sacudió por detrás.

- Ehh, Lidia, ¿has escuchado la noticia?.- Xena observó al joven muchacho, que debía tener unos 19 años, con calma.

- No, ¿de qué se trata?.- Preguntó, todo lo que pudiera saber era bienvenido.

- El ejercito de la reina de la guerra está cerca, ha acampado a unas dos horas de aquí, al norte.- Xena frunció el gesto.

- ¿La reina guerrera?.- El joven la miró sorprendido.

- Lidia, deja de hacerte la olvidadiza, sabes muy bien que ella es tu heroina, siempre andas diciendo que te encantaría conocerla, pues bien, ahora tienes la oportunidad.- Le animó el chico.

- Concer a la reina de la guerra. ¿Cual es su nombre?.- Preguntó Lidia. El chico la miró de nuevo con extrañeza.

- Nadie lo sabe, bueno excepto el dios de la guerra y algunos que oyeron su historia.- Dijo el chico, parecía conocer bien la historia.

- ¿El dios de la guerra, te refieres a Ares?.- El chico asintió sin dejar de mirarla extrañado.

- Lidia, ¿te ocurre algo?.- Preguntó preocupado.- Te noto diferente.

- Pues serás el único que lo ha notado.- Susurró Xena mientras se alejaba del chico.- Por cierto, ire con vosotros.- Le advirtió al chico alejandose mercado abajo.

- ¡¡¡Bien!!!.- Gritó eufórico el chico que se alejó corriendo en dirección contraria.

La noche era menos fría que la anterior,  estaba calmosa. Las tormentas se habían disipado y la temperatura se había elevado más de lo acostumbrado. Gabrielle salió de su tienda y se alejó en la oscuridad del bosque. Con paso tembloroso andó sin rumbo fijo, tan solo oyendo el silencio a su alrededor, atendiendo a cada sonido que se atreviera a romperlo. En la lejanía oyó voces, voces sonrientes, llenas de emoción, eufóricas, jovenes tal vez. Gabrielle se sentó en el suelo y se tendió en la fría yerba, suspirando al recordar su juventud en Potedaia. La capa marron seguía anudada a su cuerpo, se levantó al oir las voces más cercanas, luego se puso la capucha y sacó su espada. Aun cuando ellos solo fueran jovenes, no debían de estar allí. Las voces se acercaban cada vez más al lugar que ocupaba Gabrielle.

- Lidia, te he dicho miles de veces que no hagas eso.- Le dijo una chica.

- ¿El qué?.- Preguntó Xena extrañada en voz baja.

- Arrascarte el trasero, eso está muy mal visto en una joven aldeana.- Xena la miró como si de un bicho raro se tratara.

- Callate quieres.- Le dijo dirigiendole una fría mirada. Los demás se rieron  de la muchacha. Al rato Xena volvió a rascarse. Y todos rieron ante la cara de furia de la otra chica.

- No te has enterado, arracarse el trasero es de muy mala educación.- Xena y los chicos se voltearon al observar la figura imponente de un guerrero frente a ellos, con la espada desenvainada y en posición de ataque. Xena sintió una punzada en el corazón, aquella voz, le había sonado tan familiar... - No deberíais estar aquí, debería mataros por adetraros en territorio de la reina de la guerra.- Dijo Gabrielle con la única intención de asustar un poco a los chicos.

- Quiero verla, necesito hablar con ella.- Gabrielle miró con sorpresa la chica que se había adelantado, tenía unos ojos tan parecidos a los de "ella"... y su mirada tenía el mismo fuego, incluso se parecía a ella, solo que era más joven. Gabrielle sonrió ante la valentía que la chica demostraba. En su cara oculta por las sombras de la noche, brillaron su blancos dientes.

- ¿Para qué si se puede saber?.- Xena frunció el ceño, aquella voz le era familiar pero se escuchaba tan distorsionada, como si algo impidiera que las palabras saliesen con total libertad.

- Necesito hablar con ella, estoy buscando a alguien.- Xena calló, el corazón le seguía dando fuertes punzadas.

- Sí, quieremos conocer a la reina de la guerra.- Se adelantó uno de los chicos. Gabrielle lo miró con disgusto, pero el chico no lo notó.

- Largo de aquí.- Dijo Gabrielle alejandose entre la maleza.- Estaba sintiendo algo tan extraño, un dolor tan fuerte en su corazón, aquella chica... Xena la observó alejarse y la siguió, los demás la miraron sorprendidos.

- Lidia, no. Estas loca, puede matarte.- Le arengó la chica rubia con temor.

Gabrielle fue consciente de que la chica le seguía, fue concientes porque el dolor de su corazón no se disipaba. Se paró en seco y envaino su espada luego se tendió sobre la fría yerba y cerró los ojos. Xena se acercó a la figura, ahora tendida sobre el suelo, era consciente de que el guerrero sabía que le seguía, pero necesitaba saber quien era la reina de la guerra, no entendía por qué, pero algo le decía que Gabrielle tenía que ver con aquello. Xena se sentó a su lado y observó su perfil en la penunmbra de la noche. Una mascara negra curbría la mitad de su cara y solo dejaba al descubierto su boca y barbilla.

Xena estaba segura de haber visto aquel perfil, la figura en su conjunto le era demasiado familiar, ¿y si era Gabrielle?. Pensó que lo mejor que podía hacer era ir al grano.

- Gabrielle.- La llamó quedamente. El corazón de Gabrielle empezó golpear a un ritmo frenético. Hubiera jurado que Xena le había hablado. No, no quería escucharla, no otra vez, no quería volverse loca. - Gabrielle.- La voz volvió a pronunciar suavemente su nombre. La rubia solo se levantó y huyó, huyó sin mirar atrás, como si los viejos fantasmas volvieran a aparecer en su vida y le persiguieran.

- ¡¡¡Marchateee!!! ¡¡¡¡Déjame en paz!!!!.- Xena reconoció la voz de su amada, aunque alterada estaba segura que era Gabrielle, ¿pero por qué había reaccionado de aquella manera?. La persiguió, no dispuesta a dejar que se escapase. Tenía tantas ganas de verla, de hablar con ella, de decirle tantas cosas.

- ¡¡¡Espera, Gabrielle!!!.- Gritó, pero cuanto más gritaba más rápido parecía correr Gabrielle.

Jadeante, Gabrielle llegó al campamento, alertó a varios de sus hombres para que guardaran los alrededores y montó sobre su caballo, huyendo a un paso tan frentético como le era posible. Tadín resoplaba a cada zancada, pero su dueña era perseverante y ella era fiel. Aguantaba el ritmo cuanto podía y corría tanto que se sentía como el mismisimo Pegaso. Lejos ya del campamento, Gabrielle aminoró su paso, la yegua resoplaba ansiosa y agotada.

El sol empezaba a enseñar sus primeros rayos por el este, Tadín comía la fresca yerba de la mañana, bañada por el dulce y fresco rocío. Gabrielle dormía agotada en el lomo de la yegua, ausente a todo lo que acontecía a su alrededor. Sin poder hacer nada para evitarlo, Gabrielle cayó al suelo, abrió sus ojos de forma soñoliente, sentía un terrible dolor de cabeza y sentía que no podría mover ni un músculo, poco a poco sus ojos se fueron cerrandose de nuevo y tendída sobre la verde yerba de aquel prado, Gabrielle perdió el conocimiento. 

No muy lejos de donde Gabrielle dormía Xena trotaba con su caballo, uno que había robado de las cuadras del campamento, no fue dificil para ella, a pesar de encontrarse en un cuerpo extraño, deshacerse de dos guardas y huir con el caballo. No era Argo, eso estaba más que claro, pero era un ejemplar singular, de un negro lustroso. Xena alzó la vista al ver a los lejos un caballo paciendo sobre aquel hermoso prado. Supo que era el caballo de Gabrielle, pues la había visto huir montada en él. ¿Por qué huyó? ¿Le tenía miedo?. Se preguntó Xena intranquila. Era solo una niña, ¿por qué había huido de una joven?, era imposible que Gabrielle la reconociera. Acercó su caballo despacio y a unos pocos pasos, se apeó. Ando sigilosa hasta donde el caballo estaba y vio la figura de Gabrielle tendida sobre la yerba. La mascara seguía sobre su rostro y la capa que llevaba anudada al cuello le servía de manta. Xena sonrió, aun sin verle la cara, sintió que estaba más hermosa que nunca. Se acercó a ella, se agachó a su lado y le quitó con suavidad la mascara, Gabrielle se removió intranquila. Xena observó un pequeña cicatriz en la frente de la bardo y se entristeció, ¿quién le habría hecho aquello?, se preguntó, sin dejar de observar la calma que el rostro de Gabrielle desprendía.

- Gabrielle...- Susurró al oido de la bardo. Esta movió la cabeza inquieta. Xena la zarandeó suavemente. Gabrielle, asustada abrió los ojos y se encontró frente a ella unos ojos del mismo azul de Xena. Se apartó en un acto reflejo e instintivo. Xena intentó acercarse a ella, pero Gabrielle huía como un salvaje temeroso.

- ¡¡¡Déjame en paz!!!.- Gritó Gabrielle, llamando con un sordo silvido a Tadín, que acudió presurosa a la llamada de su dueña. Gabrielle se hechó mano a su rostro y comprobó que no llevaba su mascara, se sintió desnuda.

- ¡¡¡No, espera!!!.- Xena la agarró por el hombro, pero antes de que pudiera hablar, la espada de Gabrielle acechaba su cuello. Gabrielle estudió la figura con detenimiento, no era Xena, sintió alivio y desilusión al mismo tiempo. Era solo una niña, la misma de la noche anterior, pero tenía algo especial que no podía explicar. La miró a los ojos y sintió que la conocía, pero pensó que solo se estaba volviendo loca.

- ¿Quién eres tu?.- Le preguntó con tono amenazante a la chica.

- Yo... yo...- Xena tartamudeó nerviosa, miró a Gabrielle a los ojos, estaban tan vacíos, tan llenos de ira y odio. Temió decirle la verdad, ¿cómo iba a hacerlo sin arriesgarse a perder la cabeza de nuevo?: Oye, mira, esto, es que soy Xena en el cuerpo de otra persona. Ni si quiera Joxer se lo hubiese creido.- Soy Lidia.- Se limitó finalmente a responder. Gabrielle la miró y Xena se sintió tremendamente atraida por aquella nueva Gabrielle, pero también añoraba mucho a la risueña e inocente.

- ¿Lidia?. ¿Y qué quieres tu?.- Preguntó Gabrielle de nuevo, envainando su espada y dandole la espalda a la joven.

- Yo, yo, quiero, quiero que me dejes acompañarte.- Se atrevió a decir Xena, y recordó cuando la joven Gabrielle le dijo eso mismo a ella. Gabrielle elevó las cejas, tenía una extraña sensación, esas palabras le recordaron a ella misma, pidiendole a Xena que la dejara marchar con ella. Pero ahora era al revés, ahora ella era la temible reina sanguinaria.

- Estás loca, solo eres una niña, ¿de qué me ibas a servir?.- Preguntó Gabrielle en tono hosco, subiendo a su caballo. Xena se quedó pensativa, no podía decirle que era guerrera, no lo parecía en absoluto y dudo de que tuviera la hagilidad de su propio cuerpo.

- Cocino bien...- Dijo, sabiendo que eso era totalmente mentira. Gabrielle la miró con indiferencia.

- Ya tengo mi propio cocinero.- Contestó secamente. Xena se removió intranquila y miró con cara de pena a Gabrielle, pero esta ya no se compadecía tan facilmente. Xena se maldijo por ello. ¿Qué le habría ocurrido a su bardo para que se comportara tan distante y fría?. Gabrielle cogió sus riendas y se dispuso a azotar a su caballo, pero antes de que pudiera salir cabalgando Xena habló.

- Sé contar historias.- Gabrielle se volteó para mirarla asombrada. ¿Sería posible que el destino fuera tan traicionero?. Xena supo que había dado en el clavo. Gabrielle pareció dudar, pero algo en su interior le hizo cambiar de opinión, quería compañía, quería escuchar historias, su espiritu aventurero y juvenil renacía cada vez que escuchaba una vieja historia, quizás aquella chica podría satisfacerla.

- Está bien, ¿cuánto pides por ser mi bardo?.- Le preguntó con seguridad, mirandola directamente a los ojos. Xena sonrió contenta, empezaba a sentirse como una joven inocente.

- Bastará con que me des de comer.- Contestó sin borrar sus sonrisa. Gabrielle golpeó su caballo y este comenzó a andar tranquilamente. Xena corrió a alcanzar su caballo y se subió a él rápidamente. Gabrielle se sorprendió de que la niña aldeana tuviera un caballo. Xena se acercó lentamente al caballo de la bardo.

- ¿De dónde has sacado ese caballo?.- Preguntó Gabrielle en tono indiferente. Xena hizo un gesto casual y con voz también indiferente le contestó:

- Se lo robé a tu ejército.- Gabrielle la miró con sorpresa, Xena se limitó a mirarla con inocencia. Gabrielle sonrió levemente y luego sacudió con los pies a su caballo para que cabalgara rápidamente. Xena la siguió con una sonrisa triunfal.

 

Cabalgaron juntas al amanecer, llevaban unas dos horas de camino y Xena no podía evitar sentirse feliz, no solo por el hecho de que Gabrielle la hubiese dejado acompañarle, sino porque aquella escena, de las dos juntas cabalgando al amanecer le trajo muchos recuerdos, muchas conversaciones y palabras lanzadas al azar al viento. Sin embargo, ahora el silencio se cernía como el mayor enemigo. Gabrielle también lo sintió, recordó con añoranza a ella y Xena cabalgando juntas al amanecer y se preguntó si llevar con ella a la joven sería buena idea.

- Cuentame una historia.- Le rogó a la joven aldeana. Xena sintió que su corazón galopaba con solo escuchar la voz de la bardo de nuevo. Se quedó pensativa, recordando una buena historia que siempre le hubiese gustado a Gabrielle y sonrió al encontrar la respuesta.

- Hace mucho, mucho tiempo, todos los hombres tenían cuatro manos y cuatro pies...- Siguió relatando la historia y a cada momento ojeaba el rostro de Gabrielle. Ésta permanecía con los ojos cerrados, deleitandose con la historia.- ...y por eso todas las personas se pasan la vida buscando su otra mitad y cuando la encuentran...- Gabrielle acabó la historia por Xena.

- ...alguien te la arrebata.- Dijo Gabrielle en tono seco. Xena parpadeó varias veces, entendiendo a lo que la bardo se refería. Permaneció callada, dandole vueltas a la cabeza. Mientras Gabrielle solo miraba a algún punto en el espacio.

- ¿Perdiste tu otra mitad?.- Preguntó, sabiendo de más cual era la respuesta. Pero Gabrielle no contestó, solo la miró con disgusto un instante. Luego le dijo en tono hosco.

- Limitate a contar historias.- Xena sintió que su bardo le golpeaba el corazón, había cambiado tanto.

En el mismo silencio que el de una noche lúgubre y mortecina, las dos mujeres recorrieron el camino que faltaba hasta el campamento. Cuando llegaron, Xena se sorprendió de lo bien alineado y formado que estaba aquel ejercito. Las miradas curiosas se fijaron como punzones en ella, sin disimular en absoluto la descarada indiferencia con que la miraban. Xena tragó con fuerza, sintiendose incomoda. La bardo la miró con una una mueca burlona, acertando a ver la timidez de la chica. Dejaron los caballos en las cuadras y Gabrielle ordenó a la chica que le siguiera. Sin dudarlo un instante, Xena siguió sus pasos vacilante. Gabrielle entró en una tienda y le indicó que la esperase. Al rato salió con una sonrisa diabólica y miró de reojo a la chica.

- Tendrás que dormir en las cuadras.- Le habló a la chica con voz burlona. Xena sintió rabia por el trato que le dispensaba Gabrielle.

- ¿En las cuadras?.- Preguntó con mohín. Pero al ver la cara de advertencia de Gabrielle prefirió aceptar.- Está bien.

Gabrielle desapareció de su vista y Xena pudo observar que se marchaba riendo, riendose de ella, para ser más exactos. Xena estaba cansada, así que se dirigió a las cuadras y eligió el sitio más limpio, se recostó sobre un poco de paja y los ojos se le cerraron tan pronto como recostó su cabeza.

Gabrielle se recostó sobre su cama, sin dejar de mirar a Milron. El hombre no disimulaba su deseo por ella. La bebida había dejado un tono rosado en sus mejillas y en los ojos una mirada soñolienta. La sombra de barba le asomaba por su cara y el pelo le caia con despreocupación sobre los anchos hombros.

- Entonces ¿mañana?.- Preguntó con voz seductora Gabrielle.

- ¿Cúal es el objetivo?.- Preguntó Milron a una sonriente Gabrielle.

- Nuestro objetivo está a tan solo dos marcas de vela.- Milron abrió los ojos con asombro.

- ¿Cracon?.- Preguntó sin poder disimular la sorpresa en su voz. Gabrielle asintió una sola vez con autosuficiencia.- Su ejercito es muy grande y sus hombres son buenos luchadores.

- Eso no debe preocuparte, sus ejercito solo lo forman 513 hombres.- Gabrielle hizo una pausa dramática.- ¿Qué son 513 hombres frente a 1300?.- Elevó una ceja en tono sarcastico.- Cracon no tiene nada que hacer.

Milron se levantó y se acercó con diligencia a la cama. Se tendió junto a Gabrielle sin dejar de observarla con una sonrisa lasciva dibujada en su cara.

- Bien, mi ejercito atacará por la retaguardia, justamente tras el tuyo, les cogerá por sorpresa. Pero debes prometerme algo.- Dijo el hombre con voz soñolienta.

- Puedo prometerte algo, pero no puedo asegurarte que vaya a cumplirlo.- Contestó Gabrielle sin dejar de sonreir. Milron se rió a carcajadas. Luego paró en el acto y miró fijamente a Gabrielle.

- Serás mía.- Luego se levantó y dejó su copa de vino sobre la mesa. Gabrielle observó la figura con curiosidad.

- Eso no tengo que prometerlo.- Contestó Gabrielle, sabiendo que más tarde que temprano tendría que cumplir esa parte del plan. Milron hizo un gesto de despedida y raudo salió por la puerta. Gabrielle se quedó pensativa por un instante, antes de perderseen los brazos de Morfeo.

Xena se levantó al atardecer, el sol aun estaba en la cima del cielo, lanzando sus rayos despreocupado. Oteó el campamento, buscando a Gabrielle, pero no la vio por ningún lado. Tenía hambre, no había comido desde la noche anterior y observó al cocinero despachando la comida a algunos hoscos hombres. Vacilante, pero sin miedo cogió un cuenco que encontró en el suelo y se dirigió al viejo cocinero. Por un instante se acordó de Joxer y su famosa sopa, solo esperaba que este cocinero no fuera pariente de su amigo. Respiró hondo cuando los soldados le cedieron el paso de forma respetuosa y se sorprendió al mismo tiempo por la camaradería con que la trataban. Todas las miradas estaban fijas en ella, pero nadie hacia comentarios. El cocinero le sonrió con dulzura y vertió una buena ración de sopa en su cuenco. Un poco conmocionada por lo extraño de la situación, se sentó frente a un soldado que comía indiferente, parecía el único que no se había percatado de su presencia. Xena lo observó, parecía tener más rango que los demás, pues no hacía caso a nadie. Xena sorbió su sopa y sonrió al saborear el caldo de pollo y sentir el rastro caliente y relajante que dejaba hasta su estomago. 

- ¿Tu eres la última adquisición de la reina?.- Le preguntó el hombre junto al que se sentó, sin desviar su rostro de la sopa.

- Soy la bardo de Gabrielle.- Agregó Xena en forma de sentencia. El hombre ante ella se echó a reir.

- Hacía tiempo que nadie la llamaba así, se me hace extraño escuchar ese nombre otra vez.- Dijo el hombre sin dejar de sonreir a la joven.

- ¿Cómo la llamais?.- El hombre rio aun más fuerte ante la inocente pregunta de la muchacha.

- Toda Grecia lo sabe, es la Gran Reina de la Guerra, la antigua compañera de Xena. 

¿Has escuchado hablar de la Princesa Guerrera?.- Preguntó el hombre a la joven. Xena asintió con la cabeza.

- Dicen que le cortaron la cabeza en... en...

- Japón.- Terminó Xena por el. El hombre la miró con sorpresa pero luego siguió con su relato.

- La Gran Reina encontró el cuerpo sin cabeza. Dicen que después de aquello, la joven bardo perdió las esperanzas, las malas lenguas dicen que fue seducida por Ares.- Xena se sobresaltó al escuchar el nombre de uno de sus mayores enemigos.

- ¿Ares?.- Preguntó con un hilo de voz temeroso.

- Como oyes, el  mismisimo dios de la guerra. Lo cierto es que Ares buscó un gran ejercito para Gabrielle y la puso al mando. Ahí quienes aseguran que fue la propia bardo la que se lo pidió, llenada por las ansias de venganza. Pero yo creo que sus objetivos son otros.

- ¿A qué te refieres?.- Preguntó Xena sin disimular su interés.

- Bueno, la Gran Reina no es como los demás señores de la guerra. Nos sorprendió saber que no iba a arrasar ninguna aldea. Muchos nos preguntabamos de qué ibamos a sobrevivir y para qué quería este gran ejercito.- Dijo el hombre señalando a su alrededor. Xena seguía absorta la charla del hombre.- Nos enseñó a cultivar nuestro propio huerto y nos enseñó los principios de Eli. Luego se dedicó a atacar todo ejercito que tuviera cerca.- El hombre carraspeó al pasar un general a su lado. Xena lo seguía observando, deseosa de saber más por boca de aquel desconocido.

- ¿Y, cuál crees que es su objetivo?.- Preguntó Xena impaciente.

- La verdad, no estoy totalmente seguro, pero yo creo que quiere ser la única señora de la guerra y gobernar el mundo. Ha acabado con cientos de ejercitos en tan solo 4 años. Muchos se disolvieron ante la amenaza, además nadie puede hacer frente a un ejercito que cuenta con el apoyo de los dioses, y no solo de los del Olimpo. De todas formas, ella sería una buena gobernadora del mundo. Estoy seguro de que no habría injusticias. 

- ¿Cómo estás tan seguro?.- Preguntó Xena, sin poder creer lo que acababa de escuchar.

- Ella siempre nos ha tratado bien, de igual a igual. Tenemos todo lo que necesitamos.- Agregó el hombre. Sus ojos se dirigieron a un punto en concreto sonriendo. Xena siguió la vista del soldado y vio un hombre salir de una de las tiendas.- ¿Ves a ese señor de la guerra?.- Xena asintió.- Es el último romance de la Gran Reina.- Xena lo odio sin conocerle, los celos le atravesaron el corazon como un relampago.- Uno de los soldados de la guardia escuchó parte de la conversación de ellos. Parece ser que se han unido.- Xena miró al hombre con curiosidad.

- ¿Por qué?.- Preguntó costernada aun.

- Seguramente porque la reina se dio cuenta de que el ejercito de Milron era mucho mayor que el de ella y le produciría muchas bajas. Ves lo que te digo, se ha unido a él por nosotros, para evitar que sus hombres mueran de forma inutil, es una persona sangrienta y cruel, pero honesta y fiel a sus hombres.- Xena ladeo la cabeza, sin dejar de observar la figura de aquel hombre.

- ¿Cómo es él?.- Preguntó al hombre que se acaba de terminar su sopa y la apartaba a un lado.

- Oh, él, es... los rumores dicen que era hijo de un granjero honrado y que es un hombre noble, pero no creo que dure mucho...- Dijo el hombre levantandose y alejandose hacia su propia tienda.

Xena parpadeó varias veces, pero decidida se acercó a la tienda de la que había visto salir a aquel tal Milron. Se paró frente a las cortinas, un guarda estaba en la puerta y le impidió el paso.

- ¿Quién eres y qué quieres?.- Preguntó el hombre impasible sin mirarla.

- Soy la bardo de la Gran Reina.- El hombre la miró con curiosidad. Una voz desde dentro interrumpió la situación.

- ¡¡Déjala pasar, Milas!!.- Gritó Gabrielle desde dentro. El soldado se apartó y sonriente cedió el paso a la joven.

- Gracias.- Dijo Xena y paso al interior. Observó la estancia de la Gran Reina, debía ser la mejor de todas.

- No, no es la mejor de todas, es igual que todas.- Contestó Gabrielle en tono resignado, mientras observaba a la joven desde su cama.

- Yo... es igual, pero, verás, sé que soy nueva, pero ¿por qué no tengo derecho a una tienda?.- Xena sabía que se arriesgaba demasiado pidiendole aquello, no conocía  a aquella Gabrielle y no sabía cómo podía actuar.

- Llevas tan solo un día aquí y ya empiezas a reclamar. Las cosas se consiguen por propios meritos. Si quieres tu propia tienda debes conseguirla.- Xena la observó sin la gran armadura. Estaba más delgada y su rostro parecía cansado. Una idea se le vino a la cabeza pero no supo si sería buena idea. 

- ¿Cómo?.- Preguntó la guerrera con voz impaciente.

- Haciendo lo que mejor sabes hacer.- Constestó la bardo sin dejar de mirar a la joven de forma frívola.

- Soy buena contando historias, aunque mi hermana dice que sé dar los mejores masajes de toda Grecia.- Xena se hecho a reir de forma gracil. La bardo la observó con curiosidad, pensando en lo mucho que aquella chica le recordaba a ella misma.

- ¿Tienes una hermana?.- Preguntó Gabrielle. Xena se sorprendió ante la pregunta. Luego asintió.- ¿Cómo se llama?.- Preguntó la bardo con tristeza.

- Megara.- Contestó en un acto reflejo. Gabrielle fue golpeada con la intensidad de aquel nombre y asustada se elevó de la cama. Se tranquilizó al pensar que era imposible que fuera la misma Megara que ella asesinó, su primera victima. Xena se autoinsultó por haberle hecho aquello a su bardo. Fue de una forma inconsciente.

- ¿Cómo era?.- Fue la siguiente pregunta de la bardo que tranquila se volvió a recostar.

- Ohh, ¿por qué preguntas como si ella ya no estuviera?.- Xena sabía lo que había pasado.

- Ohh, lo siento, es solo que...- Xena la observó con ternura, tenía la vista perdida en algún punto del techo.

- No importa. Ella es muy hermosa, tiene unos ojos celeste muy bonito y un pelo del mismo color que el tuyo, me recuerda a ti, aunque ella es más...- Gabrielle la miró con interés.

- ¿Más qué?.- Le preguntó con curiosidad.

- Bueno, más... más... emm, más inocente y niña.- Terminó por fin. Vio en la cara de Gabrielle un rastro de tristeza y dolor que se disipó pronto. Se autoculpó de nuevo por ello.- ¿Quieres que te cuente una historia de ella?.- Dijo Xena con voz feliz. Gabrielle se tendió por completo sobre la cama y colocó boca abajo.

- Prefiero que me des uno de tus masajes.- Dijo con voz cansina. Xena agradeció al cielo que le diera tan buena suerte y le permitiera tocar a su bardo de nuevo. Lo deseaba tanto.  

Xena se acercó sigilosa a Gabrielle, le vinieron a la mente todas las escenas de baños y masajes que ambas se prodigaron. Parecía que hacía una eternidad desde entonces. Una sonrisa de diablesa se le cruzó de cara a cara, pensando que de nuevo tenía el cuerpo de su bardo para ella. Se agachó y comenzó a desabrochar el pequeño camisón con suavidad. Gabrielle sin inmutarse suspiró y con aire grave le dijo a la joven.

- No me despiertes cuando termines.- Y tras esto cerró los ojos. Xena clavó su mirada en los hombros y la espalda de la nueva Gabrielle. Su espalda era ahora mucho más ancha que como la recordaba y los huesos de su clavicula se pronunciaban más. Xena vaciló antes de rozar con un dedo la suave y tersa piel de la bardo. Con delicadeza trazó un leve recorrido hasta la base de la columna. Gabrielle sintió un cosquilleo desde la nuca hasta su corazón, que se removió inquieto con ese contacto. A Xena se le puso la piel de gallina con aquel simple roce, deseaba besar cada palmo de Gabrielle, pero no podía hacerlo, no se había atrevido con la antigua Gabrielle y menos con esta de ahora, que parecía tan reacia al contacto humano. Sin embargo, aquel hombre le había dicho que ella había tenido amantes, ¿cuántos habrían sido?, se preguntó Xena con un suspiro de tristeza mientras al fin sus manos se posaban sobre la cálida piel y viajaban de un lado a otro, en una baile acompasado. Gabrielle se removió, se sentía tan bien, y ese contacto era tan diferente, tan dulce, pero su corazon le dolía, aquel contacto le recordaba mucho al de Xena y sintió aversión por la joven.

- Retirate.- Ordenó Gabrielle, ante una asombrada Xena.

- ¿No ha estado bien?.- Preguntó Xena preocupada.

- No, solo estoy cansada.- Xena poso sus manos de nuevo en la espalda de la bardo.

- Por eso mismo, necesitas un buen masa...- Gabrielle se volteó con una mirada asesina en el rostro.

- Te he ordenado que te retires, tengo sueño y mañana será un día muy duro.- Xena vaciló un instante antes de preguntar.

- ¿Qué pasará mañana?.- Gabrielle la observó desesperada.

- La guerra, eso es lo que pasara mañana. Ahora marchate.- Xena se acercó un poco a la bardo, que ahora la miraba intentando saber que pretendía.- ¿Ahora qué?.- Gabrielle puso los ojos en blanco. Xena sonrió y con un gesto rápido se acercó a la bardo y la besó en la mejilla. Luego hizo una mueca infantil y salió corriendo por la puerta. Gabrielle estaba con el corazón en un puño, aquel beso, no se lo esperaba, incluso había estado a punto de echar mano a su puñal, pero ella solo quería darle un beso, pero ¿por qué?.- Maldita niña.- Rumió mientras acomodaba su cabeza entre los almohadones. Intentó dormir pero no podía olvidar a la chica, sus ojos, su sonrisa, su rostro infantil, aquel suave contacto que aun cosquilleaba en su espalda...Todo había sido tan extraño y tan familiar. Se rozó con suavidad la mejilla y una debil sonrisa se dibujó en sus rostro.

La mañana siguiente despertó para Gabrielle como muchas otras, como si aquel fuera un día programado y más que estudiado. Xena ya estaba levantada, observandolo todo con minuciosidad sentada sobre un tronco. Quería ir a la guerra y acompañar a Gabrielle, pero dudaba que esta aceptara. Gabrielle la vio nada más salir de su tienda, iba ya armada con su armadura y su capucha negra, regalo de Afrodita. Se había colocado una mascara nueva, del mismo color que la otra. Xena se preguntó por qué lo hacía. Saludó a la bardo con confianza, pero esta hizo como si no la hubiese visto y con paso seguro y decidido se dirigió a las cuadras para montar su caballo, con los demás hombres de su ejercito. Xena corrió tras ella.

- Ehh, espera, quiero que me dejes ir contigo... ya, ya sé que es peligroso, pero una bardo tiene que narrar las aventuras de su...- Gabrielle indiferente le contestó:

- Como quieras. Coje un caballo y algo para defenderte.- Luego desató su caballo y en un gesto habil montó en él. Xena se quedó sorprendida de que Gabrielle la dejara ir con ellos, eso significaba que no le importaba su vida. Xena se entristeció, pero recordó que ahora para la bardo era solo una cría desconocida que había entrado en su vida de repente.

El cielo estaba nublado de nuevo, observó Gabrielle, tragó con fuerza imaginando la sangre que hoy le tocaría derramar. Matar se había convertido en un acto sin sentido, donde ni ganaba ni perdía. O quizás perdía, ¿pero el qué? si ya lo había perdido todo. No, no perdía nada. Se acercó a uno de sus generales y le habló ante la atenta mirada de Xena. Ésta se acercó al caballo de la bardo, que la miró con indignación.

- ¿Sabes cómo son las guerras?.- Le preguntó Gabrielle con desagrado.

- Sí.- Se limitó a contestar la chica y Gabrielle por vez primera vio en esos azules e intesos ojos un brillo que denotaba una experiencia de muchos años. ¿Sería aquella niña lo que parecía?. Gabrielle levantó el brazo para que el ejercito se detuviera. Hizo llamar a los arqueros y estos iniciaron el primer ataque. El ejercito de Cracon comenzó a formarse, aunque muchos no sabía sin armarse o huir. Gabrielle ordenó que tiraran las bombas de fuego que no tardaron tiempo en llegar a su objetivo. En un momento el campamento de Cracon era un veradero caos. Gabrielle aprovechó la confusión para atacar. Con un grito salvaje y feroz alentó a sus hombres a avanzar. En una formación de V, con Gabrielle a la cabeza el ejercito se adentró en la tierra de Cracon y las cabezas se confundieron en un baibén de masas oscuras. Xena lo observó todo de lejos, todo aquello le dolía tanto, incluso sentía miedo. Pero con un fuerte suspiro corrió tras la bardo y armada con una espada que había cogido de la tienda de armas fue a defenderla y protegerla como en los antiguos tiempos. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que a la bardo no le hacía falta en absoluto su protección. Se movía por la masa como una fiera salvaje, que parecía unida a su caballo como en un solo cuerpo. Solo sus gritos llenaban de espanto a los soldados y como salida de la nada arrebata las cabezas de cuantos soldados se cruzaban en su camino. Xena empezó a llorar viendo a su bardo manchada de sangre, tan absorta estaba viendo a su añorada Gabrielle, cuando un hombre le atacó de improviso por detrás. Xena calló al suelo y se movió asustada. Debía tener cuidado, no quería dañar el cuerpo de la chica, pero ya no era tan hagil como con su propio cuerpo. En un salto veloz se apartó de la trayectoria de una gran espada. Pero atrás otro hombre la agarró con fuerza. Xena se removía ofuscada, pero su fuerza no era igual a la que tenía siendo la Xena de verdad. Intento dar una voltereta, pero la maniobra no le salió como esperaba y acabó en el suelo de culo ante la burlona mirada de los soldados. Antes de poder reaccionar, vio que la expresión de los hombres cambiaba a una de total horror. Gabrielle había observado a la chica en peligro y se había dicho a sí mismo que no tenía por qué intervenir, pero algo en su interior se removió con dolor y ella sintió la imperiosa necesidad de proteger a la joven. Con un giro raudo cambió su frenético ritmo y lo encamino hacia donde esta se encontraba. Observó la cara de horror de los hombres que acechaban a la chica antes de que de un tajo les arrancara la cabeza. Se paró frente a la chica, observando que la joven permanecía con los ojos fuertemente apretados y llorando arrodillada en la seca tierra. Gabrielle sintió como su corazón congelado latía de forma certera con fuerza y calor. Respiró como si lo hiciera por primera vez desde hacía mucho tiempo, alargó la mano a la chica que tras un momento abrió los ojos y mirandola con dolor agudo agarró su mano, deseando desaparacer del campo de batalla. Gabrielle azotó su caballo hacia la retaguardía y con un fuerte gritó alertó al ejercito de Milron que como una gran manada de hordas se avalanzó sobre los pocos soldados de Cracon. Gabrielle soltó a Xena lejos del campo de batalla y con otro agudo grito se avalanzó junto con Milron hacia los pocos soldados confusos que quedaban en el campo.

Lo había sentido, el miedo le había calado hasta los huesos. Había sentido miedo de Gabrielle, de su manera de matar y su oscura mirada. Lo había visto, había visto como sus ojos cambiaban del esmeralda sin brillo a un negro ardiente. ¿Cómo podía haberse convertido en tal monstruo?. Xena parpadeó observando de lejos la batalla. La figura de Gabrielle se alzaba imponente entre todas las demás. Tenía un porte tan espantoso e intimidador que los guerreros la esquivaban antes de enfrentarse a ella. Con el rostro tapado con aquella mascara y la capa negra ondeando a su espalda, daba la impresión de ser la misma muerte. Xena admiró en lo que se había convertido, al mismo tiempo que se reprochaba por ello. Sí, era una increible guerrera, pero casi tan cruel como una vez lo fue ella.

Gabrielle le arrebató la cabeza a Cracon y la ensartó con su espada. Luego la alzó ante la multitud y todos comenzaron a dar vitores. Gabrielle miró a Milron intensamente, éste le devolvió la mirada, sin dejar de sonreir. La batalla había sido todo un éxito, solo 13 bajas y algunos heridos leves. Gabrielle se dio cuenta de que aquella victoria había sido la más corta de su vida y las más placentera. Sin pretenderlo observó a la joven arrinconada en el bosque, viendolo todo con una expresión de horror en el rostro. Dejó de sonreir y por unos escasos segundos deseó que la chica no hubiera visto aquello. Pero, ella era así y así sería siempre. Arreó su caballo ante la perpleja mirada de Milron y lo dirigió a la chica. Esta retrocedió asustada al verla avanzar. Gabrielle paró a sus pies, sin desmontar y con cara de repugnancia tiró la cabeza de Cracon a los pies de la chica. Xena cerró los ojos, recordando su propia cabeza rodando por la tierra. Tragó con fuerza y abrió los ojos observando los negros ojos de Gabrielle, que seriamente le dijo:

- Este mundo está gobernado por los guerreros, y solo los guerreros deben ir a la guerra. Aprende bien tu papel.- Escupió a un lado algo de sangre, que ella misma se había provocado mordiendose el labio con furia, luego azotó su caballo y como muchas otras veces, cabalgó a la puesta del sol con los ojos cerrados.

Milron observó que Gabrielle se marchaba y desaparecía en el horizonte. Confuso, miró a uno de los generales del ejercito de Gabrielle.

- Lo hace siempre, señor. Tras cada batalla cabalga durante horas y no aparece hasta bien entrada la noche.- Milron volvió la vista hacia donde la guerrera se había perdido y se dijo a sí mismo que la guerrera tenía que ser una persona muy compleja con un pasado aun más complejo.

- ¿Quién es ella?.- Preguntó mirando ahora a la jovencita a la que Gabrielle se había dirigido.

- ¿Ella?. Ahh, es la bardo, nuestra Gran Reina la ha contratado para que narre nuestras victorías.- Milron observó con detención a la jovencita y por alguna extraña razón le dio la impresión de que entre las dos mujeres había una especial relación.

Xena caminó sola hasta el campamento. El corazón aun le palpitaba con demasiada rapidez. Se limpió el sudor que caía por su frente y se recogió un mechón de pelo. Suspiro desolada por lo que había ocurrido y frustrada de haber sentido aquel miedo atroz. La figura de Gabrielle le había impresionado. Se había convertido en una guerrera tan buena como ella o incluso más. Seguramente Ares tenía mucho que ver en ello. ¿Pero, qué era exactamente lo que había ocurrido tras su muerte? ¿y qué era lo que tenía que cambiar?. ¿Era acaso ella la culpable de que Gabrielle se hubiese convertido en lo que era?. Sintió un dolor amargo al pensar que a su bardo le esperara un limbo como el de ella por haber matado a tantas miles de gente. Se autoculpó y lloró compugida. Su bardo era ahora una mujer tan fría y distante, tan desconfiada y cruel. ¿Cömo podía llegar a ella?. Era ya media noche cuando Xena llegó al campamento. Se paró en el bosque y observó la algarabía y las fiestas que se habían desarrollado, suspiró cansina. Con paso veloz se dirigió a las cuadras y se recostó sobre la paja, pero no pudo conciliar el sueño. Deseaba ver a Gabrielle, pero quizás todavía no había regresado. Sus pensamientos fueron interrumpidos por las voces de una pareja.

- Lycos, aquí no, ¿por qué no vamos a tu tienda, estaremos más comodos?.- La mujer le rogó a su marido guerrero.

- No tengo mi tienda aquí, recuerda que estamos en el campamento de la zorra esa.- Dijo el hombre recostandose en la paja junto a su mujer. Xena frunció el ceño furiosa. Había llamado a su bardo zorra.

- No la llames así, ahora es tu jefa, Lycos.- Le reprochó la mujer. El hombre la miró sorprendido para luego reir a carcajadas.

- No seas tonta, Kina, esa mujer será mi jefa por poco tiempo. Milron es un estupido, Rigon y un puñado de nosotros vamos a acabar con él y luego con la mujer y nos haremos dueños de este gran ejercito. Entonces tendré mi propia tienda...- Rió pensativo el hombre, mientras besaba a la mujer de una manera repugnante.

- Pero Lycos, puede ser peligroso, dicen que esa mujer tiene el favor de los dioses. ¿Piensas enfrentarte a ellos también?.- Lycos pareció desesperado, pero decició no ser hosco con la mujer y con voz dulce le dijo:

- No te preocupes, no se darán cuenta de que fue un asesinato. Unas simples gotas de sisga bastarán y mañana por la noche el ejercito será nuestro.- Xena contuvo el aliento, escuchando la conversación atenta. Era increible de lo que una podía enterarse en esos lugares.

Cuando la pareja se hubo marchado, Xena, habiendo asistido repugnada a aquel espectaculo, corrió hacia la tienda de Gabrielle. El guarda no estaba en su lugar, Xena dudó en entrar, pero sin pensarlo más irrumpió a tronpicones en la tienda. Un cuchillo le silbó cerca de la cara. Xena miró sorprendida la escena. Gabrielle y Milron yacían juntos en la cama de la bardo, haciendo algo que no era precisamente planear guerras. Xena tragó saliva, los celos atravesandola como una breve latigazo. Milron le había lanzado el cuchillo pero Xena había conseguido esquivarlo. Gabrielle rió bajo el cuerpo de  Milron. Tenía las piernas alrededor de la cintura del hombre y estaba completamente desnuda. Milron también estaba desnudo, tendido sobre Gabrielle. Xena respiró ansiosa, roja de ira no supo si dejar morir a aquellos dos o decir lo que había oido.

- ¿Y bien?.- Preguntó Gabrielle, con una voz seductora.- ¿Qué es lo que quieres? Y será mejor que sea una buena excusa, si quieres que mi puñal no falle. Has interrumpido algo importante.- Xena tragó saliva furiosa.

- Yo... yo... solo...-Xena miró a Milron y lo vio demasiado interesado en ella.- yo solo quería preguntarte... quería saber las bajas que hemos tenido.- Dijo finalmente. Gabrielle elevó los ojos al cielo en forma de súplica.

- Ves lo que pasa por tener una bardo en tu ejercito.- Le dijo a Milron divertida.- Lidia, ¿es ese tu nombre, no?.- Xena asintió.- Bien, ¿Por qué no le has preguntado a uno de mis generales?. Te informará de todo lo que quieras saber.- Terminó Gabrielle y ignorandola volvió a besar a Milron. Este le siguió gustoso.

- Pero... es que...- Gabrielle volvió a mirar el techo de la tienda con cara de ruego.

- ¡¡¿Qué?!!.- Gritó malhumorada, ante la cara de diversión de Milron.

- Es que tus generales están borrachos y no quiero poner datos confusos...- Gabrielle levantó su mano para hacer callar a Xena.

- ¿Y no puedes esperar mañana a escribir?.- Preguntó Gabrielle con ironía.

- No, sino se me olvidan las escenas, verás una bardo siempre...- Gabrielle volvió a levantar la mano desesperada.

- Ahorrate la lección, me la sé de memoria. 13 bajas.- Dijo resignada volviendose de nuevo para besar a Milron. Xena permaneció parada junto a la pareja, sin poder mover un solo músculo, mirando atónita la escena. Gabrielle gimió bajo el peso de Milron, abrió los ojos y se encontró con el azul de la chica.

- Ahhhhhhhhhhggggggg, ¿y ahora qué?.- Preguntó muy cabreada. Xena apretó con fuerza su mandibula.

- Ella piensa asesinarte, Milron y luego se quedará con tu ejercito, se lo escuché decir a uno de sus hombres.- Gabrielle abrió los ojos costernada. Nadie sabía de su plan, aunque muchos de sus hombres lo supondrían. Pero, ¿a qué venía que la chica se chivara a Milron de aquella forma?. Milron la miró con una interrogación cruzando su rostro. Ante el mutismo de Gabrielle, se levantó enfadado y rabioso.

- ¿Es eso cierto?.- Dijo mientras echaba mano de su espada. Gabrielle sonrió.

- No sé como esta niñata se enteró. La verdad es que solo yo sabía el plan. Y me duele, sabes, porque sé que eres un buen hombre, egoista, pero al fin y al cabo eras hijo de un granjero. Y sí, digo "eras" porque estás muerto.- Milron azotó su cabeza a uno y otro lado sintiendose mareado.

- ¿Qué...?, maldita zorra, yo confié en ti...- Dijo con voz grave, sintiendo el dolor sobre su pecho. Antes de que pudiera atacar a Gabrielle con la espada calló al suelo, echando espuma por la boca y sin parar de susurrar palabras inteligibles. Gabrielle lo miró sería dar su último suspiro. Luego miró a la joven con cara vengativa.

- ¿Qué pretendes?.- Le preguntó con un puñal acechando sobre el cuello de la joven. Xena tragó saliva. Ella solo había inventado aquello para que ellos dejasen de hacer lo que sea que estaban haciendo y de pronto ocurre que era cierto.

  Continuará...


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