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La flor y el sapo

Había una vez una flor roja y amarilla muy bella, se sentía de maravilla al saber

que era la más hermosa del jardín.

Sin embargo, se daba cuenta de que la gente la veía de lejos. Se percató

de que al lado de ella siempre

había un sapo grande y oscuro, y que era por eso que nadie se acercaba

a verla de cerca.

Indignada ante lo descubierto le ordenó al sapo que se fuera de

inmediato; el sapo muy obediente dijo:

* Está bien, si así lo quieres.*

Poco tiempo después el sapo pasó por donde estaba la flor y se

sorprendió al verla totalmente marchita, sin hojas y sin pétalos.

Le dijo entonces:

* Vaya que te ves mal. ¿Qué te pasó?*

La flor contestó:

* Es que desde que te fuiste las hormigas me han comido día a día, y

nunca pude volver a ser igual.*

El sapo sólo contestó:

* Pues claro, cuando yo estaba aquí me comía a esas hormigas y por eso

siempre eras la más bella del jardín.*



MORALEJA:


TODOS LOS ORGANISMOS EN LA NATURALEZA SOMOS INTERDEPENDIENTES.



Del Cacique al Presidente (1855)


Esta carta fue escrita, en 1855, por un indio norteamericano, de nombre Seattle, cacique de la tribu Duwamish, para el entonces Presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce.
"El Gran jefe de Washington mandó a decir que desea comprar nuestra tierra. El Gran jefe nos aseguró también su amistad y bondad. Esto es gentil de su parte, pues sabemos que él no precisa de nuestra amistad.
Vamos, entonces, a pensar en su oferta, pues sabemos que si no lo hacemos, el hombre blanco vendrá con armas y tomará nuestra tierra.
El Gran jefe de Washington puede confiar en lo que el jefe Seattle dice, con la misma seguridad que nuestros hermanos blancos pueden confiar con el retorno de las estaciones del año. Mi palabra es como las estrellas - nada ocultan.
¿Cómo pude comprar o vender el cielo, el calor de la tierra?
Tal idea es extraña para nosotros.
Si no somos dueños de la pureza del aire o del resplandor del agua, ¿cómo entonces pude comprarlo?
Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada hoja reluciente de pino, cada playa arenosa, cada claro, cada zumbador insecto son sagrados en las tradiciones y en la consciencia de mi pueblo. La savia que circula en los árboles carga consigo los recuerdos del hombre piel roja.
El hombre blanco olvida su tierra natal, cuando, después de morir va a vagar por entre las estrellas. Nuestros muertos nunca olvidan esta hermosa tierra, pues ella es la madre del hombre piel roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros.
Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el ciervo, el caballo, el gran águila - son nuestros hermanos.
Las crestas rocosas, la esencia de los campos, el calor que emana del cuerpo de un mustang, el hombre - todos pertencen a la misma familia.
Por lo tanto, cuando el Gran jefe de Washington manda a decir que desea comprar nuestra tierra, él exige mucho de nosotros. El Gran jefe manda a decir que reservará para nosotros un lugar en el cual podremos vivir confortablemente. Él será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos.
Por lo tanto vamos a considerar su oferta de comprar nuestra tierra. Pero no será fácil, no. Porque esta tierra es para nosotros sagrada.
El agua brillante que corre en los ríos y lagos no es apenas agua, es la sangre de nuestros antepasados. Si le vendemos la tierra, tendrá que recordar que ella es sagrada y tendrá que enseñarle a sus hijos que es sagrada y que cada reflejo espectral en el agua limpia de los lagos cuenta los eventos y los recuerdos de la vida de mi pueblo. El sonido del agua es la voz del padre de mi padre. Los ríos son hermanos, ellos apagan nuestra sed. Los ríos transportan nuestras cargas y alimentan a nuestros hijos.
Si le vendemos nuestra tierra, tendrá que recordar y enseñar a sus hijos que los ríos son hermanos nuestros y suyos, y tendrá que brindarle a los ríos la amabilidad con que trataría a un hermano. Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vivir. Para él un pedazo de tierra es igual a otro, porque él es un forastero que llega en el silencio de la noche y toma de la tierra todo lo que necesita.
La tierra no es su hermana, es su enemiga, y después de conquistarla, él se va. Deja atrás las tumbas de sus antepasados y no le importa.
Arrebata la tierra de las manos de sus hijos y no le importa. Olvida la sepultura de su padre y el derecho de sus hijos a una herencia.
Él trata a su madre - la tierra, y su hermano - el cielo, como cosas que pueden ser compradas, saqueadas, vendidas como oveja o mostacillas brillantes.
Su voracidad arruinará la tierra, dejando detrás apenas un desierto: No sé.
Nuestros modos difieren de los suyos. La vista de sus ciudades causa tormento al hombre piel roja. Pero tal vez sea porque el hombre piel roja es un salvaje que de nada entiende. No hay siquiera un lugar calmo en las ciudades del hombre blanco. No hay lugar donde se pueda oír el desprender de las hojas en la primavera o el sonido de las alas de un insecto.
Pero tal vez sea porque soy un salvaje que nada comprende. El ruido parece insultar los oídos. ¿Y que vida es aquella si un hombre no puede oír la voz solitaria del curiango o de noche, la conversación de los sapos alrededor de un lago?
Soy un hombre piel roja y nada comprendo. El indio prefiere el suave susurro del viento, purificado por una lluvia de mediodía, la fragancia del pino.
El aire es precioso para el hombre piel roja, porque todas las criaturas respiran en común - los animales, los árboles, el hombre. El hombre blanco parece no percibir el aire que respira. Como un moribundo en prolongada agonía es indiferente ante lo hediondo. Pero si le vendemos nuestra tierra, tendrá que recordar que el aire es precioso para nosotros, que el aire reparte su espíritu con toda la vida que él sustenta. El viento que dio a nuestro bisabuelo el primer soplo de vida, también recibe su último suspiro.
Y si le vendemos nuestra tierra, deberá mantenerla reservada, como santuario, como un lugar en que el propio hombre blanco pueda ir a saborear el viento, endulzado con la fragancia de las flores campestres.
Así pues, vamos a considerar su oferta de comprar nuestra tierra. Si decidimos aceptar, pondré una condición:
El hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como si fuesen sus hermanos.
Soy un salvaje y desconozco que pueda ser de otra manera. He visto millares de búfalos pudriéndose en los campos abandonados por el hombre blanco que los abatía a tiros disparados del tren en movimiento.
Soy un salvaje y no comprendo como un caballo de fierro puede ser más importante que los búfalos que nosotros, los indios, matamos apenas para el sustento de nuestra vida.
¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales desaparecieran, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu. Porque todo lo que le pasa a los animales luego le pasa al hombre.
Todo está relacionado entre sí.
Debe enseñarle a sus hijos que el suelo debajo de sus pies son las cenizas de nuestros antepasados. Para que respeten el país, cuéntele a sus hijos que la riqueza de la tierra son las vidas de nuestros parientes. Enseñe a sus hijos lo que le hemos enseñado a los nuestros: que la tierra es nuestra madre. Todo lo que hiere a la tierra hiere a los hijos de la tierra.
Si los hombres escupen en el suelo, escupen sobre ellos mismos.
De una cosa estamos seguros: la tierra no pertenece al hombre, es el hombre quien pertenece a la tierra. De esto tenemos certeza. Todas las cosas están interligadas, como la sangre que une una familia.
Todo está relacionado entre sí.
Todo lo que agrede a la tierra, agrede a los hijos de la tierra. No fue el hombre quien tejió la trama de la vida: él es apenas un hilo de la misma. Todo lo que él haga a la trama, a sí mismo hará.