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TOROS EMBOLADOS     

 

         

 

Por primera vez, en uno de los periódicos de Castellón (España) se habla de "posible tortura de animales", refiriéndose al bou embolat (toro con bolas de fuego). El hecho no sería de interés si ocurriera en otra provincia donde no se cometieran tantas barbaridades con los animales, pero en Castellón, la provincia número uno en tortura animal, ha sido sorprendente que de una vez por todas, se calificara al bou embolat de este modo en uno de los periódicos que, como es habitual, aplaude e informa con detalle de todos los famosísimos acontecimientos en los que se hace sufrir a vacas, toros, becerros y otros animales.

Todo ocurrió cuando el Rey de Noruega, Harald V, asistió a una embolada en el Grao de Castellón. Tres ONG europeas, al enterarse de la noticia, presentaron una queja ante él por asistir a un acto tan despreciable y cruel, y le comunicaron que con su asistencia está promocionando la tortura.


Por otra parte, y en el mismo periódico, la Asociación de Bous al Carrer (toros en la calle) sigue asegurando que los toros no sufren.

Sin embargo, lo relevante de esta noticia es que ha hecho ver a algunos lectores castellonenses la "otra parte de la fiesta", al presentarla por primera vez como "tortura salvaje" y describir sucintamente el sufrimiento de los toros en sus diversas fases: transporte en un reducidísimo cajón de hierro donde no puede ver ni moverse, la "prueba" por la tarde, la "embolada" por la noche: el lazo en su cuello que lo empotra de cabeza contra el pilón para su sujeción, las bolas de fuego sobre su cabeza, los recortadores estirando su rabo...

Muchas personas, sobre todo residentes en ciudades, todavía no saben qué significa embolar a un toro y por qué es un acto tan cruel.

Si te preocupa el sufrimiento de los animales, podrías difundir este artículo para explicar en qué consiste esta tortura a la que llaman fiesta y que se practica en todas las aldeas y pueblos de Castellón, atrayendo cada año a más visitantes y gozando cada vez de más subvenciones públicas y ayudas económicas de conocidos empresarios.

Vacas y Toros Embolados

Al hablar de tauromaquia, se suele pensar casi exclusivamente en las torturas y asesinatos llevados a cabo durante las corridas de toros en las plazas construidas para tal fin. Desgraciadamente, empero, la tauromaquia no abarca sólo ese campo. Los miles de toros y vacas embolados anualmente en la provincia de Castellón dan fe de ello.

Como se cita en la contraportada del libro Antitauromaquia, de Manuel Vicent "cuando uno ha nacido y crecido rodeado de corridas, capeas y encierros de toros por todas partes, puede creer que esta costumbre bárbara es algo natural, pero llega un momento en el que se experimenta una gran revelación...
Cuando uno vuelve al lugar de aquellos juegos taurinos que le hicieron tan feliz y contempla a otros niños embruteciéndose con el mismo juego, de pronto, a uno se le abren los ojos y se le presenta con toda nitidez la crueldad humana. La mirada se transforma y el estómago sufre un vuelco y entonces se inicia una lenta conversión".

En mi caso personal y quizá por mi condición femenina, mi conversión no fue lenta y esos "juegos" taurinos nunca me hicieron feliz, aunque durante mi niñez, si bien siempre los detesté, sí llegué a creer que tal costumbre bárbara era del todo natural, algo sin lo cual no podían divertirse los mayores. Más no tardé mucho en comprender, aún en mi etapa de infancia, que aquellas prácticas que se celebraban año tras año por las calles de los pueblos castellonenses, no podían aportar felicidad a todos los participantes. Algo me decía que los protagonistas, es decir, las vacas y los toros, a los que yo iba a acariciar entre los barrotes de madera, mientras reposaban y rumiaban apaciblemente en su corral, no eran tan felices como los demás participantes de la "fiesta".

Las huellas de sangre que a menudo dejaban sus pezuñas heridas sobre el asfalto, la metamorfosis que sufría su carácter al ser exhibidos, los laberintos sin salida dentro de los cuales debían correr, las bolas de fuego sobre sus cabezas durante las noches de verano... era un cúmulo de pruebas con demasiado peso para seguir creyendo que el "espectáculo" les resultaba favorable.

En Castellón (provincia de España donde se celebran más vacas y toros embolados) casi todos los municipios, e incluso aldeas, celebran sus fiestas mayores, generalmente en honor a alguna virgen o santo patrón, mediante los tradicionales y arraigados "festejos" de bous al carrer (toros en la calle). Los actos incluyen exhibición de vacas, toros, becerros jóvenes y emboladas de toros, y en ocasiones también de vacas.

Según datos facilitados por el órgano competente para conceder autorizaciones para estos actos, la Conselleria de Justicia de la Generalitat Valenciana, desde el día 1 de enero de 2001 hasta el día 15 de octubre de este mismo año, se han concedido 286 autorizaciones, las cuales significan que se han realizado 1067 días de bous al carrer en lo que va de año. Imprescindible recalcar que durante uno solo de esos días pueden exhibirse numerosos animales y durante una sola de esas noches pueden embolarse también varios, dependiendo del presupuesto municipal.

Así mismo, también resulta remarcable que el art. 5 del Decreto 148/98, de 22 de sept., de la Generalitat Valenciana, establece que la muerte del animal no se realizará en público y deberá procederse al aturdimiento previo, sin embargo en público y sin aturdimiento es como se suele llevar a cabo en muchos de los municipios y/o aldeas,
a manos de los mismos verdugos que momentos antes actuaron de emboladores.

Embolar a un toro o a una vaca significa instalarse unos artilugios de hierro apretados con tornillos a los extremos de sus cuernos, que contienen unas bolas con una materia inflamable que arde como una antorcha durante largo tiempo.

Para poder llevar a cabo tal hazaña, los hombres más "atrevidos" del pueblo, muestran su "valentía" uniéndose en masa con el fin de, en primer lugar, colocar una cuerda alrededor del cuello del animal, el cual se encuentra encajonado,
sin comida, agua ni ventilación, esperando a que la puerta de su ataúd se abra para conducirle al infierno.

Acto seguido, tras abrir dicha puerta, tiran todos de la cuerda con fuerza y el animal, al salir, queda empotrado de cabeza contra un grueso tronco de madera plantado en el suelo, que a través de un agujero en su parte posterior, deja que la cuerda le atraviese y se deslice para que su pesado cuerpo quede bien inmovilizado al tirar de ella. Ésta es la parte más espectacular de la "fiesta" para todo buen aficionado. Es en ese punto cuando la gran mayoría satisface su ilusión de tirar de la cuerda por delante, o bien, tirar del cuerpo del animal por detrás, ya que mientras su cráneo está encrustado contra el tronco y la cuerda ejerce la máxima tracción hacia delante gracias a los infinitos voluntarios que tiran de ella, el rabo, el lomo, y en definitiva, el animal entero indefenso queda a disposición de quien quiera tirar de él por atrás. El número de voluntarios es directamente proporcional a la longitud de la cuerda y del cuerpo (especialmente del rabo).

Durante el momento descrito, el animal inmovilizado, aterrado, agredido y sin posibilidad alguna de defenderse, muge amargamente de dolor y desesperación. No es necesario presenciar el acto para oír sus mugidos, se suelen percibir de bastante lejos como un grito desgarrador de socorro, en medio de la oscuridad de una noche en la que una multitud humana parece haberse puesto de acuerdo, como las hormigas de un hormiguero o las abejas de un enjambre, para llevar a cabo la labor casi con la misma precisión y coordinación que ellas.

Una vez prendido el fuego a las bolas, se suelta al animal para que corra dentro de un recinto de calles cortadas al efecto. A veces también se les embola en plazas, aunque es mucho menos frecuente.

A la embolada, le siguen los comentarios acerca del valeroso coraje del enjambre humano que la ha hecho posible.

El animal, al que a menudo no sólo se le colocan las bolas, sino también una albarda con campanas alrededor de su cuello, tiene como primer instinto correr para alejarse rápidamente de ese tronco donde se le ha producido tanto dolor, al sentirse, de alguna manera "liberado". Mas las vacas y los toros son mamíferos superiores dotados de una inteligencia que les hace apercibirse con prontitud que por más saltos que den, no conseguirán desprenderse de ese fuego instalado sobre sus cabezas y que ese laberinto dentro del cual se encuentran, no tiene posibilidad alguna de escapatoria. Así pues, sus movimientos pronto empiezan a ser muy reducidos, siendo los mismos aficionados a la "fiesta" los que la definen como aburrida tras los primeros 10 ó 15 minutos.

Embolado, desconcertado y solo entre tantos seres extraños gritándole y provocándole, el animal no entiende qué está sucediendo, está agotado y posiblemente deshidratado, tras haber permanecido horas o incluso días dentro de ese féretro especialmente diseñado para él, donde no se le ha permitido moverse, ni girarse, ni rascarse... no siente ganas de divertir a nadie en ese juego injusto al que ha sido sometido a la fuerza por sus secuestradores y sus verdugos, sólo siente deseos de que le dejen en paz.

El peso de las bolas ancladas en sus cuernos, la luz cegadora del fuego próxima a sus ojos, el estruendo causado por los miles de aficionados que le rodean,
ávidos de violencia, y la desesperación al comprender, a su manera, que la liberación no existe para él, lleva escrito en su mirada el verdadero significado de la palabra soledad.

Tras haber presenciado esta peculiar forma de tortura, tras haber tenido que crecer entre ella, tras haber sabido percibir el silencioso sufrimiento de esos seres inocentes y tras haber visto cómo a veces por "accidente" se le puede prender fuego al animal entero, yo siento la necesidad de calificar estos actos como infierno, estando convencida de que no hay nada de hipérbole en mi calificación.

"Para la Fira (Feria) d'Onda se exhibirá un toro de la ganadería Samuel Flores valorado en casi 12.000 Euros". "Será embolado por la noche cuando el recinto taurino registra un aforo de más de 5000 aficionados" "Muchos bous al carrer ya son más caros que los de una plaza de segunda".

Frases como estas llenan los artículos taurinos publicados de manera constante en los periódicos de esta provincia, escritos por y para los que graciosamente se hacen llamar "amantes de los toros".

Por ello me atrevería a afirmar que si la tauromaquia es amor a los toros, el terrorismo es amor a la sociedad, si bien ninguna clase de terrorismo humano creo que pueda ser sentido tan profundamente como el terror que les provocamos a los animales, pues ellos no pueden mantener la esperanza de la liberación. Su única liberación es su muerte.

Mientras los derechos básicos e inalienables de billones de seres sintientes se vean día tras día pisoteados e ignorados, excluyendo a estos seres de la comunidad moral y mientras la tortura, el dolor y el derramamiento de sangre sean definidos como fiesta, será difícil recorrer el camino para llegar a la abolición. No obstante, es imprescindible luchar para llegar hasta ella y no sólo para evitarles la muerte en tales festejos o para lograr unas bolas con menos fuego o unas banderillas más pequeñas.

Si los animales están dotados de sensación (y sabemos que sí lo están) ello no significa solamente que poseen un interés en su propia existencia, sino que además lo poseen para lograr una existencia sin sufrimiento. De nada vale luchar por conservarles la vida si esa vida está repleta de sufrimiento, como de nada vale permitir los festejos taurinos evitando la muerte, ya que si defendemos su vida pero permitimos que sean utilizados para un fin (en este caso, la diversión a su costa) les estamos arrebatando todos los demás derechos fundamentales sin los cuales el derecho a la vida por sí solo carece de sentido.

Es un absurdo defender únicamente el derecho a la vida, si esa vida no puede ser digna y sin sufrimiento.

Esperemos pues, que nuestro compromiso ético por la Liberación Animal y la fuerza de nuestra posición moral alcance algún día las conciencias de quienes hasta ahora se nos han opuesto, ya que la justicia de nuestra causa es lo que le otorgará indudablemente la victoria a nuestra lucha.

Tengamos fe, como dice Peter Singer, en que la fuerza del razonamiento ético pueda vencer al egoísmo de nuestra especie.
 

El Toro de Lidia

El Toro bravo
Raza característica de los bóvidos que sólo existe en la Península Ibérica, en el sur de Francia y en aquellos países de Latinoamérica en los que los españoles lo exportaron después del descubrimiento.
Sus orígenes se remontan hasta el plioceno inferior, cuando ya existen ramas diferenciadas de bovis, capra, antílope y bos. Del periodo paleolítico medio de la edad de piedra data el aurochs —del que procede todo el ganado vacuno actual—, y descienden el Bos primiginius y el Bos brachyceros, que en el neolítico dieron lugar al uro primitivo, reproducido muchas veces en las cuevas del Levante y norte de España y del sur de Francia (Véase Arte paleolítico). Los primeros datos históricos que lo mencionan aparecen recogidos en códigos asirios, 1.000 años antes de Cristo, que aluden a las cacerías de estos animales salvajes.
En España, el toro vivió en estado semisalvaje hasta el siglo XVII. El toro actual, el de nuestros días, es el resultado del trabajo de selección efectuado desde principios del siglo XVIII por los ganaderos de distintas regiones españolas mediante la prueba de la tienta a fin de elegir para su reproducción ejemplares en los que concurran determinadas características, aquellas que permitieran el ejercicio de la lidia, es decir, la sucesión de suertes que se ejecutan en las corridas de toros desde que el toro sale al ruedo hasta que, una vez que el diestro le ha dado muerte, es arrastrado por las mulillas. Estas características han variado tanto a lo largo de los siglos como el toreo mismo, manteniéndose como sostén del mismo un único denominador común: la bravura del toro.

Bravura
Para el veterinario Sanz Egaña la bravura es "un instinto defensivo, o, mejor aún, un instinto de liberación que se manifiesta por una reacción de carácter voluntario frente a un estímulo exterior". El toro responde por reflejo mediante dos componentes distintos: uno de excitación y otro motor, acusado por reacciones exteriores precisas y ordenadas. La bravura se hace ostensible para el espectador mediante la embestida, cuya rectitud y fijeza ha de ser denominador común de su comportamiento, pero puede observarse en otros muchos detalles en el curso de la lidia. Así, al salir de chiqueros, al arrancarse con viveza ante los capotes desde cualquier terreno y rematar en tablas, sin intentar nunca saltar la barrera; al entrar a los capotes sin levantar las manos (patas delanteras) ni puntear ni derrotar en el engaño ni cortar la salida en la terminación del pase; al arrancarse de largo ante el caballo, bajar y remeter la cabeza contra el peto, soportando el castigo de la vara sin cabecear, sino metiendo los riñones y levantando el tercio posterior para intentar el derribo del enemigo; no cortar la salida ni berrear en los pares de banderillas y embestir por derecho y templado a la muleta sin salir suelto tras el remate del pase ni acortar el recorrido ni abrir la boca en el transcurso de la faena de muleta, para cuadrar bien y pronto a la hora de la muerte. En tiempos se decía de un torero era bravo cuando poseía una valentía singular.

Casta y castas
La casta corresponde al genotipo del toro, es decir, a la constitución orgánica, la estructura y la funcionalidad de cada animal y comprende todos los factores hereditarios de sus ascendientes. Se dice que un toro tiene casta cuando posee o demuestra procedencia brava reconocida. Se dice de un torero que tiene casta cuando destaca por su pundonor profesional y se enfrenta con resolución a las dificultades que plantean los animales y a los intentos de superación de sus compañeros de terna. Las labores de cruza y selección de los ganaderos del siglo XVIII permitió establecer un reducido número de castas bravas de características definidas, que son las denominadas castas fundacionales. En la actualidad, el 90% de la divisas existentes proceden todas de una sola casta, la andaluza de Vistahermosa. Las restantes fueron:
Casta navarra. Los toros navarros, hoy inexistentes como tales, fueron toros de sierra, pequeños de tamaño, pero de temperamento tan bronco y casta tan señalada que suplían su falta de trapío con una portentosa acometividad y bravura.
Casta jijona. Reconocible por sus muchos ejemplares de pelo colorao. Todavía hoy se denomina a los animales de este pelaje como toros jijones.
Casta castellana o morucha-castellana, de toros grandes, hermosos y muy duros de lidiar.
Casta andaluza. Según José María de Cossío debería ocupar el primer lugar en consideración por haber sido la que ha logrado el prototipo y epítome del toro de lidia.
Casta cabrera. De gran alzada, cuerpo largo y agalgado, con defensas muy desarrolladas, de la que proceden, entre otros, los ejemplares de Miura.
Casta vazqueña. Fundada hacia 1780 por don Gregorio Vázquez reuniendo los mejores ejemplares de ganaderías castellanas y andaluzas. Adquirida por el rey Fernando VII y, después, por el duque de Veragua, en cuyas manos cobró fama imperecedera.
Casta Vistahermosa. Fundada por el conde del mismo nombre en 1772 es, como hemos dicho, la estirpe de la que proceden la mayoría de las reses que se lidian en la actualidad.

Trapío
El trapío corresponde al fenotipo, es decir, a la apariencia externa y al comportamiento del animal.
Según José María de Cossío, se llama trapío de una res "al conjunto de caracteres de apreciación visual que hacen juzgar de su aspecto, estampa y probables condiciones de lidia", si bien por antonomasia por trapío se entiende el buen trapío. En el toro de trapío se exige energía y viveza de movimientos que indiquen su nervio, piel fina o aterciopelada que transparente su potente musculatura, que haga aparecer al animal flaco sin estarlo. Este toro será de esqueleto fino, que se reflejará en su cabeza, cabos (extremos de las patas) y pequeñas pezuñas; será de cuello proporcionado. Los cuernos estarán bien puestos y serán de tamaño medio.
La cabeza en el toro deberá ser más bien pequeña que grande; la frente o testuz será ancha y cubierta de pelo rizado; las orejas, situadas debajo de los cuernos, no deben ser grandes y sí vellosas y movibles, indicando nerviosidad y nobleza, y no padecer sordera ni parálisis.
Los cuernos serán fuertes y bien pulidos, puntiagudos, bien dispuestos (con dirección lateral primero, luego hacia delante y finalmente hacia arriba y de color oscuro); el hocico, también oscuro, fino y fresco; los ojos, brillantes y encendidos, y más bien grandes que pequeños. El cuello, en general, deberá ser grueso y corto.
Según la inclinación de la espalda, se deducirá la aptitud más o menos corredora del bicho. La cruz, rubios o agujas, es el punto de unión del cuello con la línea dorsal. Según sea más o menos patente se llama a los toros altos o bajos de agujas. El dorso deberá ser recto; los lomos amplios y musculosos. El vientre de escaso desarrollo, galgueño, aunque bien conformado, y los órganos genitales machos, de normal desarrollo y bien descolgados.
La grupa deberá estar bien desarrollada y las ancas (extremidades posteriores) no serán muy salientes ni tampoco muy próximas. En las patas, tanto el antebrazo como el brazuelo deben ser largos y musculosos. El tendón flexor, despegado y bien desarrollado, así como la rodilla y la canilla gruesas y robustas. Las pezuñas o pesuñas serán pequeñas, duras, casi pétreas, brillantes, sin hendeduras y de color oscuro.
El nacimiento de la cola se llama penca o muslo, el cual debe ser de alta inserción, bien poblado en su borla o terminación, que sobrepasará los corvejones (articulación en la parte inferior de la pata y superior de la caña o canilla.
 

Tipos, hechuras, capas y pintas

Los toros bravos se clasifican de acuerdo a constantes muy diferentes y a baremos que afectan a muchas de sus características zootécnicas, que han dado origen a una riquísima nomenclatura creada, a lo largo de los siglos, por los vaqueros y mayorales de las ganaderías. Así por su tamaño, por su estampa, por la forma y disposición de la cabeza y la cuerna o por la disposición y tamaño de la cola. Asimismo se reconocen distintos pelos denominados capas o pintas que nombran los pelajes simples o mixtos, así como las particularidades en la cabeza, los ojos y las extremidades.

 

El toro en el campo

Las fincas dedicadas a la cría de ganado bravo suelen ser de secano o estar próximas a las marismas y siempre con abundantes pastizales. Se denominan dehesas y en ellas pastan, en zonas distintas y diferenciadas de la misma, los animales que componen la ganadería: los sementales, toros dedicados en exclusiva a la monta y la reproducción; las vacas de vientre, dedicadas a la cría de bravo, cuyo conjunto constituye la vacada; los recentales y los añojos, crías de distintas edades, apartados o no de sus respectivas madres; y los toros de plaza o de muerte, que conforman la torada. Los cabestros o bueyes, toros castrados y domesticados, acompañan al ganado bravo y ayudan al personal de la ganadería en las conducciones, encierros, apartados y enchiqueramientos. Del personal de la ganadería destaca el mayoral, o jefe de todos los demás: vaqueros, novilleros, cabestreros, pastores y zagales (mozos que ayudan al mayoral arreando las caballerías). Los vaqueros y novilleros se sirven para realizar sus trabajos, que se realizan a caballo, de la garrocha, una vara de unos tres metros de longitud, con una pequeña puya en su extremo, útil para dirigir y manejar al ganado. Los ganaderos llevan un registro genealógico en el que consta cada res con su fecha de nacimiento, nombre de la vaca y el semental de que proceden, su nombre, la pinta, el número, los datos del herradero y de la tienta y por último, si es semental o vaca de vientre, su descendencia y si fue toro de muerte, su comportamiento en la plaza.

El herradero
Herrar es la operación mediante la que se procede a marcar y numerar cada animal con el hierro de la ganadería y también a señalarle en las orejas. Hierro y señal individualizan cada ganadería. El número, cada uno de los animales de la misma. El hierro y la señal son marcas acostumbradas en las ganaderías desde muchos años antes de que se conformaran las específicas de ganado bravo. La numeración de los animales data, sin embargo, de mediados del siglo XIX, en concreto cuando se formaron las ganaderías de bravo consideradas fundacionales. El reconocimiento y distinción de cada uno de los animales es imprescindible no sólo para el destino propio de cada uno de ellos, sino también para las labores de selección necesarias en cada camada. Los hierros de los que se sirve el herrador son 20: dos con el signo de la casa y los otros con los 10 dígitos repetidos, excepto el seis y el nueve. La operación se desarrolla, por lo general, en los corrales de la dehesa. En uno de ellos esperan los becerros de un año de edad, y pasan de uno en uno a otro en el que, sujetos contra el suelo por cuatro o cinco hombres, pues tal es su fuerza, se procede a aplicarle el hierro caliente, no al rojo. El de la marca en la parte externa y plana de la nalga, denominada llana, y la del número se imponen en el costillar derecho.
La señal es un corte o marca de distintas formas que se realiza en las orejas. La maniobra se denomina fañar.

La tienta
Es la prueba más importante de cuantas se hacen a los animales para medir su resistencia y bravura. Procede, como otras labores camperas, de finales del siglo XIX y se generaliza desde principios del siglo XX. Se realiza en una plaza que lleva su nombre, plaza de tientas, cuadrada o redonda y de tamaño mucho menor que el de las plazas de lidia y es un remedo de la suerte de varas o pica, en la que se emplea una puya mucho más pequeña que la reglamentada para las corridas. La respuesta del animal al dolor, su reiteración en la embestida y su resistencia bajo el caballo permiten al ganadero prever las cualidades de cada uno. Los becerros o erales no deben ser toreados jamás, sino tan sólo ser llevados al caballo. De lo contrario quedarían inútiles para la lidia, pues una de las características de los toros bravos es que aprenden, es decir, una vez que toman un capote no lo olvidan jamás y en el caso de salir luego al ruedo distinguen con precisión al torero del engaño, con el consiguiente peligro para la vida de aquel. Las vacas, sin embargo, es más que conveniente que sean toreadas, y mucho, a fin de medir la calidad y la cantidad de sus embestidas.

Acoso y derribo
Es una de las prácticas de campo inevitables para la mejor selección del ganado. Su origen se remonta a los primeros ejercicios cinegéticos del hombre con el toro. Acosar y derribar es una forma de caza no sangrienta del animal. La operación la realizan dos garrochistas a caballo, que primero separan la res del resto de la torada o vacada, luego la acosan en campo abierto hasta alcanzarla y con la garrocha —que no tiene más de 15 milímetros de puya, para no dañar la piel del animal— tendida por completo, procuran agarrarla en lo más alto y trasero de las ancas para, empujándola más con la fuerza y carrera del caballo que con la del brazo, desequilibrarla y hacerla caer.

Embarque y desembarque
Aunque el ganado de las corridas era conducido en la antigüedad desde la dehesa a la plaza mediante sucesivas operaciones que tenían como protagonistas principales a los cabestros, en la actualidad, salvo rarísima excepción, se realiza encajonando y desencajonando los toros. Los cajones en los que se encierra una por una a cada res son lo bastante angostos para que éstas no puedan moverse ni dañarse en su interior y están provistos de trampas correderas.
El embarque es la maniobra que permite, luego de aislados, meterlos en los cajones y subirlos al camión de transporte. El desembarque es la operación contraria, realizada por lo general en los corrales de la plaza.

Encierros
En muchos pueblos y capitales de España es costumbre conducir los toros desde unos corrales de recepción hasta la plaza donde han de ser lidiados con un encierro, una larga carrera en la que los mozos y otros participantes corren delante de las reses bravas, escoltadas por los inevitables cabestros. Los encierros más antiguos, y también internacionalmente más famosos, son los de Pamplona, cuyo origen se remonta a los inicios del siglo XVIII, el año 1717.

Tipos de toro
Múltiples acepciones definen al toro. Por la forma de su cabeza y cuello, se le llama, por ejemplo, cuellicorto al toro con breve extensión del cuello. Recibe la clasificación de enmorrillado el astado que tiene muy acusada la parte posterior de la cerviz.
 

Alto de agujas es aquel que tiene mucha alzada, tomando la medida desde el cuello hasta lo alto del morrillo. Terciado es el toro de tamaño mediano. Se llama rabilargo al toro que exhibe larga cola. Por el color de su piel, los toros reciben diversos nombres: Berrendo es el de piel blanca con grandes manchas de otro color: negro, castaño, cárdeno, jabonero. Recibe el nombre de bragado cuando la parte del vientre que limita con los genitales es de color blanco. Se conoce como listón el que tiene una franja de color diferente a lo largo del espinazo. Zaíno es el toro de piel absolutamente negra.

La encornadura de las reses tiene numerosas denominaciones: astifino es el toro de cuernos delgados, limpios y con las puntas afiladas. Se denomina bizco al toro cuyas dos astas no guardan simetría, quedando una más alta que la otra. Por cornalón se conoce al que tiene las defensas excesivamente desarrolladas.

El comportamiento de las reses en el ruedo tiene dos denominaciones básicas: bravo es el toro que acude con fiereza al caballo del picador y la desarrolla a lo largo de la lidia; y manso cuando es la antítesis del anterior: rehúye la pelea con los picadores y con los lidiadores de a pie.

También los defectos en la vista de las reses tienen su denominación. Burriciego es el toro que, por defecto congénito o por congestión durante la lidia, ve bien de lejos y mal de cerca. Reparado de la vista es el que se resiente de alguna lesión ocular que no puede apreciarse con exactitud