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LA FE GENUINA Y LAS OBRAS

                                                                             

                                                              Dr. Donald T. Moore

 

Una de las características que muchas religiones y denominaciones religiosas tienen en común es el afán de eliminar la singularidad de Jesús. Algunas están muy dispuestas a aceptarlo como un buen hombre, profeta y maestro como otros tantos mientras otras insisten en que era una encarnación de Dios igual a muchas otras encarnaciones en las escrituras sagradas de la India. La otra característica sectaria de muchas religiones es la insistencia en que el ser humano tiene que obrar para merecer su propia salvación. Algunas reclaman ser cristianas y se apoyan en un texto clave en el libro de Santiago que señala que la fe sin las obras es muerta.

)Cómo mejor se puede compaginar estas enseñanzas de Santiago con las de Pablo acerca de la relación de la fe y las obras? A través de los años los teólogos han tomado una variedad de posturas. Algunos dicen que los dos escritores se complementan. Ya que Pablo insiste en la fe como requisito de salvación y Santiago las obras, entonces las dos son esenciales para ser salvo. Visto así, algunos dirían que Santiago corrige el error de Pablo. Hay que tener fe y obras para ganarse la gloria. Tanto católicos como no católicos abrazan esta enseñanza. Otros han tomado una postura contraria. Insisten en que los dos apóstoles se contradicen. Por lo tanto, hay que aceptar lo que uno de ellos dice, no los dos. Esta fue la posición esencial de Martín Lutero, cuando refería a la carta de Santiago como "una epístola de paja" y sin carácter evangélico. Por eso rechazó el libro como canónico. Para él la carta de Santiago no debía ni siquiera formar parte de la Biblia.

Existe una tercera postura que afirma que los dos apóstoles estaban esencialmente de acuerdo, pero hay que entender ambos dentro del contexto histórico y literario de sus cartas. Veamos primero la postura de Pablo y luego la de Santiago.

La relación de la fe y las obras según Pablo           


Las dos cartas en las cuales Pablo concentra más en relacionar la fe con las obras son las de Romanos y Gálatas[1].

Fe y obras en Gálatas.

El verso clave de Gálatas[2] es 2:16 que señala como conocimiento cristiano que nadie en lo absoluto esté justificado por medio de la obediencia a la ley, sino únicamente reciba la libertad de la culpa por creer en Cristo. Debido a esto, Pablo y cualquier otro ser humano que se salva tiene que creer si es que va a ser exonerado del pecado y sus consecuencias.

El ejemplo de Abraham comienza en 3:6, donde cita Gén. 15:6 que señala que él creyó a Dios y como consecuencia fue aceptado por Dios como justo. Y es así para todo descendiente de ese patriarca, sea judío o de las naciones bendecidas por medio de él. Son justificados y bendecidos por Dios a base de la fe. Por lo tanto, cualquiera que ponga su fe en la ley de Moisés como instrumento de salvación será condenado, puesto que los que no obedecen 100% de las leyes 100% de las veces serán condenados por ella. Pero a la luz de la ley no hay nadie perfecto. Todos somos culpables y, por lo tanto, maldecidos por la ley. Sin embargo, en conformidad a la promesa dada a Abraham, Cristo nos libró de esa maldición, proveyendo el medio de librarnos de ella por medio de la fe. También los creyentes reciben el Espíritu Santo prometido por Dios.


)Qué es la relación de la ley de Moisés y la promesa a Abraham? Dios hizo la promesa a Abraham y a su descendencia, es decir a Cristo. Se trata de un pacto hecho y confirmado por Dios con Abraham y cualquier promesa o pacto es un acuerdo definitivo que no puede ser cambiado o anulado posteriormente. Históricamente, Dios hizo la promesa a Abraham cuatro siglos antes de dar la ley a Moisés. Y eso señala que era imposible a que esa ley substituyera o cambiara aquel pacto con Abraham ya que ella vino posteriormente. De manera que Dios no dio la ley como instrumento para que nosotros pudiéramos merecer la salvación, ya que Jehová prometió a Abraham a justificarle gratuitamente. Pero sí la ley tiene el propósito importante de hacernos ver que somos pecadores, nos hace ver que como pecadores no podemos merecer la salvación y, por lo tanto, nos obliga a depender de Cristo en fe para poder ser justificados. Pero una vez que seamos justificados, no podemos someternos al jugo de la ley; tampoco podemos dar rienda suelta a los instintos de la carne. Eso quiere decir que el Espíritu Santo nos conmueve a producir fruto que es contrario a las obras de los malos deseos (5:19-21). De hecho produce obras que ninguna ley condena (5:22-24)[3].

Fe y obras en Romanos.

Al principio de la carta a los Romanos (capítulos 1 al 3) Pablo establece la universalidad del pecado. Todo ser humano, sea judío o no-judío, es pecador. Nadie escapa. Somos todos pecadores y, por consiguiente, todos merecemos el castigo de Dios.


Pero a pesar de que estamos "lejos de la presencia salvadora" del Señor, Dios proveyó una salida para librarnos de una condenación segura. Hay una manera de justificarnos o declararnos libres de culpa. Esa manera es por medio de la fe en Jesucristo, el mismo camino de fe que Dios ha establecido para todos, tanto judíos como no-judíos. Aquí no hay distinción de personas, a base de la religión, el sexo o la clase socio-económica. Eso es así, porque Dios es bondadoso para con todos y tomó la decisión de proveer una salvación gratuita para cualquier persona que responda en fe a Jesús el Mesías. Su bondad se ve en que Dios dispuso a que Cristo derramara su sangre para hacer posible esta salvación. Dios pagó un precio alto en la muerte de su hijo con el fin de regalar la salvación sin costo alguno al pecador, porque su amor era tan profundo que deseaba ver a todos justificados del pecado. Así la muerte de Cristo fue el instrumento preparado para efectuar el perdón de todos que respondieran en fe al Hijo de Dios. Este modo de efectuar la salvación del hombre señala a un Dios justo, ya que aunque en un tiempo en su paciencia daba la impresión de que pasaba por alto el pecado. Para Dios el pecado es tan serio que no podría en realidad pasarlo por alto y seguir siendo justo. Pero al proveer los medios de la salvación para el hombre pecador, demuestra ser justo, porque ahora declara libre de culpa a todos que creen en Jesús (Ro. 3:21-31).

Esta bondad o gracia de Dios hace claro que ningún ser humano se salva por medio de los méritos personales, ya que todos son pecadores y el pecado siempre es algo serio para Dios, ya que siempre le separa del pecador. El hombre es incapaz de salvarse, pues no puede cumplir siempre la ley o los diez mandamientos, pero sí puede creer en el Hijo. De manera que Dios no nos exige el cumplimiento de los mandamientos y la ley, puesto que nos declara justificados siempre y cuando haya fe genuina en el Hijo. No hay ningún rito religioso que puede efectuar este perdón, ni siquiera la circuncisión y mucho menos algún rito como el bautismo o la participación en los elementos de la santa cena.

En Romanos 4 Pablo pasa a considerar el ejemplo de Abraham y su salvación en relación con los méritos. )Fue a base de sus méritos acumulados conforme a sus obras de obediencia que fuera justificado por Dios? De ser así, tendría porqué sentirse orgulloso y de jactarse. Pero Gén. 15:6 señala que Dios aceptó su fe como lo suficiente para declararle justo. De manera que Dios le concedió el perdón sin exigirle las obras de la ley. Existe, además, una distinción esencial entre la gracia de Dios y lo que uno gana a base del trabajo. Cuando uno trabaja, gana un salario y uno merece el cheque cada dos semanas, porque ha trabajado por él. De ningún modo se le puede consider como gratuito. Es una recompensa que uno merece recibir. Sin embargo, cuando Dios libra de culpa al que cree, se trata de un regalo que no haya merecido; se trata de un favor que no se merece. Y eso es el significado de la palabra gracia. Es el favor inmerecido de Dios, su bondad, su misericordia; se trata de la ayuda divina por la cual no trabajamos. Aun David habló de esa dicha de ser justificado por Dios sin exigirle obras. Por lo tanto, la gracia de Dios no exige perfección. Rechaza la posibilidad de la salvación por méritos de la ley, sea la ley de Moisés o la ley de Karma. La perfección sólo puede ser imputada o acreditada a base del pago de otro.


Ya que Dios declaró a Abraham justo a base de la fe, podemos preguntar, )Cuándo lo declaró libre de culpa?  )Después de efectuar el rito de la circuncisión o antes? Si después, entonces implicaría que hubiera hecho una obra para merecer su perdón, pero si antes, señalaría claramente que no tiene porqué gloriarse por sus obras. Y efectivamente Abraham fue circuncidado después de ser aceptado por Dios, y el propósito de ese rito fue señalar o evidenciar de que "Dios ya lo había aceptado como justo por causa de su fe" (Ro. 4:1-12).

Asimismo el rito de bautismo y cualquier otra ceremonia religiosa de hoy: se trata de actos para señalar o evidenciar el perdón más bien de medios para adquirir la gracia de Dios.

La experiencia de Abraham por ser el primero le convierte en el padre de todos los que se salvan por la fe, sin importar cualquier rito, pues Dios no da a los ritos ningún valor meritorio. No son medios de acumular puntos con Dios. Todos se evalúan igualmente a base de la presencia de fe. Si hay fe, hay justificación; si no la hay, hay condenación. Además Abraham fue un ejemplo, y todos los que sigamos su ejemplo de fe sin haber pasado por rito alguno lo tenemos como padre espiritual.

Dios no condicionó la promesa de una herencia a Abraham y a sus descendentes en la obediencia de la ley, sino en la fe. Si se basaba en la obediencia, entonces no tendrían valor ni la fe ni la promesa frente a la ley, pues cuando hay ley, ella condena a uno. De manera que únicamente por medio de la fe sigue firme la promesa de Dios y puede aplicarse a todos sus descendientes que lo son por la fe. Su relación de padre aplica a todas las naciones que tienen fe en un Dios que da vida a los muertos y crea lo que no existe.


Cuando faltaba esperanza humana para Abraham y su esposa Sara, cuando él se daba cuenta que no había esperanza en sí mismos como seres humanos, escogió colocar su fe y esperanza en Dios, convirtiéndose así en el "padre de muchas naciones". Creó a Dios a pesar de las circunstancias de la carne. Aunque eran demasiados viejos para tener hijos, no debilitó su fe, pues en vez de dudar o desconfiar seguía creciendo su fe y confianza en la promesa. Expresó su fe por medio de la alabanza a Dios, ya que tenía la certeza de que Dios cumpliría su promesa, y Dios lo aceptó como justo. Asimismo nosotros, insiste Pablo, recibimos la justificación de parte de Dios, porque creemos en quién resucitó al Señor Jesús con el fin de declararnos libres de culpa después de su muerte por nuestros pecados. Por lo tanto, nuestra justificación por la fe efectúa una relación de paz con Dios por medio de Jesucristo (5:1). Pablo continúa recalcando una salvación por la gracia de Dios, especialmente en 5:6-11[4].

En Romanos 12 Pablo llega a la aplicación práctica después de sus argumentos teológicos que señalan una y otra vez que la salvación no es por mérito alguno del hombre, sino por los méritos exclusivos de Cristo debido a su obra en la cruz. Comienza con una exhortación de vivir una vida enteramente consagrada a Dios. Eso conlleva la presentación del cuerpo o la vida en un servicio que envuelve el sacrificio de uno mismo en total conformidad a la voluntad de Dios. Significa que si la fe hace posible la salvación, entonces ésta produce obras dignas de encomienda de parte de Dios.

La relación entre la fe y las obras en Santiago.

La preocupación principal en Santiago 2:14-26 es señalar al cristiano hebreo cuál fe es genuina, real y auténtica. Para alcanzar ese propósito examina la relación entre la fe y las obras utilizando varios ejemplos. Dos de ellos ilustran la fe sin obras y dos la fe con obras. Su tesis es que cualquiera que sigue reclamando tener fe mientras que constantemente le faltan las obras de obediencia que lo evidencia está equivocada.


Los dos ejemplos sin obras: El primer ejemplo (2:14-17) tiene que ver con una conversación entre hermanos de la fe. Uno tiene necesidad de ropa y alimento y el otro que aunque tiene con que suplirle, limita su cooperación y ayuda con unas palabras de consuelo que expresan buena voluntad sin darle la mano. El ejemplo enseña que la fe genuina se manifiesta en actos de compasión, de lo contrario sus actos son discriminatorios que se basan en la cantidad de bienes materiales que poseían las personas. Por supuesto este ejemplo no elimina el prejuicio racial, social, ético, sexual o nacional. Si la segunda persona se trata de un líder de la iglesia, se intensifica la tragedia, pues éste debe dar el ejemplo, pero ha manifestado en realidad una actitud de indiferencia ante la necesidad de su hermano.

Para Santiago cualquiera que se conforma con la clase de fe que está satisfecha con la expresión de frases religiosas y que pasa por alto a los necesitados no tiene vida (1:27). De hecho probablemente tenga las mismas obras ya desaprobadas en capítulos anteriores de este libro: no refrena su lengua (1:26), no visita los huérfanos y las viudas, y no se mantiene incontaminada del mundo (1:27), no trata de cumplir la ley real de amor para el prójimo (2:7), da trato preferencial a los ricos (2:9), y no es misericordioso. Jesús coincidió con Santiago cuando enseñó que le servimos a él cuando ayudamos a otros (Mt. 25:31-46). Para ambos no tiene ningún valor la expresión de interés que no motiva a uno a actuar.

Santiago fundamenta este primer ejemplo en el pasaje al principio del capítulo 2, donde subraya su convicción de que una fe genuina ha de manifestarse en actitudes y acciones de compasión hacia los hermanos. Estos actos a su vez tienen una relación estrecha con la actitud de los ricos hacia los pobres (2:1-13) y señala la necesidad de mantener una actitud de respeto para otros seres humanos. Se debe evitar el favoritismo, la expresión del orgullo y la discriminación contra los económicamente marginados. Los actos de compasión podrían incluir a los pobres (1:9-11; 2:2-6a), los limosneros (2:2-3), y los huérfanos y las viudas (1:27a). Pero definitivamente una fe en el glorioso Señor Jesucristo excluye la discriminación, ya que eso contradice el trato de Dios con sus propias criaturas (2:5b-6a). Tampoco es lógico a la luz de la opresión de esta gente a los fieles (2:6b-7); demuestra una acción inaceptable por tratarse de la obediencia selectiva de la palabra de Dios (2:8-11) y dichos culpables serán juzgados severamente (2:12-13).


Al decir que esa clase de fe es muerta, significa y demuestra ser lo contrario a la vida. Implica todo lo contrario a la vida espiritual. En el caso de la muerte física el movimiento y la acción prueban la existencia de vida. También ese es el caso de la muerte espiritual. Significa que uno no tiene poder, propósito o valor. Entonces una fe que solamente se manifiesta en una profesión de fe sin obras no tienen valor. No tiene poder para socorrer a otros o aun para salvar a aquel que la profesa.

El segundo ejemplo (2:18-20) enseña que la fe genuina es más que una confesión oral de un credo, un conjunto de creencias que un cristiano sostiene. No basta repetir con frecuencia u ocasionalmente un artículo de fe. Ni siquiera la creencia en el monoteísmo basta. Más bien lo que hay que hacer es llevar al credo a su fin lógico, y eso es a la práctica, a los hechos. En ese sentido los demonios siempre creen en la existencia de un solo Dios. Nunca lo dudan, pero eso no los transforma en seres que hacen el bien, aunque tiemblan de miedo. Significa que para los seres humanos tampoco basta con creer en la existencia de Dios. Y eso mismo es lo que quieren decir muchos cuando dicen, "Creo en Dios". Una creencia intelectual sola no basta para la salvación. El credo musulmán afirmado múltiples veces al día es que "No hay otro Dios sino Alá y Mahoma es su profeta". Tampoco eso basta aunque se repita varias veces al día.

Desde el punto de vista de Santiago tampoco bastaría con afirmar el primer credo de la fe cristiana expresada en la Biblia: "Jesús es el Señor". Junto con la determinación intelectual de la fe en términos racionales va necesariamente la acción. Se tiene que acompañar con los hechos. Santiago no condena la formulación de credos o confesiones de fe. Tampoco tiene en mente la condenación de la repetición de credos en actos de adoración, tales como el credo apostólico. No necesariamente estaría de acuerdo con los que insisten en que el único credo que aceptan es la Biblia. Y aunque podemos afirmar que la unidad de Dios es una verdad fundamental de la fe de ambos Testamentos, puede haber una fe vacía que cree en la unicidad de Dios, pues de nada sirve el mero conocimiento de la verdad cuando no va acompañado de obras.


Cabe señalar que Santiago introduce este argumento en una especie de diálogo o debate entre dos personas en el cual se pide evidencia visible y tangible que pueda ser palpada o vista por otros seres humanos. Es significativo que por segunda vez Santiago presenta un ejemplo por medio de una conversación (2:18) entre dos en la cual uno dice tener una fe invisible mientras que el otro reclama hacer visible a otros esa fe por medio de hechos concretos. De esta manera el autor procede a señalar que es imposible separar la fe cristiana de las obras. No es posible divorciarlas en el plano humano. Se demuestran mutuamente la fe por las obras o la falta de ella si no hay hechos que la demuestran. La única manera de demostrar a otro ser humano su fe es por medio de las obras concretas. Si no hay ninguna, se concluye que no hay fe. Se puede repetir la confesión de fe de un solo Dios (la Shema de Dt. 6:4-5), típica de los actos de adoración y de las filacterias que los judíos llevaban cerca del corazón y sobre la frente y que también colocaban junto a la puerta principal de la casa. Tal vocalización o repetición en sí no es mala, pero no basta, porque no ayuda al ser humano más que a los demonios. De hecho estos seres saben de Dios (Mr. 1:24), pero ese conocimiento no los beneficia. Les da miedo; se erizan los pelos; tiemblan aterrorizados. Por lo tanto, la repetición simple de frases piadosas y religiosas en sí no evidencia una fe vital o una vida espiritual. Para eso se exige más. Las palabras sin obras no señalan la fe. Se necesitan obras que evidencian el poder de la redención en uno debido a una fe genuina.

Los dos ejemplos de fe con obras: En los próximos dos ejemplos las vidas de dos personas de fe sirven para ilustrar la unión de la fe y las obras aunque representan dos extremos opuestos de la humanidad. Abraham fue un patriarca piadoso y Rajab (Rahab) una ramera idólatra. Uno fue un hombre y la otra mujer, uno el padre del pueblo judío y la otra una gentil, uno era un santo y la otra una descarriada en la prostitución, y para uno hacía unos 30 años que ejerció su fe por primera vez y para la otra hacía poco. Cabe señalar que el punto de Santiago no es que la fe auténtica era insuficiente para la justificación, sino que una fe sin obras que la acompañan no es genuina. La fe real aporta las pruebas de su existencia a otros.


El primer ejemplo enseña que la fe genuina se manifiesta en una relación de compañerismo divino-humano (2:21-24). El mejor ejemplo de esto fue Abraham quien demostró su profunda confianza y fe en Dios por medio de una obediencia completa sin cuestionar una demanda increíblemente exigente de su Dios. Tenía total confianza en Jehová, ya que le había cumplido su promesa de darle su único hijo de la promesa. Esa experiencia le había llevado a una relación íntima con su Dios. Ya no era una relación superficial. Por eso se le señala como el amigo de Dios (Isa. 41:8; 2 Cr. 20:7). El Señor consideró a Abraham su amigo debido a la manera en que las obras manifestaron su fe. Para Abraham se trataba de una relación íntima de amistad donde existía una confianza total. Escuchaba a la voz de Dios, le creía de todo corazón y actuaba a base de esa relación, confiado en que Dios estaría siempre a su lado para cumplir su promesa de hacerle una gran nación a través de su hijo Isaac, al cual le ordenaba a sacrificar en el Monte Moríah. De esa manera se manifestaba su fe en una íntima relación de amistad con Dios.

Esto sugiere además que no solamente los hombres se dan cuenta de la fe de otros por medio de sus obras, sino también que Dios no se conforma con nada menos que una fe obediente que se evidencia en la acción. Su fe obraba y de esa manera sus obras confirmaban su fe. La obediencia de Abraham a la ardua palabra de Dios indicó la profundidad de su fe. Además, al perfeccionar su fe demostraba su madurez. Es decir, la fe no alcanza su propósito sin una expresión dinámica en hechos. Cabe señalar que creyó primero, luego se perfeccionó su fe en la promesa inicial de Dios. La secuencia es muy significativa. De manera que en el v. 24 se concluye que se evidencia la aceptación de un hombre por medio de sus buenas obras y no solamente por medio de una fe invisible. Por lo tanto, no es posible separar la fe en Cristo de las obras, ya que la fe de Abraham no fue una profesión vacía que no producía fruto alguno, sino la base y principio de su acción.


El segundo ejemplo (2:25) enseña que la fe genuina se manifiesta en actos de valentía cuando se necesitan. Tal vez Santiago escogió a Rajab como el segundo ejemplo de la fe genuina por su vida inmoral que era totalmente contraria a la del patriarca Abraham. Rajab, una prostituta de oficio en Jericó, arriesgó su vida, la de su familia y sus posesiones debido a su fe en Jehová (Josué 2:1-21, esp. 2:11; He. 11:31) Cuando los soldados buscaban a los espías israelitas en su casa, no sólo los escondió en el techo de su casa debajo de unos manojos de lino sino mintió para confundir al enemigo. Demostró tener una fe atrevida y audaz dispuesta a arriesgar todo por el Dios que hace poco aceptó como el verdadero. Su fe no era la de un cobarde (Apo. 21:8), sino de alguien que se atrevía a todo. Como resultado recibió una promesa de salvación si solamente colocaba el cordón afuera de la ventana en el día de la batalla. Además de lograr su salvación de la destrucción física cuando los muros de la ciudad se desplomaron, también fue una de las cuatro mujeres nombradas en la genealogía de Jesús (Mateo 1:5). Contraria a la fe valiente de ella, una fe falsa, postiza o muerta se hubiera manifestado por la cobardía (Apo. 21:8). La fe de Rajab no fue una mera profesión vacía, más bien fue un principio de acción. Sus paisanos también evidentemente tenían una especie de fe, pero esta dama fue la única en actuar movida por una fe genuina.

De forma parecida la unidad entre la fe y las obras es semejante a la relación entre el espíritu humano y el cuerpo, pues sin obras la fe no es nada más que un cadáver en el proceso de descomposición (2:26). De la misma manera que Dios creó a Adán (Gén. 2:7) y él comenzó a ser un ser viviente únicamente después del soplo divino, el cuerpo mismo sólo tiene vida cuando está animado por el soplo de Dios. Hay vida exclusivamente cuando hay espíritu dentro del hombre. Sin el espíritu sólo se es un cadáver. No hay vida. Asimismo, la fe viva siempre se encuentra en unión con obras.

En resumen, Santiago usa cuatro ejemplos para demostrar que una fe muerta, vacía o estéril no sirve. Un cristiano no puede escoger entre la fe y las obras, aun más no puede reclamar tener fe sin obras.

Las diferencias de enfoque entre Pablo y Santiago.


Pablo en sus dos cartas y Santiago en la suya tenían diferencias de enfoque debido a sus diversos intereses ya que sus contrincantes eran distintos. Pablo luchaba en contra de las ideas de los judiazantes mientras Santiago se oponía las inconsistencias y los prejuicios sociales y raciales de los creyentes hebreos. De un lado los judaizantes querían obligar a los gentiles a observar la ley para poder convertirse en cristianos, y del otro, los hebreos cristianos todavía tenían sus antiguos prejuicios socio-económicos que les llevaba a hacer distinción entre personas. Por eso sus contrincantes requerían de diferentes argumentos, ejemplos y vocabulario para poder convencerles de la verdad y por eso una fuerte diversidad de énfasis en Pablo y Santiago.

Es esencial primero entender el vocabulario de Santiago y de Pablo, ya que la diferencia principal entre ellos es el significado que cada uno da a ciertas palabras. En el caso de Santiago a base de sus cuatro ejemplos podemos mejor entender el significado de la palabra obras. Se refieren a obras caritativas y amorosas, de amistad con Dios y de valentía. Este énfasis en las obras caritativas encaja muy bien con las enseñanzas de los grandes profetas hebreos del Antiguo Testamento, quienes nombran a cuatro grupos sociales por los cuales Dios se preocupa profundamente -- a los pobres, las viudas, los extranjeros y los huérfanos. Por otro lado para Pablo las obras a las cuales él se oponía con gran vigor eran los hechos que se hacían en un esfuerzo por cumplir la ley. Por eso las buenas obras son aquellas que se hacen para cumplir con los requerimientos de la ley. Dichas obras o actividades humanas conllevan el propósito de ganar o merecer la justificación de Dios. Eran las de la ley ceremonial (Ro. 3:20, 28; Gál. 2:16; 3:10-12; 5:2-4) que incluían los lavamientos rituales, la circuncisión, las leyes sobre los alimentos y la observancia de ciertos días sagrados. Pablo recalca que éstas no pueden salvar.


Del otro lado, para Santiago las obras se refieren a las acciones que surgen de la fe, tales como la respuesta moral, ética y espiritual ante la verdadera espiritualidad. Incluyen especialmente las obras amorosas (2:8). Dichas obras probablemente tienen el mismo significado que el fruto del Espíritu de Pablo (Gál. 5:22-23). Entendido así, Santiago sirve de comentario sobre la aseveración paulina en Gál. 5:6b: "Lo  que sí vale es tener fe, y que esta fe nos haga vivir con amor"[5].

Otra palabra clave en común es la fe (pistis[6]). En Santiago 2:1 significa un compromiso personal con nuestro Señor Jesucristo más bien que la aceptación de un sistema de creencia. En 2:19 sugiere consentimiento intelectual a los hechos. Entonces versos 14, 17 y 20 se refieren a una fe estéril o muerta. Un reclamo de tener fe puede ser falso, porque es insuficiente o porque su objeto es un credo aceptado solamente por la mente y no por el corazón y la voluntad. Como quiera Santiago rechaza todo falso reclamo de fe como muerta. La fe del cristiano envuelve confianza personal, compromiso, sometimiento y sacrificio. Solo así tendrá la fe vida. Está claro, entonces, que Santiago contrasta dos tipos de fe -- la fe muerta y la viva o genuina. Para Pablo pistis subraya la actitud de confianza personal en la fe que se traduce en la unión con Cristo.

Una tercera palabra clave que los dos apóstoles usan en común es la palabra justificación. Santiago la usa dos veces, primero (2:21) en conjunto con la cita de Génesis en relación con Abraham y segundo (2:24) en relación con Rajab. En ambos casos señala que las obras sirven en parte como base de la justificación. Del otro lado, Pablo en Gálatas y Romanos rechaza tajantemente ese vínculo.

Los dos en general entienden que la palabra se refiere a una relación recta con alguien. En el caso de Pablo la justificación se trata de una obra de Dios a favor del pecador una vez que éste deposite su fe en Cristo; sugiere que el Juez celestial declara a uno justo y lo coloca dentro de una íntima relación de paz y armonía con Dios. Para Pablo la justificación no se debe a la fe, sino se recibe por medio de ella.


En el caso de Santiago la justificación significa la validación, la confirmación o corroboración en el sentido de que demuestra que la persona tenía razón (comp. otros que así lo usan Sal. 51:4; Ro. 3:4, Lu 7:35). Así Santiago señala que el tipo de fe que vive confirma a sí misma como genuina por lo que produce (2:22). Las obras dan validez a la fe, la confirman como una fe vital. En últimos instantes la confirmación o corroboración para un reclamo de fe ante otros hermanos es a base de los frutos. Uno da evidencia de una fe genuina y así confirma su reclamo de tenerla. También cabe señalar que un reclamo de la justificación entre seres humanos exige evidencia tangible o palpable, pero no así para Dios. Las obras corroboran a que uno se encuentra recto ante Dios, no solamente por la fe que uno profesa tener sino por las obras que uno hace. Indica que el cristiano hace aquellas obras que agradan a Dios y estas sirven para comprobar la realidad de que se es justo ante Dios.

El estilo indirecto de diálogo o debate en Santiago cuando argumenta acerca de lo que "alguien dice" de sí mismo no está presente en las cartas de Pablo. Para Santiago la justificación tiene una dimensión que permite que la capacidad humana la detecte; así no se limita a la dimensión divina. En las partes teológicas de sus epístolas Pablo se preocupa exclusivamente por la dimensión divina, aunque en las partes prácticas incluye la dimensión humana.

El acuerdo entre Pablo y Santiago.

En el primer concilio de la iglesia cristiana en Jerusalén a mediados del Siglo I Pablo y Santiago manifestaron su esencial acuerdo en que la fe en Jesucristo era necesaria para la salvación sin la obediencia a la ley (Hch. 15:13-19; Gál. 2). A la vez Santiago demostró su preocupación por la convivencia entre hermanos judíos y gentiles dentro de la misma congregación. Deseaba a que los judíos-cristianos y cristianos-gentiles vivieran en armonía con amor cristiano y enumeró ciertas costumbres judías que debían ser respetadas por los gentiles (Hch. 15:20-29).


En las cartas de ambos apóstoles existe una llamativa coincidencia en su referencia al ejemplo de Abraham, ya que evidentemente los dos citan Gén. 15:6 a su favor. Están de acuerdo en que Abraham fue un ejemplo de la fidelidad y de la justicia, aunque Pablo y Santiago se refieren a diferentes momentos de la vida de Abraham. Pablo concentra en la promesa del nacimiento de un hijo y Santiago en la disposición del patriarca a obedecer el orden de sacrificarlo. Entonces Pablo da énfasis en su aceptación inicial de parte de Dios, en el momento decisivo de la fe de Abraham que precede su sometimiento al acto de la circuncisión. Pero, para ilustrar otro punto Santiago escogió el momento en la vida de Abraham cuando éste demostró con claridad la profundidad y el arraigo de su fe genuina a sí mismo y a otros. Fue el momento en que se dispuso a sacrificar al hijo de la promesa a Dios conforme al mandato de Jehová. Por implicación se deduce que una falta de disposición de parte de Abraham para obedecer a Dios en esto hubiera indicado una fe muerta. Por eso Santiago señaló su justificación por las obras. Las obras daban prueba de su fe. No la reemplazaban o la substituían. La evidenciaban.

Existen dos posibles interpretaciones extremas en cuanto a la relación entre la fe y las obras con la salvación. La primera es la perversión del mensaje apostólico en sentido de que la fe invisible sóla no tiene nada que ver con la conducta del que reclama tenerla. Es decir, todo lo que Dios espera de uno para salvarse es una fe abstracta sin expresión concreta alguna. En esta posición se argumenta que si uno es salvo por la gracia por medio de la fe no importa el comportamiento. Uno puede hacer lo que le viene en gana. Esta posición es la antinomialista. Tanto Pablo (Ro. 6:1-2a; 3:7-8) como Santiago coinciden en rechazar dicha interpretación.

La otra posición extrema rechazada por ambos apóstoles es que Dios exige fe más obras para lograr la salvación y para su retención. La interpretación que exige fe y obras como condiciones de la salvación incluyen, a veces, obras rituales, morales y caritativas. Se afirma que hay obras que uno puede hacer para lograr o merecer la aprobación de Dios y la gloria, y que hay conducta que puede descalificar a uno del privilegio de ser hijo de Dios, aun en los casos cuando por un tiempo uno fuera efectivamente su hijo.


Tanto Santiago como Pablo coinciden en rechazar cualquier enseñanza que separa la fe de las obras o que las une como requisitos de la salvación. Para ambos su relación es una en la cual las obras se derivan de una fe genuina. Tanto la fe como las obras son indispensables para la vida cristiana. Los dos se oponen a cualquier religión que enseñe que la fe no impone exigencias morales al creyente. Tiene que haber obras de fe.      Una fe genuina produce obras que afectan la conducta tanto en lo ritual, lo moral como en relación con las obras de caridad (ver Santiago 3:13 y Tito 3:8, 14; 2:7, 14).

Aunque existen diferentes matices de significado de las palabras y diferentes énfasis debido principalmente a las necesidades, las circunstancias y los problemas diferentes de los recipientes de las cartas, no existe conflicto en cuanto al mensaje esencial: la fe y las obras son inseparables. Primero viene la fe, luego le sigue necesariamente las obras. Es cierto, sin embargo, que Pablo enseña que las buenas obras provienen de la experiencia de la salvación, mientras que Santiago señala que se hace auténtica la fe genuina por medio de obras espirituales. Una fe genuina es la que obra activamente. Pablo escribe que las obras de la ley nunca podrán salvar a uno y Santiago insiste en que las obras de la fe prueban a otros la existencia de la salvación. Tal como Abraham demostrara su fe por su disposición de sacrificar a Isaac, de la misma manera Rajab demostró su fe al socorrer a los espías. La fe y las obras no podrán existir aparte. Necesariamente, van juntas, porque una relación personal con Dios se manifiesta a sí misma en el trato con otros seres humanos. Se combinan las relaciones verticales y horizontales. Ambos apóstoles reconocen la validez de ambas relaciones incluidas en las dos tablas del decálogo. De hecho Santiago en 1:21 acepta la palabra implantada capaz de efectuar la salvación del alma mientras que en capítulo 2 se refiere a la evidencia de la fe de un cristiano en vez de al acto inicial cuando se es justificado por Dios (Ro. 4:1-10).

En síntesis podemos decir que el énfasis de Santiago es que la fe genuina se manifiesta a sí misma en acción que se presta en el servicio a otros. Pablo subraya más el comienzo de la vida cristiana por medio de la gracia de Dios y la fe mientras Santiago recalca la conducta continuada en la vida cristiana posterior. La preocupación principal de Pablo es lo que se exige para convertirse en cristiano mientras Santiago se preocupa por el comportamiento de los que profesan ser cristianos.


Concluímos, pues, que los dos apóstoles están de acuerdo en que el objeto de la fe es Jesucristo. Están de acuerdo en que primeramente se vive a base de una fe que es en su esencia confianza en Dios. Ni uno ni el otro acepta una fe como genuina a menos que resulte en acciones apropiadas. Los dos están de acuerdo en que las consecuencias espirituales e inevitables de una fe genuina son obras. Se puede expresar su enseñanza de la siguiente manera: Abraham fue declarado justo delante de Dios, pero sus obras le justificaron delante de los hombres. Primero, se trata de la justificación declarada y segundo la justificación demostrada.

 

 

 



     [1]Algunos pasajes claves incluyen Ro. 1:7; 3:20-28, 30; 4:2-5, 16-24; Gál. 2:16; 3:6-12, 24.

     [2]Vea "La parte nuestra en nuestra salvación" en La Sana Doctrina III:2 (Mar.-abril 1988).

     [3]Vea "El Pecado" en La Sana Doctrina VI:4 (Julio-agosto 1991).

     [4]Vea "La muerte de Cristo )qué significa para nosotros?" la Sana Doctrina, III:7 (Nov.-dic. 1988).

     [5] Compara también Ef. 2:10; 2 Cor. 9:8; Col. 1:10; 2 Tes. 2:17; 1 Ti. 3:1. Las obras de las cuales hablaba Pablo eran las que se hacían antes de ser cristiano, que supuestamente tenían el propósito de conseguir la salvación. Pablo negó esto. Santiago estaba hablando de las obras que vienen después de que uno se hace cristiano, que son el fruto de la nueva relación con Cristo.

     [6] 2:1, 5, 14, 17, 18, 19, 20, 22, 23, 24, 26.