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Cuando salvé a "55" de una segura muerte por aburrimiento.

Al 32 del 55

La soledad, la espera y un tanto de angustia revisten el ambiente que se devora por los ojos: la dirección. A lo lejos, al final del largo corredor, la silueta errante de la autoridad se acerca. De pronto, estrepitosos, como el alcohol y sus efectos, me invaden los recuerdos:

El chasquido infinito de unos dedos impertinentes, las letras convertidas en sonido por una voz porosa, el monótono sonido de los abanicos que se agitan sin cesar en un torbellino eterno.

Flojas las palabras cuelgan de los delgados hilos de viento que se enredan en mis cabellos.

Frases amasadas con indiferencia y un toque de cansancio. Su aroma se respira en toda la habitación y si el viento sopla, los grupos vecinos podrán saborear el olor, y deleitarse al saber que proviene del salón contiguo y no del suyo.

De entre el tejido brota el recuerdo de su manera, de su apellido que es igual al nombre de una cocina económica, su nariz enroscada, su loco afán de repetir "¿Si?" luego de cada oración, su andar a trastabillas, y su grán inaptitud en la enseñanza de los números. Quise contener el dulce sabor de aquel pensamiento, mas la debilidad causada por la espera infinita del receso me hizo perder el control, dejando escapar una exquisita y jugosa carcajada que salvó a "55" de una segura muerte por aburrimiento.

Guillermo Rendón.

(Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia... saludos a mi profe de matemas, jejejeje).