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Julia esperando.



Tras el incesante campaneo del despertador, la sutil mano y sus delicadas caricias terminaron
el erótico trabajo. Placer y humedad comenzaban a disiparse, así como la suave estela de la noche.

Marco salió de la cama con la piel a la vista, pero vestido de Julia, de amor de Julia. Marco
y la cotidiana regadera; Julia y una sonrisa tímida entre sábanas.

Al salir él del baño, ella fingiría estar dormida, Marco arrastraría las cobijas hasta llegar
a cubrir los hombros de Julia. Y así fue. Luego, una suave beso en la mejilla y un adiós no
pronunciado.


Sólo los suaves susurros del sol pudieron despertarla poco antes del medio día. El baño, en
un desfase temporal, estaba como si Marco acabase de salir de la regadera. Y ella entró en él,
en Marco y en él. Y el agua tibia eran sus manos en todo el cuerpo, en la entrepierna y en
todo el cuerpo. Las escurridizas burbujas del fragante jabón eran los labios deseosos.

Julia respiraba bajo una tibia lluvia erótica, mientras Marco bebía café tratando de calmar
las ansias; en su ropa, la secreción indiscreta de amor comenzaba a dejar rastro de la respuesta
a un llamado esotérico, casi extático.

Julia terminó la ducha, Marco bebió la última gota. Ahora tiene dos horas para ir con ella,
quizá comer y luego regresar a extrañarla desde una oficina que tiene un florero pero no a Julia.

Con dificultad, Marco enciende el automóvil. Sale del estacionamiento y toma la autopista
principal. Frenético, avanza hacia Julia, ella espera; el desesperado. De la nada, un surco
en el pavimento y un intento por esquivarlo. Maniobras fallidas y esas muertes instantáneas
que nunca se esperan.

El tiempo no intentó frenar, siguió el avance frenético. Y en una mesa sola, a medio iluminar,
Julia esperando.

Guillermo Rendón