TÁCTICA Y ESTRATEGIA DE LA REVOLUCIÓN LATINOAMERICANA
"La táctica enseña el uso de las fuerzas
armadas
en los encuentros, y la estrategia, el uso de los
encuentros para alcanzar el objetivo de la guerra".
(Karl von Clausewitz)
Hemos encabezado
estas notas con la cita de una frase de Clausewitz, el autor
militar que guerreó contra Napoleón, que teorizó tan
sabiamente sobre la guerra y a quien Lenin gustaba citar por la
claridad de sus conceptos, a pesar, naturalmente, de ser un
analista burgués.
Táctica y estrategia son los dos elementos sustanciales del arte
de la guerra, pero guerra y política están íntimamente unidas
a través del denominador común, que es el empeño en lograr un
objetivo definitivo, ya sea el aniquilamiento del adversario en
una lucha armada, ya la toma del poder político.
No se puede, sin embargo, reducir a una fórmula esquemática el
análisis de los principios tácticos y estratégicos que rigen
las luchas guerreras o políticas.
La riqueza de cada uno de estos conceptos sólo puede medirse
mediante la práctica combinada al análisis de las
complejísimas actividades que encierran.
No hay objetivos tácticos y estratégicos inmutables. A veces,
objetivos tácticos alcanzan importancia estratégica y, otras,
objetivos estratégicos se convierten en meros elementos
tácticos.
El estudio certero de la importancia relativa de cada elemento,
es el que permite la plena utilización por las fuerzas
revolucionarias de todos los hechos y circunstancias encaminadas
al gran y definitivo objetivo estratégico, la toma del poder.
El poder es el objetivo estratégico sine qua non de fuerzas
revolucionarias y todo debe estar supeditado a esta gran
consigna.
Para la toma del poder, en este mundo polarizado en dos fuerzas
de extrema disparidad y absoluto choque de intereses, no puede
limitarse al marco de una entidad geográfica o social. La toma
del poder es un objetivo mundial de las fuerzas revolucionarias.
Conquistar el porvenir es el elemento estratégico de la
revolución, congelar el presente es la contrapartida
estratégica que mueve las fuerzas de la reacción en el mundo
actual, ya que están a la defensiva.
En esta lucha de características mundiales, la posición tiene
mucha importancia. A veces es determinante. Cuba por ejemplo, es
una colina de avanzada, una colina que mira al amplísimo campo
del mundo económicamente distorsionado de la América Latina que
abre su antena, su ejemplo hecho luz a todos los pueblos de
América. La colina cubana es de alto valor estratégico para los
grandes contendientes que en este momento disputan la hegemonía
del mundo: el imperialismo y el socialismo.
Distinto sería su valor, colocada en otra situación geográfica
o social. Distinto era su valor cuando sólo constituía un
elemento táctico del mundo imperialista, antes de la
Revolución. No aumenta ahora sólo por el hecho de ser una
puerta abierta a América. A la fuerza de su posición
estratégica, militar y política, une el poder de su influencia
moral, los "proyectiles morales" son un arma de tan
demoledora eficacia que este elemento pasa a ser el más
importante en la determinación del valor de Cuba.
Por eso, para analizar cada elemento en la guerra o la política,
no se puede hacer extracción del conjunto en que está situado.
Todos los antecedentes sirven para reafirmar una línea o una
postura consecuente, con los grandes objetivos estratégicos.
Llevada la discusión al terreno de América, cabe hacerse la
pregunta de rigor: ¿Cuáles son los elementos tácticos que
deben emplearse para lograr el gran objetivo de la toma del poder
en esta parte del mundo? ¿Es posible o no en las condiciones
actuales de nuestro Continente lograrlo (el poder socialista, se
entiende) por vía pacífica?
Nosotros contestamos rotundamente: en la gran mayoría de los
casos, no es posible. Lo más que se lograría sería la captura
formal de la superestructura burguesa del poder, y el tránsito
al socialismo de aquel gobierno que, en las condiciones de la
legalidad burguesa establecida llega al poder formal, deberá
hacerse también en medio de una lucha violentísima contra todos
los que traten, de una manera u otra, de liquidar su avance hacia
nuevas estructuras sociales.
Este es uno de los temas más debatidos, más importantes
también, y donde quizás nuestra Revolución tenga más puntos
divergentes con otros movimientos revolucionarios de América.
Nosotros debemos expresar con toda claridad nuestra posición y
tratar de hacer un análisis del porqué.
América es hoy un volcán; no está en erupción, pero está
conmovida por inmensos ruidos subterráneos que anuncian su
advenimiento. Se oyen por doquier esos anuncios. La Segunda
Declaración de La Habana es la expresión y concreción de esos
movimientos subterráneos; trata de lograr la conciencia de su
objetivo, vale decir, la conciencia de la necesidad y, más aún,
la certeza de la posibilidad del cambio revolucionario.
Evidentemente, este volcán americano no está separado de todos
los movimientos que bullen en el mundo contemporáneo en estos
momentos de confrontación crucial de fuerzas entre dos poderosos
conceptos de la historia.
Podríamos referirnos a nuestra patria con las siguientes
palabras de la Declaración de La Habana:
¿Qué es la historia de Cuba sino la historia de América
Latina? ¿Y qué es la historia de América Latina sino la
historia de Asia, África y Oceanía? ¿Y qué es la historia de
todos estos pueblos sino la historia de la explotación más
despiadada y cruel del imperialismo en el mundo entero?
América, tanto como África, Asía y Oceanía, son partes de un
todo donde las fuerzas económicas han sido distorsionadas por la
acción del imperialismo. Pero no todos los continentes presentan
las mismas características; las formas de explotación
económica imperialista, colonialista o neocolonialista usadas
por las fuerzas burguesas de Europa han tenido que afrontar, no
solamente la lucha por la liberación de los pueblos oprimidos de
Asia, África u Oceanía, sino también la penetración del
capital imperialista norteamericano. Esto ha creado distintas
correlaciones fuerzas en puntos determinados y ha permitido el
tránsito pacífico hacia sistemas de burguesías nacionales
independientes o neocolonialistas.
En América, no. América es la plaza de armas del imperialismo
norteamericano, no hay fuerzas económicas en el mundo capaces de
tutelar las luchas que las burguesías nacionales entablaron con
el imperialismo norteamericano, y por lo tanto, estas fuerzas,
relativamente mucho más débiles que en otras regiones,
claudican y pactan con el imperialismo.
Frente al drama terrible para los burgueses timoratos: sumisión
al capital extranjero o destrucción frente a las fuerzas
populares internas, dilema que la Revolución cubana ha
profundizado con la polarización que significó su ejemplo, no
queda otra solución que la entrega. Al realizarse ésta, al
santificarse el pacto, se alían las fuerzas de la reacción
interna con la reacción internacional más poderosa y se impide
el desarrollo pacífico de las revoluciones sociales.
Caracterizando la situación actual, la Segunda Declaración de
La Habana dice:
En muchos países de América Latina la revolución es hoy
inevitable. Ese hecho no lo determina la voluntad de nadie. Está
determinado por las espantosas condiciones de explotación en que
vive el hombre americano, el desarrollo de la conciencia
revolucionaria de las masas, la crisis mundial del imperialismo y
el movimiento universal de lucha de los pueblos subyugados.
La inquietud que hoy se registra es síntoma inequívoco de
rebelión. Se agitan las entrañas de un continente que ha sido
testigo de cuatro siglos de explotación esclava, semiesclava y
feudal del hombre, desde sus moradores aborígenes y los esclavos
traídos de África hasta los núcleos nacionales que surgieron
después: blancos, negros, mulatos, mestizos e indios, que hoy
hermanan el desprecio, la humillación y el yugo yanqui, como
hermana la esperanza de un mañana mejor.
Podemos concluir, pues, que, frente a la decisión de alcanzar
sistemas sociales más justos en América, debe pensarse
fundamentalmente en la lucha armada. Existe, sin embargo, alguna
posibilidad de tránsito pacífico; está apuntada en los
estudios de los clásicos del marxismo y sancionada en la
Declaración de los 81 Partidos, pero en las condiciones actuales
de América, cada minuto que pasa se hace más difícil para el
empeño pacifista y los últimos acontecimientos vistos en Cuba
muestran un ejemplo de cohesión de los gobiernos burgueses con
el agresor imperialista, en los aspectos fundamentales del
conflicto.
Recuérdese nuestra insistencia: tránsito pacífico no es logro
de un poder formal en elecciones o mediante movimientos de
opinión pública sin combate directo, sino la instauración del
poder socialista, con todos sus atributos, sin el uso de la lucha
armada. Es lógico que todas las fuerzas progresistas no tengan
que iniciar el camino de la revolución armada, sino utilizar
hasta el último minuto la posibilidad de la lucha legal, dentro
de las condiciones burguesas. Lo importante, como lo señala la
Declaración de los 81 Partidos... (El Comandante Guevara
señaló en este punto incluir una cita de la Declaración de los
81 Partidos -pág. 20- inclusión que no llegó a hacerse).
En relación con la forma que han de adoptar los movimientgs
revolucionarios luego de tomar el poder, surgen cuestiones de
interpretación muy interesantes. Caracterizando la época, la
Declaración de los 81 Partidos dice:
Nuestra época, cuyo contenido fundamental lo constituye el paso
del capitalismo al socialismo, iniciado por la Gran Revolución
Socialista de Octubre, es la época de la lucha de dos sistemas
sociales diametralmente opuestos; la época de las revoluciones
socialistas y de las revoluciones de liberación nacional; la
época del hundimiento del imperialismo, de la liquidación del
sistema colonial, la época del paso de más y más pueblos al
camino socialista; la época del triunfo del socialismo y del
comunismo en escala universal.
El principal rasgo de nuestra época consiste en que el sistema
socialista mundial se va convirtiendo en el factor decisivo del
desarrollo de la sociedad humana.
Se establece que, aun cuando es muy importante la lucha por la
liberación de los pueblos, lo que caracteriza el momento actual
es el tránsito del capitalismo al socialismo.
En todos los continentes explotados existen países en los cuales
los regímenes sociales han alcanzado distinto grado de
desarrollo, pero casi todos ellos presentan la característica de
tener fuertes estratos sociales de carácter feudal y gran
dependencia de capitales foráneos.
Lógico sería pensar que en la lucha por la liberación,
siguiendo la escala natural del desarrollo, se llegara a
gobiernos de democracia nacional con predominio más o menos
acentuado de las burguesías y, de hecho, esto ha ocurrido en
muchos casos. Sin embargo, aquellos pueblos que han debido
recurrir a la fuerza para lograr su independencia han avanzado
más en el camino de las reformas sociales y muchos de ellos han
entrado al socialismo. Cuba y Argelia son los últimos ejemplos
palpables de los efectos de la lucha armada en el desarrollo de
las transformaciones sociales. Si llegamos a la conclusión de
que en América la vía pacífica está casi liquidada como
posibilidad, podemos apuntar que es muy probable que el resultado
de las revoluciones triunfantes en esta región del mundo dará
por resultado regímenes de estructura socialista.
Para llegar a esto correrán ríos de sangre. Argelia, que aún
no ha restañado sus heridas, el Vietnam que sigue sangrando,
Angola, luchando brava y solitariamente por su independencia,
Venezuela, cuyos patriotas hermanados con la causa cubana han
demostrado en estos días la más alta y expresiva forma de
solidaridad con nuestra Revolución, Guatemala, en lucha
difícil, subterránea casi, son ejemplos palpables.
La sangre del pueblo es nuestro tesoro más sagrado, pero hay que
derramarla para ahorrar más sangre en el futuro.
En otros continentes se ha logrado la liberación frente al
colonialismo y el establecimiento de regímenes burgueses más o
menos sólidos. Esto se ha hecho sin violencia o casi sin ella,
pero debe suponerse, siguiendo la lógica de los acontecimientos
hasta el momento actual, que esta burguesía nacional en
desarrollo constante, en un momento dado entra en contradicciones
con otras capas de la población; al cesar el yugo del país
opresor, cesará como fuerza revolucionaria y se transformará a
su vez en clase explotadora, reanudándose el ciclo de las luchas
sociales. Podrá o no avanzarse en este camino por vía
pacífica, lo cierto es que indefectiblemente estarán frente a
frente los dos grandes factores en pugna: los explotados y los
explotadores.
El dilema de nuestra época, en cuanto a la forma de tomar el
poder, no ha escapado a la penetración de los imperialistas
yanquis. Ellos también quieren "tránsito pacífico".
Están de acuerdo en liquidar las viejas estructuras feudales que
todavía subsisten en América y en aliarse a la parte más
avanzada de las burguesías nacionales, realizando algunas
reformas fiscales, algún tipo de reforma en el régimen de
tenencia de la tierra, una moderada industrialización, referida
preferentemente a artículos de consumo, con tecnología y
materias primas importadas de los Estados Unidos.
La fórmula perfeccionada consiste en que la burguesía nacional
se alía con intereses extranjeros, crean juntos, en el país
dado, industrias nuevas, obtienen para estas industrias ventajas
arancelarias de tal tipo que permiten excluir totalmente la
competencia de otros países imperialistas y las ganancias así
obtenidas pueden sacarse del país al amparo de negligentes
regulaciones de cambio.
Mediante este sistema de explotación, novísimo y más
inteligente, el propio país "nacionalista" se encarga
de proteger los intereses de los Estados Unidos promulgando
tarifas arancelarias que permitan una ganancia extra (la que los
mismos norteamericanos reexportarán a su país). Naturalmente,
los precios de venta del artículo, sin competencia alguna, son
fijados por los monopolios.
Todo esto está reflejado en los proyectos de la Alianza para el
Progreso, que no es otra cosa que el intento imperialista de
detener el desarrollo de las condiciones revolucionarias de los
pueblos mediante el sistema de repartir una pequeña cantidad de
sus ganancias con las clases explotadoras criollas y convertirlas
en aliados firmes contra las clases más explotadas. Es decir,
suprimir las contradicciones internas del régimen capitalista
hasta el máximo posible.
Como ya dijimos, no hay en América fuerzas capaces de intervenir
en esta lucha económica, y por lo tanto, el juego del
imperialismo es bastante simple. Queda como única posibilidad el
desarrollo cada vez más impetuoso del mercado común europeo,
bajo la dirección germana, que pudiera alcanzar la fuerza
económica suficiente como para competir en estas latitudes con
los capitales yanquis, pero el desarrollo de las contradicciones
y su solución violenta en estos tiempos es tan rápida, tan
eruptiva, que da la impresión de que América será mucho antes
campo de batalla entre explotados y explotadores, que escenario
de la lucha económica entre dos imperialismos. Vale decir: las
intenciones de la Alianza para el Progreso no cristalizarán
porque la conciencia de las masas y las condiciones objetivas han
madurado demasiado para permitir tan ingenua trampa.
Lo determinante en este momento es que el frente
imperialismo-burguesía criolla es consistente. En las últimas
votaciones de la O.E.A., no ha habido voces discordantes en los
problemas fundamentales y sólo algunos gobiernos han tapado
púdicamente sus desnudeces con el taparrabos de fórmulas
legalistas sin denunciar nunca la esencia agresora, contraria a
todo derecho, de estas resoluciones.
El hecho de que Cuba tuviera cohetes atómicos, sirvió de
pretexto para que todos se pusieran de parte de los Estados
Unidos: Playa Girón no ha hecho el efecto contrario. Ellos saben
bien que éstas son armas defensivas, saben también quién es el
agresor. Sucede que, aunque no lo digan, todos también conocen
el verdadero peligro de la Revolución cubana. Los países más
entregados y, por ende, más cínicos, hablan del peligro de la
subversión cubana, y tienen razón. El peligro mayor que
entraña la Revolución cubana está en su ejemplo, en su
divulgación revolucionaria, en que el Gobierno ha podido elevar
el temple de este pueblo, dirigido por un líder de alcance
mundial, a alturas pocas veces vistas en la historia.
Es el ejemplo escalofriante de un pueblo que está dispuesto a
inmolarse atómicamente para que sus cenizas sirvan de cimiento a
las sociedades nuevas y que, cuando se hace, sin consultarlo, un
pacto por el cual se retiran los cohetes atómicos, no suspira de
alivio, no da gracias por. la tregua; salta a la palestra para
dar su voz propia y única; su posición combatiente, propia y
única, y más lejos, su decisión de lucha, aun cuando fuera
solo, contra todos los peligros y contra la mismísima amenaza
atómica del imperialismo yanqui.
Esto hace vibrar a los pueblos. Ellos sienten el llamado de la
nueva voz que surge de Cuba, más fuerte que todos los miedos,
que todas las mentiras, que los prejuicios, que el hambre
secular, que todos los garfios con que se quiere anudarlos. Es
más fuerte que el temor a toda represalia, al castigo más
bárbaro, a la muerte más cruel, a la opresión más bestial de
los explotadores. Una voz nueva de timbres claros y precisos ha
sonado por todos los ámbitos de nuestra América. Esa ha sido
nuestra misión y la hemos cumplido y la seguiremos cumpliendo
con toda la decisión de nuestra convicción revolucionaria.
Podría preguntarse: ¿Y éste es el único camino? ¿Y no se
pueden aprovechar las contradicciones del campo imperialista,
buscar el apoyo de sectores burgueses que han sido aherrojados,
golpeados y humillados a veces por el imperialismo? ¿No se
podría buscar una fórmula menos severa, menos autodestructiva
que esta posición cubana? ¿No se podría lograr, mediante la
fuerza y la maniobra diplomática conjuntas, la supervivencia de
Cuba? Nosotros decirnos: frente a la fuerza bruta, la fuerza y la
decisión; frente a quienes quieren destruirnos, no otra cosa que
la voluntad de luchar hasta el último hombre por defendernos.
Y esta fórmula es válida para la América entera; frente a
quienes quieren de todas maneras detentar el poder contra la
voluntad del pueblo, fuego y sangre hasta que el último
explotador sea destruido.
¿Cómo realizar esta revolución en América? Demos la palabra a
la Segunda Declaración de La Habana:
En nuestros países se juntan las circunstancias de una industria
subdesarrollada con un régimen agrario de carácter feudal. Es
por eso que con todo lo duras que son las condiciones de vida de
los obreros urbanos, la población rural vive aún en las más
horribles condiciones de opresión y explotación; pero es
también, salvo excepciones, el sector absolutamente mayoritario
en proporción que a veces sobrepasa el 70 % de las poblaciones
latinoamericanas.
Descontando los terratenientes que muchas veces residen en las
ciudades, el resto de esa gran masa libra su sustento trabajando
como peones en las haciendas por salarios misérrimos o labran la
tierra en condiciones de explotación que nada tienen que
envidiar a la Edad Media. Estas circunstancias son las que
determinan que en América Latina la población pobre del campo
constituya una tremenda fuerza revolucionaria potencial.
Los ejércitos, estructurados y equipados para la guerra
convencional, que son las fuerzas en que se sustenta el poder de
las clases explotadoras, cuando tienen que enfrentarse a la lucha
irregular de los campesinos en el escenario natural de éstos,
resultan absolutamente impotentes; pierden 10 hombres por cada
combatiente revolucionario que cae y la desmoralización cunde
rápidamente en ellos al tener que enfrentarse a un enemigo
invisible que no les ofrece ocasión de lucir sus tácticas de
academia y sus fanfarrias de guerra, de las que tanto alarde
hacen para reprimir a los obreros y a los estudiantes en las
ciudades.
La lucha inicial de reducidos núcleos combatientes se nutre
incesantemente de nuevas fuerzas; el movimiento de masas comienza
a desatarse, el viejo orden se resquebraja poco a poco en mil
pedazos y es entonces el momento en que la clase obrera y las
masas urbanas deciden la batalla.
¿Qué es lo que desde el comienzo mismo de la lucha de esos
primeros núcleos los hace invencibles, independientemente del
número, el poder y los recursos de sus enemigos? El apoyo del
pueblo; y con ese apoyo de las masas contarán en grado cada vez
mayor.
Pero el campesinado es una clase que, por el estado de incultura
en que lo mantienen y el aislamiento en que vive, necesita la
dirección revolucionaria y política de la clase obrera y de los
intelectuales revolucionarios, sin lo cual no podría por sí
sola lanzarse a la lucha y conquistar la victoria.
En las actuales condiciones históricas de América Latina, la
burguesía nacional no puede encabezar la lucha antifeudal y
antimperialista. La experiencia demuestra que en nuestras
naciones esa clase, aun cuando sus intereses son contradictorios
con los del imperialismo yanqui, ha sido incapaz de enfrentarse a
éste, paralizada por el miedo a la revolución social y asustada
por el clamor de las masas explotadas.
Esto es lo que dice la Segunda Declaración de La Habana y es una
especie de dictado de lo que ha de ser la revolución en
América. No pensar en alianzas que no estén dirigidas
absolutamente por la clase obrera; no pensar en colaboraciones
con burgueses timoratos y traidores que destruyen las fuerzas en
que se apoyaron para llegar al poder; las armas en manos del
pueblo, las vastas comarcas de nuestra América como campo de
acción, el campesinado luchando por su tierra, la emboscada, la
muerte inmisericorde al opresor y, al darla, recibirla también y
recibirla con honor de revolucionario, esto es lo que cuenta.
Tal es el panorama de América, de un continente que se apresta a
luchar, y que, cuanto más pronto empuñe las armas y cuanto más
pronto esgrima los machetes sobre las cabezas da los
terratenientes, de los industriales, de los banqueros, de los
explotadores de todo tipo y de su cabeza visible, el ejército
opresor, mejor será.
Sobre si la táctica debe ser siempre la acción guerrillera o es
dable realizar otras acciones como eje central de la lucha, se
puede discutir largamente. Nosotros basamos nuestra oposición a
usar otra táctica en América en dos argumentos:
Primero: Aceptando como verdad que el enemigo luchará por
mantenerse en el poder, hay que pensar en la destrucción del
ejército opresor; para destruirlo hay que oponerle un ejército
popular enfrente. Ese ejército no nace espontáneamente, tiene
que armarse en el arsenal que brinda su enemigo, y esto
condiciona una lucha dura y muy larga en la que las fuerzas
populares y sus dirigentes estarían expuestos siempre al ataque
de fuerzas superiores sin adecuadas condiciones de defensa y
maniobrabilidad. En cambio, el núcleo guerrillero asentado en
terreno favorable a la lucha, garantiza la seguridad y
permanencia del mando revolucionario y las fuerzas urbanas,
dirigidas desde el Estado Mayor del Ejército del Pueblo, pueden
realizar acciones de incalculable importancia.
La eventual destrucción de los grupos urbanos no haría morir el
alma de la Revolución, su jefatura, que desde la fortaleza rural
seguiría catalizando el espíritu revolucionario de las masas y
organizando nuevas fuerzas para otra batallas.
Segundo: El carácter continental de la lucha. ¿Podría
concebirse esta nueva etapa de la emancipación de América como
el cotejo de dos fuerzas locales luchando por el poder en un
territorio dado? Evidentemente no, la lucha será a muerte entre
todas las fuerzas populares y todas las fuerzas represivas.
Los yanquis intervendrán, por solidaridad de intereses y porque
la lucha en América es decisiva. Lo harán con todas sus
fuerzas, además; castigarán a las fuerzas populares con todas
las armas de destrucción a su alcance; no dejarán consolidarse
al poder revolucionario y, si alguno llegara a hacerlo, volverán
a atacar, no lo reconocerán, tratarán de dividir las fuerzas
revolucionarias, introducirán saboteadores de todo tipo,
intentarán ahogar económicamente al nuevo Estado, aniquilarlo,
en una palabra.
Dado este panorama americano, consideramos difícil que la
victoria se logre en un país aislado. A la unión de las fuerzas
represivas debe contestarse con la unión de las fuerzas
populares. En todos los países en que la opresión llega a
niveles insostenibles, debe alzarse la bandera de la rebelión y
esta bandera tendrá, por necesidad histórica, caracteres
continentales. La Cordillera de los Andes está llamada a ser la
Sierra Maestra de América, como dijera Fidel, y todos los
inmensos territorios que abarca este continente están llamados a
ser escenarios de la lucha a muerte contra el poder imperialista.
No podemos decir cuándo alcanzará estas características
continentales, ni cuánto tiempo durará la lucha, pero podemos
predecir su advenimiento porque es hija de circunstancias
históricas, económicas, políticas, y su rumbo no se puede
torcer.
Frente a esta táctica y estrategia continentales, se lanzan
algunas fórmulas limitadas: luchas electorales de menor
cuantía, algún avance electoral, por aquí; dos diputados, un
senador, cuatro alcaldías; una gran manifestación popular que
es disuelta a tiros; una elección que se pierde por menos votos
que la anterior; una huelga que se gana, diez que se pierden; un
paso que se avanza, diez que se retroceden; una victoria
sectorial por aquí, diez derrotas por allá. Y, en el momento
preciso, se cambian las reglas del juego y hay que volver a
empezar.
¿Por qué estos planteamientos? ¿Por qué esta dilapidación de
las energías populares? Por una sola razón. En las fuerzas
progresistas de algunos países de América existe una confusión
terrible entre objetivos tácticos y estratégicos; en pequeñas
posiciones tácticas se ha querido ver grandes objetivos
estratégicos. Hay que atribuir a la inteligencia de la reacción
el que haya logrado hacer de estas mínimas posiciones defensivas
el objetivo fundamental de su enemigo de clase.
En los lugares donde ocurren estas equivocaciones tan graves, el
pueblo apronta sus legiones año tras año para conquistas que le
cuestan inmensos sacrificios y que no tienen el más mínimo
valor. Son pequeñas colinas dominadas por el fuego de la
artillería enemiga. La colina parlamento, la colina legalidad,
la colina huelga económica legal, la colina aumento de salarlos,
la colina constitución burguesa, la colina liberación de un
héroe popular... Y lo peor de todo es que para ganar estar
posiciones hay que intervenir en el juego político del estado
burgués y para lograr el permiso de actuar en este peligroso
juego, hay que demostrar que se puede estar dentro de la
legalidad burguesa. Hay que demostrar que se es bueno, que no se
es peligroso, que no se le ocurrirá a nadie asaltar cuarteles,
ni trenes, ni destruir puentes, ni ajusticiar esbirros, ni
torturadores, ni alzarse en las montañas, ni levantar con puño
fuerte y definitivo la única y violenta afirmación de América:
la lucha final por su redención.
Contradictorio cuadro el de América; dirigencias de fuerzas
progresistas que no están a la altura de los dirigidos; pueblos
que alcanzan alturas desconocidas; pueblos que hierven en deseos
de hacer y dirigencias que frenan sus deseos. La hecatombe
asomada a estos territorios de América y el pueblo sin miedo,
tratando de avanzar hacia la hecatombe, que significará, sin
embargo, la redención definitiva. Los "inteligentes",
los "sensatos", aplicando los frenos a su alcance al
ímpetu de las masas, desviando su incontenible afán de lograr
las grandes conquistas estratégicas: la toma del poder
político, el aniquilamiento del ejército, del sistema de
explotación del hombre por el hombre. Contradictorio, pero
esperanzador, las masas saben que "el papel de Job no cuadra
con el de un revolucionario" y se aprestan a la batalla.
¿Seguirá el imperialismo perdiendo una a una sus posiciones o
lanzará, bestial, como lo amenazó hace poco, un ataque nuclear
que incendie al mundo en una hoguera atómica? No lo podemos
decir. Lo que afirmamos es que tenemos que caminar por el sendero
de la liberación, aun cuando éste cueste millones de víctimas
atómicas, porque en la lucha a muerte entre dos sistemas, no
puede pensarse en otra cosa que la victoria definitiva del
socialismo, o su retroceso bajo la victoria nuclear de la
agresión imperialista.
Cuba está al borde de la invasión; está amenazada por las
fuerzas más potentes del imperialismo mundial y por ende, por la
muerte atómica. Desde su trinchera que no admite retroceso lanza
a América su definitivo llamado al combate; combate que no se
decidirá en una hora o en unos minutos de batalla terrible, que
podrá definirse en años de agotadores encuentros en todos los
rincones del continente, en medio de atroces sufrimientos. El
ataque de las fuerzas imperialistas y de las burguesías aliadas
pondrá una y otra vez a los movimientos populares al borde de la
destrucción, pero surgirán siempre renovados por la fuerza del
pueblo hasta el instante de la total liberación.
Desde aquí, desde su trinchera solitaria de vanguardia, nuestro
pueblo hace oír su voz. No es el canto del cisne de una
revolución en derrota, es un himno revolucionario destinado a
eternizarse en los labios de los combatientes de América. Tiene
resonancias de historia.
Ernesto Che Guevara, Octubre-noviembre, 1962.
Verde Olivo, 6 de octubre de 1968