Orlando
Arias, robots, la mirada de la ciencia en el devenir de la forma y, en
el fondo, el ser humano Orlando
Arias descubre la esencia del ser humano en los robots, producto de la
mirada de la ciencia al interior del desarrollo. Robots con alma humana,
sin ojos pero con vista más allá de la anécdota. Profundiza
en la observación con detenimiento, viaja hacia la particularidad de lo
complejo, del inusual laberinto que nos atenaza en un órdago distinto. Somos
robots en un mundo amplio, lleno de espacios sin cumplimentar, aquellos
que el silencio de las palabras acaricia. Robots
que miran al cielo, que pretenden comunicarse con un alma inventada,
pero, sin embargo, existente. No
hay nada sin iluminación, todo lo que existe, incluso las máquinas,
posee algún tipo de alma, aunque esté muy escondida, reflejándose en
su propia anécdota, en su determinante mundo de aspiraciones basado en
el paradigma de los deseos no cumplidos. Somos
seres errantes, que ascendemos y descendemos, que subimos y bajamos
hacia cotas insondables, aquellas que nuestro corazón pretende
acariciar, en las esquinas, buscando el calor circunstancial, a veces
renunciando al amor total, pero vislumbrando algunos fragmentos de una
sinfonía que puede componerse. El
mundo de robots del creador boliviano se basa en la dinámica de la
propia evidencia, aquella que sabe donde está la salida y la entrada
del laberinto, pero que gusta de aventurarse a la larga marcha, buscando
la revolución cultural inevitable, pero, a la vez, siendo una idea la
que determina el alcance final de la acción. Una idea humanizada en un
mundo complejo, alejado de sí mismo, al margen de controversias, de
instantes fugaces, aquellos que se pierden en la premura de la propia
esencialización de las cosas que son fundamentales. El
creador latinoamericano, residente en la actualidad en Madrid, realiza
una obra surreal, alegórica, con temática simbólica, densa, elaborada
matéricamente, con colores intensos y sensuales, con predominio de
contrastes, entre rojos, amarillos, azules, verdes, negros, marrones y
violetas. Su
paleta es variada, luminosa, con determinación americana, dado que sus
cromatismos están encendidos, parecen llamas que se propagan en la
llanura del pensamiento, en el bosque intenso de las palabras, dado que
son producto de conceptos muy evidentes, producto de la propia
coherencia en el pensamiento del devenir. Hay
futuro, pero también un sentimiento intenso de soledad, de estar
aislados en un planeta enfermo, falto de moral, sin valores, reflejando
la angustia en los robots que son personas, pero, también máquinas,
porque la fiebre del consumismo nos ha convertido en almas en pena, sin
ideales, en un mundo siempre enloquecido por la fiebre de poder. En un
planeta de choque de intereses, nosotros, seres que estamos iluminados
pero no lo sabemos, aspiramos a la iluminación pero nos venden marcas y
productos para prolongar la mirada de la ciencia en el devenir de la
forma. Nos preparan para vivir más en un contexto banal, en el que lo
que importa es el exterior luminoso y no el interior iluminado. Joan Lluís Montané
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