BUSCO
LA METÁFORA
DEL
EROTISMO EN EL MUNDO
Olinka
Ávila, Cecilia Carranza, Maribel Sierra, Lía Villava
Invitado
a Cancún en mayo pasado, el poeta y novelista Alberto Ruy Sánchez
presentó en el Auditorio de la Casa de la Cultura de Cancún su
trilogía Los nombres de aire, En los labios del
agua y Los jardines secretos de Mogador. En la
siguiente entrevista, y con la avidez de un cuenta cuentos
“halaiqui”, este lector interesado en Passolini, Rilke, Yourcenar,
Baudelaire y Lezama Lima afirma que tiene muchos “yos” en sus
preferencias y que a veces no los reconoce, y aborda con sencillez su intensa
búsqueda por descifrar los
lenguajes ocultos del deseo.
—El
germen temático de tu obra es el deseo y el objeto que lo inspira. En
este caso el símbolo más importante de tu obra es la mujer,
¿por qué el deseo y la mujer?
—Creo
que todo comenzó como una preocupación: comprobar al principio de
mi vida en pareja que yo era un típico macho mexicano y que tenía
mucho que aprender sobre del mundo afectivo, amoroso y sexual de una mujer.
Poco a poco me fui convirtiendo en un observador. Parte de las motivaciones
literarias tiene que ver con esa sensación, de que no está
escrito algo que tú puedes percibir, tal vez por ignorancia. Seguramente
todo está escrito por ahí, pero lo importante es cómo son
las cosas para ti. Cada escritor escribe las cosas diferente: la
expresión nunca será la misma. Entonces, empecé a vivir
una exploración del deseo, de las características del deseo, de la
conducta deseante de las personas, lo cual era cada vez más,
evidentemente, una exploración de la imaginación.
Al principio de Los Nombres
del Aire hay una frase detonadora de Marguerite Yourcenar
(que, por cierto, no aparece en la primera versión del libro):
“Sin saberlo todos entramos en los sueños amorosos de quienes se
cruzan con nosotros o nos rodean’’. De esa manera a todos les
entregamos nuestro cuerpo; eso te evita muchísimos celos, por ejemplo,
por más que controles... Tengo un amigo cuya esposa no lo deja bailar
con nadie; es inútil, de todas maneras, si te vas a meter en los
sueños amorosos de otras personas, bailes o no bailes, no
cambiará nada. La realidad es una paradoja de lo que pasa, te sugiere
muchas más cosas que son muy importantes en la vida amorosa de las
gentes. El que una persona sea significativa para otra sucede de la
fusión no solamente física, sino también del deseo, que es
esta manifestación imaginaria del cuerpo; entonces, me pareció un
verso de un interés inmenso, que no se acaba. Siempre estoy aprendiendo
algo, disfrutando la manera de contar algo que aprendo en ese mundo, con esta
pregunta siempre abierta.
—El
pintor Paul Klee decía “lo visible es sólo un fragmento de
lo real’’. ¿Podríamos decir que ése
sería el principio que manejas en Los
Jardines Secretos de Mogador?
—Creo
que el cuerpo mismo es un pequeño porcentaje de lucidez y un gran
porcentaje de imaginación, y gran parte de la trascendencia de la vida
está en tocar lo invisible, en tocar lo que no se toca. Todo el tiempo
estamos atravesando una barrera que nos lleva mas allá de lo que parece
evidente; ya sea con significado o más allá de lo que es visible
alrededor de nosotros. Si las cosas
fueran solamente su
materialidad sería ya mucho, pero lo que yo no puedo pensar es en la
materialidad desligada del espíritu, de la idea del deseo; como tampoco
puedo pensar en las ideas o en las esencias desligadas del cuerpo. Para
mí, todo está comunicado, vinculado a lo tangible y a lo
intangible; sobre todo es muy importante lo sensorial, en todos los sentidos y
cómo ir más allá a través de ellos.
—Para
ti, ¿es indispensable que el autor viva y conozca aquello de lo que
habla? O visto de otro modo, ¿el autor corre el riesgo de encarnar en su
vida lo que dice su obra? García Márquez decía
“allí donde las palabras pasan antes que los hechos”.
—Pienso que la vida y la obra tienen que estar muy
comunicadas, pero los hilos delgados de la unión suelen ser misteriosos
y más complejos de lo que pensamos. Un escritor no escribe literalmente
lo que sucede, para empezar porque no puede, porque siempre está
inventando algo, tal vez hasta inventándose a sí mismo.
Simplemente con la forma de hablar de las diferentes regiones, aun teniendo la
misma lengua, la gente tiene una manera de inventarse a sí misma. La
literatura está llena de vida, tiene que haber vida en ella; eso no
quiere decir contar las anécdotas como las vivimos.
Creo que todo lo que yo cuento tiene una vida inmensa y no
solamente porque lo haya vivido. No sólo es la vida de uno, hay que
tratar de ser sensibles y escuchar la vida de los demás, las razones de
los demás. Eso es apasionante, también de eso está hecha
gran parte de la literatura. Cada persona vive lo mismo de manera diferente.
Eso en el acto amoroso es fundamental. Una pareja puede estar haciendo el amor
y cada uno está viviendo algo diferente, incluso en el momento en que
pueden sentirse más unidos, más purificados, más
copartícipes, pero siempre hay la otredad, la que hay que respetar,
escuchar, saber que existe, saber que nada es como uno lo supone.
—¿Quiénes son los autores de tus obras
preferidas?
—Soy
poco disciplinado, soy ecléctico. De vez en cuando tomo un autor y lo
leo todo, pero picoteo de aquí y de allá. Pierre Paolo Passolini
es un autor que me interesa mucho, así como Rilke. También
Marguerite Yourcenar; me interesa Baudelaire, José Lezama Lima. Es muy
curioso porque no tengo gustos fijos. Por ejemplo, algo que no me gustaba, me
empieza a gustar y algo que me gustaba antes, de pronto, ya no me gusta tanto.
A veces, tengo libros subrayados y no sé ni por qué lo hice. Hay muchos “yos” en mis
preferencias; a veces no los
reconozco.
—
En tu cuento “El séptimo sueño de Jazán o de
cómo llegó a Mogador la Melancolía”, hablas de que
la mano del calígrafo se mueve sola. ¿Has tenido tú esa
sensación, como sí fueras un instrumento?
—No, no, nunca. Siempre estoy recogiendo cosas
pequeñas. Una palabra, una frase. Cada párrafo lo escribo 20
ó 30 veces. No sale a la primera. El tipo de arte que yo cultivo no es
el de la espontaneidad. Para otros sí. Así como hay pintura
textual; si lo mío fuera pintura, no sé, tal vez sería
abstracta, pero estaría llena de pequeñas cositas.
—¿De que manera sientes
que ha repercutido en ti la educación jesuita?
—Muchísimo, para mí fue fundamental.
Aprendí la búsqueda de la excelencia, que tiene que ver con ese
mismo escribir y escribir y escribir. Es la lógica de la
perfección, no como un don, sino como lo mejor que puedes lograr. Antes,
alguien que era genial, no lo era por haber nacido genio, sino porque hacía
lo mejor que podía en un momento. No hay perdón, si no haces
esto. También hay en la idea jesuita, algo muy importante. A diferencia
de otras vertientes de la religión u otras religiones, los jesuitas
decían que se puede llegar a Dios a través de las formas, de los
sentidos, de la belleza. Mientras en otras religiones no, no se llega a Dios a
través del barroco. Yo
tengo una mentalidad barroca en ese sentido; esto es que la vida adquiere
sentido a través de un cultivo de las formas. Para mí, lo que es
como una nueva religión es la mujer y la sexualidad femenina. Hasta allá va la influencia de
los jesuitas en mí.
Hay otra cosa: la argumentación. En la
educación jesuita, el eje de todo es la “apología”,
la guerra de las palabras. Encuentro un gran placer en argumentar. No es lo
principal, pero sé que está presente. Responder una pregunta con
otra pregunta, eso es muy jesuita. Cuando te hablan en serio, hablar en broma;
cuando te hablan en broma, hablar en serio; en fin, hay toda una manera.
—Tienes
una gran capacidad para plasmar imágenes sensoriales. Por ejemplo, en
“Los nombres del aire”, el lector casi puede palpar texturas y colores de las telas de las
mujeres en el Hamman. En “Los jardines secretos de Mogador”,
Jassiba ofrece sus flores mostrando, tan sólo, los pétalos de
éstas. ¿Qué hay detrás de estas imágenes?
—De la imagen de Jassiba, que tiene las manos tatuadas
hay una fotografía. Para empezar, siempre me ha llamado la
atención el tatuaje con henna. Me gusta la idea de que el tatuaje no sea
permanente; el tatuaje se borra a los quince días. Esta idea de que las
cosas no son permanentes, que nada lo es. Por otro lado, me gustan mucho las
telas (que, por cierto, exploramos mucho en la revista Artes de
México, además de la
cerámica). Hay telas maravillosas. La tela siempre es una
metáfora de la piel, aunque es más maravillosa la piel. Una
imagen que me gusta mucho, es cuando Fatma, en Los nombres del aire, introduce
su mano en las semillas. Uno de los shocks culturales
que tuve en Europa, fue cuando fui a la tienda de verduras. Ahí no se
puede tocar como aquí, donde puedes tocar todo lo que hay en el mercado.
En Marruecos tocas todo. La sensación de meter la mano en un costal de
fríjol, no es la misma que cuando la metes en un costal de cuscus.
Aparte de la sensación, es el olor; al mover las semillas levantas un
olor; no es tan sólo una sensación, sino una inmersión muy
compleja. Obviamente, todo eso lo convierto en metáforas del contacto
físico. En “Los Jardines secretos de Mogador”,
cometo la extravagancia de plasmar jardines de lo que sea y, después,
transformar eso en metáforas del acercamiento al cuerpo de la amada.
Busco el erotismo, no como descripción del acto sexual, sino del mundo
convertido en metáfora. El erotismo puede estar en todo.
—Cómo construyes a tus personajes,
cómo los armas. ¿Por
ejemplo, cómo construiste al personaje de Jassiba?
—Cada
personaje está formado de rasgos de diferentes personas. Pero sobre todo
busco rasgos que sean significativos. Por ejemplo, el carácter de
Jassiba para imponer el reto. Ustedes saben muchas cosas de ella, como cuando
ella está ofreciendo los pétalos de sus flores. Él cree
que ella los está vendiendo, y a Jassiba no le importa lo que él
piense. Los hombres, a veces nos confundimos: dejamos de ver la realidad que
existe detrás de lo evidente.
Lo que tomo, sobre todo, es un rasgo: un gesto de alguien, un
gesto significativo, una manera de sonreír, una forma de mirar, y eso va
a dar al personaje. Ningún personaje está hecho de una sola
persona. Lo vas armando de toda la gente que conoces, como si los robaras, los
fueras pensando. Tú te llenas de la vida. A veces es inconsciente. Para
que tenga vida, con frecuencia pienso en alguien, pero nunca es ficción.
Eso sucede también con el contador de historias, halaiquí. Es un
poco irreal el contador de historias, ¿te das cuenta? Tiene menos
cuerpo. Algo que para mí es muy interesante en este tipo de literatura
es desdibujar los personajes. Por ejemplo, el narrador de Los labios del
agua es un personaje al que le fui quitando tanto que al final
hasta el nombre le quité. Yo no quería que tuviera
psicología, sino que fuera alguien que siente en carne viva y que se ve
obligado a usar su imaginación.
— Llama la atención la libertad de Jassiba y el
hecho de que esté situada en el mundo árabe.
—Yo
estoy atraído por las mujeres fuertes. Esa fortaleza se puede detectar
incluso debajo de un velo. Las mujeres árabes son matronas. Tengo amigas
marroquíes que no usan velo, algunas son religiosas y otras no. Es
curioso; tengo una amiga que es profesora y tiene alumnas que usan velo.
Trabajan sobre mis libros. Yo le pregunto ¿qué es lo que pasa?
Ella me cuenta que una de sus alumnas se casó con un hombre que es
veinte años más grande que ella. Vive a una hora de la ciudad y
va a la universidad de lunes a jueves mientras que, de viernes a domingo se va
al pueblo. Para poder lograr eso, ella tiene que vivir con mucho rigor las
formas sociales, como es el uso del velo, que es como su pasaporte a una
libertad de un mundo. Si viviera en su pueblo con este marido y no saliera de
él, estaría asfixiada. Para cada mujer árabe, el velo es
algo diferente. Hay una moda, como de regresar a ser más religiosas, que
es equivalente al auge del budismo o del taoísmo. En el mundo islámico,
algunas mujeres que fueron feministas en los 60’s ó 70’s
están regresando a la religiosidad, y no necesariamente las
fundamentalistas. Hay muchos tipos de velo, cada uno de ellos tiene su propio
lenguaje. Son lenguajes y códigos visuales de lo visible, de lo
invisible, de lo prohibido, de lo clandestino.
—El paraíso en el mundo
árabe es muy erótico; hay una vinculación entre el cuerpo
y el espíritu, a diferencia de los que vivimos una cultura
judeocristiana donde está separado o divorciado el erotismo del misticismo.
—Eso es diferente para cada persona. ¿No has
sentido que de pronto estás en el paraíso, a veces en algo que es
muy erótico y a veces en algo que pudiera no serlo? Obviamente en el
mundo católico hay una prohibición de los placeres por el temor
de que se rompan ciertas normas de la iglesia. Es diferente cada opción de vida.
En el fondo, tienen su razón los que lo
prohíben. Porque si tú empiezas a pensar en todos estos placeres
como parte del paraíso, empiezas a deificar a la persona. Yo siento,
cuando estoy haciendo el amor con una mujer, que es una diosa; y su sexo, la
boca del paraíso, y la caricia es la oración. Esto para mí
es una religión. Hay quienes pueden encontrar esto superficial, banal.
Un amigo cura, dice que soy muy frívolo.Todas las sociedades tienen
organismos que restringen ciertas cosas.
—En
los jardines secretos hay una búsqueda. Tú hablas del deseo, pero
se puede interpretar como el amor, ese cultivo constante del contacto con la
amada. ¿Qué es el deseo? ¿Qué es el amor?
—Siento que el deseo es la atracción entre las
personas con imaginación. Tú sabes que el deseo es instintivo y
casi animal, pero la parte humana es lo que le pones de imaginación. Esa
imaginación, contrariamente a lo que la gente piensa, es un freno
también. Te permite no aventarte sobre la persona que deseas sino
imaginar, crear imágenes, crear formas para acercarte a la persona que
deseas. Te hace tener conciencia de que es un sueño, que la
imaginación deseante cumple muchas funciones, y es un universo
prodigioso.
El amor es una elección mutua. El amor está en
otra dimensión. Es muy triste cuando hay amor sin deseo. Existe
también. Es más común de lo que la gente piensa, y a todos
nos pasa en algún momento de la vida. Lo que hace Jassiba es vivir un
amor con deseo y se resiste a que éste deje de existir. Se niega a vivir
el amor sin deseo y trata de violentar esa situación para seguir
deseándolo. Pero lo ama, tiene un proyecto de vida con él. Quiere
estar con él.
—El final de “Los jardines
secretos de Mogador” está lleno de misterio. ¿Qué
puedes comentar acerca de esto?
—Bueno, el final es que la historia continúa en
nosotros, cuando llega a la flor solar. Es el deslumbramiento al que los
místicos llaman la fusión con Dios, es lo que trato de describir.
Hay algo bien interesante en el amor que tiene que ver con hasta dónde
se puede decir. El amor muy
intenso tiene que ver con un ir más allá del límite; tal
vez explore eso en la siguiente novela, utilizando un cuento que habla de tres
libélulas que se retan unas a las otras a conocer el fuego.
La
primera libélula emprende viaje hacia el fuego, y a su regreso les va a
contar qué es. Le da vueltas al fuego y siente cómo la calienta.
Entonces regresa y dice: el fuego es así, caliente. Pero le responden
que no ha conocido suficientemente al fuego. La segunda dice que se va a
acercar más a ver qué descubre más a fondo. Se acerca y se acerca y se quema un
ala. Sale corriendo y les dice
que, además, el fuego quema. Pero ese es un conocimiento superficial
para la tercera libélula
Entonces ella va y se mete al fuego; y no regresa. Bueno ella
sí conoció lo que es el fuego, pero no lo puede contar. A veces
el amor es así, ¿no?
Olinka Ávila. México (1968). Estudió la carrera de Arte Dramático. Licenciada en Ciencias de la Comunicación. Ha publicado en Cancuníssimo y en Tropo a la uña. Participa en el taller literario “Surgir” que coordina Alicia Ferreira. Primer lugar (2001) y Mención honorífica (2000) en el concurso de cuentos de Día de Muertos convocado por la Casa de la Cultura de Cancún. Imparte el Taller de Creatividad en la Casa de Escritor de Cancún. Radica en Cancún desde hace 8 años.
Correo-e: oave@prodigy.net.mx
Cecilia
Carranza. México. Licenciada en Diseño Gráfico. Transmite
un Taller Experimental de Arte Infantil. Miembro del taller literario
“Surgir”. Mención Honorífica en el concurso de
cuentos de Día de Muertos (2000). Ha colaborado con la revista Cancuníssimo.
Radica en Cancún desde 1996.
Correo-e:
famborjaca@prodigy.net.mx
Maribel
Sierra. México (D.F.). Licenciada en Administración de Empresas.
Miembro del taller literario “Surgir”. Radica en Cancún
desde hace 10 años, donde ha colaborado en La Crónica y
la revista Cancuníssimo.
Correo-e:
maribel_cancún@yahoo.com
Lía
Villava. Guadalajara Jalisco. Estudió Ciencias de la Comunicación
y es Técnica en Urgencias Médicas. Asiste al taller
“Surgir”. Colabora en la revistas Cancuníssimo,
en el espacio Puro Cuento y en Tropo a
la uña; y en la sección de cultura
del Periódico La voz del Caribe. Primer lugar
en el concurso de cuento del Día de Muertos (2000). Reside en
Cancún desde 1986.
Correo-e: liavillav@yahoo.com.mx