Héctor Perea

 

EL PASO

DE LAS NUBES

 

sobre

Cuentos de Mogador,

de Alberto Ruy Sánchez,

 

Cuentos de Mogador culmina con unas páginas extraídas del ensayo autobiográfico de Alberto Ruy Sánchez, ARS de cuerpo entero, donde el autor hace memoria de su viaje al desierto marroquí que daría nacimiento a esa ciudad amurallada, Mogador (inspirada en el puerto de Essaouira), que domina buena parte de su narrativa, y a toda suerte de epifanías en su obra: esos instantes poéticos de la vida cotidiana que Octavio Paz ha llamado "nuestra ración de eternidad".

          Durante ese viaje surgiría la pasión del autor por recuperar el complemento de nuestra hispanidad, la parte árabe –hermana a su vez de la naturaleza tequitqui, hubiera agregado Moreno Villa–, expulsada diariamente de nuestros propios cuerpos y costumbres sin que de ello tengamos demasiada conciencia.

          La escritura de esta narrativa, según ha expresado en varias ocasiones el propio Ruy Sánchez, va siendo construida a partir de intensidades. Y la intensidad, dentro de la cual existen tonalidades altas y bajas, "es un modo de la relación que el hombre tiene con el mundo y con él mismo". La narrativa de Ruy Sánchez mucho tendrá que ver, desde luego, con la prosa poética. Los primeros doce apartados de Cuentos de Mogador son claro ejemplo de esto.

          En un magnífico ensayo, Luce López Baralt ha visto a Ruy Sánchez como "un pintor de sueños (...) que logra fundir la sensualidad más acendrada con la espiritualidad más transparente". Considera, además, que sus páginas son por momentos como miniaturas persas y que él es uno de los pocos escritores latinoamericanos que deben tando o más a la pintura como a las letras. No resulta extraño, por lo mismo, que al hablar de Los nombres del aire Severo Sarduy se detuviera sobre todo en la descripción de los tatuajes.

          Luce López Baralt buscó desentrañar las influencias y modificaciones que Ruy Sánchez ha ensayado a partir de los símbolos islámicos y señaló que, por sobre todas las cosas, es el deseo el motor principal dentro de su narrativa arábiga. Pero el deseo no resulta algo abstracto en la literatura de Ruy Sánchez, sino que se encuentra encarnado en los deseantes y los deseados, dos espejos de un mismo rostro que en algún momento incluirán al lector.

          Por mi parte, quisiera especular, a vuelo de pájaro, sobre otras fuentes occidentales que me parece descubrir como transfondo en los Cuentos de Mogador. Ruy Sánchez se ha interesado en los libros y las vidas de autores como André Gide, Barthes, Foucault o Martínez Sotomayor. Y sobre ellos ha escrito. Pero aun siendo en cuanto a tema, desarrollo y extensión, tan absolutamente distintas, he sentido siempre la tentación de vincular también su obra con la de Marcel Proust. Ambos trabajos narrativos, además de ser evidentes productos literarios, parecieran tapices tejidos a mano. Ambos, también, resultan por momentos altamente plásticos. Los dos tienen que ver con la ciudad y con el cuerpo. Aunque en este punto, el tratamiento, la visión que de los mismos proyecta cada uno, despertará en el lector sensaciones distintas, aún opuestas.

          Creo que el centro de esta proximidad entre uno y otro se encuentra, más que en aspectos literarios o en cierta inclinación arabista de la plástica europea, en un elemento de gusto en común, que es el de la escritura concebida como concibieron la pintura algunos flamencos y holandeses. O sea, como una sutilísima narración para la vista. Un artista en particular, Vermeer, nos aporta en sus pinturas claros ejemplos de ese ejercicio de proximidad y fusión de los medios expresivos. La cotidianidad y sensualidad que nutren sus temas serán también elementos comunes al trabajo exquisitamente detallado de Alberto Ruy Sánchez. En los cuadros del pintor de Delft, como en la, mayor parte de las líneas trazadas, dibujadas por el mexicano al construir sus Cuentos de Mogador, será la mirada de los actores y el tacto visual de su entorno lo que atraiga la inteligencia. Pero de esta aventura de observar y sentirnos observados se desprenderá también la seducción erótica. Los deseantes y los deseados conviven en estas demarcaciones plásticas y literarias, iluminados por vitrales acuosos y acariciados por tapices que no ocultan su veta oriental. En todo este proceso de escritura y trazado lo que más resaltará, en ambos casos, es justamente lo que apenas se nota: la calidez de las manos sobre un trabajo artesanal. Por otro lado, en esas mismas obras de Vermeer, quizá el artista que más apasionó a Proust, encontraremos lo que para él mismo, paradójicamente, no fue ejemplar, y que sí lo sería para Ruy Sánchez: la economía de medios.

          En mi prólogo a Cuentos de Mogador cito la descripción de una enorme, riquísima ciudad construida en la imaginación árabe. Pero también menciono otra que, siendo majestuosa en sus volúmenes y detalles, fue concebida, a la manera del retablo pintado por Juan de Flandes para Isabel la Católica o del ideario lúcido de Enrique Vila-Matas, como una ciudad portátil. Así veo yo tanto a los cuentos y las prosas como, en general, a las fuentes que han dado cuerpo a este libro. Cuentos de Mogador es una serie de universos breves y complejos, ricos en detalles, sorprendentes por sus rarezas.

 

 

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