Alberto Ruy Sánchez

 

El Fundamentalismo

contra los lectores de México

 

La gravedad del acto de barbarie que acaba de cometer Vicente Fox contra el libro y los lectores de México no ha sido todavía bien valorado. Me temo que incluso él mismo y sus colaboradores más cercanos no se dan completamente cuenta de ello.

Al decir esto estoy suponiendo que él ha actuado de buena voluntad. Que de verdad cree las mentiras y las trampas en que lo han enredado los fundamentalistas que lleva encajados en algunas de sus secretarías contables y de comercio elevadas a comites de vigilancia del dogma económico que defiende el deber de buscar activamente aplastar los valores y las actividades culturales de México.

     Suponiendo la inocencia o inconsciencia del presidente, este nuevo dislate sí es de proporciones mayores. Todos los errores que ha cometido antes en el campo cultural se volverán actuales, y todos sus aciertos, algunos de ellos grandes como en el terreno de bibliotecas de aula, escolares y públicas, se verán opacados para recordarlo solamente como el presidente que le abrió la puerta a la barbarie del siglo XXI: el fundamentalismo anticultural.

     Cuando en un acto público el jueves 7 de septiembre, tuve que reprocharle que menos de una semana antes hubiera vetado la Ley de Fomento al Libro y a la Lectura cuya aplicación ciertamente hubiera sido benéfica sobre todo para los lectores, democratizando y diversificando el acceso a los libros en todos los territorios de la República, el presidente me respondió, con asombrosa inconsciencia, que había vetado la ley para favorecer al lector y no solamente a los impresores. Una respuesta absurda pero cuya gravedad no está solamente en lo equivocada que es sino en mostrar al presidente como repetidor automático, irreflexivo, del dogma de los fundamentalistas parasitarios de su buena voluntad y presupuesto. Estos sí patrocinados por el gobierno. Es decir, por nuestros impuestos.

Cuando hablo de fundamentalismo no trato de insultar a estos economistas mexicanos, parásitos del Estado, que rigen cada vez más nuestra vida cultural desde las finanzas y el comercio del país, sino de describirlos llanamente en la tendencia que hace muchos años ya señalara ese brillante historiador de las religiones vuelto sociólogo, Max Weber en su libro clave sobre La ética protestante y el espíritu del capitalismo. No se trata simplemente de ‘neoliberales’ o de ‘Chicago Boys’ o cualquier otro término más reciente, sino de la tendencia hipertradicionalista del más puro protestantismo de secta convertido en visión del mundo, que lleva a pensarlo y desearlo todo por modelos repetidos,  a “eficientarloâ€? eliminando estorbosas sutilezas y diferencias, subordinarlo a la ganancia del dinero, y despreciar cualquier otro factor que le de sentido a la vida de las comunidades del mundo donde se ejerce.

     Este fundamentalismo en México es el mismo que hace seis años propuso desde Hacienda una oleada de impuestos que de haber sido aprobados por las cámaras nos hubiera obligado a casi todas las editoriales mexicanas medianas y pequeñas a cerrar en tres meses. Y el mercado del libro se hubiera reducido aún mas todavía. El argumento contundente de un subsecretario de entonces era: “Un libro es un zapato. Un libro no debe tener ningún trato fiscal diferente al de un zapato.â€? La barbarie entonces tomaba la forma de una sentencia: “Si una editorial de poesía no puede competir con una editorial dedicada exclusivamente a bestsellers merece desaparecerâ€?.

Era inútil argumentar que ambas pueden existir sanas y autosuficientes si el gobierno no mete la mano y no destruye a las librerías ni convierte en campo minado a la actividad exigiéndole a la poesía las mismas ganancias y el mismo funcionamiento que los libros de autoayuda. Era inútil explicarle que es importante que existan algunas editoriales mexicanas preocupadas principalmente por lo mexicano y dispuestas a vivir con márgenes de ganancia muy pequeños. El funcionario me respondió entonces que “Desde el punto de vista macroeconómico no es importante que desaparezcan todas las editoriales mexicanasâ€?.  Fue inútil explicarle que hace poco más de veinte años el mercado del libro en español era distinto y que España se dió cuenta de lo grande e importante que puede ser económicamente el mercado del libro y que el gobierno estableció entonces que el libro era una de sus prioridades de desarrollo en varios sentidos. Estableció una política favorable a la actividad que incluye entre otras cosas tarifas de transporte internacional de la tercera parte. El mismo viaje de libros que a nosotros nos cuesta 100 a ellos treinta. Ya ahí tienen una ventaja competitiva que nos impide poner un pie en su mercado y a ellos les facilita dominar el nuestro y el de todo el continente. Además, hay un porcentaje de excención de impuestos sobre la renta para los libros que se exporten de España. Y ahí de nuevo nos aniquilan como competidores desde que el gobierno de Fox (¿debería decir de Gil?) retiró paulatinamente la excención parcial que tenían los libros en México. Al mismo ritmo nuestra industria se ha ido poniendo de rodillas.

Como si todo eso fuera poco para darle fuerza a su industria editorial, el gobierno español se dio cuenta de que era básico tener para sus libros un mercado interno fuerte y, examinando las legislaciones y mecanismos en el mundo que lo hacen posible, instrumentó una ley de precio único en toda España que hizo que se redujera el precio de los libros para los lectores, y que se multiplicara la oferta de títulos y de puntos de venta. España se afianzó entonces como un país de lectores. Y su industria editorial representa una aportación considerable a su producto interno bruto. Y, casi la mitad de sus ingresos se deben al mercado latinoamericano, a nuestra perdida de competitividad internacional y nacional; y sobre todo por la enorme desventaja con la que participamos en el mercado. En vez de preocuparnos por ello perdemos el tiempo tratando de que los fundamentalistas anticulturales no nos aniquilen, ya no digamos que nos ayuden a pensar en medidas que fortalezcan a México editorialmente. Sabemos que eso es demasiado pedir, que su idea de un México mejor no incluye la cultura. La consideran un lastre. Y los libros que no son bestsellers como un anacronismo, un desperdicio, “un ego trip de los artistas�, como me han dicho los fundamentalistas en ataques escritos.

Los Ayatolas del Zapato, no pueden entender la naturaleza del libro. No sólo porque la cultura les produce ictericia (son muy sensibles a ella), sino porque el libro viene desde un modo de producción donde imperaba la economía del Potlach, del don. La economía del libro tiene que ver con el exceso. En poesía, en pensamiento, en filosofía, en temas culturales, no se puede producir solamente para lo que ya se sabe que se va a vender rápidamente. Tiene que haber una oferta de verdad incierta, excedida, que luego encontrará su mercado, tal vez. El tiempo de la cultura escrita es lento y por lo tanto, en términos comerciales “modernos� según, la lógica de supermercado del fundametalismo, los libros lentos no deberían existir.

Por eso nos está haciendo tanto daño a algunos editores eminentemente culturales una reciente disposición de Hacienda que nos obliga a adelantarle el pago de los impuestos, pudiendo deducir los costos hasta que se vendan los libros y ya no cuando se produzcan, como es más lógico. Perjudicial sobre todo para aquellos que imprimimos libros muy caros para vender hasta en cinco años porque hacer pocos es más caro por unidad y después será más caro producirlos. Hacienda nos trata como si fuéramos vendedores de bestsellers – o de zapatos- y si yo decido imprimir un libro que es de altísima calidad e importante para los lectores pero que seguro se venderá un poco más lentamente que un manualito de dietas que no me interesa editar porque no es mi línea, es la de otros, entonces me encontraré con que, a las dificultades ya grandes para editar ese libro importante y lento –no invendible sino lento- se suma el pie fiscal que nos mete Hacienda a los pequeños editores culturales. Muchos hemos tenido que dejar de lado proyectos rentables pero lentos y estamos realmente con problemas de flujo por esta disposición de Hacienda que trata al libro como salchicha o zapato. 

Para esta concepción de la vida, la cultura es una especie de tradicionalismo aberrante: es pensar la vida equivocadamente como una calle donde caminan personas, muy lentamente, a pie al lado de casas a escala humana cuando su sueño urbano es que todo, absolutamente todo sea segundos pisos para automóviles privados y veloces. Es importante señalar, como lo indica mi ejemplo, que el fundamentalismo anticultural se aloja en todos los partidos. Gil trabajó con presidentes anteriores de otras tendecias partidarias. Presidentes que frenaron sus sueños de forjar el mundo de acuerdo con su dogma. Pero él y su equipo y sus similares fundamentalistas hubieran comenzado sus destrozos desde antes. Y seguramente seguirán en posiciones que se los permitan. El fundamentalismo anticultural encontró en Fox un hombre debil culturalmente, a pesar de estar tal vez bien intencionado incluso en ese tema,  que otorga a los neosectarios una credibilidad similar a la que en otros países se tiene en las palabras de fuego de un Imam dogmático.  Su veto a la Ley del Libro es prueba de ello.

Desgraciadamente, lo que parece ya historia pasada no lo es. Por ejemplo, el subsecretario aquel que me afirmaba públicamente que un libro es un zapato, figura poderosamente entre los nombres de candidatos a Secretario de Hacienda del próximo gobierno.

Y mientras los periódicos y el medio cultural se pregunta quién podría ser designado Presidente de Conaculta, lo importante y definitivo para la cultura mexicana será saber con qué mano libre, con qué poder e influencia ejercerán sus dogmas los fundamentalistas anticulturales desde Hacienda y Comercio. Y, sobre todo, ¿qué carácter y convicción podrá tener el próximo presidente para frenar la barbarie anticultural de los “teólogo-economistas� de su gobierno? Suponiendo que inevitablemente los habrá. Y, repito, están presentes en todos los partidos. Por lo mismo, será muy importante saber qué posiciones ocupan los fundamentalistas anticulturales en las dos cámaras. Quien sea designado presidente de Conaculta, tendrá que ser alguien que pueda pedirle con autoridad moral al presidente del país y al secretario de educación que le ponga un freno a los fundamentalistas. Porque seguramente tendrá que hacerlo con enorme frecuencia. Sari tuvo la cercanía suficiente con Fox para hacerlo en algunos casos y conseguir mucho más de lo que cualquier otro hubiera logrado, pero seguramente no pudo frenar a los fundamentalistas cuando le empujaron la mano a Fox para que, al vetar la Ley, suicidara su imagen de presidente del país de lectores que ella le había vendido. Para colmo, lo convencieron de que la ley era mala para el lector.

La situación del libro en México es crítica y angustiantes además por las inercias de concentración de capitales que los fundamentalistas defienden. La tendencia contra el libro es mundial, como lo explica claramente André Schiffrin en dos libros básicos que explican esto: La edición sin editores, 2001, y El control de la palabra, 2006. Ambos publicados por editorial ERA. Menos librerías cada vez, menos editoriales pequeñas. Las que había antes son todas compradas por grandes consorcios cuya actividad principal no es la edición y que exigen de los libros cada vez un mayor rendimiento económico. El resultado, como en México, es que cada vez hay menos variedad de títulos, menos librerías, más ventas en las tiendas llamadas grandes superficies que monopolizan los bestsellers y que, como para dar grandes descuentos al público exigen del editor que es su provedor grandes descuentos, el editor se ve obligado a multiplicar el costo varias veces fijando precios más altos. Con la tendencia actual del comercio de  libros, gracias a las tiendas de grandes descuentos, y a la concentración de empresas editoriales, los precios de los libros han aumentado considerablemente. Hace veinte años el costo se multiplicaba por cuatro o por tres. Ahora la mayoría de las editoriales comerciales lo multiplican por ocho, nueve o diez, por lo menos, para obtener las ganancias que su grupo empresarial les exige y dar a las grandes superficies los descuentos inflados que exigen. Libros más caros, menos librerías y menos variedad de títulos. Esa es la autopista de segundo piso que los fundamentalistas sueñan para el libro y lo están logrando.

Por eso, buscando hacer algo urgente y positivo para los lectores y el libro, un amplio grupo ciudadanos preocupados por esta tendencia,  convocados por Raúl Zorrila, nos reunimos desde hace tres años en un Grupo de Reflexión apartidista, para estudiar las medidas que se han tomado en el mundo y pensar cuáles serían útiles para México. Los más activos se reunieron cada semana desde entonces. Hubo congresos nacionales e internacionales donde se discutió el tema. El proyecto de ley que después se convertiría en la Ley discutida y aprobada en las dos cámaras es ejemplar como iniciativa ciudadana y producto de investigación y reflexión.

Su opuesto: la pereza, la falta de investigación y el dogmatismo con el que fue atacada por la Cofeco, es ejemplar también para la historia que se está escribiendo de este fundamentalismo anticultural.  Pusimos a su disposición toda la información y se negaron expresamente a verla. La patología personal, revanchista, incapaz de escuchar razones  que demuestren lo simplista de su dogma económico, tendrá que figurar en esa historia del fundamentalismo. Como figura ya la de los originales Ayatolas e Imams en la historia de otros fundamentalismos. Lo absurdo y facilón de los argumentos cofeco incluyen mentiras como por ejemplo, que se trata de una ley en contra de librerías como Ghandi. Y algunos voceros perezosos de cofeco la llamaron “ley antiGhandiâ€?, incapaces de investigar por lo menos el punto de vista de los propietarios de Librerías Ghandi que, como es lógico aprueban, sostienen e impulsan la Ley. Como lo ha declaradao en múltiples ocasiones León Achar, conciente de los beneficios que el llamado precio único traería para el público al reordenar el mercado y para reducir el precio finalmente evitando los precios inflados del sistema de descuentos actual. Y lo aprueban precisamente porque más allá del descuento, la competencia, ya con la ley, se centraría en ver quién da mejor servicio librero y variedad y ya no en el precio.

Otro argumento perezoso, tramposo y absurdo de Profeco fue comparar en Amazon el precio de un Quijote en Japón y en Estados Unidos, sin tomar en cuenta todos los factores que entran en esos precios, la poca representatividad de su muestra y otras barbaridades. Un argumento “engañapresidente� o bueno sólo para convencer a los que ya están de acuerdo con el dogma.

   La Ley de fomento al libro y a la lectura tiene objetivos muy claros y no fue pensada en contra de nadie sino a favor de los lectores. Pero resultó demasiado preocupada porque la cultura, ese estorbo viejo e ineficiente, no sucumbiera en el engranaje del mercado de grandes capitales como para no despertar la alergia fundamentalista. Sus metas son:

   “I. Propiciar la generación de políticas, programas, proyectos y acciones dirigidas al fomento y promoción de la lectura;

 II. Fomentar y estimular la edición, distribución y comercialización del libro y las publicaciones periódicas;

 III. Fomentar y apoyar el establecimiento y desarrollo de librerías, bibliotecas y otros espacios públicos y privados para la lectura y difusión del libro;

 IV. Establecer mecanismos de coordinación interinstitucional con los distintos órdenes de gobierno y la vinculación con los sectores social y privado, para impulsar las actividades relacionadas con la función educativa y cultural del fomento a la lectura y el libro;

 V. Hacer accesible el libro en igualdad de condiciones en todo el territorio nacional para aumentar su disponibilidad y acercarlo al lector;

 VI. Fortalecer la cadena del libro con el fin de promover la producción editorial mexicana para cumplir los requerimientos culturales y educativos del país;

 VII. Estimular la competitividad del libro mexicano y de las publicaciones periódicas en el terreno internacional; y

VIII. Estimular la capacitación y formación profesional de los diferentes actores de la cadena del libro y promotores de la lectura.� El texto completo de la Ley y sus discusiones pueden leerse en el sitio: www.leydellibro.org.mx

     El artículo obviamente más atacado de la Ley es el capítulo cuarto, que propone aplicar en México ese mecanismo de límite de descuentos artificiales o de precio único, que ha sido tan benéfico para los lectores en otros países. Y no se trata de países populistas sino capitalistas de primer mundo, pero con una preocupación cultural mayor en sus gobiernos que las de Inglaterra y los Estados Unidos. En Francia, España y Alemania por ejemplo, los precios de los libros, gracias al sistema de Precio Único,  se mantuvieron por debajo de  la inflación. Y los puntos de venta se multiplicaron. En Francia, donde había un proceso agudo de desaparición de las pequeñas librerías, cuando se empezó a aplicar la política de Precio único había menos de mil. Actualmente hay cerca de cuatro mil. Lo contrario sucedió en la Industria del disco, donde no se logró implantar el Precio único y todas, absolutamente todas las pequeñas tiendas de discos desaparecieron dejando solos a los grandes almacenes en el mercado. En Finlandia, que tenía sistema de Precio único para los libros este fue retirado brutalmente por sus propios fundamentalistas y muy rápidamente pasaron de 750 librerías a 450 únicamente. En Inglaterra, en cinco años desaparecieron 400 librerías. En México, según la Asociación de Libreros mexicanos, en tres años ha desaparecido el 43 por ciento de las librerías mexicanas.

     La desaparición de librerías va directamente en contra de los lectores. La Ley de Fomento a la lectura y al libro, con su política de precio único ayuda a democratizar el acceso a los libros, lo que significa el acceso a la información y a la educación, al pensamiento tanto como al placer. Es una ley para democratizar al libro en la escala social al reducir el precio a la larga, pero también lo democratiza regionalmente al propiciar la creación de librerías en toda la república con una mejor distribución de puntos de venta que la que tenemos ahora, altamente centralizada. (Sobre el precio único, ver: http://www.leydellibro.org.mx/precio.shtml)

En contra de lo que sin examinar las evidencias del caso del libro sostiene fundamentalmente por dogma la Cofeco, el precio único es radicalmente antimonopólico y lo explicó claramente Gabriel Zaid en sus artículo sobre el tema: “Librerías y precio fijoâ€?, agosto 2005. “Los libreros que venden saldos descatalogados convencieron a algunos editores de hacer ofertas sensacionales de libros no descatalogados, a costa de los libreros que los vendían a precios normales. De hecho, esos editores (y luego casi todos, porque la práctica se extendió) fijaron dos precios para el mismo libro, según el lugar de venta. De hecho, crearon una multa para el lector que compra en las librerías normales. De hecho, decidieron sacarlas del mercado. Esta práctica excluyente corresponde a lo que se llama “práctica monopólica relativaâ€? en la Ley Federal de Competencia Económica: “Desplazar indebidamente a otros agentes del mercado [las librerías no favorecidas], impedirles sustancialmente su acceso o establecer ventajas exclusivas en favor de una o varias personas [las favoritas]â€? en la “distribución y comercialización de bienes o serviciosâ€? [artículo 10] por quien “tiene poder sustancial sobre el mercado relevanteâ€? [el editor que tiene el monopolio de ese libro] [artículo 11] cuando no existen “posibilidades de sustituir el bien o servicio de que se trate [ese libro en particular] por otrosâ€? [artículo 12] y “puede fijar precios [al mayoreo, con efecto en los precios al menudeo] unilateralmenteâ€? [artículo 13]. Teóricamente, el Estado pudiera vigilar constantemente a cada editor, para evitar las prácticas discriminatorias; o atender las denuncias presentadas por las librerías discriminadas. Pero sería molesto y complicadísimo transparentar los precios del editor al librero. En cambio, los precios al público, a diferencia de los precios al librero, son transparentes. Es más sencillo eliminar la “práctica monopólica relativaâ€? fijando los precios al público, como lo están haciendo muchos países, algunos de los cuales exigen que se imprima el precio en cada ejemplar. Otra ventaja de esta solución es que no elimina la posibilidad de que el editor conceda descuentos de escala. Un librero que crece dando buen servicio, haciendo más amplio el surtido, mejorando la ordenación y presentación de su librería, vende más y compra en una escala mayor al editor, que le puede dar un pequeño descuento adicional. Tiene que ser pequeño, porque 100 no da para más, a diferencia de 120. Lo que el precio fijo elimina son los grandes descuentos destinados a fingir rebajas y ganar escala malamente: no atendiendo mejor a los lectores, sino multando a los que no compren ahí. Así también elimina el alza artificial de los precios de lista, sin la cual no es posible fingir rebajas extraordinarias. Hay testimonios europeos de que el precio fijo baja el nivel general de precios.â€? 

   El último numero de la revista de la Unesco, Pensar el libro, número 4, agosto 2006, del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe, Cerlalc, está dedicado al Precio único analizando sus éxitos y recomendándolo a países como México, donde sólo hay una librería para cada 250 mil habitantes. En Argentina una por cada 15 mil y en España una por cada 12 mil. En Noruega una por cada ocho mil habitantes. Si quisiéramos compararnos con Noruega deberíamos tener 12 mil quinientas librerías.  O con Argentina, unas seis mil setecientas. Tenemos en cambio menos de mil, incluyendo papelerías y otros almacenes pequeñosque venden libros y unas 350 según los más rigurosos en su definición de librería.

   Escribe la directora del Cerlalc, Isadora de Norden: “Proponemos una reflexión a fin de que los países de América Latina conozcan los beneficios que esta estrategia ofrece. Unificar los precios de venta al público al detallle, que en la región sólo sucede en Argentina, Ecuador, España, México (en espera de ratificación presidencial) y Portugal, protege todos los estamentos que conforman la cadena editorial. De esta manera, se preservarán los libros de menor demanda –especializados, de ensayo y poesía-, los nuevos autores, se permitirá una cobertura justa del mercado; y por otra parte, se beneficiarán las librerías. (...)Coincidimos en la importancia del precio fijo para el sector librero, espacio clave para fomentar la bibliodiversidad y el acceso de la población a los libros en Iberoamérica.â€?

   En uno de los artículos ahí publicados, un editor español, director de los cursos de edición en la Universidad de Barcelona, Jordi Nadal, concluye que quienes atacan el precio fijo como guardianes de la normatividad económica a la norteamericana, se definen a sí mismos, como en un test sicológico: “¿Saben una cosa? Defender el precio fijo (o no) es lo que te puede llegar a hacer saber ante quién te encuentras. El precio fijo y la defensa de las librerías culturales son como la actitud de la gente hacia el dinero: desnudan, realmente, a cada persona y revelan cómo somos realmente como ciudadanos.â€?

   Los Ayatolas del zapato, con su afán de polarizar, merecerían  estar en el Zócalo gritando mentiras que no se ajustan a la evidencia, negándose a la experiencia. No les importa México, ni los lectores sino su victoria. Los fundamentalismos en algunos puntos se juntan. Y los cofecos se han refocilado, en su actitud de “a mí éstos no me van a ganar, los voy a llenar de mentirasâ€?. Pero ellos gritan en cambio al oído del presidente. Y éste los escucha.

 

Próximamente vamos a ver qué tanto se les escucha en las nuevas cámaras de senadores y diputados, que decidirán si pasa la Ley o vence el Fundamentalismo.