EXILIOS Y HEREJêAS

 

Alberto Ruy-S‡nchez 

 

Vivir en Francia a mediados de los setentas era vivir entre exiliados. El golpe de Estado en Chile y luego en Argentina, m‡s la Operaci—n C—ndor que uni— a partir de 1975 a esas dos dictaduras militares con las de Uruguay, Paraguay, Bolivia, Brasil, Ecuador y Perœ en una represi—n coordinada por los Estados Unidos para erradicar a todos los izquierdistas del Cono Sur, llen— a Par’s de estudiantes latinoamericanos perseguidos.[1] Muchos de nuestros amigos m‡s cercanos o compa–eros de clase eran exiliados latinoamericanos. Pero no eran los œnicos. Francia en esa Žpoca aceptaba por oleadas a exiliados del sudeste asi‡tico, a disidentes de la Uni—n SoviŽtica y de todos los pa’ses de su ‡mbito detr‡s del muro,  a perseguidos de los reg’menes que entraban y sal’an de los gobiernos  africanos y a una inmensa poblaci—n que escapaba de la guerra de L’bano. Lleg— un momento en que pr‡cticamente el setenta por ciento de los amigos no franceses en la Ciudad Universitaria eran exiliados de algœn horizonte, por persecuci—n o por precauci—n, con dosis muy variables de sufrimiento sobre sus espaldas. Todos con historias conmovedoras.

    Nuestro vecino en una de las residencias de estudiantes, Siri, se despertaba a las cuatro de la ma–ana, conservando su horario de Sri Lanka, para escribir poemas sobre la nieve que ve’a caer como met‡fora de todos sus compa–eros en la lucha pol’tica que ca’an en prisi—n o se ve’an forzados, como Žl, a vivir lejos, en paisajes que no ten’an nada que ver con el suyo. Luego  deslizaba esos poemas por abajo de nuestra puerta para compartir con nosotros su dolor y agradecer nuestra presencia afectiva. Desgraciadamente ten’amos que esperar a que m‡s tarde nos los tradujera. Los poemas estaban escritos en su bella lengua, el tamil, y en un caligraf’a bell’sima de letras muy curveadas que parec’an evitar toda l’nea recta. Ante mi observaci—n, la esposa de mi amigo Siri, la bell’sima Nijara, nos explicaba que el tamil evitaba las rectas para no romper los filamentos de las hojas de palma sobre las cuales, en su origen, se escrib’a.

    La Ciudad Universitaria, con su medio centenar de residencias de estudiantes administradas por diferentes pa’ses, era un caleidoscopio de lo que iba pasando pol’ticamente en el mundo. Patios, jardines y lobbies de entradas en los restaurantes universitarios eran sitios de manifestaci—n, petici—n de firmas, circulaci—n de volantes o de pancartas. De pronto nos despert‡bamos con la noticia de un acto de represi—n en Etiop’a y el restaurante se llenaba de j—venes et’opes, militantes de ambos sexos, que enmarcaba sus bell’simos rostros en emblem‡ticas mascadas palestinas de cuadritos blancos y negros.

    Algunos intelectuales famosos, como Sartre o Michel Foucault, llegaron a apoyar a futuros dictadores cuando estaban en su exilio parisino para darse por sorprendidos despuŽs. Parte de la l—gica contradictoria del exiliado es que la injusticia que hay casi siempre en su persecuci—n, que con frecuencia sufre un atentado contra sus derechos humanos, hace que parezca justa su causa pol’tica. Lo cual no necesariamente es el caso y una cosa ni implica necesariamente la otra.

    Cuando tom— el poder en Ir‡n el Ayatolah  Jomeini, quien hab’a estado exiliado en Par’s, sus fervorosos seguidores en la Ciudad Universitaria hicieron un despliegue de violencia y llegaron a arrancar las ramas de los ‡rboles para golpear a otros estudiantes de Ir‡n que protestaban por la primera oleada de represi—n que desat— el fundamentalismo isl‡mico al subir al poder. Par’s recibi— a una nueva oleada de exiliados de Ir‡n de signo pol’tico contrario al que hab’a albergado justo antes.

    Algunas residencias, como la de la Espa–a franquista o la de la Cambodia del sanguinario Pol Pot, permanec’an cerradas despuŽs de enfrentamientos pol’ticos sangrientos en su interior. A algunos disidentes ni el exilio los salvaba. Hubo un par de asesinatos en la Casa de Cambodia que eran reflejo minœsculo de las masivas matanzas que se llevaban a cabo en  aquel pa’s. Un terror que se volvi— una de las m‡s terribles abyecciones, perpetradas por "revolucionarios" educados en Francia, en las ideas progresistas de los sesentas que recib’an muchos exiliados de los pa’ses del tercer mundo en Par’s, admiradores de la Francia revolucionaria jacobina.

    Cuando un nuevo golpe de Estado en Argentina radicaliz— aœn m‡s sus persecuciones, muchos estudiantes que viv’an en la residencia Argentina se vieron de pronto expulsados por la nueva administraci—n acusados simplemente de ser pol’ticamente "sospechosos". Entonces muchos de nosotros albergamos clandestinamente a nuestros amigos expulsados en nuestros cuartos de estudiantes. El exilio era una realidad en movimiento que tarde o temprano podr’a afectar a cualquiera. Era la epidemia social que todo lo permeaba. 

    En medio de toda aquella efervescencia de exilios era muy frecuente encontrarse con exiliados que no lo eran pero que usaban el ep’teto para recibir favores y ayudas econ—micas. TambiŽn era comœn que exiliados de derecha se hicieran pasar por exiliados de izquierda y que izquierdistas radicales regresaran a su pa’s para instalar nuevas dictaduras militares revolucionarias. Con frecuencia apoyados por presupuestos de organismos internacionales. A finales de los setentas algunos graduados de la escuela de cine de Vincennes estuvimos a punto de irnos a Mozambique a "construir la nueva sociedad" en un programa de reclutamiento que promov’a la Unesco. Pero como hab’a que dominar el portuguŽs, esa locura ut—pica nos hizo ir antes a Portugal y aprender la lengua. Magui se fue en avanzada al pa’s que acababa de vivir la "Revoluci—n de los claveles" abandonando la dictadura de Salazar, hermana y vecina de la de Franco, y cuyos oficiales j—venes del ejŽrcito se hab’an levantado renunciado a toda aspiraci—n colonial. Pero entre m‡s pod’amos entender la lengua m‡s nos enter‡bamos de los horrores del nuevo rŽgimen africano que por la fuerza somet’a a la diversidad cultural y pol’tica de su regi—n. Al poco tiempo comenzaron a llegar a Par’s sus exiliados, liberados por Amnesty International.

    Curiosamente, en una de esas extra–as continuidades que suceden en Europa, la sede del ComitŽ Internacional de Liberaci—n de Presos Pol’ticos era la Iglesia g—tica de Saint Merri. Era la m‡s activa y famosa promotora, receptora y defensora de exiliados en aquellos a–os. Pero llevaba diez siglos de continuidad  liberadora. Esa bella Iglesia est‡ situada entre La tour Saint Jacques y el Beaubourg. Es un templo dedicado a un santo que en la Žpoca de las cruzadas se especializaba en liberar a los presos que ca’an en manos de los ejŽrcitos enemigos, ya sea pagando rescate o negociando diplom‡ticamente su libertad. La Iglesia de Saint Merri estaba en la zona dominada por los monjes templarios, la orden religiosa militar que pele— en las cruzadas, domin— extensos territorios del Medio Oriente, pele— pero tambiŽn negoci— con las tribus ‡rabes, y lleg— a establecer en Par’s una poderosa ciudad dentro de la ciudad.  Su poder, de Par’s a Jerusalem fue inmenso, y basado en Žl Saint Merri ejerc’a su extensa labor liberadora.

    Cada vez que lograba la liberaci—n de un preso las campanas de la Iglesia sonaban durante una hora y as’ todo Par’s se enteraba de los logros del santo. Muchos a–os despuŽs, Apollinaire escribi— un poema narrativo que se llama El mœsico de Saint Merri, donde las prostitutas del barrio son secuestradas por una especie de flautista de Hamelyn que se las va llevando con sus encantos musicales, tal vez para matarlas. Hasta que su embrujo es roto por las campanas de la Iglesia. Que tienen el poder liberador de Saint Merri.

    En su ensayo sobre Apollinaire y la traducci—n de este poema, Octavio Paz, quien no conoc’a la historia de Saint Merri, se preguntaba por quŽ las campanas pod’an contra los encantos del flautista. Cuando nos conocimos hablamos de todo esto. Pero tambiŽn del ser demoniaco y angelical que preside esa Iglesia: un demonio y ‡ngel con cuerpo masculino y femenino domina el vŽrtice de la puerta principal de su fachada. Para muchos era la figura del Baphometo, un ser mœltiple adorado por los Templarios: demonio y ‡ngel simult‡neamente, quien era "guardi‡n del Umbral": parad—jico demonio que pod’a hacer el bien o ‡ngel que pod’a hacer el mal. Para otros, ya en los setentas, el Baphometo era emblema o s’mbolo del exiliado moderno y de las contradicciones y paradojas que lo habitan. Demonio para los reg’menes dictatoriales que lo persiguen, ‡ngel heroico y hasta sant—n para algunos al convertirse en exiliado.

    Pero, es un triste ‡ngel obscuro, triste hŽroe despojado de su batalla, afirman los testimonios de algunos otros exiliados. A la vez "‡ngeles y demonios cambiantes, simult‡neos, sucesivos, ir—nicos", dec’a el dramaturgo alem‡n Bertolt Brecht al comentar su obra sat’rica Di‡logos de Exiliados. Que escribi— inspirado en el tono profundamente reflexivo y a la vez sonriente de Jacques el fatalista, de Diderot.

    El exilio coma suma de contradicciones y paradojas, y el exiliado como un caleidoscopio de virtudes y defectos exacerbados es justamente el tema de la obra de Brecht. El pone a dialogar brevemente sobre dieciocho temas fundamentales a una pareja de alemanes en el exilio, un cient’fico y un obrero. La obra, escrita principalmente en 1940 y 1941 en el exilio finlandŽs de Brecht, fue publicada muchos a–os despuŽs. En ella fustiga al nazismo que produce el exilio de tantos alemanes pero no deja de mostrar el cinismo de algunos exiliados y hasta el oportunismo tr‡gico.

    Treinta y cuatro a–os despuŽs de esa ir—nica reflexi—n dialogada del exiliado alem‡n, un exiliado chileno en Francia, Raœl Ruiz, decide volver al di‡logo sobre los mismo temas y filma en 1974 una pel’cula que se convertir’a en la gran herej’a del exilio. Y la llam— precisamente Di‡logo de exiliados. Se gan— la excomunio—n de los partidos chilenos en el exilio que la consideraron por lo menos "inoportuna" y prohibieron y bloquearon su exhibici—n. "ÀC—mo iba a ser oportuno usar un texto de Brecht, el gran dramaturgo de izquierda, para exponer y criticar, a unos cuantos meses del golpe de Estado de Pinochet, el oportunismo de los chilenos en el exilio?", se pregunta sonriendo Raœl Ruiz. "En esa pel’cula ironicŽ sobre los refugiados que se hab’an tomado en serio una especie de industria que consist’a en quejarse y llorar sobre su propia suerte."

    Un exiliado, antes de serlo, suele ser una especie de hereje, alguien cuya existencia o cuya presencia en su pa’s resulta perturbadora o simplemente indeseable para el poder que decide sobre la libertad o la vida de las personas en ese territorio.  Detr‡s de muchas historias de exiliados hay persecuciones, torturas, atentados o amenazas. Por eso no es extra–o que exista una beatificaci—n del exilio.  El exilio, desde siempre, es origen de muchos mitos heroicos.

    Sin embargo, tambiŽn existen exiliados que se vuelven disidentes de esa beatificaci—n. Y que son condenados por las comunidades de expatriados como carentes de solidaridad y, en un extremo, acusados de volverse amigos objetivos de sus enemigos. El exilio se vuelve acr’tico, moralmente intocable. Se vuelve estatua de piedra. Parad—jicamente, se hace inconmovible aunque su sustancia sea el sufrimiento, la injusticia, el dolor.

    A finales de los a–os setenta, entre las mœltiples oportunidades de trabajo que busquŽ, recib’, junto con mi esposa Margarita De Orellana, el encargo de la revista Cahiers du CinŽma de entrevistar al cineasta Raœl Ruiz. Acababa de sacar una pel’cula inspirada en un libro de Pierre Klossowski: La vocaci—n suspendida. En MŽxico conoc’amos a Klossowski m‡s que en Francia por las traducciones y la difusi—n que le di— Juan Garc’a Ponce. Incluso hubo una obra de tetaro dirigida opor Juan JosŽ Gurrola. Raœl Ruiz filmaba La hip—tesis del cuadro robado, tambiŽn inspirada en Klossowski. Y justamente en las historias de los Templarios. Curiosamente, nos dio cita en un restaurante que estaba al frente de la Iglesia de Saint Merri. Ten’amos el Baphometo a la vista.

    Raœl Ruiz ten’a entonces entonces 38 a–os de edad y hab’a filmado veinte pel’culas. A diferencia de otros cineastas chilenos, Raœl Ruiz no se hab’a convertido en uno m‡s de los narradores Žpicos de la derrota de la izquierda chilena. Hab’a sido el m‡s cr’tico y original de los cineastas documentalistas de la Unidad Popular durante el gobierno de Allende. Ah’ nos enteramos que hab’a sido estudiante de Teolog’a en Polonia, que hab’a sido dramaturgo en Chile con m‡s de treinta obras de teatro. Y que hab’a pasado por MŽxico para trabajar brevemente en la naciente televisi—n mexicana como guionista. Hab’a tenido un conflicto con Azc‡rraga y, antes de pagarle, le aplicaron el art’culo 33 y fue expulsado del pa’s.

    Fue uno de los cineastas m‡s activos de la Žpoca de Allende. "Si yo hubiera hecho caso de todas las consignas que recib’a durante la Unidad Popular no hubiera hecho nada puesto que eran perfectamente contradictorias. Hablando en tŽrminos leninistas, lo que no me gusta nada pero en fin, se me cambiaba a mi enemigo principal cada dos minutos. Primero era la peque–a burgues’a, luego el imperialismo, luego la derecha tradicional, los sindicatos de derecha, etc. Evidentemente, jam‡s los militares, que eran los verdaderos enemigos."

    "Durante los tres a–os de la Unidad popular tratŽ de filmar situaciones que la teor’a socialista de la que dispon’amos no pod’a explicar. En la pel’cula La expropiaci—n, de 1972, filmŽ el caso de un terrateniente que quer’a donar sus tierras. situaci—n que se produjo y que estudiŽ puesto que fui testigo de ella. La situaci—n se complicaba aœn m‡s cuando los campesino no quer’an aceptarlas, aunque recib’an presiones del gobierno para hacerlo. En la pel’cula Realismo Socialista, tambiŽn de 1972, explorŽ el caso de todos aquellos que hab’an encontrado un lugar en el proceso pol’tico chileno gracias a que la base del Estado se hab’a ensanchado tanto que era necesario emplear a m‡s gente. Era evidente que esa gente que acababa de entrar a trabajar se sent’a llamada por la Revoluci—n y que viv’a ese llamado de una manera completamente histŽrica, creyŽndose llamados a tareas metaf’sicas. Cuando lo que era claro simplemente es que se necesitaban m‡s funcionarios, m‡s burocracia."

    Es evidente que sus pel’culas incomodaban. Eran ya herŽticas de la buena conciencia de izquierda. Pero ninguna tanto como esa que film— al llegar a Francia, Di‡logos de exiliados.

    "Las reacciones suscitadas por esa pel’cula, dice Raœl Ruiz, que iban desde la reticencia hasta una franca agresividad, me hicieron pensar en la gravedad de toda representaci—n. Fue un caso curioso en el que la denuncia de un crimen y el crimen se unieron como en La verdad inveros’mil, donde el denunciante de un error judicial es al mismo tiempo el asesino. En Di‡logos de exiliados, usando a Brecht trat‡bamos de prevenir ciertas cosas que sucedieron precisamente en el momento en el que hac’amos la pel’cula, lo que le confiri— un car‡cter de denuncia que no busc‡bamos. Naturalmente, la pel’cula lleg— tarde."

    Lo curioso es que el a–o pasado, una revista norteamericana quiso beatificar aquella herej’a de Raœl Ruiz afirmando que cuando la pel’cula se estren— en Francia el cineasta hab’a recibido amenazas de muerte de  parte de los exiliados chilenos. Nada m‡s alejado de la realidad, que Raœl Ruiz tuvo que salir a desmentir enf‡ticamente. De manera oportunista quisieron convertirlo en v’ctima ejemplar. Las paradojas del exilio, y de la representaci—n del exilio, siguen dando vueltas. Son tal vez una parte de la historia de la humanidad.

 

* Cap’tulo final del libro Entre desterrados, selecci—n y pr—logo de Philippe OllŽ-Laprune, FCE, y Casa Refugio, 2010.

 



 

[1] John Dinges, The Condor Years: How Pinochet and His Allies Brought Terrorism to Three Continents. (The New Press, 2004)