S I E R P E 


   ¿Quién te dijo lo de la serpiente? ¿Ah? ¿Quién se atrevería? Uno qué sabe cuando te dicen que estás loco, que no hay razón en tu cabeza, porque ya ni puedes pensar que la otra gente es normal. Solamente me trajeron para acá sin decirme mucho, a palazos y echándome agua fría, esa vez que me sorprendieron con el taradito en el baño. ¿Por qué se espantan con esas cosas?... Está bien, pues, está bien... Soy lo que soy. Lo que importa en la vida es saber reconocerlo, ¿no?

   Yo alguna vez le conté al doctor, ese de la barba, la historia de la serpiente. No me creyó, como no te lo creerías tú mismo si te hubiera pasado. Tendrías que haber estado en la selva, hermano. Quien no ha estado por allá, no entiende de estas cosas. ¿Tu sabes acaso cómo son las culebras cuando se toman la leche de las vacas? Cuando tienes una vaca que ha parido becerro, la cuidas y quemas el monte bajo, la paja, la maleza, para que la maldita larguirucha no venga a chuparle el pezón. ¿Sabes acaso qué pasa con el pezón de la vaca una vez que se lo ha mamado la serpiente? Tampoco sabes. Sabes mucho de otras cosas, pero lo más elemental de la vida, lo ignoras. Gente como tú me encierra, me echa agua fría, me tienden a palazos sobre el piso, pero en realidad no saben nada.

   Yo llegué a colonizar el bajo Perené antes de la guerra, antes que los senderistas comenzaran a matar chunchos y antes que comenzaran a reclutar colonos. Ellos, que mataron a tantos, están afuera. Y yo, que sólo tengo el recuerdo de la serpiente, estoy adentro. Así es la vida.

   Cuando llegué hice varios amigos, ninguna mujer, porque las que habían estaban ya con dueño. Luego vinieron las putas de La Merced y uno se aburría de ver las mismas caras, las mismas várices, porque eran de última categoría esas mujeres. Yo, deslomándome para ganarle al monte, rozando y quemando, picado por los bichos y pensando sembrar cítricos para ganar plata. ¿Qué me quedaba por diversión? El trago y las putas que se aparecían una vez al mes. Después dejé de ir donde las putas, menos mal. Todos se preocupaban que no bajara a la tienda de Bisbal a descargar los porongos... Y es que no sabían lo de la culebra, pues. Al final se los dije y carcajearon con las muelas pa' fuera. "Está loquito, lo ha cogido el monte", decían.

   Si alguna vez te aventuras a hacerte hombre, si te arriesgas a trabajar monte adentro, cúidate como se cuidan a las vacas cuando han parido becerro. A la vaca, por el olor de la leche, por las gotitas calientes que va dejando caer de su teta, la culebra maldecida la persigue así como nosotros perseguimos a una hembra. Luego se desliza por la noche y acurrucadita con el calor de la bestia, le chupa su pezón. Al principio nadie se da cuenta, viene todas las noches por su ración y se alimenta. La teta se le va atrofiando al animal y ya no hay cura para eso. Te malogra a la vaca, se pone cada vez más flaca y sales perdiendo. Así es.

   Y digo que te cuides igual que si fueras vaca recién parida, porque si te falta hembra mucho tiempo, también vas dejando tu rastro. Goteas, ¿no? Así me pasó a mí. Noche tras noche venía la culebra a mamarme en secreto, despacito mientras yo dormía en la tarima. Por eso dejé de ir donde las putas. ¿Qué ganas me iban a quedar ya? Poco a poco también me fui adelgazando, como tuberculoso; amanecía cansado y sin ganas de trabajar. "Estás poniéndote mal, Eusebio. La selva no es pa' tí", me dijeron los amigos. Y no era eso, pues. ¡La selva me la trago con todo!

   Puse alerta el oído, puse lamparines de querosene. Quería sorprenderla cuando viniera a alimentarse de mi leche. Quería matarla, aunque me daba mi placer. Y eso fue lo que ganó: ¿Cómo la iba a matar si me hacía el servicio?  Yo la vi, por fin. La descubrí trepándose entre mis piernas cuando ya clareaba el sol. Era mirada de hembra satisfecha, hermano, como de esas putas que se pintan los ojos, pero los tenía más bonitos. Y por su boquita que me sacaba la lengua... goteaba mi leche espesa. ¡Qué rico la chupaba! Entonces comencé a consentirla en la tarima, despreciaba a las putas que se llevaban toda la plata que ganaba con la venta de madera, y la culebra se convirtió en mi mujer. "¿Ya llegaste, mamacita linda? Súbete nomás, sube que te he esperado tanto", así le hablaba. Y ella me mamaba, pues, como si fuera pezón de vaca. Pero nunca me atrofió el miembro, así como malograba a las reses...

   Y hasta acá me han traído por esa vaina. Es que no saben estos mierdas, como tú que no sabes nada, comelibro. Me han echado agua fría y me han revolcado a varazos en el piso porque me encuentran con el taradito en el baño. Yo le conté al taradito lo de la serpiente y él me lo creyó. Lo que no creía es que la culebra no me había atrofiado como a pezón de vaca. "Bájate el pantalón, hijito. Bájate tu calzoncillo nomás, pa' que veas lo atrofiado que estoy", le dije.

    Es que tú te vas ahora con tu mujer, hermano. Yo me quedo a vivir con los locos, como si fuera uno de ellos, sin ver mujer. Pégame si quieres, pero en su adentro del taradito yo buscaba el mismo placer que me daba la serpiente.

   ¿Y sabes qué?... No es lo mismo, mi hermano.

Dante Castro Arrasco


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