¿Qué relación hay entre recibir la
Comunión y la «communio»?
Entrevista con el padre Richard John Neuhaus, teólogo estadounidense
NUEVA YORK, jueves, 10 febrero 2005 (ZENIT.org).-
La controversia en las elecciones estadounidenses sobre los políticos católicos
pro-aborto que comulgan suscita cuestiones sobre la relación entre «comunión» y
recibir la Comunión, reconoce un teólogo de la archidiócesis de Nueva York, el
padre Richard John Neuhaus.
Pastor luterano durante treinta años, convertido al catolicismo y ordenado
sacerdote, el padre Neuhaus --redactor jefe de la revista
«First Things»--
confía en que el debate prosiga.
En esta entrevista concedida a Zenit explica el papel de la Eucaristía en la
Iglesia, en la nueva evangelización y en las relaciones ecuménicas, y expone la
necesidad de una renovación global de la comprensión y la práctica de la
recepción de la Eucaristía respecto a la auténtica «communio».
--¿Qué papel tiene la Eucaristía en la vida de la Iglesia?
--Padre Neuhaus: En términos sencillos, la Misa es lo que tiene unida a la
Iglesia universal. En otras palabras, es Cristo verdaderamente presente quien
tiene unida a toda la Iglesia. Esto es verdad en sentido teológico, pero también
sociológica y psicológicamente.
La Misa es sencillamente la experiencia definitiva de Cristo y de su Iglesia
para los católicos. Como el Santo Padre ha explicado en diferentes formas,
nosotros no hemos entendido suficientemente cualquier aspecto de la vida de la
Iglesia hasta que veamos su íntima conexión con Cristo en la Eucaristía.
Toda la estructura de la Iglesia, la razón de ser del episcopado en unión con el
ministerio de Pedro, es para asegurar que, de generación en generación hasta el
glorioso retorno de Nuestro Señor, el pueblo cristiano fielmente «haga esto» en
memoria de Él.
--¿Qué papel desempeña la Eucaristía en la nueva evangelización?
--Padre Neuhaus: Hace más que desempeñar un papel. En la encíclica «Ecclesia de
Eucharistia», por ejemplo, se explica que la evangelización y la
reevangelización son ineludiblemente eucarísticas. La evangelización supone no
sólo una decisión personal por Cristo, sino una verdadera incorporación en la
comunidad eucarística que es la Iglesia.
El cardenal Ratzinger ha observado significativamente que, para los
protestantes, la decisión por Cristo y la decisión por la Iglesia son dos
decisiones, mientras que para los católicos la decisión por Cristo y su Iglesia
es una decisión.
Si bien la Eucaristía, como afirma San Pablo, «anuncia la muerte del Señor hasta
que venga» (1Co 11,26), este anuncio contiene en la predicación la articulación
explícita del Evangelio de Cristo de la salvación.
En mi experiencia, y en la de muchos otros, la predicación católica es muy
débil, y también es una pena. Los católicos normalmente no oyen grandes
predicaciones y por lo tanto ni se las esperan. Esta baja expectativa del pueblo
lleva a los sacerdotes a un descuidado esfuerzo homilético.
La evangelización implica la proclamación explícita del «kerygma» del Nuevo
Testamento de los hechos salvíficos de Dios en Cristo. Con demasiada frecuencia,
las homilías católicas hacen referencia a imprecisos «valores evangélicos» que
son equivalentes a poco más que una exhortación a ser buenas personas.
En la Misa, la liturgia de la Palabra y la liturgia de la Eucaristía son
complementarias y están dirigidas a reforzarse recíprocamente. Uno puede, por
supuesto, ser un buen sacerdote y santo, pero un predicador completamente
ineficaz.
Pero se puede y se debería hacer mucho más para mejorar la predicación católica,
recordando que cada Eucaristía es una llamada a comprometerse y volver a
comprometerse, a convertirse y a reconvertirse. En este sentido, toda
celebración de la Eucaristía es evangelizadora.
--Las difundidas distorsiones de la liturgia y la cuestión de los políticos
pro-aborto que reciben la Comunión, ¿qué nos dicen sobre cómo es percibida y
respetada la Eucaristía?
--Padre Neuhaus: Aquí hay dos cuestiones. El gran movimiento litúrgico de
inicios del siglo XX, guiado por figuras como Henri de Lubac, Danielou, Virgil
Michel y Martin Hellriegel, fue formalmente abrazado por el Concilio Vaticano II.
Muchas de las «reformas» litúrgicas que siguieron al Concilio sin embargo se
apartaron radicalmente de la visión de los primeros movimientos.
Se trata de una cuestión de gran alcance con muchas partes, pero el problema
central, a mi juicio, fue el dominio de una visión instrumental del culto. La
liturgia fue sometida a criterios psicológicos y sociológicos ajenos al
significado propio del culto.
El culto a Dios no tiene otro propósito que adorar a Dios. Y si bien dar culto
tiene muchos beneficios, nosotros no damos culto a fin de obtener tales
beneficios. La simple y pura verdad es que damos culto a Dios porque a Dios hay
que adorar.
Los primeros movimientos entendieron que hay que dar culto «en esplendor
sagrado», como afirma el Salmo 96. Esto implica una dimensión estética de la
liturgia, que comprende la dignidad del lenguaje, gestos, rituales, y la
excelencia en la música y el arte.
En muchos aspectos, el culto católico se ha desestabilizado y empobrecido desde
el Concilio. Afortunadamente hoy cada vez más estudiosos de la liturgia y
pastores se están empeñando en lo que se define como «la reforma de la reforma».
No es para volver atrás, sino para llevar adelante la gran visión del movimiento
litúrgico que fue, esperemos, sólo momentáneamente desviado.
En cuanto a la controversia de los políticos católicos pro-aborto que reciben la
Comunión, debemos esperar que el debate que ha comenzado continúe. No se trata
sólo de los políticos favorables al aborto. La cuestión tiene que ver con la
realidad más profunda de la relación entre «communio» y recibir la Comunión.
Tener una disposición correcta para recibir la Eucaristía significa estar en
comunión con la Iglesia, que implica una adhesión fiel a la enseñanza de su
Magisterio. Especialmente en América, donde existe una multitud de
denominaciones cristianas, muchos católicos han adoptado la actitud protestante
según la cual la parroquia local significa sencillamente su religión de
elección.
La parroquia es como la franquicia local de la Iglesia católica, así como podría
serlo el Mc Donald’s de la zona. Y se da por descontado que todo el mundo tiene
«derecho» a recibir la Comunión, así como todos tienen derecho a comprar un Big
Mac.
Obviamente ésta es una grave degradación de la «communio» y de la Comunión. En
la Eucaristía nosotros recibimos a Cristo y Cristo nos recibe a nosotros,
incorporándonos a su cuerpo que es la Iglesia, constituida plenamente y
legítimamente en el tiempo por el Pueblo de Dios en comunión con los obispos,
quienes están en comunión con el obispo de Roma.
Tener una disposición adecuada implica confesar lo que en nuestras vidas
contradice o compromete esta «communio» con Cristo y su Iglesia, y recibir la
absolución. Lamentablemente, el sacramento de la reconciliación, en muchos
lugares, casi ha caído en desuso, y ciertamente no sólo en los Estados Unidos.
El deseo es, por lo tanto, que la polémica sobre los políticos católicos
pro-aborto suscitada durante las elecciones lleve a una renovación mucho más
extensa de la comprensión y la práctica católica respecto a la auténtica «communio»
.
--¿Cómo se enmarca la Eucaristía en las relaciones ecuménicas? ¿Podría reunir
a católicos y no católicos? ¿Cuáles son los principales obstáculos teológicos
para que la Eucaristía sea fuente de unidad?
--Padre Neuhaus: Estas cuestiones son tratadas en la encíclica «Ecclesia de
Eucharistia». Lo que el Concilio y los sucesivos Papas, en particular Juan Pablo
II, han afirmado repetidamente es el compromiso «irreversible» de la Iglesia en
la búsqueda de la unidad de los cristianos.
El ecumenismo es necesario no para crear la unidad con otros cristianos, sino
para llevar a la perfección la unidad que ya existe. Como ha declarado el
Concilio, todos los que han sido bautizados y creen en Jesucristo están en «una
comunión cierta pero imperfecta» con la Iglesia católica. Todas las gracias
salvíficas y santificantes, que se encuentran más allá de los confines de la
Iglesia católica, tienden a la unidad con la Iglesia católica.
Según la comprensión católica, el objetivo del ecumenismo es la «comunión
plena», y la comunión plena es unidad en la fe, en los sacramentos y en el
ministerio. En su encíclica sobre la Eucaristía, el Santo Padre advierte contra
la tentación de apuntar a un «rush» final para superar las dificultades del
esfuerzo ecuménico.
Algunos sugieren que sería muy ecuménico para todos nosotros, católicos y no
católicos, celebrar la Eucaristía juntos y hacerlo ya. Pero esto, como observa
el Santo Padre, implicaría el fracaso de toda la empresa ecuménica.
No sería la resolución de nuestras diferencias, sino fingir que nuestras muy
importantes diferencias dan igual. Acabaríamos estando juntos, pero nada habría
cambiado; cada uno seguiría por su propio camino.
No, dice el Santo Padre; debemos proseguir paciente y fielmente el difícil
trabajo ecuménico, persiguiendo la unidad en la fe, en los sacramentos y en el
ministerio, con la esperanza de poder alcanzar un día la meta de la comunión
plena. Este es el objetivo imprescindible y definitivo en el que la Iglesia
católica está comprometida.
La unidad de todos los cristianos, en una comunión plena, puede parecer una
perspectiva muy lejana. Algunos hasta dicen que se trata de una perspectiva
escatológica, en el sentido de que sucederá con la segunda venida de Nuestro
Señor. Como quiera que esté en el plan de Dios, es nuestra tarea presente.
El cardenal Ratzinger observa justamente que actualmente el ecumenismo está
marcado por muchas desilusiones, pero igualmente observa justamente que debemos
permanecer siempre abiertos a toda nueva iniciativa del Espíritu Santo, que no
podemos predecir ni controlar.
Estar abiertos significa continuar incansablemente en el diálogo, en la oración
y en la colaboración con los demás cristianos. Cuando los católicos nos unimos
en la Eucaristía, deberíamos hacerlo con una viva y hasta dolorosa conciencia de
nuestra separación de los otros cristianos, quienes se hallan en una auténtica
pero imperfecta comunión con nosotros, y con una ferviente oración por el día en
que estemos todos reconciliados en torno a un solo altar en obediencia a nuestro
único Señor.
--Como convertido, ¿cómo descubrió la Eucaristía?
--Padre Neuhaus: Fui pastor luterano durante treinta años, y la tradición
luterana tiene una piedad eucarística muy fuerte, pero muy distinta.
En el siglo XVI los conflictos entre los calvinistas y sobre todo los seguidores
de Zwingli por un lado y los luteranos por otro se centraban en la insistencia
luterana sobre la presencia real de Cristo en la Sagrada Comunión.
Así que no «descubrí» la Eucaristía haciéndome católico. Entré en la plenitud de
la teología y de la devoción de la Eucaristía, incluyendo la comprensión de la
Misa como la renovación del sacrificio de Cristo, un concepto que había sido
rechazado por los líderes protestantes, luteranos incluidos, del siglo XVI.
Y por su puesto en el luteranismo no existía el ministerio apostólico que la
Iglesia católica considera esencial para la Eucaristía.
--¿Cómo cambió su apreciación de la Eucaristía como resultado de su
conversión y, posteriormente, con su ordenación como sacerdote católico?
--Padre Neuhaus: Ya he aludido a la Eucaristía como Sacrificio.
Además existe la celebración diaria de la Misa, mientras que en el luteranismo
la Cena del Señor se celebra, para la mayoría, sólo el domingo y en muchos
lugares sólo un domingo al mes o incluso con menos frecuencia.
Existe también en el catolicismo una fuerte apreciación de la Eucaristía
celebrada en comunión con todos los vivos o difuntos que están en comunión con
Cristo. Como decimos en el prefacio de la liturgia eucarística, «con los
ángeles, los arcángeles y todos los coros celestiales».
La conciencia de que en la tierra estamos participando en el banquete eterno de
los cielos amplía enormemente la comprensión de lo que está ocurriendo en la
Eucaristía.
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