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RACCONTO DE IDES DE MARCH

Noy Fileen

La nieve cae cruelmente por encima de nosotras, como dagas frías y cortantes. Estamos aquí las dos; crucificadas en estos malditos pedazos de maderas. Los soldados que están en el Ides de March, nos miran con asco y con lamentación. Ése mismo sentimiento es el que alberga ahora mi corazón. El dolor de los clavos no es mayor al que siento en mi interior. Te miro y sufro. Tu rostro, el cual está magullado por los golpes de los guardias, no deja de ser menos hermoso para mis ojos. Tus bosques profundos siguen siendo mi paraíso anhelado.
Heme aquí; la ex Destructora de Naciones, la que ahora es una herida guerrera; la que alguna vez luchó por el bien; está llorando internamente por ti. Una jovencita aldeana, que tercamente quiso seguirme; la cual al principio no pude entender, pero que, sin embargo, se fue transformando en mi puente para llegar hacia la luz.
Y ahora... las dos estamos bajo éste monte, muriéndonos poco a poco, dejando este marchito mundo. No sé a dónde iremos, no obstante, de lo que sí estoy segura... es que permaneceremos juntas hasta la eternidad.
Me doy lástima a mí misma, por no haberme dado cuenta antes, que sin tu existencia, no soy nada. Suena ridículo, cursi, pero es la verdad.
Eres la única persona a la que amo y la que siempre amaré... a nadie más. Juro por Lyceus que así será.
Vuelvo a mirar tu rostro, sigue sereno y hermoso, conservando aún la etapa de la niñez. Ya no eres una niña, lo sé. Eres toda una mujer: madura, inteligente, sabia, leal, y muy amable... ¿Quién no estaría enamorado de ti, Gabrielle?
Yo, sí lo estoy; estoy loca y desesperadamente enamorada de ti. Lo supe cuando casi te pierdo en Tesalia. El dolor invade y estremece mi alma cuando lo recuerdo, aún cuando pasen los años, las estaciones... de tan sólo recordarlo... el dolor sigue siendo el mismo...

-Xena... sé lo que estás haciendo, y no puedes seguir así -me dijiste enojada. Yo sólo te mire con el mismo semblante sereno.
-No sé de qué hablas -dije fríamente.
-¡Claro que lo sabes! Xena... mira... sé que estás comprometida conmigo, pero no puedes estarte preocupándote todo el tiempo por mí.
-¡Gabrielle, esa flecha casi te cruza el corazón! -te dije irritadamente.
-Tú lo has dicho, casi, pero no me pasó nada... ¡eran dos simples borrachos! -dijo exasperada.
-¡Gabrielle, cállate y duérmete! -bufé aún más irritada.
-Xena... -bajó el tono de voz, suavizándolo casi en un susurro- Por qué no admites la verdad.
-¿Qué dices? -le dije, levanto una ceja.
-Que tienes miedo. Aún sientes culpabilidad por Tesalia... Xena, eso no fue tu culpa, fue un accidente. Te pudo haber pasado a ti o a mí, o a cualquier otra persona.
-Gabrielle... -dije cansadamente, levantándome de la hoguera. Quería salir de ahí, dejar esa discusión. Era verdad, probablemente le podría haber pasado a cualquiera... ¡Pero no fue así! ¡Maldición, fue a ella!- Gabrielle, estás herida, todavía no sanas por completo, el más mínimo movimiento que hagas, hará que se abran las heridas nuevamente.
-¡Sabes que no es así! Xena, tu sobreprotección, sólo está causando que me ahogue cada vez más, y eso no es bueno para ninguna de las dos. Xena, entiende que no puedes estar preocupada de mí todo el tiempo... no quisiera distraerte en una pelea. ¿Crees que viviría en paz, si te hieren gravemente por mi culpa? -dijo con una mirada perdida en el fuego.

Yo sólo suspiré cansadamente, toda esta discusión me estaba agotando. Gabrielle tenía razón en una cosa, y era que por más hábil que fuese, siempre habría alguien por ahí afuera con más habilidad que yo, pero...

-Está bien, trataré de confiar más en ti... pero no puedes pedirme que no me preocupe por ti. ¿Sabes que tú eres muy importante para mí? -le dije con una forzada sonrisa.

Por fin, Gabrielle me miró a los ojos, entregándome su comprensión y su amor.

-Tú también lo eres, Xena... te quiero mucho, eres mi mejor amiga -me dijo con una mirada llena de indescifrables emociones.

Una vez más nuestras confesiones quedaban en la ambigüedad, pues ninguna de las dos se atrevía a aclarar estos sentimientos que se albergaban en nuestros corazones.

*****

Poco a poco siento que mis pies, piernas y hombros se van entumeciendo. Presiento que lentamente mi cuerpo está dejando de latir. ¿Cómo estará ella?
Desvió como puedo mi cabeza hacia ella, y noto que su respiración se hace cada vez más débil. Nuevamente el miedo se encaja en mi corazón... se está muriendo... ¡Por los dioses se está muriendo! Grito con fuerza, y maldigo desde mi cruz a César y a toda Roma, deseándole la muerte a ese perro malparido. Ironías de la vida, que vuelva a estar en una cruz por merced de él. Gabrielle al escuchar mis maldiciones, me mira y me sonríe como únicamente ella sabe hacerlo. Me dice apenas en un susurro que me calme. ¿Cómo me puede pedir eso? Sus ojos verdes se posan sobre los míos y nuevamente vuelvo a caer en ellos...

-¿Y qué le dirás? -le preguntó mientras caminamos por la playa, dirigiéndole a él una disimula mirada.
-Que no, por supuesto -me contesta con una suave sonrisa.
-Pérdicas es un buen hombre -le digo irónicamente.
-Sí, lo es ¿Sabes? Con ninguna otra persona me he sentido así de feliz -me dice con una amplia sonrisa. Yo la miró enarcando una ceja, más por celos que por incredulidad. Ella al parecer lo nota y luego agrega- A excepción, cuando estoy contigo. Claro.
-Gabrielle -la detengo un momento. Ella me mira con esos verdes bosques, y no puedo evitar caer en sus profundidades. Con gran fuerzo, hago que mis cuerdas vocales hablen por mí- Sí te preocupas por mí... -le digo con esfuerzo- No lo hagas, que yo estaré bien. Sí tú eres feliz... también lo seré yo... -la miré intensamente.

Recuerdo que interiormente me dije: "¡Cómo puedes ser tan hipócrita!". Pues claramente, mis sentimientos me dictaban hacer lo contrario. Quería, deseaba retenerla a mi lado, pero sabía, que si ella lo amaba, nada podía hacer en esos momentos.
Cuando Joxer hizo su aparición, trayendo consigo la funesta noticia de que Callisto estaba libre... jamás pensé que ese día fuera a convertirse en el más oscuro, que pudiera vivir. La había perdido por segunda vez. El miedo que me llevé en Tesalia no era comparado con el que viví en esos momentos. Gabrielle; mí Gabrielle, se casaba con Pérdicas... el dolor y las lágrimas que derramé esa noche, son semejantes con las que llevo ahora. Esta vez no había ningún milagro que me ayudara. Ella se iba para siempre. Aunque le haya prometido con un beso, diciéndole que jamás la dejaría... beso del cual no me pude contener, pues quería al menos tener en mi memoria el sabor y la textura de esos labios. Le prometí con la más de las seguras sonrisas que pude hacer. Le dije que aquella; no sería la última vez que nos viéramos, pues no se desharía de mí tan fácilmente. Ambas sabíamos de antemano que había mentido... o al menos eso creo yo, puesto que jamás lo hablamos.
Sin embargo, las parcas tiraron de sus hilos, pues el matrimonio de Gabrielle no duró mucho. Pérdicas había muerto en manos de Callisto, no tan sólo él, sino que también una parte de la misma Gabrielle. ¡Dioses! Cuando pienso en lo cerca que estuve de perderla. Me tiritan las piernas de sólo recordarlo. Esa noche antes de ir por Callisto, dejé a un lado mi orgullo guerrero, y me arrodillé bajo la redonda luna, suplicando por la luz de Gabrielle... sentí tanto miedo... no sabría si podría sobrevivir sin la luminosidad de su belleza, de su amor, de su inocencia. Sin embargo, como era de esperar en Gabrielle, pudo darse cuenta que lo engendraría en su ser, el matar por venganza... no obstante, el dolor que sentía por él no menguó.

-Gabrielle... debes dormir... -le dije en tono cariñoso.
-No quiero -dijo tajantemente.

Había estado a lo menos casi media estación lunar con lo mismo... apenas dormía en las noches, y eso me preocupaba. Sabía de los sentimientos que tenía. Aún cuando yo matara a la homicida de su marido, el sentimiento de impotencia de Gabrielle, seguía con ella.

-Gabrielle... sé que todo esto de Pérdicas te tiene mal, pero no lo regresaras... con dejar de descansar -le dije mientras la miraba fijamente.
-¡Qué sabes, tú, cómo me siento! -me gritó dolida, cansada.

Esas palabras me dieron más que nada... ella no sabía, no asimilaba el amor que sentía por ella. La miré profundamente, negando con la cabeza, el dolor nos estaba separando y haciéndonos daño.

-No sé como te sientes... -le confesé honestamente, puesto que hacía mucho tiempo que llevaba mi propio luto interno- Pero eso mismo me dirías tú... si estuviera en tu lugar.

Gabrielle me miró con rabia y luego me abofeteó... después, avergonzada, se echó a correr y se perdió por el bosque, diciéndome antes que no la siguiera. Por supuesto que no le hice caso; la seguí. No fue necesario avanzar mucho, pues ella, sintió mi presencia y sola se fue acercando hacia a mí, abrazándome con fuerza y desahogando todo el dolor que llevaba dentro. Yo sólo guardé silencio y la abracé de igual manera, expulsando también mis propias lágrimas. Las dos nos quedamos abrazadas en el frío y casi ventoso bosque. Nos quedamos allí hasta que Gabrielle se durmió entre mis brazos. Cuando llegamos al campamento, la recosté en su tapete. Y la miré toda la noche. Observando cada detalle de su magnifico y bello rostro. Aún con sus irritados e hinchados ojos, ella seguía siendo para mí, la más de las perfectas creaciones.

-No me dejes... -me pidió entre sueños. Yo sólo le sonreí entristecida, pensando que llamaba a su difunto marido entre los sueños.
-No lo haré -le susurré, besándole dulcemente la frente. Ella abrió los ojos y me miró de golpe, totalmente sorprendida. Yo también lo hice, sin saber qué hacer.
-Xena... quédate a mi lado... por favor... -me suplicó, derramando algunas lágrimas.

Guardé silencio, me recosté a su lado y la abracé hacia mi regazo, ella hizo lo mismo, hundiéndose sobre mi pecho, calentando con su aliento, mi cuello y garganta.
A pesar del dolor, a pesar del frío viento nocturno... esa noche fui feliz, con mi amada entre mis brazos... me conformaba con solamente ese efímero cariño y consuelo.

*****

Gabrielle me mira y me sonríe otra vez... apenas puedo mirarla, pues la nieve se vuelve cada vez más tempestuosa, ni siquiera puedo sentir el frío y la caída de aquel blanco elemento. Siento que lentamente mis pupilas están bajando por sobre mis ojos. El cansancio es demoledor. Sólo quiero que Hades o Celesta me vengan a buscar, pero a la vez no quiero que se me aparezcan, pues no quiero dejarla sola... sé que mi lugar es el mismísimo Tártaro, pero no sé cuál será el destino de Gabrielle... no quisiera que estuviera allí, a pesar de haber matado... ella se merece el Elíseo... mató por salvarme... no puedo creer que haya dejado su camino por mí. Mi estúpida herida en la espalda fue incapaz de ayudarla y alejarla de ese funesta vía. Nuevamente ella se sacrificó por mí, como lo hizo en el Templo de Dahak, cuando se abalanzó sobre ese volcán.
Desde ese día mi mundo, mis defensas; todo se vino abajo... ella había muerto... por salvarme a mí... no sé cómo demonios fue que reaccioné y busque a Hades con desesperación. Sin embargo, no me explico cómo, pero sobrevivió... cuando la vi en Potedaia. Mi mundo y mi alma estuvieron completos. En los días de su ausencia, entendí que jamás de los jamases, mi alma se completaría sin la presencia de ella. Si Gabrielle no hubiese sobrevivido a esa desgracia... hubiera hecho, lo que no pude hacer cuando la conocí... me hubiese suicidado, en pos de seguirla a ella.
Sin embargo, Alti no sólo me reveló la sobrevivencia de Gabrielle, sino que también me mostró esa cruda visión de la cual estamos viviendo ahora: Nuestra muerte en el Ides de March.
Gabrielle buscaba su camino, pues estaba perdida... y yo me replanteaba mi papel de guerrera, necesitaba ser más... tenía que fortalecer mi aptitudes... no podía perderla, no esta vez. Únicamente sabía que mientras ella estuviese a mí lado, yo lo podría conseguir. Pero al pasar el tiempo, y ver que esa pesadilla emergía dentro de mis sueños, me replanteaba si era lo correcto. Si era adecuado, que Gabrielle estuviese a mi lado, pero una vez más mi amor y mi desesperación, al imaginarme el vivir el día a día sin ella, ganaron.

-Xena, ¿Por qué no me lo dijiste? -me preguntó incrédula y dolida.
-Yo... no quería preocuparte... Gabrielle, sólo es una estúpida visión... no permitiré que se haga realidad -le dije con firmeza.
-¡Otra vez con lo mismo! ¡Xena, yo tenía derecho a saberlo! -me gritó furibunda.
-Lo siento... -me disculpé.
-¿Por eso me dejaste con Najara?... ¿Por eso me sigues sobreprotegiendo? -me preguntó irónicamente.

Esa actitud me dolió.

-¡No puedo creer que me siguas subestimando! -me volvió a gritar- ¡Dioses, Xena, ya no soy una niña!
-Lo sé... pero entiéndeme, Gabrielle, yo...
-Escúchame, guerrera terca, pase lo que pase, estaré a tu lado... te quiero, Xena... pero no me sobreprotejas más... ¿por favor? -me dijo en un susurro.

Yo sólo atiné a abrazarla con todas mis fuerzas... no estaba segura de poder cumplir esa promesa... mi vida no valía nada, comparado con la de ella.

-Yo también te quiero, Gabrielle... y no te imaginas cuanto -le susurré en el oído.

Ella se alejó del abrazo y me miró comprensivamente... para luego negar con la cabeza, sabía que no podía prometerle lo último... hasta el último día de mi vida, seguiría cuidando a la mujer que me miraba a los ojos.
Paradójicamente; ahora, era ella quién me había sobreprotegido. La volví a mirar por última vez... sintiendo que ya estaba en los últimos latidos de mi vida... ella me miró de igual manera.

-Gabrielle... eres... eres... lo... mejor... que... me... ha pasa... do en la vida... -susurré entre jadeos. La vida se estaba yendo de mi cuerpo carnal, para posteriormente liberar mi alma hacia el Elíseo.

Gabrielle me miró apenas entre sus pálidos parpados, a pesar de la nieve y de las voces de los guardias, pude escucharla.

-Te... amo... Xena -susurró antes de dejar su cuerpo carnal.

La miré dolida... se había ido antes que yo... sin embargo, no tardé mucho en reunirme con ella. Cuando abandoné mi cuerpo de esa cruz... me reuní con ella... y así estaremos hasta la eternidad.
Pues ambas somos almas gemelas y nos reencontraremos en la próxima y en todas las vidas que nos toque por vivir.

Fin


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