-Vamoz, Xeeeena -susurró Gabrielle por centésima vez, asomando su cabeza despeinada por
debajo de la colcha-. ¡Nunca vendrá zi ziguez haciendo ezo!
-No estoy haciendo nada. Y no existe. Por eso no vendrá.
-¡Que zí! -protestó la pequeña rubia, haciendo sobresalir su labio inferior y frotando
sus ojos cansados con el dorso del puño- ¿No recuerdaz lo que dijo tu mamá cuando tú
perdizte un diente? ¡Tenemoz que eztar dormidaz para que venga!
-Entonces vete a dormir -susurró impacientemente Xena desde su escondite en la esquina.
¡Dioses! ¿Por qué Gabby no podía entender que eso era como pescar? ¡Si hablaba demasiado
podía asustarlo! Naturalmente eso sería si de verdad existía, de lo cual Xena estaba
segura que no ocurría. Bueno... casi segura.
Gabrielle cruzó los brazos sobre su pecho: -No zin ti.
Xena intentó levantar una ceja. Su madre siempre lo hacía, e incluso su hermano mayor,
Toris, podía hacerlo. Pero por alguna razón, ella no lo lograba. Todavía.
La luna plateada iluminó el rostro de Xena, y Gabrielle vio a su amiga fracasar
nuevamente.
-Buen intento. Te eztás acercando mucho, Xe -alentó la niñita entre risitas nerviosas.
-De todos modos es sólo un truco estúpido -murmuró Xena para sí misma, haciendo el
mayor esfuerzo por ignorar a Gabrielle.
Gabrielle sonrió a su mejor amiga. Sabía que Xena no estaba realmente enojada. Estaba
bien hacerle bromas a las mejores amigas. Esa era sólo una de las razones por las cuales
eran tan especiales.
Girando sobre su abdomen, Gabrielle volvió a cobijarse bajo las mantas y apoyó la
barbilla sobre su puño. Trataba de esperar a que Xena finalmente fuera a la cama antes
de irse a dormir, pero sus párpados comenzaban a cerrarse y el cuarto, oscuro en su
mayor parte, se estaba volviendo borroso.
-¿Vaz a dezperdiciar una buena fiezta de pijamaz ezcondida en la ezquina con eze zaco?
-preguntó Gabrielle en voz alta, meneando la cabeza a su amiga-. No puedez atraparlo,
Xe. ¡Ez el ratoncito Pérez! Nadie puede atraparlo. Ez mágico.
La ceja de Xena se sacudió durante varios dramáticos segundos. Pero al final, rehusó
tercamente a elevarse. Xena avanzó gruñendo hacia Gabrielle y le arrancó la almohada de
debajo de los codos, provocando que su cabeza cayera sobre el colchón de plumas con un
golpe sordo.
-Todavía está ahí -Xena señaló hacia la cama-. Sabía que no se me había
escabullido -anunció Xena orgullosa, enderezando sus hombros.
Gabby sonrió burlonamente.
-Penzé que habíaz dicho que zólo loz bebéz creían en el ratoncito Pérez.
Xena hizo una mueca.
Los ojos verdes y somnolientos se pusieron en blanco, y Gabrielle arrebató su almohada
a Xena, colocándola bajo su barbilla.
-Y por zupuesto que todavía eztá ahí, tonta -había querido decir "por supuesto" y "está"
pero las palabras le salieron mal. Gabrielle introdujo su lengua en el orificio donde
solía habitar un diente blanco y brillante, sintiendo los alrededores del lugar
vacío. Esas palabras con "s" iban a resultar difíciles por un tiempo-. ¡Todavía no noz
fuimoz a dormir!
Xena dejó escapar su frustración con una exhalación.
-De acuerdo, cara de calabaza. Iré a la cama -cedió, trepando a la alta cama y
acurrucándose contra su amiga. Pero Xena dejó su saco de arpillera vacío en la mesa de
luz donde podía alcanzarlo fácilmente. Por si acaso. Nunca estaba de más estar preparada.
Gabrielle frunció el ceño. Un par de chicos se habían reído de ella hoy, diciéndole eso
mismo. Pero estaba segura de que sólo eran celos porque ella tendría un visitante
muy especial esa noche.
-¿De verdad pienzaz que parezco una calabaza? -preguntó finalmente a Xena,
sonando un poquitín preocupada.
-Por supuesto que no, Gabby -prometió Xena solemnemente, cruzando los dedos detrás de
la espalda. Bueno, no era una mentira. Después de todo, ¡Gabby no era anaranjada!
Gabrielle bostezó y enrolló sus brazos alrededor de la almohada, mulliéndola un poco.
Entonces sus ojos terminaron de cerrarse.
-¿Qué vaz a hacer con él zi lo atrapaz, Xe? -murmuró suavemente, ya casi dormida.
Los ojos azules de Xena se enfocaron hacia las esquinas más oscuras del cuarto. Quién
sabe que cosas habría escondidas entre las sombras. ¡Ningún ratoncito Pérez se le
escaparía esta noche!
-No sé, no he pensado aún en esa parte. Buenas noches, Gabby.
Los suaves ronquidos de Gabrielle fueron la respuesta.
*****
-Por favor, no te disgustes Gabby -rogó Xena. No podía pensar en algo peor que ver
triste a Gabrielle.
-¡Pero no lo entiendo! -Gabrielle respondió frenéticamente, rebuscando entre las sábanas-.
El diente aún eztá aquí. ¡Y no hay un cuarto de denario!
-Claro que no -Xena le dedicó una mirada impaciente- Te traté de decir antes que el
ratoncito Pérez no...
-Buenos días, niñas -Cyrene, la mamá de Xena las saludó desde la puerta, meneando un
tazón grande de un batido amarillo con movimientos fuertes y rápidos. Pero cuando Cyrene
miro a Gabrielle dejó de hacerlo y la examinó con curiosidad-. En el nombre de Elysia,
¿qué estás haciendo, criatura?
-Buenoz díaz Czzzyrene -contestó Gabrielle distraídamente, esperando aún encontrar el
cuarto de denario que de algún modo se había extraviado-. Eztoy buzcando dinero
-respondió sin dejar su búsqueda.
-¿Y tú crees que hay dinero en la cama? -inquirió Cyrene todavía medio confundida.
-Puso su diente bajo la almohada anoche, pero el ratoncito Pérez no apareció -explicó
Xena.
Cyrene se rió.
-¡Oh! Pensaba que se te oía un poco diferente. Déjame ver. -La mujer cruzó el cuarto
deteniéndose junto la cama. Balanceando el tazón sobre su cadera, tomó la barbilla de
Gabrielle, subiendo la pequeña mandíbula de la rubita hacia arriba.
Gabrielle le dedicó a Cyrene una enorme sonrisa, mostrando orgullosa el lugar donde
anteriormente había estado su diente.
-¡Qué adorable se te ve! -exclamó Cyrene, lanzando una sonrisa a la niña. Pero
mostrándose un poco molesta, se volvió hacia su hija- Xena, ¿y por qué no me dijiste
que Gabrielle había perdido un diente?
-Bueno, yo... este... yo... -tartamudeó Xena.
Sin esperar una respuesta, Cyrene le dio a su masa de crepe otra batida y empezó a
salir del cuarto para hacer el desayuno. Al llegar a la puerta miró hacia Gabrielle.
-Estoy segura de que el ratoncito Pérez no sabía que estabas pasando la noche en nuestra
casa, cariño. Por eso no había nada bajo tu almohada esta mañana -aseguró Cyrene a la
pequeña rubia, notando que sus palabras hicieron que gruñera Xena pero que sonriera
Gabrielle feliz-. ¿Por qué no te pasas la noche aquí de nuevo? Estoy segura de que el
ratoncito Pérez no se equivocará dos noches seguidas.
Esta idea les hizo sonreír. Les encantaban las fiestas de pijamas.
Y esa noche Gabrielle fue a dormir soñando con el ratoncito Pérez. Mientras, Xena tomaba
la determinación de aguantar toda la noche despierta para atraparlo.
*****
-¡No puedo creer que me quedara dormida! -refunfuñó Xena al limpiarse la legañas de los
ojos. Estaba segura de que sólo había cerrado los ojos durante unos instantes. Pero
nunca está de más extremar precauciones en lo que a ratoncitos encantados se refiere.
El sol del nuevo día entraba por la ventana del cuarto, Gabrielle se encontraba
enroscada en una bolita al lado de la cama, aún roncando feliz.
Cuidadosamente, Xena levantó la esquina de la almohada de Gabrielle llena de babas. Sus
ojos se abrieron y sus labios se fruncieron en un puchero. Con mucho cuidado, Xena buscó
entre la colcha y las sábanas, e incluso debajo de su propia almohada, para estar segura.
Pero no había ningún cuarto de denario por ningún lado.
-¡¡¡OH NO!!! -El diente seguía allí-. ¡Ya sabia yo que el ratoncito Pérez no era real!
-exclamó Xena en voz baja, sintiéndose un poco triste ahora que sabía que no era real.
Ayer, Toris le había explicado que el ratoncito Pérez no era nada más que un truco que
los adultos les hacían a los niños. Le dijo a Xena que era su madre quien había tomado
el diente que cuidadosamente se encontraba bajo su almohada y lo había reemplazado por
un cuarto de denario. ¡Y eso pasaba mientras Xena dormía! Muy dentro de ella quería
creer que no era cierto. Pero Xena al ver el dientecito blanco de Gabrielle todavía en
la cama, sabía que lo que su hermano le había dicho era verdad. ¿Por qué tuvo que tener
razón esta vez Toris?
Lentamente, Xena retiró las mantas y dejó caer sus pies descalzos sobre el piso de
madera fresco. Quitándose el camisón, se puso una túnica roja limpia, y fue en busca de
su mamá. ¿Cómo pudo mamá olvidar a Gabby? ¡Y con su primer diente!
La cara de Xena hizo una mueca. Gabrielle aun creía en la magia y Xena repentinamente
decidió que quería que siguiera así.
Gabby siempre dormía hasta tarde, por lo que habría suficiente tiempo para conseguir el
cuarto de denario de su madre y esconderlo bajo la almohada de Gabby, antes de que ella
despertara. Sólo para su mejor amiga, Xena sería el ratoncito Pérez.
-¿Qué estás haciendo levantada tan temprano? -le preguntó Toris desde su asiento frente
al fogón. Él estaba comiendo un humeante plato de avena, y un poco de crujiente tocino,
y bebiendo un gran vaso de leche fresca.
Oh, oh, pensó Xena. ¡El olor de comida seguramente despertará a Gabby!
-¿Qué haces tú levantado tan temprano? -inquirió ella sospechosamente,
estrechando los ojos. Toris era la única persona que amaba dormir incluso más que Gabby.
Toris miró sobre su tazón y contestó-: Hubo una emergencia anoche. Te perdiste de todo,
Xe -dijo emocionado-. Mamá tuvo que ir a la casa de la viuda Ronan hace unas horas. La
viuda está muy enferma y mamá ayudará a cuidarla. Se llevó a Lyceus... por lo de que es
tan chico y eso.
Los ojos de Xena se agrandaron. -¿Se pondrá bien la viuda?
Toris movió la cabeza afirmativamente. -Mamá piensa que sí.
-Bueno... mm... ¿cuándo regresará? -Xena cruzó los dedos de manos y pies, deseando que
su hermano le dijera que en cualquier momento.
-Mañana o tal vez pasado mañana -Toris alzó su mentón orgullosamente-. Los vecinos nos
cuidarán, pero mamá dijo que yo estaba al cargo. -Él tenía, después de todo,
cerca de once años.
¡¡¡¡AHHHHH!!!! Esto no funcionará. ¿Qué es lo que le dirá a Gabby?
-Toris, ¿tienes algún denario?
-Claro, Xena -resopló el chico. Su hermana siempre estaba bromeando.
-Olvídalo -dijo Xena desalentada, regresando a su dormitorio antes de que el olor del
desayuno de Toris pudiera ir hacia la parte trasera de la taberna.
Entrando en su cuarto, Xena se sentó en su cama justo cuando la nariz de Gabby comenzaba
a moverse y la pequeña niña aspiraba profundamente.
-Mmmm... tocino -Gabby murmuró somnolientamente, su cabello sobresalía salvajemente en
todas las direcciones, haciéndola lucir como un desaliñado puercoespín. Su cara se
estiró en un gigantesco bostezo-. Hey, ¿qué hacez ya veztida, Xe? -Luego parpadeó,
recordando su diente. Sus brillantes ojos se abrieron con emoción, mientras giraba
sobre las rodillas para suavemente levantar su almohada... y encontrar sólo a su diente
en exactamente la misma posición que lo había dejado la noche anterior.
-¿Tú tomazte mi dinero? -Gabrielle acusó a su amiga, con el ceño fruncido por la
confusión. ¿Qué pudo haber pasado esta vez?
-No -Xena protestó inmediatamente. ¡Ella nunca haría algo parecido!
¡OH NO! Xena debía de tener razón. Las lágrimas brotaron de los tiernos ojos verdes. No
existe el ratoncito Pérez.
Xena sintió su estómago caer. Sin poder soportar la mirada triste de la cara de su amiga,
dijo precipitadamente-: Yo estuve toda la noche esperándolo.
-Pero... pero... -Gabrielle soltó un respiro de alivio. Entonces eso fue lo que pasó.
Por un rato estuvo realmente preocupada-. ¡Xeeee! Ze zupone que debez ir a dormir. ¿Te
acuerdaz de lo que dijo tu mami?
Xena asintió. -Lo siento, Gabby. Debo de haberlo asustado. Puedes quedarte nuevamente a
dormir aquí esta noche, y te aseguro que esta vez yo sí me dormiré.
Gabrielle cuidadosamente levantó su diente, pensando que éste lucía mucho mejor en su
boca que en su mano. Señalando con su dedo regordete a Xena-: ¿Prometez que te iráz a
dormir y no trataraz de alcanzarlo?
Lo prometo -aseguró Xena-. Esta noche él vendrá, Gabby. Estoy segura de eso.
Gabrielle abrazó a Xena, apretándola tan fuerte como podía.
-Yo zabía que tú zí creíaz en él -exclamó la niña encantada. Si Xena creía en el
ratoncito, ¡entonces tenía que ser real!
*****
Dinero. Frío y duro efectivo. Botín. Denarios. Eso es lo que Xena necesitaba. Pero como
siempre, estaba sin blanca.
Su madre había tomado a su asno, Matilda, para ir hacia donde la viuda. Y Xena sabía
que era muy lejos para que ella pudiera ir andando. Con sus ojos cerrados y bien
apretados, pensó... y pensó... y pensó un poco más, hasta encontrar finalmente la
solución perfecta. Únicamente tenía que ganarse unos cuantos denarios por sí misma. Era
fuerte y buena trabajadora. Podía conseguir ese dinero y deslizarlo bajo la almohada de
Gabrielle. Creer en cuentos mágicos hacía feliz a Gabrielle. Y Xena quería más que nada
que su amiga fuera feliz.
-¿Qué haremoz hoy, Xe? -preguntó Gabrielle mientras caminaban fuera de la taberna hacia
el fresco aire de la mañana-. Podemoz jugar con laz muñecaz -ofreció esperanzadoramente,
sabiendo que Xena odiaba jugar con ellas, incluso a pesar de divertirse una vez iniciado
el juego.
Xena se movió incómoda. -No puedo hoy, Gabby. Tengo que hacer... cosas.
-¿Qué quierez decir con 'cozaz'?
Xena se encogió de hombros, esperando que Gabrielle no hiciera más preguntas.
-Eztá bien, nada de muñecaz. ¿Qué tal zi vamoz a pezcar? -la pequeña rubiecita insistió.
Sabía que Xena nunca podría resistir una oferta para ir a pescar.
La boca de Xena se quedó abierta de la impresión. ¿Gabby ofrecía ir a pescar y ella no
podía ir? ¡Demonios!
-No puedo, Gabby. Hum... Tengo algunas tareas que hacer.
Gabrielle la miró sorprendida y luego triste. Xena añadió rápidamente.
-Pero vuelves a mi casa esta noche, ¿de acuerdo? No lo olvides -le recordó con cautela.
-No lo haré -exclamó Gabby-. En su cara se formó una feliz sonrisa. Incluso aunque Xena
fuera mayor que ella, pudiera correr mucho más rápido y supiera todas sus tablas de
multiplicar de memoria, no parecía importarle.
Todavía eran las mejores amigas. Y cualquier cosa que pudieran hacer solas siempre era
más divertido hacerlo juntas.
-Zupongo que vizitaré a mi tía Freda de todoz modoz -recordó Gabby-. Prometí que le
ayudaría con zu labor de punto. Te veré dezpuéz de la cena.
Con lo cual, correteó en dirección de la casa de su tía.
*****
Xena había comprobado al menos diez casas, pero en ninguna tenían trabajo para ella.
Cuando bajaba hacia el final de una calle polvorienta, se detuvo delante de una vieja
casa con un arriate debajo de la ventana delantera. El arriate era grande, casi del
tamaño de su cama y lleno de hermosas flores intensamente coloreadas. Pero también
estaba lleno de algo más. Hierbajos.
Xena golpeó la puerta y esperó.
-¡Anda, es Xena! -respondió una anciana mientras la puerta crujía al abrirse-. No te he
visto en años. ¡No estás demasiado alta!
-Hola abuela -respondió Xena-. La anciana no era realmente la abuela de Xena, pero eran
tan vieja que todo el mundo la llamaba abuela. ¡Incluso otros viejos la llamaban abuela!
-¿Qué puedo hacer por ti? -preguntó la mujer de pelo cano mientras conducía a Xena al
interior de la casa para darle algunas galletas que aún estaban calientes en el hogar.
Xena explicó que buscaba algunas tareas para hacer porque tenía que ganar al menos un
cuarto de dinar. También le indicó a la abuela que su jardín necesitaba ser escardado y
ella estaba dispuesta a trabajar muy barato.
Xena le dijo que podría hacer toda la escarda por un cuarto de denario. Pero la abuela
insistía en que dos cuartos de denario sería un precio mucho más justo. Después de todo,
era mucho trabajo. Xena atrapó la mano de la anciana y con una sacudida firme selló su
negocio. Deseosa de empezar, pues así podría encontrar a Gabrielle e incluso podrían ir
a pescar, Xena se dirigió a la puerta de la calle y cuando estaba casi fuera de la casa,
la abuela la detuvo.
-¿Dónde vas Xena? -preguntó la anciana-. Un dedo nudoso indicaba la puerta trasera. -El
jardín está ahí detrás.
-Pero... pero -Xena tartamudeaba mientras la conducía hacia fuera, al huerto de detrás
de la casa.
-Llámame cuando hayas terminado, así podré inspeccionar tu trabajo -le dijo la abuela a
Xena.
Los ojos de Xena daban vueltas y se abrieron de par en par cuando vio el jardín. ¡Era
más grande que la casa entera!
-¡Zeus! -exclamó, y sintió un golpe sobre su trasero proveniente de la cuchara de madera
que parecía aparecer mágicamente en la mano de la abuela, no importaba donde se
encontrara o lo que estuviera haciendo. Xena se frotó el trasero, frunciendo el ceño
todo el tiempo y preguntándose si la abuela en realidad dormía con la cuchara de madera-.
Lo siento -se disculpó tímidamente-. Esto realmente no pagará la maldición. Sobre todo
en lo que concierne a la abuela.
*****
El sol de la tarde estaba en su cénit cuando, con un gruñido poderoso, Xena arrancó el
último hierbajo. Estaba mugrienta y manchada, y lo que una vez fue su túnica brillante
ahora estaba realmente sucia. Pero esto era por Gabrielle, y eso le daba más valor.
Gabrielle estaba de buen humor y contenta. Podía recordar todas las palabras de una
historia después de haberla oído solamente una vez y era una oyente excelente. Xena
sabía que ella no era ningunas de aquellas cosas, pero eso no parecía importarle a
Gabrielle. Todavía eran las mejores amigas. Y cualquier cosa que pudieran hacer solas
siempre era más divertido hacerlo juntas.
La abuela revisó el gran jardín con un destello de orgullo en su mirada. Xena era una
buena muchacha.
-¡Xena, tiene un aspecto maravilloso! -elogió la anciana-. Vuelve mañana y tendrás tus
dos cuartos de denario.
La mandíbula de Xena cayó. -¡Pero abuela, los necesito hoy!
-Lo siento querida. ¿Olvidé mencionar que no tendría el dinero hasta mañana? -La abuela
acarició la cabeza de Xena- Xena, tengo que esperar hasta que mi hijo venga a casa con
el dinero de la venta de nuestras verduras antes de que pueda pagarte.
-De acuerdo -gimió Xena, tratando de no parecer demasiado decepcionada-. Era sólo la
hora de comer. Todavía tenía todo el día para ganar el dinero, incluso aunque estuviera
demasiado cansada. La próxima vez tendría que ser más cuidadosa.
El estómago de Xena retumbó fuerte.
Acariciando a la muchacha la mejilla, la abuela prometió a Xena un almuerzo caliente.
Después de que se lavara.
*****
Media docena de huevos de codorniz. Ésa era la cantidad que Xena tenía que recolectar
para poder ganarse un cuarto de denario del herrero. Estuvo vagando alrededor de los
campos detrás de la posada de su madre durante dos horas y solamente se encontró dos
nidos de codorniz. Uno contenía un huevo y el otro dos. Si tenía suerte, el próximo nido
que encontrara contendría tres y aún le quedaría tiempo para ir de pesca.
Los brazos de Xena ardían por culpa de las picaduras de mosquito que obtuvo en su
salvaje paso a través de los altos pastos. Justo cuando estaba rascándose con ganas vio
algo en la periferia de su visión. ¡Era una codorniz! Desafortunadamente, el ave estaba
en su nido.
Xena caminó hasta detenerse justo en frente del nido. La niñita puso su cara más seria,
deseando que la maldita ceja se levantara ¡al menos una vez!
-Muévete -le ordenó al ave.
La codorniz simplemente la miró, sin mover ni una pluma.
Xena corrió hasta el ave y gritó tan fuerte como pudo.
-Bú. -Nada.
-¡¡¡BUÚ BUÚ BUÚ BUÚ BUÚ!!! -menos aún sucedió algo.
-Muévete -demandó Xena nuevamente, sacó la barbilla y apuntó un dedo irritadamente a la
terquísima ave. Una vez más, el pájaro simplemente se le quedó mirando con sus enojados
ojos oscuros. No se quiso mover.
-Por favor -añadió Xena finalmente con tristeza y comenzó a quedarse sin ideas-, no me
obligues a sacar esos huevos de debajo de ti -gruñó la pequeña niña, tratando se sonar
como su madre. Pero eso tampoco funcionó.
Xena estaba a punto de rendirse y buscar otro nido cuando la codorniz pareció cambiar
de idea. Xena sonrió ampliamente cuando la regordeta ave saltó fuera de su nido.
Simplemente supo que ella y Gabrielle terminarían en poco tiempo. Pero su sonrisa
desapareció cuando el pájaro avanzó acercándose a ella... sin detenerse.
Después, sin previo aviso, la mamá pájaro se lanzó contra Xena, enredando sus patas en
el oscuro cabello de Xena y aleteando salvajemente las alas. Xena comenzó a gritar y a
girar en círculos mientras la codorniz continuaba aleteando y picoteándola.
No le agradaba el hecho de que Xena decidiera molestar su nido.
El corazón de Xena latía tan salvajemente que ni siquiera oyó el ajeo de la enojada ave.
¡Ni la niña ni la codorniz habían estado tan asustadas en toda su vida!
Finalmente, sin dejar de chillar, Xena pudo desenredar su pelo del ave, tirando al
infeliz pájaro al suelo.
Xena miró a la cansada ave, concentrándose con todo su voluntad para lanzarle al pájaro
su más intimidante y fiera mirada. Entonces sucedió. Esa delgada y oscura ceja se movió
una vez repentinamente antes de formar el más asombroso e innegablemente aterrador arco.
El ave tragó saliva de forma audible e inmediatamente voló a lo lejos. La codorniz se
dio cuenta de que probablemente no era una buena idea enfrentarse con esta pequeña
humana en especial.
Xena cuadró los hombros y sacó orgullosamente el pecho. Gabrielle tenía razón. Si
continuaba intentándolo con tesón durante un tiempo, ¡lograría cualquier cosa!
Una vez que el ave se perdió de vista, Xena fue tras el nido. Para su delicia,
apretados pulcramente, había tres grandes huevos de codorniz. Con cuidado, Xena añadió
los huevos a su canasta, contándolos una vez más para asegurarse de que tenía seis.
Sí, los tenía.
Sonriendo, Xena regresó al pueblo. Se sintió sorprendentemente bien considerando que
estaba sucia, con picaduras de insectos, quemada por el sol, cansada y arañada por una
codorniz. Aún así, tendría un cuarto de denario y eso era lo más importante.
-¡Xeeeennnnnnaaa!
Xena giró la cabeza hacia el sonido de su nombre al ser llamada. ¡No! No podía ver a
Gabby ahora. ¡Aún no le había dado al herrero los huevos de codorniz! Xena se escondió
detrás de una carreta cuando Gabby pasó caminando y gritando su nombre.
-Habría jurado que la había vizto -se dijo a sí misma Gabrielle mientras rascaba su
mandíbula-. ¡Ohhhh, pan de nuez!
-¡Fiu! -Xena salió de detrás de la carreta justo cuando Gabrielle se metía en la
panadería para ver cómo fabricaban su postre predilecto.
Desafortunadamente, mientras Xena intentaba escurrirse para pasar por la puerta de la
panadería, Gabrielle vio a su amiga a través de la ventana de la tienda y corrió a su
encuentro.
¡Oh, oh! Xena trató de regresar a su escondite antes de que Gabrielle pudiera verla,
logrando así que su pie resbalara. Agitando violentamente el brazo que no llevaba
cargando la canasta, trató de mantener el equilibrio pero ya estaba cayendo.
¡PUMP! ¡CRASH!
Xena bajó la mirada a su, anteriormente, roja túnica, la cual estaba ahora cubierta con
chorreantes huevos batidos.
-Hola Xe -saludó Gabrielle alegremente, encontrando a su amiga tirada en el suelo.
Después miró atentamente las ropas de Xena.
-¡Oye! ¡¿Qué te pazó?!
Xena abrió la boca para decirle a Gabby que había sido culpa suya. Pero se detuvo cuando
vio la preocupación genuina brillar en los ojos de la pequeña rubia. -Sólo fui algo
torpe, creo -suspiró Xena.
Gabrielle asintió. Xena se ensuciaba más que cualquier otra niña, o niño en realidad,
que ella hubiera conocido.
-Vamoz, vamoz al pozo, azí te puedez lavar. -Gabby tomó a Xena del brazo y comenzó a
arrastrarla a través del patio-. ¿No puedez venir a jugar todavía?
-No. -Xena se encogió de hombros-. Todavía tengo otras tareas. -La niña mayor hundió
sus talones en la tierra, deteniendo a su decidida amiga-. No sé exactamente cuando
terminaré así que, para qué lavarme si me voy a ensuciar nuevamente. ¿Todavía vienes
esta noche, verdad?
-Claro que zi tontita, ezo dije, ¿no? -Xena sonrió-. Pero, Xe... por loz diozez...
-Gabrielle sacó una ramita del pelo de su amiga-, ¡intenta no zer tan zucia!
*****
-¡Tiene un aspecto maravilloso, Xena! -dijo el agricultor Jonas muy feliz-. Mi corral
no ha estado así de limpio en años. -Arrugó la nariz. ¿Qué era ese olor tan horrible?
Xena notó al hombre olisqueando el aire. -Amm... ese olor soy yo -suspiró. Xena era la
más apestosa de toda la granja. ¡Incluyendo los cerdos!
El hombre amable rió en silencio, dándole a Xena una cariñosa palmada sobre la espalda.
-Bueno Xena, verdaderamente te has ganado tu dinero esta noche. -Buscando en su cinturón
abrió su bolso de cuero bien usado y sacó un cuarto de denario brillante-. Aquí tienes.
-Le dio la moneda a Xena- Ahora, no vas a gastar todo esto en caramelos, ¿verdad? - el
hombre le tomó el pelo, recordando que él había una vez hecho lo misma siendo niño. El
agricultor se frotó la barriga, recordando el maravilloso dolor que aquellos caramelos
le había causado.
-No, señor -prometió Xena-. Tengo algo especial en mente para este dinero. -Además Xena
estaba segura de que Gabby iba a comprar algo bueno con él. ¡A su amiguita le encantaba
los dulces!
Asintiendo, el agricultor Jonas llevó a Xena fuera del corral. Era casi la puesta de
sol y Xena sabía que Toris tendría pronto la cena preparada. ¡Él podría ser un muchacho,
pero Toris era un gran cocinero!
Xena se despidió del agricultor y comenzó a caminar a la casa, tirando el cuarto de
denario de plata hacia el cielo y parándolo con la su palma mientras andaba. Después de
un lanzamiento espectacular, Xena puso la moneda en su boca y la mordió fuerte,
comprobando si era plata en realidad, de la misma forma que había visto hacer a los
hombres en la taberna.
-¡Ayyyyyyyyy!
*****
-¡No te muevaz Xe, no puedo ver zi te ziguez meneando azí!
Xena suspiró fuertemente, arregló su posición en la silla y abrió la boca nuevamente
para que Gabrielle pudiese mirar adentro.
-Uau, no penzé que todavía tuvieraz ninguno de tuz dientez de bebé -comentó la pequeña
rubia, dirigiendo su cara justamente al lugar donde el diente de Xena había estado.
Xena trató de contestar, pero la cabeza de Gabrielle estaba prácticamente en su boca.
Así que esperó pacientemente mientras Gabrielle satisfacía su curiosidad.
-Me imagino que la moneda era plata de verdad, ¿eh?
-Me imagino -Xena contestó molesta cuando Gabrielle finalmente se alejó. Ella sabía que
sólo iba comida en su boca. ¡Pero de alguna forma Xena se había olvidado!
-¿Te duele? -la rubia preguntó con comprensión, con los ojos verdes llorosos al pensar
que su amiga podía sentir dolor.
-No -aseguró Xena valientemente-. No me dolió.
Gabrielle estrechó los ojos.
-¿De verdad? -Xena asintió. Gabrielle se subió a la cama de Xena-. ¿No vaz a poner tu
diente debajo de la almohada?
-Nop.
-Por favor, Xe -suplicó Gabby.
Los ojos de color cielo se volvieron hacia arriba. 'Por favor' era lo único que Gabby
tenia que decir para hacer que Xena hiciera casi cualquier cosa.
-Está bien, pero como pasó antes de la cena, el ratoncito Pérez quizás no lo sepa todavía.
No te sorprendas si no hay un cuarto de denario debajo de mi almohada por la mañana.
-Eztá bien, lo comprendo. Pero todavía debez ponerlo ahí debajo por zi acazo.
-¿El tuyo está debajo de tu almohada? -Xena lo revisó, sujetando la colcha bajo su
barbilla. Aguantado apretadamente en su mano, fuera de la vista, guardaba un brillante
cuarto de denario.
Gabrielle apagó la vela en la mesa de noche al lado de la cama.
-Zí eztá -movió su cabeza tristemente-. Pero ez pozible que el ratoncito Pérez ezté muy
ocupado para zaber que todavía me quedo en tu caza.
-Vendrá, Gabby, ya lo verás -afirmó Xena, observando cómo se le iban cerrando los ojos
a la rubita y su respiración se hacía profunda y estable.
Cuando estaba segura de que Gabby dormía, Xena puso cuidadosamente su mano debajo de la
almohada de Gabby y depositó el cuarto de denario debajo de la cabeza de la niña. Su
amiga no sintió nada. Xena bostezó. ¡No podía acordarse de haber estado antes tan
cansada! Sólo transcurrieron unos segundos antes de que Xena pasara al mundo de los
sueños.
-¿Xe? -susurró Gabby tras unos momentos en silencio-. ¿Eztáz dezpierta? -Sin oír la
respuesta, Gabrielle salió de la cama y caminó hacia su túnica, la cual estaba doblada
en el ropero de Xena. Metiendo la mano en un bolsillo pequeño, Gabrielle sacó un cuarto
de denario que su tía le había dado por ayudarla con lo que había resultado ser montañas
de labor de punto.
La moneda brilló a la luz de la luna y Gabrielle la miró por unos momentos antes de dar
la vuelta a su mejor amiga. Se acordó de lo que Toris le había contado por la tarde
temprano, cuando Xena había ido a buscar leña para la estufa. Él había dicho que el
ratoncito Pérez no era real y que ni ella ni Xena iban a encontrar nada debajo de sus
almohadas por la mañana aparte de sus dientes de bebé. Gabby sonrió y movió su cabeza de
lado a lado. Toris no lo sabía todo.
Cruzó el cuarto andando de puntillas, la niña metió la mano debajo de la almohada de
Xena y deslizó su moneda en el colchón lleno de plumas. Xena no era demasiado mayor para
creer en hadas y magia. Sólo necesitaba ser convencida por su mejor amiga.
Depositando un beso liviano en la mejilla de Xena, Gabrielle volvió a la cama y
rápidamente entró en un sueño profundo.
*****
El ratoncito Pérez, que esperaba en las más ocultas sombras del cuarto, se rió por lo
bajo mientras le asomaba una sonrisa bella y brillante. Con la velocidad de un relámpago,
que sólo un ratoncito mágico puede lograr, se metió bajo las almohadas de Gabrielle y
Xena, tomó los dientes de las niñas y los colocó con cuidado en un saquito a su espalda,
dejando, eso sí, las monedas que se habían dado la una a la otra.
¡El ratoncito estaba contento de que Xena al fin decidiera dormirse! ¡Esa niña era tan
testadura! Había tratado de visitar a Gabrielle las dos últimas noches, pero cada vez
que se acercaba a la cama, comprobaba que Xena todavía estaba despierta.
Cyrene tenía toda la razón. El ratoncito Pérez sólo viene cuando estás dormida.
El ratoncillo voló así a la ventana, se paró en la repisa y miró hacia atrás a las niñas
una vez más, antes de desaparecer en la noche. Le hubiera gustado poder estar ahí por
la mañana para ver las caras de alegría cuando descubrieran que los ratoncitos mágicos
realmente existen.
Saliendo disimuladamente por los espacios mas pequeños, el ratoncito Pérez dejó su
huella en el aire de la noche, deseando que más personas pudieran entender lo que Xena
y Gabrielle ya sabían.
Las mejores amigas logran su propia magia.
FIN
Me gustaría dar mi agradecimiento a mis lectores beta, Medora MacD y Barbara Davies, chicas, sois las mejores.