Solo conocía los relojes de arena, y le costaba imaginarse uno distinto a ese. Xena se
lo había descrito como un círculo en blanco con un péndulo que colgada desde su punto
más alto. Este se movía de un extremo a otro y cada vez que lo hacía se oía un dulce
¡clack!.
Los sabios lo utilizaban hacía décadas para medir el tiempo, pero no era muy útil, pues
sabían que cada día tenía 86400 clacks y que una vez llegado a ese número, habían
alcanzado la misma hora que cuando se comenzase a contar. Asi que para que de alguna
forma fuera útil, tenía que haber alguien todo el rato contando y calculando.
No era nada cómodo.
Exigía demasiado trabajo, pues nunca podía dejar de vigilarse, así que acabó cansando a
los sabios que lo dejaron apartado con el calificativo de Objeto Inútil. Pero Afrodita,
diosa ingeniosa donde las haya, aun supo encontrarle una linda función al objeto,
dotándolo de una nueva facultad. Ya no era un reloj curioso, sino un reloj de Corazón.
Sentía los latidos de estos, pero no del órgano llamado Corazón, sino del sentimiento
llamado corazón.
Gracias a la magia de Afrodita, cualquier persona que tocara el objeto oiría el nombre
de por quien latía el corazón de la persona en la que se pensaba en ese momento. Es
decir, con pensar en cualquier persona, podías saber a quien amaba sobre todas las
cosas.
Y semejante don, circulaba entre los humanos desde hacía 200 años, porque Afrodita había
decidido que aquel maravilloso objeto debía circular entre las personas: el que no
descubriría que era correspondido, descubriría que no lo era y se libraría de que le
rompieran el corazón más adelante. Afrodita creyó que sería útil y que la humanidad lo
agradecería.
¿Pero... y si se hacía con él un hombre que no fuera humano? ¿Alguien que le faltase
corazón, bondad y cualquier sentimiento parecido? A Afrodita, quizás ingeniosa, pero
demasiado inocente, no se le ocurrió, pensó Gabrielle, por eso se hayaban en aquella
situación.
Kambara se había hecho con aquel objeto, ahora arma, y era capaz de utilizarlo, para,
adivinando a quien amaban sus enemigos, secuestrarlos y conseguir todos sus objetivos.
De esa forma sus terrenos, riquezas y posesiones, se extendían peligrosamente al norte
de Pilos.
Por eso, a las afueras de la ciudad, cerca de las murallas, Gabrielle esperaba junto a
Xena y una de las últimas víctimas de Kambara, Limus, a la mañana para entrar. Este
último había perdido a su hermana, casada con un noble, dueño de pequeños territorios
que le habían interesado a Kambara. Asi que Limus corrió a buscar a ambas guerreras.
Por lo que ellas sabían, aquel noble, descendiente de reyes, aun no había entregado sus
tierras y eso hacía que su mujer, y hermana de Limus, Taeta, corriera peligro durante
el cautiverio de ese animal.
EL campamento que habían construido apenas estaba formado por sus sábanas y un toldo
sobre ellas, y rodeándolas, sujeto por palos, para evitar el frío. Habían llegado hasta
allí en un cansado viaje en barco, asi que nada más construir el alojamiento, Limus
había caído frito. Pero sus compañeras de travesía, parecían algo más despiertas.
"Xena..." susurró Gabrielle.
"¿Aun estás despierta?" preguntó la guerrera sorprendida.
"¡Que va! Estoy dormida, pero te hablo en sueños!" respondió sarcástica, cuidándose de
no despertar al muchacho.
"Oh, en tal caso lo mejor para que dejes de hacerlo es no escucharte" bromeó la guerrera.
"Xena" se quejó la bardo, mientras ella sonreía.
"Dime" siseó.
"Me estoy helando de frío" musitó arropada entre sus mantas.
"¡Quejica!" contestó la Princesa Guerrera, que como única respuesta oyó el castañeo de
los dientes de Gabrielle. Respiró hondo y sonrió cómplice de la oscuridad; esa noche
sería deliciosa. "Anda, ven aquí" propuso. La bardo sonrió, lo había conseguido
rapidamente. Arrastró sus mantas con ella y se colocó junto a su Princesa Guerrera.
Solo eran amigas, y Xena lo tenía asumido aunque la amase a rabiar. Pero momentos como
aquel, en los que directamente Gabrielle proponía estar entre sus brazos, ella accedía
gustosa. La bardo se acomodó junto a ella, rozando su costado y la Princesa Guerrera
rodeó sus hombros con un brazo acercándola más a ella "¡Estás helada!"
"T-te lo he-e dich-cho" tembló.
"Ya no eres mi quejica, ahora eres mi hielo."
"¡Ey!" se quejó ella. "Por cierto," bromeó "¿soy tuya?" sonrió entre sus brazos.
Cualquier respuesta en esa situacián sería más que agradable, pensó Gabrielle.
Cualquier respuesta en esa situación sonaría con facilidad delatora, pensó Xena.
"Bueno" sonrió ella. "Eres mi amiga, eso si, ¿no?" preguntó.
"Siempre" contestó Gabrielle sonriendo y acurrucándose en sus brazos, donde rapidamente...
encontró el sueño. Pero Xena aun se quedó un rato despierta, observándola y sonriendo
tontamente, mientras acariciaba su cabello. Gabrielle había tardado tan poco en
conseguir parte de su calor, como en robarle el corazón. Entonces si pudo dormirse.
"Limus, ¡tranquilízate! Ya sabes lo que tienes que hacer y nosotras tambien, todo saldrá bien."
"Pero Xena..."
"¡Basta!" exclamó furiosa. Aquel adolescente en plena evolución la había despertado una
hora antes de lo acordado tan solo porque estaba nervioso. Y la guerrera, a
regañadientes había tenido que abandonar los brazos de Gabrielle. "Lo hemos tenido en
mente durante dos semanas. Es perfecto. Lo hemos repetido hasta la saciedad. Por lo
menos 20 veces. ¡Cálmate! Ya te descargarás en tu parte del plan, ¿de acuerdo?"
"Está bien. Perdona" se excusó. Xena asintió con la cabeza y girando sobre sus talones
se dispuso a andar hacia las mantas, pero vió como dentro de ellas Gabrielle se
desperezaba. Xena sintió ganas de acabar con Limus antes de acercarse a la barda.
"¿Dormiste bien?" preguntó Xena.
"Si" contestó Gabriellle con un bostezo y estirándose. "Pero volví a sentir frío cuando
te fuiste" sonrió, mirándola a los ojos.
"Quejica" sonrió con todo su amor.
Entre Xena y Limus habían formado una especie de cambiador, a base de mantas. Xena había
sido la primera en probarlo, y si bien había entrado vestida con su armadura, al salir
llevaba puesta una ceñida tunica roja, abierta por los hombros. Cuando se la hubo
colocado, llamó a sus dos compañeros, esperando ver que les parecía su traje de noble
romana, y obtuvo sus opiniones de curiosas formas:
"¿Qué os parece?" preguntó dando una vuelta. Limus comenzó a hipar nervioso ante tan
hermosa imagen, guardándose de babear, pero Gabrielle no tuvo tanta suerte. Primero se
perdió en sus perfectas curvas y después soltó una risa tonta, al estar turbada por la
belleza de su amiga, haciendo que Xena girara el rostro hacia ella:
"¿Gabrielle, que te parece? ¿Gabrielle?"
"Ah, oh, estás... estás muy convincente. Pareces una noble y pija romana."
"Perfecto" festejó la guerrera. "Entonces solo queda ir hacia la ciudad."
"Xena, ¿y yo?" preguntó la bardo. Ella tenía que hacerse pasar por su criada
esclavizada, y sin embargo no habían acordado ningun vestuario.
"Esto... no te enfades" siseó Xena rascándose la ceja. "Pero puedes pasar por una
esclava de una noble rica con tus ropas."
"¡¿Qué?!" preguntó enfadada.
"¡Te lo he dicho! No te lo tomes a mal" recordó. "Tus ropas son preciosas, y una noble
no querría junto a sí a una pordiosera. Si fueras mi esclava, te vestiría de forma
semejante" se excusó. Pero en su interior pensaba otra cosa: si ella fuese su esclava...
"Esta bien" refunfuñó Gabrielle. "Pero no olvides que no soy tu esclava, ¿eh? Solo me
hago pasar por ella..." siseó.
"De acuerdo, no me aprovecharé, ni te maltrataré... en demasia" bromeó, riendo, mientras
Gabrielle fruncía el entre cejo.
El mercader vigilaba al joven con desconfianza. Veía en sus ojos una chispa de picardía
y temía que intentara alargar la mano para quitarle algo del puesto. Y su fruta y el
dinero que esta le proporcionaba le era indispensable en aquellos negros momentos. Con
el guerrero que los regentaba, el lugar iba de mal en peor. Aquel hombre utilizaba el
dinero unicamente para dar poder a las tierras que misteriosamente conseguía a una
velocidad trepidante. Pero a él, eso le daba igual, no era quien para preocuparse de
los asuntos de estado. Él se preocupaba de su fruta.
Volvió a mirar al joven y este le sonrió poniéndose frente a él. Como si estuviesen
jugando. Aumentó su sonrisa. Y antes de que el hombre pudiese gritar, el joven corría
con tres manzanas en las manos.
Al grito de "¡AL LADRÓN!" alertó a dos guardías que salieron detrás del muchacho en su
lugar pues no podía abandonar el puesto.
Los soldados cargaban con una armadura y el muchacho tan solo con manzanas, pero aun
así mientras atravesaban el patio del mercado, parecía que le alcanzarían. Extrañamente
le siguieron en su recorrido, hasta llegar a las afueras del palacio del magnate del
pueblo.
Llegado a ese lugar el muchacho aumentó la velocidad, amenazando con dar esquinazo a
los guardías entre la multitud que había frente a la puerta, hasta que una criada salió
oportunamente de entre la multitud y golpeó al chaval en las piernas tirándole al suelo.
Los guardías, derretidos y machacados por la carrera, rodearon al muchacho, mientras
uno de ellos se acercaba a la mujer, esclava de alguien, que había acabado con la
persecución. La miró: la joven mujer, aun teniendo el rostro cabizbajo, dejaba ver un
dulce rostro, pelo rubio cortito, quizás con reflejos pelirrojos, rematado con unos
preciosos ojos verdes.
"Gra... ci... as" murmuró el pobre mercenario. "¿Cómo te llamas?"
"No lo dirá si yo no se lo ordeno" siseó una voz dulce y fría al tiempo. La multitud se
abrió, dejando pasar por un pasillo humano a una bellísima mujer que lo merecía. Era
alta y dejaba ver su espléndida figura, que empezaba en sus delicados tobillos, pasaba
por su contorneada cintura y terminaba en las lindas curvas de su cuello, visible
gracias a un exquisito y sereno recogido. Llevaba puesto un sencillo pero seductor
vestido: de hecho toda ella lo era.
Alcanzó a su criada y esta permaneció cabizbaja y sin decir nada. Aquella extraordinaria
noble miró a su alrededor, como evaluando el lugar donde se encontraba:
"Creo que te devuelve las gracias por su hazaña. Y su nombre... ahora no me acuerdo"
musitó Xena en su más fiel interpretación. "Pero es una gran doncella" sonrió.
"¿Podríais decirme que hago aquí?"
"Esperar a ser recibidas para la cena de dentro de tres días. Se os alojará en un
edificio, dentro de su jardín, a fin de..." parecía dispuesto a recitar todo un
discurso que se le había hecho memorizar. Pero Xena le hizo detener su monólogo,
negando con la cabeza. "¿Ocurre algo, señorita?"
"¿Te dice algo el nombre de Julio Cesar?"
"Mucho, señorita."
"Pues soy su prima" siseó con un falso orgullo, que no existía.
La situación de Xena y Gabrielle había cambiado radicalmente. Ahora las rodeaban diez
criadas a cada una y no se encontraban esperando fuera con el resto, sino dentro, en
una adornada y sobre cargada habitación. Y tan rápido como habían surgido los cambios,
apareció un hombre, en estado soporífero y tambaleándose. Le acababan de despertar de
la siesta. Pero tuvo la suficiente consciencia como para, mirando lascivamente a ambas
mujeres, relamerse los labios en un descarado y desagradable gesto. Pero en cuanto uno
de sus muchos criados se hubo acercado a él y le siseó algo al oído, su actitud cambió:
"No digo que no me sorprenda, pero vuestra visita es ante todo un placer" comenzó
mostrando un atisvo de modales que costaba creer que tuviese.
"Solo estoy yo, así que habla en singular" murmuró Xena dejando ver un carácter
orgulloso y arrogante.
"Si así lo deseas, te tutearé" sonrió el hombre. "Antes de nada, ¿Cómo te llamas?"
"¿No prefieres preguntar antes porque estoy aquí?"
"A un rostro tan bonito prefiero ponerle nombre antes que motivo."
"En tal caso me llamo Sofía."
"Curioso nombre."
"No tanto como Julio Cesar" siseó malévola. "Sabría agradecerte que fuéramos rápido al
nucleo del asunto" siseó.
"De acuerdo. En tal caso, sepamos el porque de tan maravillosa visita" siseó él en su
mismo tono. Xena iba a abrir la boca a fín de decir la historia que tenía ensayada,
pero él la interrumpió. "¿Delante de tu criada?" La guerrera giró la mirada hacia
Gabrielle, mirándola con una indiferencia que no sentía.
"Si. Para un viaje tan largo como el que he hecho, solo pude traerme a un sirviente. La
elegí a ella. Es mi doncella privada. Y es de confianza." remató. Pero todo aquello a
Kambara no le interesaba.
"¿Un viaje tan largo? ¿Habeis venido desde Roma?" cuestionó. "En tal caso no pienso
entreteneros más, Mañana hablaremos, hoy descansarás. ¿Te parece bien?"
"Si, ¿por qué no? Supongo que el asunto a tratar puede esperar" propuso aceptando su
idea. El chasqueó los dedos y al momento casi todos los sirvientes recogieron el
equipaje de Xena, antes de marcharse, acompañados por Gabrielle, hacia la habitación de
invitados. Sin embargo uno de ellos permaneció en la sala, esperando a Xena, quien aun
se entretuvo algo más:
"Nos veremos mañana" sonrió Kambara.
"Así lo espero" comentó Xena, saliendo trás el último esclavo.
"Yo prefiero el nombre de Sofía al de Julio Cesar" Xena se giró soniendo ante esa
inesperada galantería.
"¿Estas seguro?"
"Si, es más bello de oir y significa inteligencia."
"Pocos saben eso" murmuró complacida antes de salir de la sala. EL esclavo encargado
unicamente de guiar a la guerrera a su dormitorio, andó delante suyo hacia el aposento.
En la entrada del mismo pidió entrar sola, antes de abrir la puerta. Gabrielle la
esperaba con una sonrisa divertida y la amplió al decir:
"Me pido el lado derecho." Con su mano señalaba al tiempo una cama, la única de la
habitación.
"¿Volvieron a creer que...?"
"Mas o menos" la interrumpió Gabrielle. "Dijeron que mi habitación estaba con la del
servicio, en el último piso y contesté que seguramente tu preferirías tenerme aquí."
"Mejor, así no dormiremos cada una en una esquina de este inmenso edificio, y Kambara
se abstendrá de intentar ligarnos a alguna de las dos" sonrió Xena. "Mañana, después de
hablar con Kambara, bajaremos a los calabozos a hablar con Timus."
"El pobre está ahí" recordó Gabrielle. "¿No podriamos bajar hoy?" Los dientes de Xena
rechinaron. Aun no teniendo derecho, no pudo evitar sentir celos ante la atención de
Gabrielle hacia el muchacho.
"No" dictaminó enfadada. "Quiero decir, que sería arriesgado y demasiado delatador.
Ademas tengo una cuartada preparada para mañana" resumió.
El resto del día pudieron aprovecharlo instalándose y descansando, excepto Timus, que
realizaba su parte del plan desde las mazmorras. Tenía que conseguir toda la información
posible sobre los demas prisioneros y las instalaciones donde los mantenían. Y si le
era posible, sobre los rehenes aristocráticos y nobles. Y parecía que no le iba a ser
difícil llegar a esos datos. Junto a él, en la celda había trece personas más y hasta
donde él alcanzaba a ver, había seis celdas más, casi igual de saturadas. Debían de
tener en aquellas jaulas a todos sus prisioneros comunes: Ladrones, carteristas y
alborotadores. Excepto una de las celdas, que solo contenía a tres altivos hombres,
vestidos como todos, pero con algo distinto.
Basto despertarse para segundos despues ya estar dedicándose a su actividad preferida:
Gabrielle. Apenas la separaban de ella quince centímetros y durmiendo en la misma cama
sentía su calor y su dulce olor. Sonrió tontamente y bostezando se imaginó de nuevo que
Gabrielle en verdad era su esclava y no su inalcanzable amiga. Una sonrisa muy pilla,
se coló en sus labios. Pero volvió a la realidad. Se estiró entre las mantas y salió de
ellas para vestirse. Apenas se había puesto a ello, cuando llamaron a su puerta:
"Adelante" pronunció. No pasó nadie, pero oyó el murmurllo de una hoja, deslizándose
por el suelo. Habían pasado por la ranura de la puerta un trozo de pergamino
cuidadosamente escrito:
SOFÍA TE ESPERO PARA DESAYUNAR EN MI COMEDOR. QUIZáS ENTONCES PODAMOS HABLAR. MIENTRAS
TANTO MANDÉ COLOCAR ROPA EN TU ARMARIO, PUES HE PENSADO QUE PARA ALIGERAR TU VIAJE, NO
HABRÍAS TRAIDO MUCHA. TE ESPERO.
KAMBARA
Xena, releyó la carta antes de acercarse al armario sigilosamente. Ya había oído y
visto a los sirvientes, mientras paseándose por la habitación la dejaban nuevas ropas,
alrededor de las seis de la madrugada.
Para bajar a desayunar escogió unos pantalones negros y una camisa de tela igual de
negra, pero muy suave. Aquel hombre podría ser un canalla, pero tenía buen gusto.
Antes de salir de la habitación, se fijó en Gabrielle. No iba a despertarla aun. Se la
veía tan delicada y feliz descansando tranquila como un ángel, que decidió subir más
tarde a por ella. Dejó la nota de Kambara y una suya donde le explicaba lo que iba a
hacer, encima de su almuhada.
Cerró la puerta y bajó.
Desde el pasillo que recordaba haber recorrido el día anterior, se olía un rico aroma:
bollería y dulces se mezclaban en el aire, y más tarde en la mesa central de un
precioso comedor, como pudo comprobar al entrar. Sobre la mesa había bebidas, bollos,
fruta y más manjares, y presidiendo aquel banquete, Kambara. La sonrió, y la invitó a
sentarse:
"Buenos días."
"Buenos días" repitió Xena.
"Con el estómago dulcemente lleno es como mejor se puede hablar, ¿no crees?"
No abarcaron el tema de conversación que Xena pretendía, hasta que el desayuno no fué
retirado y tan solo quedaron ellos dos y un par de humeantes tes. Entonces las
trivialidades quedaron apartadas y Kambara permitió que Xena expusiera la razón de su
visita:
"No solo tus enemigos se han dado cuenta de tus progresos en cuanto a territorios y
poder. Cesar se ha dado cuenta de la magnitud de tu poder y tambien de que sigue
aumentando."
"¿Y cuál es su opinión?"
"Que eres un inteligente estratega. Y podrías ser aun mejor aliado. ¿Qué te parece?"
"¿Qué se propone exactamente?"
"Cesar quiere empezar por una embajada" le informó. "Sería un terreno, una zona que le
pertenecería. Cada vez que necesitases algo, Julio querría que fueras allí a pedirlo.
Sería como un contacto directo con Roma. ¿Qué te parece?"
"Que es demasiado bueno."
"Cuando algo parece demasiado bueno, no es real" sonrió ella. "Todo tiene su truco."
"¿Y cuál es el de esta oferta?"
"Yo. Tengo que evaluar la ciudad. Comprobar que realmente vale la pena el sacrificio de
la embajada, que este lugar tiene la calidad necesaria."
"Me parece una buena oferta. Y si que se lleve a cabo solo depende de que tu des el
visto bueno, estoy dispuesto a mostrarte lo maravilloso de esta ciudad" Xena sonrió
complacida, al tiempo que se levantaba de la mesa.
"Llamaré a mi doncella, para que nos acompañe, y bajaremos a reunirnos contigo dentro
de un rato, ¿si?" Y con esas palabras y la aprobación de Kambara, desapareció camino a
los dormitorios.
Hacía sol y eso favorecía a la ciudad al resaltar la belleza de la misma. Siendo ademas
día festivo la calle estaba llena de tiendas, puetos y gente, entre ellos niños. Pero
toda la alegría y revolución que había en las calles, se paraba momentaneamente al ver
pasar siete majestuosos caballos, cuatro montados por cuatro guardías rectos y en
alerta, dos por dos bellas extranjeras y uno por el gobernante del lugar. Las personas
se apartaban para dejar paso, y se arrodillaban como muestra de respeto.
Aun no habían alcanzado la hora de comer cuando seguían visitando la ciudad, sobre sus
monturas. La localidad tenía varios templos a cada cual más bello y los edificios
gubernamentales y ociosos, como un foro o un teatro, podían alcanzar en coste al
palacio de Kambara. Más de una vez Xena preguntó de donde conseguía dinero para aquellas
estructuras, pero solo conseguía como respuesta una sonrisa y un cambio de tema. Así
que sin llegar a hacer averiguación alguna, alcanzaron el medio día y los límites de la
ciudad, con lo que Kambara propuso volver al palacio:
"¿Tan pronto?" preguntó la guerrera.
"Creo que esto es todo lo que puedo enseñarte. ¿A dónde más podemos ir?" inquirió
Kambara, mirándola espectante
"Al reflejo del pueblo y el soberano."
"No te entiendo."
"La prisión" siseó ella. "Supongo que tendrás, ¿no?"
"Sí, por supuesto."
"Entonces vayamos. Allí, donde esta la alimaña del pueblo, es donde se ve como es
realmente la clase más baja de una ciudad."
"No te falta razón" sonrió él. "Iremos. Pero después de la comida, sino te parece mal."
"Perfecto" aceptó ella, mientras volvían a encaminarse hacía el castillo.
Eran típicas y simples. Estaban en los sótanos del castillo, acumulando toda la humedad
del mismo, lo que las hacía más lugubres. Eso, y los gemidos de los casi ochenta
prisioneros que podía haber allí. Y Kambara los mostraba con orgullo, como si fueran
trofeos. Y como tales, los tenía organizados:
"En esta fila de celdas, todas las de la derecha, hay ladrones, y según sus robos,
estan en unas u otras celdas."
"¿Todos estos hombres son ladrones?" preguntó Xena asombrada y mirando entre las rejas
de cada apartado.
"Todos. Algunos son peores alimañas que otros, pero todos son francamente repujnantes.
Como puedes ver, dentro de estas paredes está encerrada toda la porquería que pudiese
haber en mi ciudad."
"¿Retienes aquí hasta a los que han robado una misera pieza de fruta?"
"Si. ¿Te parece cruel?" pregunto él, preocupado.
"Para nada" musitó ella arrogante. "Solo era por casualidad. Porque supongo que
entonces estará aquí la alimaña detenida por mi criada, ¿no?" pensó como para si. "Ve a
buscar a ese descarriado" ordenó a Gabrielle. "Quiero ver que es de él" añadió sonriendo
a Kambara "¿Y las demas celdas?"
"En esta asesinos, en esta traficantes y usurpadores, en esta conspiradores, que
pretendían levantarse contra mi..." al pasar al lado de esta celda, sonrió a los presos
saludándolos burlonamente con la mano "... y aquí..."
"¿El pueblo no está contento con tu mandato?" preguntó Xena, dispuesta a meterle algo
de miedo.
"¿Qué?" preguntó espantado. "¡Que va! ¡Que va!" se dispuso a corregir. "¡Solo estos
imbéciles se atrevieron a conjurar contra mi!"
"Eso no es cierto, bella mujer" comentó uno de los hombres. "Puedo darle nombres,
lugares, y más cosas, y vería que hay millares de hombres que desean verle en el lodo,
ademas del atemorizado pueblo."
"¡¡Callate!!" ordenó fuera de sus casillas Kambara. "¡Y no mientas a esta mujer! Es
prima y enviada especial de Cesar."
"¿Cesar?" preguntó el hombre asqueado. "Ese hombre es peor que tu" dicho lo dicho
escupió al suelo, mostrando su desagrado. Xena sintió que aquel hombre iba a caerle
bien. Y aquel hombre no entendió como pudo ver en los ojos de aquella aristócrata, una
chispa de picardía al oir su comentario.
"Creo que se de alguien que no va a comer en una temporada" siseó malévolo Kambara.
"Sofía, te ruego que no le hagas el menor caso. Es un pobre desesperado que se agarra a
cualquier oportunidad que cree tener" le excusó. "Vayamos a ver a la sabandija que
detuviste, ¿quieres?" preguntó tendiendo su brazo.
"¡Gabrielle!" siseó feliz Timus. "No sabría cuando conseguiriais bajar" sonrió.
"Pues aquí estamos, pero baja la voz y disimula."
"De acuerdo, de acuerdo" aceptó. "¡Pero... pero... es que he visto a mi hermana!"
anunció eufórico.
"Shhhh" insistió Gabrielle. "¿Dónde? ¿Cuándo?" preguntó cautelosa, pero partícipe de su
alegría.
"Y ella me vió a mi. Lo se por como sonrió" insistió él. "Detrás de esa puerta al fondo
del pasillo, mantienen a los nobles. Me asomé cuando anoche les llevaron la cena. Y
entonces la ví" resumió feliz y señalando un portón, que había al fondo del pasillo. "Se
acercan, Gabrielle" murmuró mirando tras la espalda de la bardo. "Antes de nada, te digo
que no se más" tras eso calló y bajó la mirada, mientras las dos siluetas de Xena y
Kambara se colocaban frente a él, delante de Gabrielle.
"Asi que entablando amistad con el ladronzuelo, ¿eh?" preguntó Xena.
"Si, pero no vale la pena hablar con él. Solo es un niño, que aburrido de su casa se ha
escapado de ella. No hay más que contar" murmuró, como haría una correcta esclava, pero
dándole a entender en indirectas, que tenía la información que necesitaban.
"Asi que es un ser inútil" insistió, para confirmar la indirecta de la bardo.
"Completamente" dijo Gabrielle, que aprovechando un despiste de Kambara le señaló la
puerta del final del pasillo, con la mirada.
"¿Nos vamos?" preguntó Kambara, tendiendo su brazo de nuevo.
"Claro" aceptó Xena. "Pero antes, ¿qué hay trás esa puerta?"
"Na... nada, solo armas y municiones" siseó bajito, a fin de que ninguno de los presos
le oyese y pudiera decir la verdad. "Marchemos a cenar" pidió inseguro, haciendo
sonreir burlona a Xena. Habían dado con algo.
Continuará...