El sentimiento era inconfundible. El suave vello de su nuca se erizó ante la alerta de
saberse observada.
Xena golpeó el pedernal en su mano con renovado vigor, entonces bajó el rostro y sopló
en las astillas que habían capturado la chispa. Un débil brillo se elevó haciendo su
camino desde el césped hasta las puntas entrecruzadas de los leños que había apilado.
Con un pausado desenvolvimiento de su cuerpo, se elevó hasta ponerse de pie. Y fuera de
lo usual, verificó el perímetro del campamento, pero sabía que era mejor no depender de
la vista una vez que el sol se había metido en el horizonte. En vez de ello, enfocó su
mente en otro sentido: escuchó.
Cuando oyó las suaves pisadas de un caballo que provenía de las sombras de los árboles,
sacó su espada de la funda. Su armadura estaba tendida sobre el suelo junto a sus pies,
pero no había tiempo para molestarse en volver a colocársela.
-¿Quién está allí? -demandó, e inspeccionó la oscuridad con una creciente expectación de
una pelea vespertina.
Después de un largo silencio, un conjunto de sombras pareció relucir con movimiento.
Una familiar voz exclamó:
-Sólo soy yo.
-¿Gabrielle? -aunque, Xena no bajó la guardia. Un oscuro timbre en el tono de voz de su
amiga activó su sentido del peligro.
-Me cansé de estar esperándote en la posada -había solamente un suave susurro del
crujir de la maleza, cuando una figura emergió desde los árboles, guiando a un caballo
por las riendas. La débil luz de la luna menguante caía sobre las formas dibujando sus
siluetas mientras se aproximaban al campamento. Entonces, Xena se cuestionó, ¿Gabrielle
había adquirido la habilidad para andar con paso cauteloso por un bosque de noche?
-No debiste seguirme -dijo Xena, pero su ira se fue transformando por una creciente
inquietud. Y resistió la tentación de enfundar su hoja-. No estás lista para participar
en este tipo de combate.
Con un crujido de advertencia, la madera que había recogido finalmente se incendió y el
fuego formó un circulo de luz alrededor del campamento. La figura que se estaba
aproximando se detuvo justo afuera del área iluminada, pero Xena pudo vislumbrar el
reluciente cuero y tiras de metal. El agarre sobre su arma se apretó.
-¿Dónde conseguiste esa armadura? Sin mencionar al caballo.
Había aspereza en la sonriente respuesta, lo que le restó gracia.
-Oh, bien, ésa es una larga historia -la intrusa se adelantó revelando su rostro. Era
el de Gabrielle.
Pero entonces se acercó aún más, y Xena siseó con sorpresa. Incluso con las danzantes
llamas de la fogata pudo esbozar las líneas de la edad sobre el rostro ante ella. Miró
fijamente en los ojos de la mujer y vio un duro destello que no había estado ahí antes.
-Tú no eres Gabrielle. ¿Dónde está ella?
-No te preocupes, está segura, dormida cómodamente en la posada donde la dejaste -
desatendiendo cualquier peligro, la mujer caminó más allá de la espada alzada de Xena,
llevando a su caballo hasta un lugar junto a Argo. Ató las riendas a una rama baja.
Entonces, con practicados movimientos, retiró la silla de montar, sacó un cepillo de una
alforja, y comenzó a atender a su caballo-. Sí, Gabrielle se quedó en la posada durante
días, esperando pacientemente hasta que escuchó las pisadas de los caballos de un
ejército que regresaba. Entonces corrió hasta afuera y se sujetó alrededor de una
columna, sujetándose a sí misma en contra del movimiento de la multitud que aparecía
por montones en las calles para dar la bienvenida a los soldados. Pronto la noticia se
extendió, de que el Rey Miklos había sido el vencedor. Eso no fue ninguna sorpresa.
Después de todo, ¿quién podría perder con Xena peleando de su lado?
El ritmo y cadencia de su discurso era un extraño eco del de Gabrielle; el tono lúgubre
e irónico no lo era.
-¿Quién eres? -preguntó Xena.
La mujer miró por encima de su hombro.
-¿No estás cansada de sujetar esa espada?
Después de considerarlo un momento, Xena se tranquilizó y envainó su arma.
-Te hice una pregunta. ¿Quién eres?
Regresando al cuidado de su caballo, la desconocida dijo:
-Así que Gabrielle buscó a Xena en el frente de las tropas, y luego junto al rey cuando
su séquito pasó. Y la buscó entre los soldados que vigilaban a los enemigos que habían
sido capturados. Pero aún no sabía de Xena. Finalmente, llamó a un hombre herido, uno
de muchos que venían rezagados hasta atrás del ejército, y le preguntó si había visto u
oído hablar del paradero de Xena. Él asintió y señaló a la larga línea de carros de
procesión que estaban en último lugar. Entonces, y sólo entonces, Gabrielle se dio
cuenta de que tendría que buscar entre las pilas de muertos para encontrar tu fracturado
cuerpo.
-No me importa mucho tu historia.
La mujer guardó el cepillo de nuevo.
-Nunca me ha importado mucho a mí misma.
Xena había notado los tonificados músculos sobre los brazos de la mujer cuando retiró
la pesada silla de montar de su caballo. Y cuando se quitó su armadura, su bien
entallada túnica reveló un torso que era igualmente musculoso. Era de la misma estatura
que Gabrielle, incluso la forma de sus huesos era la misma, pero era correosa y
compacta, sin las líneas curvas de una mujer joven. Alguna vez su cabello pudo haber
sido del mismo color del de Gabrielle, pero la trenza que se unía detrás de su cuello y
caía por su espalda estaba enlazada con finas tiras de blanco.
Aún, cuando la desconocida se alejó de los caballos, con un manta enrollada y metida
bajo un brazo, Xena contuvo su respiración ante la aguda sensación de reconocimiento
que su imagen evocó. No podía ser Gabrielle, aunque...
La mujer leyó la confusión de su rostro.
-He cambiado, Xena, pero tú eres exactamente como te recuerdo -entonces caminó con
grandes zancadas pasando a la guerrera y sacudió su manta en el suelo junto al fuego-.
¿Estás lista para el resto de la historia?
Esa fue una frase familiar, una que Xena había escuchado a penas ayer. Podría no haber
ningún error.
-¿Gabrielle?
-Por supuesto, no hay suficiente tiempo pare decirte todo lo que me ha pasado desde que
moriste -dijo la mujer que era Gabrielle mientras se acomodaba en el suelo. Empezó muy
ligeramente mientras Xena se sentaba cerca, al lado suyo; luego cayó el silencio, como
si perdiera su lugar en el relato.
-¿Cómo es que estás aquí? -apuntó Xena.
La mujer se encogió de hombros, recobrando la compostura.
-Las viejas leyendas me mostraron el camino. Pasé diez años buscando ciertos artículos
adorados por los dioses, negociando cada uno a un dios a cambio de un favor con el cual
poder acudir a otro dios, hasta que finalmente pude hacerle una petición a Los Destinos
mismos. El favor especial por el que pedí no era uno que quisieran conceder, pero puedo
ser muy persuasiva y estaban en deuda conmigo.
Con un creciente sentimiento de sospecha, Xena dijo:
-Volver para apoyarme en el combate de mañana.
-Sí. Esta vez estoy lista. Esta vez soy una guerrera que puede proteger tu espalda.
-¿Una guerrera? -repitió Xena amargamente. ¿La inocencia de sangre de Gabrielle se había
perdido? Sus manos se apretaron en puños mientras buscaba en el extrañamente modificado
rostro alguna insinuación de la amabilidad que siempre había demostrado antes-. No. No,
tú ibas a ser una bardo, Gabrielle.
-También pensaba eso -la mujer se volteó para mirar fijamente el fuego-. Y traté de
seguir ese camino. Durante un año después de tu muerte, me negué a empuñar incluso hasta
mi bastón... pero había tanto que no pude decirte antes de que fueras asesinada, tanto
que ni siquiera me había dicho a mí misma, que no pude pasar más allá del silencio
entre nosotras. Mis historias murieron dentro de mí. Todas ellas. No podía olvidar que
debí haber estado a tu lado ese día.
-¡No! ¡No estabas lista para luchar en esta batalla!
-No estaba lista para enterrarte, tampoco -se encontró con la fija mirada de Xena otra
vez, y dijo con voz llana y dolida-; Fui yo quien lavó tu cuerpo antes de que fuera
envuelto para el viaje hasta Amphipolis. Le pagué tres dinares al mesonero para que me
dejara colocarte en el piso del establo de la posada. Estabas cubierta de sangre...
tanta, que tomó dos baldes de agua para limpiarla toda. Algunas de las heridas eran tan
profundas que tuve que jalar retazos de tu ropa de cuero para sacarlos de ellas.
-Gabrielle...
-Lo recuerdo todo. Había una herida aquí... -extendió una mano para tocar ligeramente un
punto en el costado de Xena-, y otro aquí... -tocó la superficie del hombro de la
guerrera-, pero la que te mató fue...
-Detente -Xena retuvo la mano de Gabrielle en la suya y la sujetó fuerte-. No hagas esto.
Gabrielle se estremeció. Su voz se quebró cuando dijo:
-Y todas las veces que toqué a una mujer, pensé en ti... me preguntaba cómo habría sido
hacerte el amor, porque todo lo que alguna vez conocí fue el tacto frío de...
-¡Basta! -Xena cortó el torrente de palabras jalando a Gabrielle dentro de un feroz
abrazo. Esperó incluso mientras el cuerpo en sus brazos se movió con una frágil
resistencia al confort-. Está bien. Estoy viva, y voy a quedarme de esa manera.
Y siguió abrazándola hasta que el temblor de los miembros de Gabrielle le indicó que su
rígido control se estaba haciendo añicos. Sus sollozos eran secos y agudos, tanto que
eran como un derrame de agotamiento y alivio mientras sentían la pena.
Cuando la tormenta hubo pasado, la mujer que estaba acunada en los brazos de Xena ya no
era más una desconocida. Los pliegues grabados en su rostro se difuminaron en finas
líneas, así como los tensos músculos de su cuerpo se ablandaron cuando se acomodó
contra el pecho de Xena. Incluso su silencio era familiar, originado en uno de esos
extraños momentos de satisfacción que detenían su usual desbordamiento de palabras e
ideas.
En algún punto los confortantes toques que Xena había usado para tranquilizarla... el
acariciar de su cabello, el ligero beso en una mejilla... se quedaron, convirtiéndose
en caricias, y en respuesta una tensión regresó a los brazos de Gabrielle mientras se
abrazaba con fuerza. El deseo se escapó de sus cadenas tan sigilosamente que sus labios
se encontraron con los de Xena antes de admitirse lo que estaba haciendo. La susurrante
voz de su conciencia la instó para que se retirara del beso, de algún modo eludir lo
que estaba a punto de ocurrir, así que fue Gabrielle quien lo rompió primero.
-No -dijo Gabrielle, con un grito entrecortado-. Una vez me dijiste, "no cambies, me
gustas justo de la forma que eres". Pero he cambiado. No soy la...
Xena puso un dedo sobre los labios de Gabrielle para detener su confesión.
-Me has amado más allá de la muerte. ¿Realmente piensas que no puedo amarte en vida? -y
sabía que nada podría apartarla para tratar de borrar la atormentada mirada del rostro
de Gabrielle. Reanudó su beso con un fervor más grande del que se hubiera admitido antes,
dejó sus manos pasear libremente y fue recompensada cuando vio la pasión encenderse en
los ojos de Gabrielle.
La ternura cedió paso a una urgencia que era menos que gentil, menos que paciente. Se
desnudaron una a otra del cuero y la tela, y dejaron a sus cuerpos llenar la brecha de
años que había entre ellas. Había tantas historias sin contar en el contacto de
Gabrielle; era hábil dando placer. Pero su propia necesidad finalmente agobió sus
avanzadas, y se sintió torpe e incómoda, temblando en anticipación a la próxima caricia
de Xena. Cada beso, cada deslizamiento de su mano y lengua cruzando su piel, era una
respuesta para una pregunta que se habían hecho solamente en sueños, nunca de una a otra,
y este nuevo lenguaje corrió por ambas más allá de toda área de pensamiento, más allá de
la expectativa.
Susurrantes palabras se agudizaron en gritos que se unieron en una sola voz, aumentando
y recayendo al mismo ritmo del movimiento de sus caderas. Entonces, por sólo un dulce
momento, estuvieron perdidas dentro de sí mismas y dentro de la otra, ajenas a todo,
pero los vibrantes arcos que formaban los dos cuerpos se unían como uno.
Cuando finalmente se separaron, para yacer tendidas lado a lado y dejar que la calidez
de la fogata secara el sudor de su piel, Gabrielle dijo:
-En todo ese tiempo que estuvimos juntas, ¿por qué te contuviste? Debiste haber sabido
que estaba enamorada de ti.
Con un suave suspiro, Xena lo admitió a sí misma, tanto como a Gabrielle.
-Sí, lo sabía -sus dedos trazaron la tenue y blanca línea de una cicatriz que cruzaba el
muslo de su compañera. Esta mujer era una guerrera, así que quizás podría comprender
mejor que una joven bardo-. Cuando nos vimos por primera vez, mi rabia estaba tan a
flor de piel que no me confié a mí misma ninguna emoción.
-¿Y después de ello?
-Eras tan joven...
-No tan joven -Gabrielle dijo firmemente-. Tenía la edad suficiente para saber lo que
quería, la suficiente para preguntarme por qué no podías corresponder a mi amor.
-Lo hice... lo hago... es sólo que... -ésta era una confesión más difícil, una que Xena
a penas podía expresar en un susurro-. Tengo mucho por enmendar. ¿Cómo puedo justificar
tener esta clase de placer en la vida?
-¿Y cuánto tiempo te tomará esta enmienda? -exigió Gabrielle. Cuando Xena se quedó en
silencio, dijo-: Recuerda, también das placer cuando amas a alguien. Y cuando te niegas
a ti misma ese placer, también me lo quitas.
Xena tomó aliento ante esa cruda verdad, y Gabrielle usó su ventaja con una nueva
demanda.
-Cuando regreses con la Gabrielle que te está esperando, no te contengas más. Hay tan
poco tiempo incluso en la vida más larga. No malgastes un momento de ella; y no la dejes
malgastarlo, tampoco.
-Lo siento.
-No más disculpas -Gabrielle deslizó sus brazos alrededor de la cintura de la guerrera.
Atrajo a Xena más cerca, y empezó a colocar un sendero de cálidos y lánguidos besos a
lo largo de su cuello y hombros-. No más palabras.
Y no había nada más, solamente el suave murmullo de suspiros mientras entrelazaban sus
miembros y empezaban una lenta danza de renovado deseo. Cuando el aire de la noche se
volvió frío, se envolvieron en una manta y dormitaron, pero sólo hasta que un pequeño
movimiento las despertó para explorar mutuamente sus cuerpos otra vez.
Todo fue demasiado rápido, la agonizante fogata les advirtió que se acercaba el amanecer.
Y antes de que la línea del horizonte pudiera aclararse, las dos mujeres se separaron
renuentemente y se levantaron para hacer sus preparativos. A pesar del tiempo pasado,
Gabrielle hizo fácilmente su rutina de deshacer el campamento y ensillar los caballos.
Y cuando Xena se estiró para tomar su peto, Gabrielle se movió rápidamente para
quitárselo.
-Hey, éste es mi trabajo, ¿recuerdas?
Xena expresó con una sonrisa su consentimiento, pero aún cuando permaneció quieta,
temblaba con el roce ocasional del frío metal. La sonrisa se desvaneció.
-No importa lo que pueda pasarme, tengo que ir a esa batalla.
Gabrielle asintió.
-Comprendo. Le diste tu palabra al rey -abrochó los enlaces del hombro, entonces se
movió para ajustar los de la cintura-. Además, la victoria fue difícil de conseguir ese
día. Miklos estaba gravemente herido y la mayoría de sus generales fueron asesinados.
Sin ti, probablemente habría perdido su reino.
-Gabrielle, un guerrero no hace mucha diferencia.
-Sólo cuando el guerrero es Xena -dijo la mujer con una sonrisa perspicaz. Dio un tirón
final para evaluar el ajuste de la armadura, luego retrocedió-. Hecho.
-Es mi turno -dijo Xena.
-¿Qué?
Agachándose al suelo, Xena levantó la armadura que pertenecía a Gabrielle.
-Dije que es mi turno -e instó a su compañera para que se moviera más cerca.
Un arrebato de color llenó las mejillas de Gabrielle, pero se aproximó.
-No te muevas -la reprendió Xena, y después de que Gabrielle se había congelando
debidamente en su lugar, cuidadosamente deslizó el peto en el cuerpo de su amante.
Entonces, con las manos todavía moviéndose lentamente en su lugar, Xena presionó sus
labios con la boca de su amante, añadiendo un agridulce final a un antiguo ritual.
Cuando finalmente se separaron del beso, Gabrielle extendió la mano para acariciar el
rostro de la guerrera.
-Xena... ésta fue la cosa más correcta que pude hacer. Recuerda eso.
-¿Qué quieres con...?
-No -dijo la mujer con una sacudida de su cabeza-, no puedo explicártelo ahora. Sólo
recuérdalo.
Xena frunció el ceño preocupada y dijo:
-Está bien, lo haré -la tentación de besar a Gabrielle una vez más fue tempestivamente
frustrada por el sonido de impaciencia de Argo, y el intranquilo patear de las pezuñas
de caballos las exhortó a apurarse.
Xena había guardado la última de las mantas del campamento en una alforja cuando vio a
Gabrielle sacar una espada del brezal de su montura y pasar los dedos ligeramente a lo
largo de la hoja para verificar el filo de su borde.
-¿Dónde está tu bastón? -demandó Xena antes de poder detenerse.
Ojos verde bosque conocieron su fija mirada y la sostuvieron sin estremecerse.
-Guardado. No lo necesitaré hoy -con habilidad practicada, Gabrielle deslizó la espada
a su lugar en la espalda. Entonces, sujetándose de las riendas de su montura, saltó
fácilmente a la silla de montar-. Es hora. Vamos.
*****
La primera luz del amanecer reveló el rastro que perseguían. Un difícil camino que
bajaba por el sendero de una tortuosa montaña las llevó hasta el corazón del valle donde
Miklos estaban reuniendo su ejército, jerarquías de guerreros con expresiones sombrías
determinados a defender su región contra la invasión. El guerrero que había prometido
conquistarlos estaba reuniendo a sus mercenarios sobre una loma alta del sur.
La mayor parte de las fuerzas del rey estaban concentradas en proteger el camino
principal que cruzaba por la frontera del territorio, pero Xena y Gabrielle decidieron
reforzar el débil flanco izquierdo para bloquear otro paso menos transitado del valle.
Si el límite era pasado, los pueblos indefensos de más allá serían invadidos por el
enemigo. Debido a que el suelo que defendían era demasiado turbulento para el combate a
caballo, Xena se vio forzada a encargar a Argo con un joven niño pastor que prometió
poner a sus corceles a salvo.
-Verifica sus pezuñas a menudo -Xena ordenó severamente-. Esta es un área rocosa. No
quiero que se lesione.
-Y sin importar qué tanto hagas, no enredes las riendas -farfulló Gabrielle con una
baja respiración, sólo lo suficientemente fuerte para que la guerrera la escuchara. Los
labios de Gabrielle formaron una sonrisa irónica-. Oh, sí, lo recuerdo todo.
No hubo tiempo para una réplica. Un estruendoso coro de gritos de guerra anunció el
principio de la lucha, las dos mujeres viraron y se prepararon para el primer violento
ataque de guerreros que se apresuraron sobre una colina cercana. En unos minutos estaban
rodeadas por el destello y el resonar de las armas que esgrimían.
Librándose de su primer atacante, Xena alcanzó a ver a un hombre que se arrojó contra
Gabrielle. Mas para su alivio, su amante eludió el golpe fácilmente, pero Xena no estaba
preparada para el próximo movimiento de la mujer: arremetió hacia adelante. Xena miró
con horror cuando Gabrielle clavó su espada a través del pecho del hombre, luego apartó
el cuerpo de su hoja con un pie.
-¡Cuidado! -gritó Gabrielle repentinamente.
Xena volvió a enfocar en el momento justo para agacharse bajo un vaivén de espada que
apuntaba a su cuello. Arremetió contra su pierna y pateó a su adversario mandándolo al
suelo. Entonces, cuando ella y Gabrielle tropezaron con más guerreros, su compañera le
gritó por encima de su hombro.
-Deja de preocuparte por mí. Puedo cuidarme a mí misma -y lo demostró con un corte
radical que envió a su agresor tambaleándose con un brazo gravemente herido.
Rápidamente pusieron ritmo y cadencia a su unión. Puestas espalda con espalda,
derribaron a todos los que se aproximaban a ellas. Sin embargo, mientras más y más de
los hombres del rey caían, ellas iban quedando gradualmente aisladas de la fuerza
principal. Sola, Xena habría estado abrumada, pero estar juntas, ella y Gabrielle, la
mantenía firme. Evadieron, empujaron y cortaron hasta que no hubo más guerreros de pie
alrededor de ellas.
-Bien, parece que lo hemos logrado -dijo Xena con voz entrecortada de alivio. Bajó su
hoja para dejar el brillo de sangre escurrir por la punta.
Gabrielle agitó la cabeza. Su cuerpo todavía estaba tenso, su espada todavía levantada
para la defensa.
-La batalla no ha terminado. Aún no estás a salvo.
-Pero ya no hay nadie más con quien pelear.
-Aún no... -con el ceño preocupado, Gabrielle estudió el horizonte, y luego apuntó un
dedo hacia el suroeste-. ¡Allí! -gritó, justo cuando una nueva ola de merodeadores
entraron en el panorama.
Otro feroz combate seguía, pero uno contra el que las dos mujeres lucharon con la misma
eficiencia despiadada de antes. El miedo que crecía en los ojos de sus enemigos indicó
una vuelta en el rumbo de la batalla. Entonces, desde la distancia, se oyó el sonido de
un cuerno zumbando que indicaba la retirada. Cuando los guerreros contrarios empezaron
a romper filas y a correr, Gabrielle desvió una espada que bajaba para golpear la
espalda de Xena. Un giro de la hoja de su propia arma cortó abriendo la garganta del
hombre que había atacado a su amante.
Cuando cayó sobre el suelo, Gabrielle gritó con triunfo.
-¡Ése era! ¡Ése era el último golpe que pudo haberte matado!
Xena giró alrededor para mirar fijamente al guerrero moribundo.
-¿Cómo puedes estar tan segura?
-Yo sólo... lo sé -el rostro de Gabrielle se contorsionó con dolor-. Xena...
Ella extendió la mano, pero cuando sus dedos rodearon el brazo de Xena, la guerrera no
sintió presión. No pudo sentir el contacto de la mano ni siquiera sobre su piel desnuda.
-¿Gabrielle? ¿Qué está ocurriendo?
-Me estoy desvaneciendo -dijo Gabrielle en un susurro hosco-. Esta vez sobreviviste a
la lucha. La mujer que enterró tu cadáver no existe más -su imagen se rizó de la misma
manera que un estandarte ondeando por la brisa-. Los Destinos están rehilando el tapiz
de nuestras vidas.
-¡NO!
No me olvides...
Las palabras resonaron en la mente de Xena, no en el aire. Y quedó sola en el campo de
batalla.
*****
El nudo frío de temor que había comenzado en su estómago estaba creciendo. Si no se
movía ahora, la abrumaría. Y tuvo que moverse. El sol casi estaba tocando el horizonte.
Pronto no hubo la suficiente luz para la labor que enfrentó.
Tomando una honda respiración, Gabrielle aflojó las manos del corrugado poste que, más
temprano, había sido su ancla contra la corriente de personas que habían arrasado
alrededor de ella ese día. Se forzó a sí misma a mirar la hilera de carros de áspera
madera alineados a lo largo del otro lado de la calle. Con paso inseguro se dirigió
hacia ellos, luego a otro.
No está ahí. Puedo mirar, pero no encontraré su cuerpo, porque todavía está viva...
en algún sitio...
La calle estaba en silencio ahora, vacía excepto por los dos vigilantes que hacían
guardia sobre los guerreros caídos. Los sonidos de la ciudad por la celebración de la
victoria resonaban desde el interior de las posadas, tabernas y casas. Ahí no había más
gemidos ni lamentos de las mujeres y niños que hurgaban en su camino entre los cuerpos
de los carros; las familias se habían llevado al último de sus muertos hace una hora, y
solamente los que no tenían amigos habían quedado sin reclamar.
Excepto, tal vez, en último lugar...
-¡Gabrielle!
Se congeló en su lugar, sin aliento, luego anduvo por alrededor para buscar por la
larga avenida una vez más. Esta vez vio a Xena haciendo su camino lentamente por en
medio de la calle, llevando pacientemente a una Argo que cojeaba desigualmente detrás
de ella. Gabrielle se las había arreglado para calmar su respiración al tiempo que se
aproximaba, pero su voz aún temblaba cuando dijo:
-Oh, allí estás. Me estaba preguntando cuándo aparecerías.
-Lo hacías ¿huh?
-Bien, es tarde, y me estoy muriendo de hambre. Estaba a punto de ir... -su voz la
traicionó, extinguiendo su intento de indiferencia.
Trató de voltearse antes de que Xena pudiera darse cuenta de su angustia. En vez de
ello, de algún modo, se encontró envuelta en los brazos de la guerrera. Sólidos y
fuertes brazos que eran cálidos al tacto; brazos que desecharon el temor y las imágenes
medio formadas de carne resquebrajada. Con su rostro enterrado contra el hombro de Xena,
finalmente pudo susurrar:
-Estaba tan asustada de que no volvieras.
-Sí, lo sé -dijo Xena. Y el beso que depositó contra la mejilla de Gabrielle aceleró el
latido del corazón de la joven mujer de un modo que se parecía al miedo, aunque era
alguna otra emoción completamente. Ese suave roce provocó un mar de hambre dentro de
ella que quedó incluso después de que el abrazo había terminado.
Gabrielle sofocó el escalofrío de anticipación que amenazó con correr a través de su
cuerpo. Por qué esta noche habría de ser diferente a todas las otras noches que habían
pasado durmiendo lado a lado pero sin tocarse. Nada había cambiado. No había razón para
esperar que esta vez el desabrochar la armadura de Xena pudiera marcar un preludio a su
atardecer, en lugar de sólo el fin del día.
Y con todo, mientras ella y Xena daban un paseo juntas calle abajo en agradable silencio,
Gabrielle sintió su convicción crecer más fuerte. Esta noche sería diferente...
por fin.
*****
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