Las estrellas brillaban; la luna, majestuosa, les hacía coro. Era una cálida noche de
principios de julio; las dos amigas, en sus respectivas mantas de dormir, dormían
plácidamente. Bueno, a decir verdad, sólo una dormía; pues cierta belleza morena de
ojos azules observaba a una pequeña rubia de pelo rubio corto y ojos verdes, ahora
cerrados, perdida en sus sueños. La morena la miraba tiernamente, aunque en su mirada
también se observaba algo que sólo podía ser... ¿amor? Sí, amor; pues Xena, así se
llamaba la morena, amaba a Gabrielle, que no era otra que la pequeña rubia. La amaba,
más esa verdad la guardaba en lo más profundo de su corazón pues, si había algo en este
mundo que aterrorizara a Xena, era perder a Gabrielle; así, prefería tenerla como amiga
que revelarle sus sentimientos y que ésta la abandonara asqueada o, peor, que la
rechazara y siguiera con ella por lástima.
"Eres tan especial, Gabrielle", pensaba Xena, "¿Cómo alguien como yo con todo
el sufrimiento que ha causado, puede merecer que seas mi amiga siquiera? Y aún cuando
tengo esto, yo no me conformo; porque te amo, mi pequeña bardo".
Gabrielle, aún dormida, se revolvió en su manta a causa del calor, y ésta fue apartada
por su pequeña mano, dejando al descubierto el cuerpo de la rubia, que dormía en ropa
interior.
Xena, al verla, tragó saliva; aquello era demasiado para ella. No era que no hubiera
tenido ocasión de verla así antes o incluso completamente desnuda, pero nunca antes
había tenido ocasión de deleitarse con ese cuerpo que era, para ella, la belleza y
perfección personificadas; por lo general, en esos casos, apartaba rápidamente la
mirada, temerosa de que sus sentimientos pudieran traicionar a su razón e hiciera algo
que luego no tuviera remedio.
Pero ahora, estaba dormida, así que podía observarla el tiempo que quisiera sin
preocuparse.
Incapaz de contenerse, se arrastró al lado de su amiga y observó su perfecta figura: su
semblante apacible, mientras dormía; sus labios, ligeramente entreabiertos; sus
torneados abdominales; su gracioso ombligo; sus fuertes muslos; sus hermosas piernas...
Antes de que su razón la detuviera se había inclinado sobre la rubia y depositado un
tierno beso en sus labios.
-Te amo, Gabrielle -necesitaba decirlo, aunque ella no la escuchara.
De pronto, su mirada se congeló al encontrarse con unos ojos verdes que la miraban con
sorpresa.
-Xena... -dijo Gabrielle en un susurro.
-Gabrielle, yo... -dijo Xena con un hilo de voz- ... yo...
Xena se levantó, necesitaba alejarse y reflexionar sobre lo que iba a hacer ahora que
por fin se habían descubierto sus verdaderos sentimientos.
Justo cuando empezaba a alejarse, Gabrielle la llamó.
-Xena...
Xena se volvió y observó a Gabrielle que la miraba dulcemente, aún sentada sobre su
manta.
-Xena -insistió Gabrielle-, por favor, ven; tenemos que hablar.
"Ya está", pensó Xena, "va a decirme que no siente lo mismo, y si sigue
conmigo será por lástima. Yo quiero que siga conmigo por amor".
Mientras pensaba todo esto, Xena ya se había sentado junto a Gabrielle, quedando ambas
una frente a la otra.
-Cuando te conocí -comenzó a hablar Gabrielle-, me quedé fascinada por tu manera de
luchar, por tu fuerza... Desde ese momento supe que quería ser como tú, que quería
acompañarte.
Gabrielle hizo una pausa y miró a Xena quien, con la mirada, la animó a seguir.
-Después -continuó Gabrielle-, te fui conociendo; descubrí tu pasado, todo el daño que
habías causado. Después...
Xena cerró los ojos con dolor y bajó la cabeza. "¿Lo ves, tonta? ¿Cómo va a poder
amarte? ¿Cómo nadie va a amar a alguien como tú?", se dijo a sí misma.
Gabrielle alzó una mano y, tomando la barbilla de Xena, la obligó a mirarla.
-Después -prosiguió Gabrielle, mirándola con cariño-, me sorprendió tu resolución de
rectificar todos tus crímenes; de redimirte de tu pasado y quise ayudarte, ser tu amiga,
hasta hace poco...
Xena la miró a los ojos, el miedo reflejado en los suyos.
-Vas a dejarme -dijo con la voz quebrada.
-No, Xena -dijo Gabrielle, aproximándose a ella y tomándole la cara con ambas manos-,
no voy a dejarte.
-¿No vas a dejarme? -preguntó Xena, con una mezcla de alivio y confusión-. ¿Por qué?
Sabes lo que siento por ti, ¿no es cierto?
-Sí, Xena, lo sé -sonrió Gabrielle-; por eso mismo no pienso dejarte.
-No lo hagas -dijo Xena, reprimiendo un sollozo, mientras las lágrimas resbalaban por
sus mejillas-, no te quedes conmigo sólo por lástima; tienes derecho a ser feliz.
-Lo sé, por eso me quedo -dijo Gabrielle, mientras secaba sus lágrimas con dulzura-;
sólo puedo ser feliz contigo, Xena.
-¿Cómo puedes ser feliz con alguien como yo? -preguntó Xena.
-Porque eres mi mejor amiga -dijo Gabrielle, a lo que Xena cerró los ojos resignándose
a tener sólo su amistad-, y porque te amo.
Xena abrió los ojos de golpe y la miró atónita. "¿Es esto real o es un sueño? ¿Ha
dicho que me ama?"
-¿Me amas? -preguntó temerosa de haberlo imaginado, a lo que Gabrielle asintió-. ¿Cómo...?
¿Desde cuándo?
-Casi desde el primer día en que te vi -dijo Gabrielle, sonriendo-; al principio creí
que era adoración al guerrero, después simple atracción física, pero...
Xena había cogido las manos de Gabrielle entre las suyas y besado dulcemente sus
palmas; Xena la miró a los ojos con amor y, por primera vez, vio ese amor reflejado en
los ojos de la rubia.
-¿Recuerdas cuando moriste y ocupaste el cuerpo de Autolycus? -Xena asintió y Gabrielle
prosiguió-. Ante el temor de perderte me di cuenta de cuánto te amo, de que me moriría
si te pasara algo y, en ese instante comprendí que ese sentimiento sólo podía ser una
cosa...
-Amor -terminó Xena por ella. Gabrielle se había ido acercando a ella, y ahora sus
cuerpos casi se tocaban.
-Cuando me besaste estando en el cuerpo de Autolycus sentí todo tu amor, Xena... Pero
no sabía si me besaste porque me amabas o sólo para reconfortarme, ni si me amabas como
yo a ti o sólo como amiga... Como nunca comentaste nada, yo no me atrevía siquiera a
insinuarlo. ¡Oh, Xena, tenía tanto miedo de...!
-¿Perderme? -preguntó Xena, al tiempo que con su índice enjuagaba una lágrima que
resbalaba por la mejilla de Gabrielle-. Yo también temía perderte, Gabrielle...
Xena la estrechó contra su cuerpo, la morena sintió las lágrimas de Gabrielle empapar
su cuerpo.
-Perdóname, Gabrielle -susurró en el oído de la rubia-; perdóname por ser tan cobarde,
por hacernos perder todo este tiempo...
-Te amo, Xena -dijo Gabrielle, susurrando contra su oído.
-Te amo, Gabrielle -dijo Xena, también en su oído.
Las manos de Xena buscaron el rostro de la rubia y lo alzaron hasta que sus ojos se
encontraron. Xena, mirándola con todo el amor de que era capaz, secó sus lágrimas con
sus dedos.
Gabrielle elevó sus propias manos hacia el rostro de la morena y se entretuvo secando
unas cuantas lágrimas que habían dejado su rastro en él.
Poco a poco, sin que apenas se dieran cuenta, sus rostros se fueron acercando. Ambas
cerraron los ojos cuando faltaban escasos centímetros para que sus labios se
encontraran.
Al contacto de sus labios, ambas sintieron que el suelo cedía bajo sus pies. Xena
estrechó a Gabrielle contra ella y, esperando no precipitarse, profundizó el beso. Su
alegría fue inmensa al sentir que la rubia respondía al beso. Xena acarició su labio
inferior con la lengua, manifestándole su deseo de entrar; Gabrielle separó sus labios
y sintió la lengua de Xena entrar en su boca.
A Gabrielle se le escapó un pequeño gemido que no pasó desapercibido para la morena,
aquello la excitó más, si cabe, y animó a la rubia a que llevara con ella aquella
batalla. Gabrielle, pronto se dejó llevar por la pasión y solicitó y recibió acceso a
la cálida boca de Xena. Sus lenguas se frotaban, se enredaban, luchaban por aprisionar
a la otra...
Por fin se separaron para recibir aire... Cuando Xena miró a Gabrielle pudo ver el amor
y el deseo con que ésta la miraba; su rostro, ligeramente ruborizado, le daba una
imagen digna de cualquier poema... Estaba, sencillamente, arrebatadora.
-Gabrielle... -dijo Xena, con la voz ronca, por el deseo largo tiempo reprimido.
-Xena... -dijo Gabrielle, abrazándose a ella y apoyando la cabeza en su pecho.
Xena besó su rubia cabeza, y la estrechó contra ella.
-Te amo, Gabrielle -dijo Xena-, pero no quiero precipitarme, ni hacer nada que no
desees...
-Te amo, Xena -dijo Gabrielle, levantando la cabeza para besarla-; y sí, deseo ser tuya
esta noche y siempre.
-Y yo deseo ser tuya, Gabrielle -dijo Xena, inclinándose para devolverle el beso-;
ahora y siempre.
Poco a poco Xena fue tumbando a Gabrielle sobre su propia manta al tiempo que la
colmaba de besos: su frente; sus rubias cejas; sus labios, calientes e hinchados de
deseo; sus mejillas, encendidas por la pasión. La miró a los ojos, ahora oscurecidos de
deseo.
-Gabrielle -dijo Xena, con dulzura-, sé que nunca has estado con una mujer; si hago
algo que no te guste o sientes algún dolor, por pequeño que sea, por favor dímelo.
-Lo haré -dijo Gabrielle-, pero no imagino ningún dolor estando contigo.
Xena volvió a besarla, esta vez con más pasión, mientras la iba desvistiendo poco a
poco; Gabrielle llevada por el deseo hizo otro tanto con la escasa ropa de Xena, pues
sólo llevaba una fina camisa de lino.
Al sentir el contacto de sus senos, Gabrielle no pudo evitar un gemido entrecortado, y
llevó las manos a la espalda de Xena, acariciándola arriba y abajo.
Xena volvió a besar a Gabrielle, al tiempo que sus manos bajaban hasta sus senos y
comenzaban a masajear los endurecidos pezones.
-Oh, Xena... -exclamó la rubia, lo que hizo que Xena la mirara con preocupación, pero
Gabrielle la tranquilizó-. Por favor, sigue...
Xena siguió masajeando sus pechos al tiempo que se deslizaba hacia abajo lo suficiente
para atrapar uno de los pezones entre sus labios, lo que provocó un profundo gemido por
parte de Gabrielle.
-Aaaah... Xenaaa... -gimió la rubia, mientras sus manos se anclaban en la espalda de
Xena.
Xena podía sentir la creciente humedad empapar su muslo, y no pudo reprimir un suave
gemido.
-Oh, Gabrielle -dijo Xena, con la voz ronca-, estás tan húmeda.
-Por favor, tómame, Xena -dijo Gabrielle, mientras sacudía su cabeza de un lado a otro-.
Quiero ser tuya...
Xena se deslizó hacia abajo acariciando el cuerpo de Gabrielle con su lengua. Al llegar
a su ombligo se detuvo, hundiendo su lengua en él un par de veces, lo que hizo que
Gabrielle gimiera y arqueara su espalda.
Justo al llegar a la altura de los suaves rizos dorados, Xena se detuvo y miró a
Gabrielle, esperando el permiso final.
-Por favor... -fue cuánto Gabrielle pudo decir, pues llevada por el deseo apenas podía
formar palabras, pero Xena lo comprendió.
Con la punta de la lengua, Xena acarició el clítoris de Gabrielle, quien alzó sus
caderas, a la vez que emitía un gutural gemido. Xena elevó sus manos hasta alcanzar los
senos de Gabrielle. Aprisionó sendos pezones entre el pulgar e índice y se los apretó
suavemente; mientras, más abajo, seguía acariciando su clítoris con la lengua.
-Aaaahhh -gemía Gabrielle- ... Síiiii... Xenaaaa...
Bajando de nuevo una mano, separó sus húmedos pliegues e introdujo la totalidad de su
lengua todo lo que pudo dentro de Gabrielle, quien ante esto no pudo evitar alzar sus
caderas y con sus manos tomó la cabeza de Xena, apretándola contra ella.
Xena estableció un ritmo estable entrando y sacando su lengua, que Gabrielle seguía
gustosa con sus caderas. Ritmo que poco a poco fue aumentando según las exigencias de
la rubia.
-Xenaaaa... -gritaba Gabrielle, sin miedo a ser oída-, más fuerteeee... Sí, así... No
te deteeeengas...
Xena, excitada de oír las súplicas y gemidos de su amor, sentía como ella misma se
acercaba al borde. Con cuidado, deslizó dos dedos dentro de Gabrielle, mientras
aprisionaba su clítoris entre sus labios.
-Aaaahhh... Xe... ahhh... naaa... -Gabrielle apenas podía hablar, sólo gemir; era tal
el placer que sentía...
Xena siguió entrando y saliendo de Gabrielle, al tiempo que succionaba su clítoris;
cada vez más rápido, hasta que...
-¡¡XEEENAAA!! -el grito de Gabrielle se escuchó en todo el bosque; al tiempo que su
espalda se arqueaba sobre el nivel del suelo, sus manos apretando a Xena todo lo que
era capaz, para luego volver a caer sobre el suelo.
Xena se aproximó al rostro de Gabrielle con la intención de besarla, pero se detuvo al
ver su rostro bañado en lágrimas.
-Te lastimé -fue una afirmación y no una pregunta-. ¡Te dije que me...!
-No me lastimaste, Xena -dijo Gabrielle, dulcemente.
-Entonces, ¿por qué estás llorando? -preguntó Xena, con el ceño fruncido.
-Es difícil de explicar, incluso para mí -dijo Gabrielle-; pero llevaba tanto tiempo
deseando esto que... no sé...
-Shhhh -dijo Xena, cubriendo sus labios con sus dedos, y dulcificando su mirada-. Creo
que lo entiendo...
-Pero quiero explicarte... -protestó Gabrielle.
-Hay cosas que no pueden expresarse con palabras -dijo Xena, sencillamente.
-Tienes razón -dijo Gabrielle, que aprovechó un descuido de Xena, para hacerla rodar y
quedar sobre ella.
Xena vio a Gabrielle sonreír al tiempo que miraba al suelo sobre el que estaban.
-¿Qué sucede? -preguntó con curiosidad.
-Nuestras mantas -dijo Gabrielle-, están juntas...
-Como nosotras -respondió Xena.
-Sí... -susurró Gabrielle contra sus labios- ... como nosotras...
La miró a los ojos, antes de besarla, dispuesta a demostrarle cuán rápido aprendía.
Sus mantas, como sus vidas - en cualquiera de ellas - nunca estarían separadas.
FIN
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Nota final: En principio, gracias por dedicarme parte de vuestro tiempo y leer
este fanfic. Felicitaciones, tomatazos a aseret_60@latinmail.com (Tened en cuenta que
es mi primer fanfic, así que sed buenos); si gusta, escribiré más. Hasta ese momento,
chao.