CAPITULO I
Sosegadamente se desperezó en el trono, mientras observaba la multitud del palacio; ya
llevaba cuatro juicios. En todos ellos, los enjuiciado habían sido declarados culpables
de robar comida en los bosques reales, ella no tenía la culpa si se morían de hambre,
odiaba a los ladrones, y habían sido condenados a ser crucificados hasta la muerte.
- Siguiente acusado - bramó uno de sus ayudantes personales - traigan a la insolente
campesina.
- ¿De qué se le acusa? - preguntó El Conquistador cansado.
- De hablar contra usted, mi magnificencia, se dedica a ir por las tabernas contando
historias contra vos - habló mientras no dejaba de hacer exageradas reverencias con su
cuerpo.
- Mmmm, ¿de hablar contra mi eh? - preguntó interesada Xena.
- Si, Su Excelencia.
En el gran espacio entró una pequeña rubia, que revelaba haber sido apaleada hasta la
saciedad por los soldados; su cuerpo delataba varios golpes y la sangre seca sobresalía
de los múltiples cortes de su cuerpo.
Fue llevada a rastras por dos corpulentos soldados, hasta los pies del Conquistador,
que la observaba con desdén en lo alto de su trono, fue brutalmente arrojada al suelo
justo enfrente de ella.
- Levántate campesina - dijo con voz potente el ayudante - y arrodíllate ante Nuestro
Conquistador.
La joven rubia no hizo ademán de obedecer, pero los soldados la obligaron a incorporarse
y para ponerla de rodillas.
- ¿Cómo se llama Salmonius? - preguntó al ayudante con tono cansado refiriéndose a la
campesina.
- Gabrielle Su Majestad, ese es su nombre.
Lentamente se incorporó del trono deslizándose por las pequeñas escaleras, la multitud
guardaba silencio sabiendo perfectamente el futuro poco feliz que esperaba a la
chiquilla.
- Gabriele, mmmm - dijo con voz sensual, pero con un toque de maldad implícito en su
tono - bonito apelativo para una preciosa joven, lástima de cuerpo, incluso golpeada
observo la infinidad de posibilidades.
Mientras decía esto, rodeaba a la rubia admirando su figura y su rostro, si había algo
que le gustase al Conquistador más que el poder, era el sexo.
Con delicadeza levantó el rostro de la campesina, admirando con asombro el precioso
verde de los ojos, un color que nunca antes había visto, observó que la miraban con
profundo odio, "ouch... si las miradas matasen..." pensó mientras una pérfida sonrisa
se posaba en los labios de Xena.
- Tienes algo que decir en tu defensa, aunque no sirva de nada, Gabrielle - murmuró
saboreando el sonido de su nombre en sus cuerdas vocales, mientras la multitud contenía
el aliento.
Rápidamente un enorme escupitajo salio de la boca del bardo, dio en la cara de la
morena mientras decía:
- Podrás matarme, pero mis ideas ya han sido dichas y mis compañeros se dedicaran a
que no sean olvidadas, tarde o temprano pagarás por tus crímenes.
Una gutural y diabólica risa surgió de la garganta del Conquistador mientras observaba
a la gente del palacio, limpiándose el rostro con la mano y con la otra agarrando el
cuello de la bardo, apretando fuertemente hasta que la cara de la rubia se tornó azul
por la falta de oxígeno, momento en que la soltó y escuchó como respiraba, entre fuertes
bocanadas, intentando hacer llegar oxígeno a sus pulmones, mientras la fría sonrisa no
se borró de su cara disfrutando de ese instante de superioridad.
- Observa a tu alrededor, pequeña, nadie te escucha, nadie te sigue, estas sola y así
morirás, sola. Recuerda algo los amigos no existen solo los interesados, se unen a ti
como los parásitos para conseguir algo, pero nunca te ayudaran si no consiguen algo a
cambio.
- Te equivocas - dijo la rubia con vocecita - mis amigos son como las luciérnagas,
relucen en la oscuridad, ellos me ayudaran aunque no tenga nada que darles.
Sin entender por qué las últimas palabras no la dejaban tan indiferente como parecía,
sacudió levemente su cabeza para alejar el pensamiento de su mente.
- Encerrarla en la prisión, mañana al amanecer serán ejecutadas las sentencias, todos
serán crucificados - y con estas palabras y una mirada de desdén hacia la bardo,
abandono majestuosamente el salón seguida de unos enormes e intimidantes hombres,
vestidos con elegantes armaduras azules a juego con los ojos de su líder; ellos eran la
Guardia Real los mejores entre los mejores.
La multitud observaba irse en silencio a La Reina, sabían que el más leve descontento
por parte del Conquistador acabaría con sus vidas sin dudarlo.
Se escuchaban verdaderas atrocidades llevadas a cabo solo por satisfacer el capricho de
la guerrera, no sabían si eran verdad o no, pero conociendo a Su Majestad no dudaban de
su veracidad, lo que hacia aún mas amenazadora la leyenda que envolvía toda la vida del
Conquistador.
Mientras los mismos soldados que habían traído a Gabriele, agarraron de su cuerpo sin
pizca de cuidado, dirigiéndola a las mazmorras en los sótanos del castillo.
*****
Ya en el calabozo, Gabriel pensaba en su suerte. "Sabía que me arriesgaba a esto desde
el principio, ya no sirve arrepentirse he forjado mi propio destino" meditaba mientras
se acomodaba contra la fría y húmeda pared en su encarcelamiento.
Por fin había conocido a El Conquistador, siempre escuchó hablar de su aspecto pero
nada la preparó para semejante mujer.
Era más alta de lo que se había imaginado, su pelo negro la llegaba casi por la cintura,
sus ojos eran de un azul tan profundo que hipnotizaban si los mirabas durante mucho
tiempo, su sola presencia era impactante.
El cuerpo comenzaba a pasarle factura de los golpes recibidos, empezaba a dolerla todo,
se tumbó en el suelo mientras por su rostro comenzaron a rodar lágrimas sin poder
evitarlo, al día siguiente moriría sin poder realizar todos sus sueños.
Entre sollozos silenciosos para que no la escucharan, se quedó dormida.
En su habitación El Conquistador no podía alejar a la rebelde de su mente, tenía la
sensación de que la conocía, algo en ella la advertía que no la matase, no sería
correcto aunque no lograba entender el por qué.
- ¿Desde cuándo hago lo correcto? - gritó enfadada a las paredes - mi palabra es ley,
no puedo mostrarme débil, ella ha cometido un delito contra mi, me odia por los dioses,
solo por eso ha de morir sufriendo.
Un mal humor se instaló en ella, necesitaba descargar adrenalina, decidió bajar a
pelear con algún soldado, mala suerte del que se cruzará hoy en su camino seguramente
no vería el día siguiente.
*****
El día siguiente llegó rápidamente, ya todo estaba preparado para las crucifixiones,
Gabrielle en su celda pensaba en sus últimos instantes de vida, dentro de poco pasaría
a formar parte del otro lado ¿iría al Tártaro o quizás a los Campos Elisios? No sabía
que le esperaba pero aunque su cuerpo temblaba de miedo en el interior, se juró no
mostrarse débil frente al Conquistador.
- No conseguirá romper mi alma - dijo en voz alta mientras escuchaba a los soldados
acercarse a su celda.
La agarraron y sin ningún trato de favor, la levantaron de malas formas.
- ¿Y no me vais a dar ni un triste desayuno? ¿un último deseo? ¿pan de nueces? -
mencionó con un humor que estaba lejos de sentir.
Estos no se tomaron demasiado a bien su tono bromista y la golpearon con las lanzas en
el estómago y las piernas haciéndola doblar mientras gritaba de dolor por la sorpresa.
"Ya me da lo mismo" pensó mientras soportaba estoicamente los golpes.
La sacaron a la luz del exterior, el día amenazaba con lluvia, uno de los soldados
comento:
- Triste día para morir - con un tono monótono, sin una pizca de sentimiento.
La intensidad del día la hizo entrecerrar los ojos, poco a poco sus ojos verdes se
acostumbraron a la luminosidad del día, después de la oscuridad tanta luz molestaba
bastante.
Observó a su alrededor y vio como los otros prisioneros ya estaban al lado de sus
cruces, una multitud rodeaba la plaza donde serían llevadas a cabo las crueles
sentencias.
El murmullo existente del gentío ceso impresionantemente convirtiéndose en un silencio
sepulcral, mientras los tambores anunciaban la salida del Conquistador para presenciar
las ejecuciones.
Una increíble capa dorada de seda con incrustaciones de piedras preciosas, la adornaba
soberbiamente, haciendo su presencia aún mas magnífica, si eso fuera realmente posible.
Rodeada de su guardia especial y de múltiples criados, atentos a cada gesto, se sentó
en un gran trono diseñado para esas ocasiones.
Un gong sonó en el aire y una poderosa voz masculina anunció:
- Que comiencen las crucifixiones.
Poco a poco comenzaron con los otros acusados, sin poder evitarlo unas lágrimas
silenciosas cayeron lentamente, mientras escuchaba sus lamentos al ser clavados a la
cruz con enormes estacas, eran atados de brazos y piernas para que no cayeran por el
peso inerte de sus cuerpos, era un calvario para ella, cerró los ojos para no ver las
expresiones de profundo dolor.
Mientras crucificaban al segundo observó el rostro impasible de la Conquistadora, no
movía un ápice de su cara.
"Por los dioses como puede mostrarse tan fría, solo han robado para comer o morirían de
hambre y mírala..." pensaba observándola. En ese instante, Xena volteó la cara hacia
ella cruzando las miradas.
Por un segundo pareció que los ojos azules perdían su helado aspecto para adquirir un
tono triste, pero se imaginó que eran solo sus propios deseos reflejados en los de ella.
Al escuchar un horroroso alarido cerró los ojos nuevamente sin poder soportarlo más.
Llegó su turno, era la última.
Mientras un soldado leía sus hipotéticos crímenes contra el Conquistador, volvió a
mirarla a los ojos, esta vez el azul acerado no cambió ni un ápice.
- Se la considera culpable de todos los delitos... - seguía el soldado con su retahíla
de acusaciones contra ella.
Esta vez no apartó la mirada y la cargó con todo el odio que tenía en su interior, no
quería llevárselo hacia el otro lado.
Mientras la tumbaban en la cruz se escuchó una voz dura sin emoción:
- Dioses... - dijo con una vocecita sabiendo de antemano que no conseguiría nada con
ello, nadie la ayudaría sería un suicidio hacerlo.
La Conquistadora observaba todo con fría calma, aunque su interior estaba revuelto,
solo sabía que tenía ganas de que todo eso acabara de una vez.
La rubia la había desafiado, nadie la desafiaba y vivía para contarlo.
Los soldados lentamente la clavaron a la cruz con grandes clavos, sus gritos resonaron
por toda la plaza, el dolor era insufrible observaba como de sus manos brotaba la sangre;
alzaron la cruz en la plaza, Gabriele notaba como su vida se le empezaba a escapar
lentamente, en un último acto de valentía observo directamente a los ojos de Xena.
- Rompe sus piernas ahora - dijo la misma sin dejar de observar a la bardo, las palabras
fluyeron de su boca sin ser sopesadas antes.
Una vez ya que la cruz estaba colocada, el soldado levantó un pesado martillo que
descargó con toda su furia sobre las piernas de la chica, no quería que lo tacharan de
"blandito", otro grito ensordecedor y después silencio, había perdido la conciencia.
Una última visión de la Destructora hacia la cara inconsciente de la rubia de repente
una maligna sonrisa apareció en su rostro.
- Temerme sino moriréis como ella - habló con voz profunda a un público asustado, en
las expresiones de la gente veía el miedo en su más puro estado, eso era exactamente lo
que quería, simplemente eso, miedo. Hacia que dominarles fuera muy fácil, tremendamente
fácil para ella.
Con ademanes majestuosos abandonó lentamente el lugar, seguida por su sequito de
guardianes y sirvientes.
Entre el gentío una joven lloraba interiormente, mientras observaba a la rubia en lo
alto de la cruz, como sangraba por las palmas de la mano donde había sido fijada, sus
piernas comenzaban a tornarse moradas debido a la acumulación de sangre por el golpe
recibido.
Otras dos jóvenes tiraron de ella para abandonar el recinto como lo ordenaban los
soldados, a pesar de su resistencia inicial se dejó llevar mientras murmuraba.
- Te bajaré Gabriel, lo juró por mi vida, no dejaré que tu cuerpo sin vida quede
expuesto a la vista de todos...
- Efiny por favor cállate ahora no es el momento, sino todas terminaremos como ella -
solicito una de las chicas que tiraba de ella.
Lentamente transcurrió el día lluvioso, mientras las cruces en la plaza con cuerpos
medio muertos o inconscientes, clamaban a los Dioses quien era La Destructora de
Naciones.
*****
Después de tres días, La Conquistadora había mandado trasladar las cruces de la plaza a
las afueras del palacio, quería que vieran sus enemigos a lo que se enfrentaban si se
atrevían a retarla.
Aunque en su yo mas interno lo mandó trasladar porque no soportaba ver a la rubia cada
vez que pasaba por allí o miraba por alguna ventana, quería olvidar de una maldita vez
ese asunto y viéndola allí no podía conseguir hacerlo.
"Corazón que no ve, corazón que no siente" se dijo a si misma.
Los soldados las trasladaron siguiendo las instrucciones de Su Señora, dos soldados
vigilaban constantemente que nadie se acercara por allí.
Llegó la noche y de nuevo la lluvia hizo acto de aparición, los soldados del turno
nocturno estaban empapados y hartos de vigilar para nada, las antorchas estaban casi
apagadas, solo cuatro o cinco resistían aun evitando que la oscuridad les absorbiera
por completo; nunca nadie se había atrevido a descolgar a un criminal de una cruz, sería
como firmar una segura sentencia de muerte, pero las órdenes eran las órdenes y por muy
insensatas que fueran jamás las desobedecieran o serían ellos los que estarían allí
clavados.
El barro les llegaba hasta la cintura, la fría noche no contribuía para nada a que su
guardia fuera la más agradable.
A lo lejos vieron acercarse a alguien, su cuerpo iba tapado con una enorme capa negra
con capucha, su andar era tranquilo, le costaba andar por camino embarrado, los guardas
prepararon sus espadas, uno de ellos grito:
- ¿Quién va?
La figura paro a una distancia prudencial y retiro la capucha de su cara, era una mujer
mayor de largo pelo blanco, las arrugas surcaban su rostro, unos ojos de indescifrable
color llenaban su cara.
- Tranquilos soldados, solo vengo a traeros comida y bebida en esta mala noche, me
manda el teniente Borias, no quiere que dos de sus mejores centinelas pasen penalidades
- Habló la mujer despacio pero con palabras seguras.
Los dos hombres se miraron, sintiéndose importantes, el Gran Borias nada menos se
acordaba de ellos y mandaba comida para que repusieran sus fuerzas y que la noche no se
hiciera larga.
- Gracias mujer, dámelo y vete, nadie puede estar aquí a no ser que este ahí arriba o
sea soldado real - dijo dándose aires ya no eran más que simples guardianes rasos.
La anciana les entregó el paquete que llevaba escondido entre sus ropajes, carne seca,
pan de nueces y un gran odre de agua miel, con un ademán de su cabeza se puso de nuevo
la capucha y volvió lentamente por donde había venido.
Los soldados disfrutaban del festín, comiendo y bebiendo absolutamente todo, les hizo
olvidar el barro, el agua y la humedad que les calaba hasta lo más profundo de sus
huesos.
En la penumbra de la noche seis pares de ojos observaban, la anciana ya había
desaparecido absorbida por las sombras, cualquier observador habría notado no su edad y
rostro ajado por los años, sino el cuerpo asombrosamente vigoroso que se escondía tras
sus ropas, los ojos sabios y sobre todo, la destreza propia en su andar de una
verdadera amazona.
Transcurrieron dos horas y la lluvia no había dejado de caer, en lo alto del camino al
pie de las murallas donde varias cruces adornaban el paisaje, yacían los cuerpos de los
dos soldados, muertos por un potente veneno amazona camuflado con el agua miel,
mientras seis mujeres bajaban con un cuidado reverencial el cuerpo inerte de la bardo.
Sin apenas hacer ruido, aunque no había nadie en varios km. a la redonda, la descolgaron
cuidadosamente.
- ¡¡Por Artemisa!!, sigue con vida - dijo la anciana al tomarle el pulso del cuello.
- Rápido, en pocas horas amanecerá, y esa ramera seguro que quiere ver si el cuerpo
sigue aquí - habló la joven a la cual llamaban Efiny - contra más lejos nos marchemos
mejor.
El saber que la pequeña rubia estaba con vida les dio la fuerza que necesitaban,
rápidamente borraron todas sus huellas con cuidado, sin dejar ningún rastro se dejaron
abrazar por la penumbra, mientras la lluvia borraba cualquier marca que hubieran dejado
por olvido, aunque las amazonas eran expertas en hacer desaparecer cualquier señal que
hubiese delatado su presencia.
Mientras el sol se asomaba tímidamente disipando las últimas sombras nocturnas, seis
valientes mujeres se alejaban rápidamente por el horizonte, llevando consigo a la
persona que más tarde no solo salvaría su tierra y sus vidas sino lo que es más
importante, salvaría la historia de una nación, la nación amazona.
Continuará...