Guzmán Carriquiry: «El
laicismo pretende un desalojo progresivo del cristianismo»
Habla el subsecretario del Consejo Pontificio para los Laicos
VALENCIA, lunes, 31 mayo 2004 (ZENIT.org).-
Guzmán Carriquiry, subsecretario del Pontificio Consejo para los Laicos de la
Santa Sede, constata que se está dando «un resurgimiento agresivo del laicismo,
que es diverso de la verdadera laicidad».
«Los cristianos afirmamos la verdadera laicidad como auténtica distinción entre
la Iglesia y el Estado. Pero el laicismo trata de marginar a la Iglesia de la
vida social, económica y cultural, como si no tuviera nada que decir; el
laicismo pretende un desalojo y marginación progresiva del cristianismo»,
constata.
El intelectual uruguayo hizo estas declaraciones a la agencia
Veritas al clausurar este lunes en
la Universidad Católica de Valencia un seminario para profesores.
Al profundizar en las raíces del «laicismo», Carriquiry aclara que se trata de
«una concepción decimonónica, muy vieja, cuyos argumentos son incapaces de dar
cimiento, alma y mística a la construcción de Europa, por eso Europa parece así
cansada y envejecida».
«¿Cómo vamos a conseguir la unidad de Europa sin cimientos que aseguren
cohesiones fuertes? ¿Cómo construir un sujeto político sin una mística que lo
mueva?», se pregunta.
«Todo intento de censurar y desalojar las raíces y la tradición cristiana que
han hecho Europa no es sólo un pecado de ignorancia contra la cultura,
constituye la falta de observación de un hecho histórico», añade el colaborador
de Juan Pablo II.
El profesor Carriquiry, uno de los laicos con más altas responsabilidades en la
Santa Sede, considera que los católicos también son «discípulos y testigos de
Cristo» en la vida pública.
«El encuentro con el Señor cambia la vida cambia todas las dimensiones de la
vida, no obstante nuestras resistencias y pecados», reconoce. «El encuentro con
Cristo cambia las relaciones con nuestra esposa, con nuestros hijos, la
modalidad de enfrentarnos a nuestro trabajo profesional, al tiempo libre, al uso
del dinero, a las amistades. Este encuentro nos cambia la vida, la convierte en
más humana».
«Reducir esta experiencia a lo privado es ponerle límites imposibles a la gracia
de Dios que cambia la vida y el modo de mirar toda la realidad, que nos
compromete a vivir en todas las direcciones, que nos da una particular visión de
la sociedad, la política, la cultura y la profesión».
«Nada de lo humano puede ser ajeno a ese encuentro con el Señor; por
consiguiente, quienes quieren reducirlo a los templos y las sacristías o
convertirlo en un residuo social, se equivocan», subraya.
En el ambiente actual, señala Carriquiry, «muchos cristianos con
responsabilidades en la vida política y universitaria terminan viviendo de modo
esquizofrénico».
«Por un lado mantienen la fe con prácticas piadosas, incluso importantes, como
las prácticas sacramentales, pero desconectadas de los compromisos públicos. No
se advierte la incidencia real de la fe en la vida y viven de forma anónima,
asimilados a la cultura "mundana" de los ambientes en los que se mueven»,
indica.
«Necesitamos formar una nueva generación que viva la santidad en todas las
dimensiones de la vida, que viva, no con una vaga inspiración cristiana sin
contenidos, sino con una fe como novedad de vida y de propuestas», concluye.
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