CRONICA DE UN MILAGRO - CALANDA
Vittorio Messori publica un volumen sobre el prodigio de Calanda
CALANDA (ARAGON), 16 dic (ZENIT).- Calanda, la cuna de Buñuel, no es
ciertamente uno de los lugares más alegres de España, pero, según las
crónicas, hace más de tres siglos se convirtió en el escenario de un
milagro extraordinario.
Félix Machaud escribió: «Ningún creyente tendría la ingenuidad de pedir la
intervención divina para que le volviera a salir una pierna amputada. Un
hecho así, nunca ha sido constatado. Y podemos prever que nunca lo será».
Machaud no conocía el prodigio acaecido en este pueblo de Aragón, en una
casa de pobres campesinos donde vivían más esperanzas que bienestar.
«Un hecho que lleva el sello de lo sobrenatural, una especie de trampilla
que abre horizontes de vértigo y misterio: para unos consoladores;
inquietantes para otros», explica Vittorio Messori, uno de los escritores
católicos más leídos en el mundo, entrevistador de Juan Pablo II en
«Cruzando el umbral de la esperanza».
En esta ocasión, al ex reportero ateo le ha picado el gusanillo de la
curiosidad la historia de un mendigo de 23 años, a quien le habían amputado
la pierna derecha, después de que le pasara por encima un carro. La crónica
de la investigación de Messori ha salido recientemente a la luz en
italiano, en un libro que lleva por título «El milagro» («Il miracolo»,
Rizzoli, 254 páginas).
Nos encontramos en la Semana de Pasión de 1640. La noche del 29 de marzo,
la madre de Miguel Juan Pellicer se da cuenta que del lecho en el que
duerme su hijo sobresalen dos piernas. Mientras tanto, en la habitación se
experimenta un fuerte «perfume de paraíso». El chico se despierta y revela
que había soñado con el Santuario de Zaragoza, donde durante años había
metido el muñón de su pierna en el aceite de las velas encendidas en la
capilla consagrada a la Virgen del Pilar. La investigación y el proceso
--durado muchos meses en tiempos de la Inquisición-- concluyen confirmando
que la pierna que volvió a crecer era la misma que había sido amputada y
sepultada en el cementerio del hospital de Zaragoza, a más de cien
kilómetros de Calanda.
«Una mañana de hace ya algún año, metí algunas maletas en el coche y
encendí el motor». Comenzó así el viaje de Vittorio Messori al
redescubrimiento de aquel prodigio olvidado. O mejor dicho, poco conocido.
A excepción de las crónicas de la época, transmitidas de viva voz por los
embajadores de la corte acreditada ante Felipe IV, el acontecimiento cayó
después en un cierto silencio.
Messori tuvo noticia del mismo a través de un libro escrito en francés,
encontrado por casualidad en un mercado de antigüedades. «Y hoy», explica
el escritor en el autobús que le lleva a los lugares narrados en el libro,
«estoy dando una especie de primicia con 358 años de retraso. Me empujó
desde un primer momento la curiosidad del cronista y, al mismo tiempo, la
esperanza del creyente».
Las pruebas del milagro se encuentran conservadas en el Ayuntamiento y en
los archivos del Santuario de Zaragoza. Pero, ¿son suficientes para aclarar
las dudas de los escépticos? «Los milagros son signos divinos, gratuitos,
concedidos para robustecer la fe de los que vacilan», responde el escritor.
«Ningún prodigio es indispensable para Dios, quien deja plena libertad para
juzgar cada caso en particular».
Calanda. Un pueblo de 3.500 habitantes. Teatro, entre 1936 y 1938 de un
episodio tremendamente sangriento durante la guerra civil española. Un país
tan perdido ayer como hoy. No pasa ninguna autopista con autobuses cargados
de peregrinos. Una especie de pudor esconde este prodigio a los extraños.
Y, sin embargo, incluso el ateo Buñuel --cuyo centenario del nacimiento
celebrará en el pueblo en el año 2000-- creía en él, hasta el punto que
hizo una película «Tristana», la historia de una mujer, Catherine Deneuve,
con una pierna amputada.
«Redescubrir un prodigio como este --explica Messori-- es mas necesario hoy
que en la época en que tuvo lugar. En el siglo XVII, la gente se
sorprendió, aunque no demasiado, pues consideraba a la Virgen del Pilar
como omnipotente. Paradójicamente, el milagro se hace más significativo
ahora, en este final de siglo, en el que la fe está bajo acecho y el hombre
necesita reflexionar».
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