¡Qué alta me parece la hierba tumbada contra el suelo, boca abajo, con la nariz olfateando la tierra! Cuanto más me pego a ella más el mundo de repente se ensancha y crece. Arropada por los arcos verdes me detengo, cautivada, quieta. Me quedo un ratito, entorno los ojos y me atrevo a explorar la sombra luminosa del mundo de los tallos. ¡Qué lindas las verdes briznas por donde la luz se busca camino! Oigo una voz que me llama y me desalienta: ¿Dónde te metiste? ¿Vienes o qué? ¡Anda, vente ya! La respuesta me sale, clara y maravillosa, de chiquilla juguetona: ¡No! ¡No! ¡Aún, no! Todavía no. No hasta que pase esta locura voluntaria. No hasta que reajuste mis sueños. No hasta que reajuste mi tamaño a la sencilla pequeñez de la hierba. Entonces volveré. Suficientemente pequeña. Suficientemente feliz. |