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Rincón de Naisui

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Para verlas todas






Mirada al Patio Trasero

Crecí como el árbol del patio trasero
conforme se fueron dando estaciones y años,
torcí ramas creyendo no hacer daño
más otras quedaron enhiestas y bellas como ballestas.
Crecí con el alimento de gotas del cielo,
engrosando mi tronco con el paso del tiempo.
Mis raíces se dieron con el libre albedrío,
por lo que unas hallaron la esencia creadora,
mientras otras se toparon con dura roca.
Recuerdo los primeros brotes de vida en mi copa
pequeños e insignificantes ojos verdes,
ahora espejo de mi alma perenne.
Fui hogar de sentimientos con alas
que al madurar emprendían el vuelo y no se quedaban,
enfermé con las plagas mal cuidadas,
de las que guardo graves cicatrices en el alma.
Así crecí, tomando lo que la divinidad me enviaba,
padeciendo sed y hambre en la mañana
calor y sofoco cuando el sol asomaba,
más llegué a amar la luz cegadora
y a esperarla impaciente para abrazarla.
Manos piadosas aflojaban el suelo de mi tormento
de raíces atoradas en los fallidos intentos,
y daban de beber a mis necesidades
apaciguando ansias quemantes.
Cobijé bajo mi sombra almas soñadoras
y oculté al amante de situaciones penosas.
Pero lo que más recuerdo ahora desde esta altura,
es el dolor que cada fruto me causó,
porque de experiencias están hechos
de lágrimas y sonrisas verdaderos,
forjados a la intemperie como herida abierta,
extrayendo de mi savia, el néctar dulce de su entraña,
y cada uno en su madurez colgante
espera nutrir al que levante la vista
y pueda alcanzarlo antes de yo soltarlo,
porque su peso fatiga mis ramas entumidas
y si no se toma por inconsciente ceguera,
alimentará mi cimiente nuevamente
y quizá, si las condiciones son pertinentes ...
nazca de sus semillas, una nueva vida.

Denise Monti




















Al mirar el universo estrellado
una sola cosa comprendo:
queda mucho por descubrir y conocer
dentro de la inmensidad infinita.


Porque infinita se torna
la mirada enamorada
y sin fin,
el corazón de una madre
ante su hijo.


Y tan profundo como las simas
de los océanos oscuros
como altas las cimas
de majestuosas montañas
se torna la conciencia
del santo enamorado
del origen de todas las cosas.


Desde mi aurora hasta mi ocaso,
durante la ruta que ahora recorro,
percibo una luna quieta a mi mirada
y un sol luminoso en mi reposo.


Al comenzar todo ya estaba,
y de este concierto sólo formo una nota.
De esta melodía que ya canta
la gloria del que crea porque Es
y porque ama lo que Es.


Dios santo, soy un niño
en tu presencia
que te descubrió en el tibio
amanecer del vientre materno.
Soy un anciano
tocando retoños
y sonriendo el nacimiento
de las cosas.


Nazco y muero con una convicción:
Dar gracias por participar
de esta sinfonía celestial.


Si una sola cosa pudiera yo hacer
¿cuál de todas podría ser?

Contemplar en silencio el ocaso
mirando al amor de mi vida
recortando su silueta el horizonte.

Correr y dar un salto en el aire
queriendo atrapar ese instante
con un grito de gozo
y un brazo hacia lo alto.

Acariciar a mis padres
y decirles que les amo
mientras yacen junto a mí.

Acercarme al rostro de mi hijo
estrechándolo fuerte,
mientras le canto un poema antiguo
de ronda infantil.

Juntar mis manos
a la de mis amigos
y renovar el rito
de las almas que se comparten.

Una flor, una risa,
un helado quizás.
Una lágrima, una brisa,
un suspiro no más.

Tantos finales de película
y tantos recuerdos hermosos
cabalgan por mi mente
sugiriéndome el instante feliz.

Mas pienso que lo cierto
es que cerraría los ojos
y diría: "Padre Nuestro
que estás en los Cielos..."

Y luego vendría el 'The End'
o un cierre de telón.
Me contento con que Dios
aplauda al final.



Un nudo en la garganta
atrapa mi emoción
de dejar cantar mi corazón
a través de un poema
que fluye por la pluma
recorriendo el papel.

Sólo dejar fluir, sólo dejar vivir
esa sensación de plenitud,
ese gozo de filósofo
abrazando la Verdad,
de santo encontrando a Dios.

Y me llena y me desborda,
me desarma y me construye.
Es el ángel de la inspiración,
la musa literata,
o un duende bandido
que me pasa las letras
hurtadas de otro corazón.

Pero es el gozo,
el gozo de ser cauce,
sólo eso basta para ser feliz.



Erase una vez tres hombres que iban por un camino. Uno era un pobre; otro, un científico ateo; y el otro un viejo religioso. Se encontraron con una lámpara que adivinaron que podía ser esa maravillosa que contenía un genio. La frotaron entre risas y ganas de que fuera esa lámpara mencionada.

Surgió el genio imponente, que con voz de trueno les dijo:

- Les puedo conceder tres deseos, pero como son tres les voy a conceder uno a cada uno, con la salvedad de que cada deseo se hará realidad para los tres.

El pobre no pudo aguantar y exclamó:

- Toda mi vida he querido salir de mi situación de pobreza, así que pidiendo perdón a mis compañeros pediré tener riqueza hasta que muera.

El genio alzó su meñique, y como un rayo apareció una bolsa llena de diamantes en las manos de los tres.

Viendo que el religioso meditaba mucho su deseo, se adelantó el científico:

- Mi deseo es tener la vida suficiente para conocer los secretos del universo, por lo que pediré cien años de vida saludable para poder hacerlo.

El genio alzó su otro dedo meñique y sintieron como la juventud les invadía las venas.

El religioso alzó su mirada hacia el genio y dijo sencillamente:
- Deseo que todo esto se haga según la voluntad de Dios.

Los otros dos hombres abrieron sendos ojos. El pobre temía perder su riqueza, el científico se decía a sí mismo cómo se desperdiciaba un deseo así.

....

El genio juntó sus manos, hizo una reverencia y se esfumó.

El religioso sonreía mientras los otros dos lo miraban asombrados.

- ¿Por qué no se perdió lo que pedimos? - preguntó el pobre al ver que nada había cambiado.

- Porque todo lo que se hace sobre la faz del mundo se realiza por voluntad de Dios.- respondió simplemente el religioso, mientras iniciaban nuevamente su caminar - Hasta lo que hace un genio está bajo su Voluntad.

- ¿Entonces por qué pediste que se hiciera según la Voluntad de Dios si sabías que ya era así? - dijo inquisitivo el científico.

- Porque pensé: "Si pido conocer a Dios, que es el más profundo de mis deseos, estaría forzando un encuentro demasiado importante para los tres. El encuentro con Dios es una experiencia voluntaria y personal que no puedo imponerles". Pero necesitaba calmar mi conciencia si vivía todos estos años con tanta riqueza, sabiendo que todo está bajo su bendición. Dios no nos niega las cosas, sólo nos pide que lo tengamos siempre presente.

El científico frunció el ceño y dijo con desgano - Haz desperdiciado un deseo en algo inútil. Tu conciencia quedó tranquila, pero nosotros dos no nos beneficiamos con tu deseo.

- Difiero de lo que dices - dijo el pobre - porque si hubiera sido un deseo inútil el genio lo habría aclarado, pero noté su reverencia al desaparecer de nuestra vista, por lo que pienso que él sí creía en ese deseo pedido.

- Eso es muy sabio, querido amigo - aseveró el religioso - Ya veo que mi deseo ya ha echado raíces en tu corazón y eso me da mucha paz.

Desde allí se separaron estos tres hombres y no se volvieron a ver en esta tierra. No obstante, los tres deseos los marcaron profundamente. El pobre dedicó su vida a los más desamparados y su riqueza fluyó como río hacia los hambrientos. El científico dedicó su vida a sus investigaciones, pero, de cuando en cuando, recordaba el último deseo y se decía: "Antes no creía en los genios, seres sobrenaturales, pero ahora creo. No creo en Dios simplemente porque no tengo pruebas de que exista, pero ese genio sí creía en El". En el fondo de su conciencia comenzó a creer y su vida se fue iluminando por los misterios que nunca alcanzamos a comprender, pero que fluyen como rayos de sol sobre nuestra existencia.

¿Y de ese religioso? ¿qué fue de él? No lo sé. Un velo cubrió su vida y quizás en la otra orilla sabremos adonde fueron sus pasos. Quizás volvió al mismo camino para encontrarse con otros dos hombres y toparse con otra lámpara maravillosa. Sólo Dios sabe.





Había una vez un hombre rico que fue demasiado literal para sus cosas. Leyó una vez que Jesucristo decía: “Toma tu cruz y sígueme”. Se dijo a sí mismo que no quería ser como ese joven rico, que por culpa de sus riquezas no siguió a Jesucristo. Pero ¿qué tipo de cruz podía llevar un hombre como él? Su condición era de mucha riqueza y su status social inigualable, por lo que no podía andar por el mundo arrastrando una cruz tosca y pesada. Se vería muy feo que andara así por el mundo, sólo por seguir el ejemplo de Jesús, que había sido pobre y estaba acostumbrado a las cosas sencillas, por decirlo de algún modo. No, debía haber alternativas para hombres como él, tan diferentes a la mayoría.

El hombre rico era astuto y reflexionó largamente como seguir al pie de la letra el tomar la cruz y optó por llevar una cruz de oro ceñida a su solapa. El no era un mal hombre, iba por el mundo dando su testimonio cristiano, todos podían ver su hermosa cruz y como nunca se la sacaba de encima (si hasta en el pijama la ponía), no era necesario preguntarle nada sobre su fe, él llevaba su cruz como consigna. Muchos, por agradarle, también llevaron cruces de esa forma. Era la ‘moda’ de los cristianos de alcurnia.

Nunca le escucharon una mala palabra y al llevar esa cruz le hacía parecer como un Obispo, por lo que muchos de sus amigos le decían ‘Monseñor’. El reía y disfrutaba todos los agazajos que le hacían en nombre de quien admiraba, pues él admiraba a Jesucristo, que siendo Dios había elegido vivir como un pobre. Sí, eso era más de lo que podía siquiera soñar para sí. ¿Ser un pobre voluntariamente? No, eso era demasiado para él. Pero llevaba su testimonio colgando de su solapa, eso ya era suficiente, hasta un gran gesto hacia su Dios.

Un día murió y con la alegría de ver una escalera bajar hasta él desde el cielo subió corriendo para entrar al Cielo de su Dios. Allí estaba Jesucristo en la entrada vestido como pobre, con su cruz en la espalda, con sus manos y pies heridos. El rico se presentó ante él y Jesús le pregunta: “¿Dónde traes tu cruz para seguirme?”. El rico no entendía nada. Al mirar hacia su solapa se dio cuenta de que estaba desnudo. Su cruz de oro había quedado en su tenida de gala, y junto a su cadáver era sepultada con gran pompa. Había olvidado su cruz ¿cómo podía haberle pasado eso a él si toda la vida había sido tan previsor?

Jesús, con dulzura y tristeza le dice: “La has olvidado porque tu cruz era un adorno. Quien lleva su cruz, semejante a la mía, le duele tanto que no la olvida jamás.”.

El rico volvió a la tierra y se detuvo en la cripta donde yacía su cuerpo y su cruz de oro.

Lloró al entender la verdad de su necedad.