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Gustavo Adolfo Becquer
(1836-1870)

RIMAS

I

No digáis que, agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía.

Mientras las ondas de la luz al beso,
palpiten encendidas;
mientras el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista;

mientras el aire en su regazo lleve
perfumes y armonías;
mientras haya en el mundo primavera,
¡habrá poesía!

Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista;

mientras la Humanidad, siempre avanzando
no sepa a donde camina;
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesía!

Mientras sintamos que se alegra el alma
sin que los labios rían;
mientras se llore sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;

mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan;
mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡habrá poesía!

Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran;
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira,

mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas ;
mientras exista una mujer hermosa,
¡habrá poesía!

II

Espíritu sin nombre,
indefinible esencia,
yo vivo con la vida
sin formas de la idea.
Yo nado en el vacío,
del sol tiemblo en la hoguera,
palpito entre las sombras
y floto con las nieblas.

Yo soy el flecho de oro
de la lejana estrella;
yo soy de la alta luna
la luz tibia y serena.

Yo soy la ardiente nube
que en el ocaso ondea;
yo soy del astro errante
la luminosa estela.

Yo soy nieve en las cumbres,
soy fuego en las arenas,
azul onda en los mares
y espuma en las riberas.

En el laúd soy nota,
perfume en la violeta,
fugaz llama en las tumbas;
y, entre las ruinas, hiedra.

Yo atrueno en el torrente,
y silbo en la centella,
y ciego en el relámpago,
y rujo en la tormenta.

Yo ondulo con los átomos
del humo que se eleva
y al cielo lento sube
en espiral inmensa.

Yo, en los dorados hilos
que los insectos cuelgan,
me mezclo entre los árboles,
en la ardorosa siesta.

Yo río en los alcores,
susurro en la alta hierba,
suspiro en la honda pura,
y lloro en la hoja seca.

Yo corro tras las ninfas
que en la corriente fresca
del cristalino arroyo
desnudas juguetean.

Yo, en bosques de corales
que alfombran blancas perlas,
persigo en el océano
las náyades ligeras.

Yo en las cavernas cóncavas
do el sol nunca penetra,
mezclándome a los gnomos,
contemplo sus riquezas.
 
 

Yo busco de los siglos
las ya borradas huellas
y sé de esos imperios
de que ni el nombre queda.

Yo sigo en raudo vértigo
los mundos que voltean
y mi pupila abarca
la creación entera.

Yo sé de esas regiones
a donde un mar no llega,
adonde informes astros
de vida un soplo esperan.

Yo soy, sobre el abismo,
el puente que atraviesa;
yo soy la ignota escala
que el cielo une a la tierra.

Yo soy el invisible
anillo que sujeta
el mundo de la forma
al mundo de la idea.

Yo, en fin, soy ese espíritu,
desconocida esencia,
perfume misterioso,
de que es vaso el poeta.

III

Los invisibles átomos del aire
en derredor palpitan y se inflaman;
el cielo se deshace en rayos de oro;
la tierra se estremece alborozada.

Oigo, flotando en olas de armonía,
rumor de besos y batir de alas;
mis párpados se cierran... ¿Que , sucede?
¡Es el amor que pasa!

IV

Cendal flotante de leve bruma,
rizada cinta de blanca espuma,
rumor sonoro
del arpa de oro,
beso del aura, onda de luz;
eso eres tú.

Tú, sombra aérea, que cuantas veces
voy a tocarte, te desvaneces
como la llama, como el sonido,
como la niebla, como el gemido
del lago azul.
 
 
 

En mar sin playas onda sonante,
en el vacío cometa errante,
largo lamento
del ronco viento,
ansia perpetua de algo mejor;
eso soy yo.

¡Yo, que a tus ojos, en mi agonía,
los ojos vuelvo, de noche y día;
yo, que incansable corro y demente,
tras una sombra, tras la hija ardiente
de una visión!

V

¿A qué me lo decís? Lo sé: es mudable.
Es altanera y vana y caprichosa;
antes que el sentimiento de su alma
brotará el agua de la estéril roca.

Sé que en su corazón, nido de sierpes,
no hay una fibra que al amor responda:
que es una estatua inanimada... Pero...
¡es tan hermosa!

VI

Su mano entre mis manos,
sus ojos en mis ojos,
la amorosa cabeza
apoyada en mi hombro,

¡Dios sabe cuantas veces,
con paso perezoso,
hemos vagado juntos
bajo los altos olmos
que de su casa prestan
misterio y sombra al pórtico!

Y ayer... Un año apenas,
pasado como un soplo,
con qué exquisita gracia,
con qué admirable aplomo,
me dijo, al presentarnos
un amigo oficioso:
« Creo que en alguna parte
he visto a usted.» ¡Ah! bobos,
que sois de los salones
comadres de buen tono
y andáis por allí a caza
de galantes embrollos,
¡qué historia habéis perdido!
¡Qué manjar tan sabroso
para ser devorado
sotto voce, en un corro,
detrás del abanico
de plumas y de oro!

* * *

Discreta y casta luna,
copudos y altos olmos,
paredes de su casa,
umbrales de su pórtico:
callad y que el secreto
no salga de vosotros.

Callad, que por mi parte
lo he olvidado todo.
Y ella, ella... ¡No hay máscara
semejante a su rostro!

VII

Dejé la luz a un lado, y en el borde
de la revuelta cama me senté,
mudo, sombrío, la pupila inmóvil
clavada en la pared.

¿Qué tiempo estuve así? No sé; al dejarme
la embriaguez horrible del dolor,
expiraba la luz y en mis balcones
reía el sol.

Ni sé tampoco en tan horribles horas
en qué pensaba, o qué pasó por mí;
sólo recuerdo que lloré y maldije
y que en aquella noche envejecí.

VIII

Me ha herido recatándose en las sombras,
sellando con un beso su traición.
Los brazos me echó al cuello y, por la espalda,
partióme a sangre fría el corazón.
Y ella prosigue, alegre, su camino,
feliz, risueña, impávida. ¿y por qué?
Porque no brota sangre de la herida...
¡Porque el muerto está en pie!

IX

Alguna vez la encuentro por el mundo
y pasa junto a mí;
y pasa sonriéndose y yo digo:
« ¿Cómo puede reír?»

Luego asoma a mi labio otra sonrisa,
máscara del dolor,
y entonces pienso: ¡Acaso ella se ríe
como me río yo!

X

Olas gigantes, que os rompéis bramando,
en las playas desiertas y remotas:
envuelto entre las sábanas de espumas,
¡llevadme con vosotras!
 

Ráfagas de huracán, que arrebatáis
del alto bosque las marchitas hojas:
arrastrado en el ciego torbellino,
¡llevadme con vosotras!

Nubes de tempestad, que rompe el rayo,
y en fuego ornáis las desprendidas orlas :
arrebatado entre la niebla oscura,
¡llevadme con vosotras!

Llevadme, por piedad, a donde el vétigo
con la razón me arranque la memoria...
¡Por piedad!... ¡Tengo miedo de quedarme
con mi dolor a solas!

XI

Al ver mis horas de fiebre
e insomnio lentas pasar,
a la orilla de mi lecho
¿quién se sentará?

Cuando la trémula mano
tienda, próxima a expirar,
buscando una mano amiga
¿quién la estrechará?

Cuando la muerte vidrie
de mis ojos el cristal,
mis párpados aún abiertos
¿quién los cerrará?

Cuando la campana suene
 (si suena en mi funeral),
una oración, al oírla,
¿quién murmurará?

Cuando mis pálidos restos
oprima la tierra ya,
sobre la olvidada fosa,
¿quién vendrá a llorar?

¿Quién, en fin, al otro día,
cuando el sol vuelva a brillar,
de que pasé por el mundo,
quién se acordará?

XII

Cerraron sus ojos,
que aún tenía abiertos;
taparon su cara
con un blanco lienzo
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.

La luz, que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho;
y entre aquella sombra
veíase a intervalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.

Despertaba el día,
y a su albor primero,
con sus mil ruidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterios,
de luz y tinieblas,
medité un momento :
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!

De la casa en hombros
lleváronla al templo
y en una capilla
dejaron el féretro
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros.

Al dar de las ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos;
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron,
y el santo recinto
quedóse desierto.

De un reloj se oía
compasado el péndulo,
y de algunos cirios
el chisporroteo.

Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se encontraba...
que pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!

De la alta campana
la lengua de hierro,
le dio, volteando,
su adiós lastimero.

El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila,
formando el cortejo.

Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo.

Allí la acostaron,
tapiáronla luego,
y con un saludo
despidióse el duelo.

La piqueta al hombro
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se perdió a lo lejos.

La noche se entraba,
reinaba el silencio;
perdido en las sombras
medité un momento :
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!

En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero,
de la pobre niña
a solas me acuerdo.

Allí cae la lluvia
con un son eterno;
allí la combate
el soplo del cierzo.

Del húmedo muro
tendida en el hueco,
acaso de frío
se hielan sus huesos.

* * *

¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es vil materia,
podredumbre y cieno?
¡No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
que al par nos infunde
repugnancia y miedo,
al dejar tan tristes,
tan solos, los muertos!

XIII

Las ropas desceñidas
desnudas las espaldas,
en el umbral de oro de la puerta,
dos ángeles velaban.

Me aproximé a los hierros
que defienden la entrada,
y, de las dobles rejas en el fondo,
la vi, confusa y blanca.

La vi como la imagen
que en leve sueño pasa,
como un rayo de luz, tenue y difuso,
que entre tinieblas nada.

Me sentí de un ardiente
deseo llena el alma;
¡como atrae un abismo, aquel misterio
hacia sí me arrastraba!

Mas, ¡ay!, que de los ángeles
parecían decirme las miradas :
« ¡El umbral de esta puerta
sólo Dios lo traspasa! »

XIV

¿Será verdad que, cuando toca el sueño
con sus dedos de rosa nuestros ojos,
de la cárcel que habita huye el espíritu
en vuelo presuroso?

¿Será verdad que, huésped de las nieblas,
de la brisa nocturna al tenue soplo,
alado, sube a la región vacía
a encontrarse con otros?

¿y allí, desnudo de la humana forma,
allí, los lazos terrenales rotos,
breves horas habita de la idea
el mundo silencioso?

¿y ríe y llora y aborrece y ama
y guarda un rastro del dolor y el gozo,
semejante al que deja, cuando cruza
el cielo, un meteoro?

¡Yo no sé si ese mundo de visiones
vive fuera o va dentro de nosotros;
pero sé que conozco a muchas gentes
a quienes no conozco!

XV

Saeta que voladora
cruza arrojada al azar,
sin adivinarse donde
temblando se clavará;

hoja que del árbol seca
arrebata el vendaval,
sin que nadie acierte el surco
donde a caer volverá;

gigante ola que el viento
riza y empuja en el mar,
y rueda, y pasa, y no sabe
qué playa buscando va;

luz que en cerros temblorosos
brilla, próxima a expirar,
ignorándose cuál de ellos
el último brillará;

Ese soy yo que al acaso
cruzo el mundo, sin pensar
en donde vengo, ni adonde
mis pasos me llevarán.

XVI

Como la brisa que la sangre orea
sobre el oscuro campo de batalla,
cargada de perfumes y armonías
con el silencio de la noche vaga;

símbolo del dolor y la ternura,
del bardo inglés en el horrible drama,
la dulce Ofelia, la razón pedida,
cogiendo flores Y cantando pasa.

XVII

Besa el agua que gime blandamente
las leves olas que jugando riza;
el sol besa la nube de occidente
y de púrpura y oro la matiza;
la llama en derredor del tronco ardiente
por besar otra llama se desliza,
Y hasta el sauce inclinándose a su peso,
al río que lo besa, vuelve un beso.

XVIII

Del salón en el ángulo oscuro
de su dueño tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo
veíase el arpa.

¡Cuánta nota dormida en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas !

¡Ay!, pensé; ¡cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz, como Lázaro, espera
que le diga: «¡Levántate y anda!».

XIX

Hoy la tierra y los cielos me sonríen;
hoy llega al fondo de mi alma el sol;
hoy la he visto..., la he visto y me ha mirado:
¡Hoy creo en Dios!

XX

Fatigada del baile,
encendido el color, breve el aliento,
apoyada en mi brazo,
del salón se detuvo en un extremo.

Entre la leve gasa
que levantaba el palpitante seno,
una flor se mecía
en compasado y dulce movimiento.

Como en cuna de nácar
que empuja el mar y que acaricia el céfiro,
tal vez allí dormía
al soplo de sus labios entreabiertos.

¡Oh! ¡Quién así -pensaba-
dejar pudiera deslizarse el tiempo!
¡Oh, si las flores duermen,
qué dulcísimo sueño!

XXI

¿Qué es poesía? , dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.
¿Qué es poesía? ¿y tú me lo preguntas?
Poesía... eres tú.

XXII

Por una mirada, un mundo.
Por una sonrisa un cielo;
por un beso..., ¡Yo no sé
lo que diera por un beso!

XXIII

Los suspiros son aire, y van al aire,
Las lágrimas son agua, y van al mar.
Dime, mujer: cuando el amor se olvida;
¿sabes tú dónde va?

 XXIV

Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.

Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha al contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...,
ésas..., ¡no volverán!

Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde, aún más hermosas,
sus flores abrirán.

Pero aquellas cuajadas de rocío,
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer, como lágrimas del día...
ésas..., ¡no volverán!

Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.

Pero mudo y absorto y de rodillas,
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido..., desengáñate,
¡así no te querrán!

XXV

Despierta, tiemblo al mirarte;
dormida, me atrevo a verte;
por eso, alma de mi alma,
yo velo mientras tú duermes.

Despierta, ríes; y al reír, tus labios
inquietos me parecen
relámpagos de grana que serpean
sobre un cielo de nieve.

Dormida, los extremos de tu boca,
pliega sonrisa leve,
suave como el rastro luminoso
que deja un sol que muere...
-¡Duerme!

Despierta, miras, y al mirar, tus ojos
húmedos resplandecen
como la onda azul, en cuya cresta
chispeando el sol hiere.

A través de tus párpados, dormida,
tranquilo fulgor viertes,
cual derrama de luz templado rayo
lámpara transparente...
-¡Duerme!
Despierta, hablas, y al hablar, vibrantes
tus palabras parecen
lluvia de perlas que en dorada copa
se derrama a torrentes.

Dormida, en el murmullo de tu aliento
acompasado y tenue,
escucho yo un poema, que mi alma
enamorada entiende...
-¡Duerme!

Sobre el corazón la mano
me he puesto porque no suene
su latido, y de la noche
turbe la calma solemne.

De tu balcón las persianas
cerré ya, porque no entre
el resplandor enojoso
de la aurora y te despierte...
-¡Duerme!

XXVI

Asomaba a sus ojos una lágrima
y a mi labio una frase de perdón;
habló el orgullo y se enjugó su llanto.
Y la frase en mis labios expiró.

Yo voy por un camino; ella por otro;
pero al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: ¿Por qué callé aquel día?
Y ella dirá: ¿Por qué no lloré yo?

XXVII

Cuando me lo contaron sentí el frío
de una hoja de acero en las entrañas;
me apoyé contra el muro y un instante
la conciencia perdí de donde estaba.

Cayó sobre mi espíritu la noche;
en ira y en piedad se anegó el alma...
¡Y entonces comprendí por qué se llora,
y entonces comprendí por qué se mata!

Pasó la nube de dolor... con pena
logré balbucear breves palabras...
¿Quién me dio la noticia?., Un fiel amigo...
¡Me hacía un gran favor!... Le di las gracias.

 XXVIII

¡Hoy como ayer, mañana como hoy,
y siempre igual!
¡Un cielo gris, un horizonte eterno...
y andar... andar!

Moviéndose a compás, como una estúpida
máquina, el corazón;
la torpe inteligencia del cerebro,
dormida en un rincón...

¡El alma, que ambiciona un paraíso...
buscándolo sin fe;
fatiga sin objeto, ola que rueda
ignorando el por qué!

¡Voz que incesante con el mismo tono
canta el mismo cantar;
gota de agua monótona que cae,
y cae sin cesar!

Así van deslizándose los días
unos de otros en pos,
hoy lo mismo que ayer... y todos ellos
sin goce ni dolor.

¡Ay! A veces me acuerdo suspirando
de antiguo sufrir...
¡Amargo es el dolor, pero siquiera
padecer es vivir!

XXIX

No sé lo que he soñado
en la noche pasada;
triste, muy triste debió ser el sueño,
pues despierto la angustia me duraba.
Noté, al incorporarme,
húmeda la almohada,
y, por primera vez sentí, al notarlo,
de un amargo placer henchirse el alma.
Triste cosa es el sueño
que llanto nos arranca;
mas tengo en mi tristeza una alegría...
¡Sé que aún me quedan lágrimas